Heinrich Schliemann, la vida de un loco con éxito.

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Clío, la musa griega de la historia, tiene por costumbre regalarnos personajes heroicos y trágicos por igual, los unos acompañados de grandes hazañas. Los otros objetos de pérdidas y sacrificios que muy a menudo, al final son redimidos. Pero de vez en cuando la hija de Zeus incluye en su lista a protagonistas más prosaicos aunque no menos trascendentes. Son actores secundarios del pasado que a primera vista pueden pasar desapercibidos, pero que una mirada más a fondo les descubre en toda su gloria. Nuestro personaje de hoy, Heinrich Schliemann, bien podría entrar en esta categoría.

Caballo de Troya

Mal comienzo del niño Schliemann

Heinrich Schliemann nació en Neubukow, un pueblo en el norte de Alemania cercano a Rostock, en 1822, fruto del matrimonio de un Pastor luterano y un ama de casa. Como si quisiera presagiar o incluso dirigir el futuro del pequeño, el destino le reparte la carta de la muerte de su madre cuando él tenía nueve años. 

H. Schliemann

Poco después tuvo que sufrir el despido de su progenitor de la iglesia debido a un caso de malversación de fondos.

Aún así, Heinrich logra pasar una breve temporada en el Instituto (gymnasium) e iniciarse en el estudio de la historia gracias a su padre, quien le introduce a las grandes obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, y le regala un ejemplar de La Historia del Mundo Ilustrada de Ludwig Jerrer.

Al no poder continuar sus estudios, Heinrich se enrola en un programa de aprendizaje comercial y empieza  a trabajar como asistente en unos almacenes a los 14 años. Seguramente lo que ahora podríamos llamar “un culo inquieto”, el joven abandona su posición cinco años después y se embarca en un mercante con la idea de hacer las Américas.

Pero el barco encalla en las costas de los Países Bajos tan sólo unos días después de zarpar y el azorado grumete termina llevando a cabo varios trabajos en Ámsterdam.

En 1844, de vuelta en Alemania, Heinrich encuentra empleo en la empresa de importaciones y exportaciones B.H. Schroeder & Co., que dos años después lo envía como agente comercial a San Petersburgo.

Aquí, nuestro personaje presume de aprender ruso y griego en tan sólo unas semanas siguiendo un método diseñado por él y que le llevará en poco tiempo a la fluidez en una docena de idiomas, o al menos eso decía.

Los idiomas y la fortuna

Su facilidad con las lenguas, como suele suceder, abrieron las puertas del  éxito al joven comerciante a quien no le iban mal las cosas. No obstante, su inconformismo o su espíritu aventurero le empujaron nuevamente a dar un  nuevo curso, esta vez hacia los Estados Unidos, donde un hermano se había hecho rico durante la fiebre del oro Californiano.

En la capital de dicho estado, Sacramento, Schliemann funda en 1851 un banco con el que se dedica a comprar y vender oro, y hacer una pequeña fortuna, pero una acusación de fraude le obliga a salir sigilosamente del país.

De vuelta en Rusia y ya un hombre de 30 años, Schliemann contrae matrimonio con la sobrina de uno de sus socios más pudientes, la joven Ekaterina Lyschin. Con ella tendrá tres hijos, Sergei, Natalia y Nadezhda durante los próximos diez años. Al mismo tiempo, aumenta su fortuna al trabajar como proveedor de plomo y sulfuro para el gobierno ruso, que necesitaba urgentemente dichos materiales para la fabricación de munición durante la Guerra de Crimea (1855-1856).

Rico y con familia, parecería que Schliemann lo tenía todo y sólo necesitaba sentarse a disfrutar de la vida, al menos como haría la mayoría, pero para un espíritu libre y activo dicho estado probablemente le aburría. Un nuevo giro se aprestaba.

De vuelta a la historia

Recordando sus pasiones infantiles, Schliemann decidió dedicarse a la búsqueda de Troya, ciudad que en aquel entonces se consideraba como sede de una leyenda más que un lugar real. Su primer paso fue trasladarse a París, donde pasó un mes estudiando en la Sorbona. Aprovechando la negativa de Ekaterina de mudarse con él a la capital francesa, se divorció de ella. Más tarde confesó a un amigo que se sentía “liberado” para llevar a cabo su sueño arqueológico.

Troya

Recién llegado a Turquía, donde la supuesta ciudad de la antigüedad debía esconderse, Schliemann contactó con el experto inglés Frank Calvert, quien le sugirió que iniciara sus pesquisas en la colina de Hissarlik, en el noroeste de la Península de Anatolia.

Heinrich Schliemann rápidamente organizó una excavación, pero antes de empezar sintió la necesidad de encontrar a un experto conocedor de la historia griega. Nada le pareció mejor que buscarse una esposa de dicha nacionalidad que cumpliera con ambas funciones.

A través de un anuncio en el periódico, contactó con una joven griega, Sophia Engastromenos, 30 años menor que él, pero capaz de recitar de memoria los versos de La Odisea. Unida en matrimonio en octubre de 1869, la pareja fijó su residencia en las inmediaciones de Hissarlik, donde por fin, en 1871, se iniciaron los trabajos.

Heinrich Schliemann, ¿arqueólogo o loco?

Tesoro de Príamo encontrado por Schliemann

Para muchos, Schliemann fue el primer arqueólogo moderno, a pesar de su limitada preparación académica y de sus bruscos métodos a la hora de excavar. Creyendo que la Troya de Homero se encontraría en las capas inferiores de la colina, los trabajadores utilizaron dinamita y maquinaria relativamente pesada. Eso destruyó buena parte de los restos superiores, más recientes en el tiempo.

Aún así, la expedición encontró un alijo de oro y otros objetos en mayo de 1873. En aquel entonces Schliemann contó que fue Sophia quien recogió el tesoro envuelto en su regazo. Luego confesó el engaño diciendo que simplemente quiso dramatizar el hallazgo para darle mayor impulso al estudio de la antigua Grecia entre los conciudadanos de su esposa.

Éxito

Sophia Ergastomenos, segunda esposa de Schliemann
Sophia Ergastomenos, segunda esposa de Schliemann

El descubrimiento, al que Schliemann bautizó como “El Tesoro de Príamo” por considerarlo contemporáneo al rey de Troya en los tiempos de la famosa batalla, constaba, entre otros, de varios objetos de cobre, varias copas de plata y dos de oro, una jarra del mismo material y un florero de plata en cuyo interior aparecieron dos diademas, 8750 anillos, seis pulseras, dos copas y una gran variedad de botones y otras piezas, todas ellas finamente labradas en oro.

El gobierno turco, al enterarse del hallazgo y de que Sophia se había fotografiado a con varias de las piezas, exigió su parte, pero en un primer momento no consiguió nada ya que el atolondrado alemán lo había sacado del país. Convencido de que había conseguido su sueño de desenterrar Troya,

Schliemann se dirigió a Grecia con la intención de reabrir la excavaciones en Micenas, y allí sus palas dieron nuevamente con oro, figurativamente en las tumbas reales del palacio, y literalmente, en la forma de una máscara del sólido metal que Schliemann atribuyó a Agamenón, el líder de la expedición griega contra Troya y hermano de Menelao, el despechado marido de Helena, causa principal de la guerra.

Diadema del "Tesoro de Príamo"
Diadema del «Tesoro de Príamo»

El lugar de Schliemann en la historia

Sin embargo, tanto el llamado Tesoro de Príamo como la máscara resultaron ser más antiguos de lo que Schliemann creía, por lo que no podían haber pertenecido a sus presuntos dueños, dato que él siempre disputó.

En todo caso, los trabajos del aventurero alemán si cumplieron con el cometido de reavivar el estudio de la antigua Grecia y, en cierta manera, impulsar el nacimiento de la arqueología moderna. Querido o no, hoy ocupa un lugar preponderante en la historia.

Heinrich Schliemann murió el 26 de diciembre de 1890 en Nápoles y fue enterrado en Atenas dentro de un mausoleo de estilo griego con frisos y métopas que describen sus hazañas como arqueólogo. Fue tendero, grumete, banquero, comerciante y arqueólogo autodidacta, viajó por medio mundo y vivió en media docena de países.

Campeón de la auto-promoción, hizo y deshizo en su vida a su antojo sin importarle los obstáculos y su estrambótico carácter le ganó infinidad de antagonistas. Pero al fin y al cabo coronó su vida con éxito y desveló a la humanidad uno de los capítulos más publicitados de la antigüedad. Gracias a él, Troya y el papel de la ciudad y su descubridor, más que leyenda, son ahora una deliciosa realidad.

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