La Peste Bubónica: ¿Cómo, cuándo y dónde?

La peste.

La Europa de la Edad Media no era el mundo oscuro y retrógrado que a veces las películas nos hacen creer. Es verdad que muchos de los adelantos tecnológicos y sociales habían desaparecido en las cloacas de la historia al mismo tiempo que se desmoronaba el Imperio Romano, pero las infraestructuras, el idioma común y la iglesia seguía ahí.

La alta movilidad de comerciantes, monjes, juglares y trovadores que viajaban constantemente en un continente sin fronteras, eran testigos de ello. Las grandes ciudades-estado del norte de Italia florecían con el intercambio de bienes que aún llegaban por la Ruta de la Seda. Con un poco de suerte, el progreso podría expandirse a toda Europa.

Pero no sólo los bienes y servicios se expandían gracias a los caminos. A mediados del siglo XIV, una marea de muerte y terror bañó las tierras europeas y asiáticas, diezmando las poblaciones y cambiando la historia del mundo, para siempre.

Danza Macabra, de Michael Wolgemut.

Danza Macabra, de Michael Wolgemut.

La peste: ¿Cómo?

La epidemia de la peste bubónica de la Edad Media la originó la bacteria Yersinia pestis, de acuerdo con investigaciones contemporáneas. La enfermedad era transmitida principalmente por las pulgas que parasitaban en ratas negras, pasajeras muy asiduas en los barcos mercantes de aquellos tiempos.

El contagio se producía por la mordedura de una pulga o, en el caso de la peste neumónica, por las gotitas de saliva que expele un humano al ratasestornudar, toser e incluso al hablar. También eran susceptibles de infección aquellos que tocaban tejidos de animales enfermos o muertos por esa causa.

La alta densidad de población en las ciudades y pueblos medievales junto con la poca o nula conciencia de la higiene hicieron el resto.

Los síntomas aparecían en forma de fiebre, nada anormal en un mundo con poco conocimiento de las infecciones; luego llegaban los vómitos y aparecían pústulas por todo el cuerpo, rodeadas de manchas negras y púrpura causadas por hemorragias bajo la piel.

La muerte llegaba en unos pocos días, cuando los pulmones se inundaban de líquido de manera similar al síntoma principal de la neumonía, pero la agonía era insoportable. Muchos se alegraban cuando llegaba el momento de dejar este mundo.

¿Cuándo?

La peste ha hecho su aparición en Europa en varias oleadas llegadas desde China por la Ruta de la Seda, desde la peste en la época de Justiniano (en el siglo VII una epidemia en Constantinopla acabó con el 40% de la población de la ciudad) hasta la última en el siglo XIX.

Sin embargo, la más violenta se inició a finales de 1347, cuando tropas genovesas sitiadas en la ciudad de Caffa, en Crimea, fueron expuestas a la enfermedad por los cadáveres infectados que sus enemigos tártaros lanzaron sobre dentro de los muros de la fortaleza.

Mapa de la peste

¿Dónde?

Ignorantes de ser los transmisores, los soldados huyeron luego por barco hasta Sicilia y Génova, desde donde la enfermedad recorrió dos caminos simultáneos, el primero a través de Francia llegando hasta Inglaterra e Irlanda, y el segundo por la península itálica, haciendo un recorrido por Austria hasta llegar a Alemania.

Las islas del mediterráneo se vieron devastadas desde 1347, pero fue 1348 el periodo en el que la “niebla de la muerte” se extendió a toda la península itálica, todo Grecia, la mitad sur de Francia y el este español.

A principios de 1349 la peste llegaba al resto de la Galia, España y el sur de Inglaterra, partes de Alemania, Dinamarca y los países escandinavos. A finales de ese mismo año quedarían cubiertas al completo las Islas Británicas.

Ilustración de la Biblia de Togenburg.

Ilustración de la Biblia de Togenburg.

Efectos de la peste

Las ciudades y pueblos quedaron devastadas, especialmente en Italia. Los sobrevivientes lloraban a sus muertos sin saber que en el mismo momento estaban contrayendo la enfermedad.

Nadie estaba preparado para la catástrofe y nadie sabía cómo protegerse de ella, mucho menos erradicarla. Para algunos la plaga había dejado tras de sí un mundo de horror, un lugar definitivamente abandonado por Dios.

Rápidamente se buscaron culpables y, como siempre, los dedos apuntaron primero a los judíos, a los que se acusó de envenenar los pozos que suministraban agua a las ciudades. Según decían algunos, los judíos habían causado la peste para deshacerse de sus acreedores, aunque a los acusadores se les pasaba que también muchos hijos de Israel sucumbieron al virus.

Se organizaron pogromos en muchas ciudades, incluso en aquellas en las que la peste aún no había llegado. Parafraseando el dicho, la ignorancia puede ser muy peligrosa.

¿Había cura?

Algunos doctores intentaron curar la peste con los remedios a su alcance, pero pronto se dieron cuenta de que no servían. Gentile da Foligno, profesor en la Universidad de Padua y uno de los médicos más reconocidos de su tiempo, recomendó el uso de la Busto_Gentile_da_Folignotriaca.

Era un preparado de diversos ingredientes que desde la época de los griegos se utilizaba como cura para muchas enfermedades, pero ni la triaca ni ningún otro antídoto impidió que el mismo Gentile sucumbiera a la peste.

Muchos se lo tomaron de otra manera, dándose a la bebida y otros vicios mal vistos por la sociedad en tiempos normales, viviendo como si no hubiera un mañana.

Tal vez tenían razón. Otros se dejaron llevar por el fanatismo y se aplicaron fuertes penitencias, marchando en procesiones con capuchones, golpeándose las espaldas con cadenas y salpicando de sangre los muros alrededor. Los cadáveres se amontonaban por miles en las ciudades más afectadas como Florencia y Venecia.

En siena, sin espacio ya en los cementerios para más tumbas, arrojaron los cuerpos a los cimientos de la antigua muralla, donde aún se encuentran parcialmente momificados. Apenas se ponía una capa de tierra entre las hileras de los cadáveres, empujando al cronista florentino Marchioni di Coppo Steffani a compararlo con una lasaña.

Esqueletos

Adios a la peste, pero no para siempre…

Pero hasta las grandes tragedias llegan a su fin y en el caso de la plaga no sería diferente, probablemente porque todos aquellos susceptibles de morir ya no estaban en este mundo, y porque los sobrevivientes eran o se habían inmunizados.

Para 1351, la incidencia de la enfermedad se había reducido hasta niveles manejables y la experiencia había enseñado a hombres y mujeres que lo mejor era no acercarse a los enfermos o muertos, lo cual llevó a situaciones verdaderamente trágicas en las que las familias eran abandonadas por sus parientes por miedo al contagio.

Algo bueno

Más importantes fueron las consecuencias de la altísima tasa de mortalidad, entre el 40 y el 60% de la población europea falleció, un número cercano a los cien millones de muertes en tan sólo cuatro años. Dichas tasas no fueron homogéneas pues en los países mediterráneos alcanzaron probablemente cifras cercanas al 80%, mientras que en Alemania apenas llegaron al 20%.

Las consecuencias no tardaron en aparecer, especialmente en la distribución de la riqueza y en la escasez de mano de obra. Primeramente, muchos de los sobrevivientes habían heredado tierras de parientes muertos y ya no tuvieron que vender sus servicios a los señores feudales.

Otros muchos consiguieron extraer mejores condiciones y salarios de sus empleadores y el nivel de vida general de las clases menos favorecidas aumentó claramente. Los esfuerzos de las elites por controlar los precios de la mano de obra no sólo no consiguieron su propósito, sino que provocaron revueltas de los trabajadores.

La escasez de trabajadores influyó también en la búsqueda de nuevos y más eficientes métodos de producción, dando comienzo a un periodo de avances en la construcción de máquinas y aperos de agricultura que pudiesen ser impulsados por bestias, más que por hombres, y que eventualmente dio nacimiento a la Revolución Industrial y a un nuevo paradigma social que cambiaría la historia.

Se puede afirmar sin temor a equivocarse que, al menos en Europa occidental, la peste fue un factor primordial en la desaparición del sistema feudal. A pesar de la tragedia y la desolación de millones de familias, Europa debe mucho de su situación preponderante a las consecuencias de la peste. No hay mal que por bien no venga.

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