La historia del sobreviviente de un submarino hundido: ¿es cierta?

John Hawtrey Capes era un personaje extraño al que le gustaba hacer cosas extrañas. Alto, moreno, de porte aristocrático, se había criado en el hogar de un diplomático en el que no faltaron los viajes, los libros y la educación en un colegio de postín. Y le gustaba la buena vida. No obstante, John sorprendió a amigos y extraños en 1935, a los 25 años, alistándose en la marina, nada anormal para muchos otros británicos, pero es que John se enroló como fogonero, una actividad poco acorde con su educación y posición social, y en la que normalmente se empezaba como adolescente. Tres años después, fue asignado al submarino H.M.S. Olympus con el que viajó a China y, en 1941, ya en Segunda Guerra Mundial, fue trasladado al H.M.S. Trasher, en patrulla por el Mediterráneo.

John Capes (derecha) con unos amigos.

John Capes (derecha) con unos amigos.

En el verano de aquel año, la presencia de John fue requerida legalmente en la Isla de Malta para aclarar un accidente que él había provocado en una visita anterior. Con un coche alquilado, y probablemente bajo la influencia del alcohol, John destruyó el carromato de un granjero local, que obviamente lo demandó. Ya que la isla estaba básicamente sitiada por los alemanes, John tuvo que ser introducido por el servicio conocido como “la alfombra mágica”, que no era más que submarinos suministrando pertrechos y material bélico. Después del juicio, John salió de Malta como pasajero del H.M.S. Perseus, que estaría unos días de patrulla por las islas griegas antes de recalar en Alejandría, donde John podría reunirse con el Trasher.  Como viajaba de pasajero y no como tripulación, John no fue apuntado en el registro del Perseus. Todo esto, según la historia que él mismo contó.

El HMS Perseus.

El 6 de diciembre de 1941, justo un día antes del ataque japonés a Pearl Harbour, el Perseus, aún de patrulla, salió a la superficie por la noche para recargar baterías. Nuestro bon-vivant amigo había encontrado la carcasa vacía de un torpedo y se había acomodado en ella para leer, al tiempo que degustaba una botella de ron. De pronto, se escuchó una fuerte explosión en el exterior y el submarino se fue a pique, hasta chocar con el fondo con un golpe que John describió como “para desgraciarle a uno los nervios”. Aún así, el marinero se recompuso y pudo coger una linterna con la que intentó salir del compartimento en el que se encontraba, pero la escotilla estaba cerrada a presión. Ahí mismo estaban tres fogoneros más, algo maltrechos por la explosión pero con vida, y John tuvo la fuerza y la calma para organizarlos.

Había una escotilla de escape en la parte superior del compartimento y a John se le ocurrió que podrían utilizar unos equipos especiales Davis para escapar de un submarino, básicamente una botella de oxígeno con una bolsa de goma, una boquilla y gafas de buceo. No sería fácil salir, pues la válvula de presión indicaba que el submarino estaba a más de 80 metros de profundidad, lo suficiente como para matar a un humano, pero a John eso le pareció un detalle, y se prestó al escape. Ayudó a sus compañeros a ponerse los equipos, para lo cual tuvo que quitarle el traje de fogonero a uno de ellos, y logró abrir la escotilla por la que los empujó fuera del submarino. Justo antes de salir él, le dio un último trago a su botella de ron. Nuevamente, todo esto contado por él.

«El dolor se volvió frenético, mis pulmones y todo el cuerpo a punto de estallar. La agonía me mareó. ¿Cuánto podré aguantar?

Segundos después, John se encontró en mitad del oscuro océano, sólo, pues ninguno de sus compañeros había logrado salir.

«Entonces, con lo repentino de la certeza, llegué a la superficie y quedé a merced de un ligero oleaje con topes de espuma aquí y allá.»

Lo peor había pasado, pero flotar en medio del Mar Jónico no es lo más adecuado para un humano, y menos en tiempos de guerra. Herido, con el dolor del ascenso y el miedo aún dentro del cuerpo, John pudo divisar a lo lejos una franja blanca, que adivinó como un acantilado. Era la costa de la Isla de Cefalonia, algo más de dos millas. No quedaba otra opción, y con la bolsa de goma a modo de cinturón salvavidas, John comenzó a nadar. Varias horas después, llegó exhausto a la playa y cayó rendido, hasta que unos pescadores lo rescataron por la mañana.

Kefalonia

Ahí pasó los 18 meses siguientes, escondido por los lugareños, pues la isla estaba en manos de los italianos. Trasladado constantemente de un lugar a otro para evitar al enemigo y con el pelo teñido de negro para no destacar, John agradeció a sus anfitriones el trato recibido. Aún así, durante su estancia en Cefalonia perdió 32 kilos. Un grupo de la resistencia griega consiguió pasar el mensaje a los británicos de que uno de sus hombres estaba escondido en la isla y, finalmente, en una operación organizada por la Royal Navy, unos pescadores lo llevaron en bote hasta un punto del mar donde un submarino recogió al héroe, para transportarlo primero a Turquía, y luego a Alejandría donde podría reengancharse a su nave.

La guerra terminó dos años después y John sobrevivió. Volvió a Inglaterra para continuar con su vida, pero cuando fue interrogado, se encontró con que pocos, o nadie, creían su historia, y no era para menos. Primero, no estaba en la lista de la tripulación del Perseus; segundo, era muy difícil escapar de un submarino hundido, sólo se conocieron durante la guerra cuatro eventos de esa naturaleza, y menos cuando se estaba a 82 metros de profundidad, que era la que indicaba, según John, la válvula del Perseus. No hubo otro superviviente que pudiese corroborar la historia, y para colmo, John tenía la reputación de exagerar un poco sus andanzas por el mundo. Pero se había ganado la guerra y no era el momento de rascar en lo que pudo o no haber pasado, y el caso fue cerrado. John continuó su vida hasta su muerte en 1985, si haber podido probar su experiencia ante el incrédulo mundo.

Ahora bien, y me dirijo ahora a los lectores, ¿os creerías la historia de John Capes? Difícil, ¿no? Sobre todo por lo complicado que es corroborarla sin testigos, y porque el submarino donde podría encontrarse la evidencia estaba en el fondo del Mediterráneo. Alguien tendría que sumergirse y buscar pruebas.

En 1997, el submarinista griego Kostas Thoctarides leyó la historia de Capes y el Perseus, y se preguntó qué había pasado con el pecio. Con la ayuda de algunos pescadores de Cefalonia que habían informado de que su redes se enganchaban ocasionalmente en un punto no muy lejano a la isla, Kostas encontró por fin el submarino perdido en diciembre de ese año, primero con un equipo de sonar, y al día siguiente, bajando el mismo a fotografiarlo. Aparte del boquete causado por la mina, el casco estaba en buenas condiciones, así como parte de su equipo de navegación, que indicaba su último curso. Más importante, la escotilla de escape de popa que supuestamente había utilizado John para escapar, estaba abierta. Siendo el submarino una tumba de guerra, Thoctarides no estaba autorizado a entrar, pero sus fotografías mostraron la escena del compartimento tal y como John la había descrito: Está la carcasa de un torpedo, una botella de oxígeno, un aparato Davis de submarinismo, un traje de fogonero y una botella de ron…

La escotilla abierta del Perseus.

La escotilla abierta del Perseus.

 

10 thoughts on “La historia del sobreviviente de un submarino hundido: ¿es cierta?

  1. Yo he disfrutado con esa historia. Si es cierta o no, solo su protagonista lo sabrá, pero aun así ¿qué importancia tiene?!. En esa historia todo cuadra para ser contado como la increíble aventura de un sobreviviente, hasta el final, con su escotilla abierta, el traja del fogonero y la botella de ron. Ha sido un placer.

    • Hola Anita,
      Como bien dices, sólo el protagonista conoce toda la verdad, aunque a juzgar por la evidencia no mintió. En todo caso, lo importante es que sobrevivió para contarlo,y que nos dejó una anécdota para interesar a los lectores de blogs. John Capes era un aventurero, y la guerra le dio su particular aventura…
      Mil gracias por tu comentario. Un besín.

  2. Hola Jesús,
    ¡Guau, qué historia! Parece increíble que sobreviviera a esa presión. En este caso la vida le dio una segunda oportunidad y espero que la viviera en cosas provechosas.
    Abrazos

    • Hola Francisco,
      es muy difícil salir de una profundidad de 50 metros, que es en realidad donde estaba el Perseus, pero no imposible, depende mucho de la fortaleza del individuo, y te lo dice un submarinista… Pero tienes mucha razón, la vida le dio una segunda oportunidad y la aprovechó. Un personaje con suerte, y con empuje…
      Muchas gracias por comentar. Un abrazo.

  3. Vuelvo a los tiempos y veo un cambio en la estética pero no en la calidad del blog: ¡Simplemente fantástico!

    Gracias Jesús por compartir esta historia que desconocía.

    • Hola Martín,
      ya ves, le hemos dado un lavado de cara a Ciencia Histórica, con eso de la renovación y tal, pero mantenemos, o esperamos mantener, el mismo estilo y la misma calidad. Al menos el cariño con el que publicamos nuestras entradas no ha cambiado… En todo caso, este nuevo look tampoco será para siempre, y está aún en periodo de «pruebas», a ver qué opina el personal…
      Muchas gracias y da gusto leerte como siempre. Un abrazo.

  4. Espléndida y disfrutable historia. Las fotografías no le dieron la razón a sus dichos?
    Un abrazo y hasta pronto.

    • Muchas gracias Stella,
      aparentemente las fotografías confirmaron la historia del protagonista, y es lo que he leído de varias fuentes. El problema es que no he sido capaz de encontrar dichas fotografías por ningún lado, sólo un vídeo del submarino donde no se puede ver el interior…he preguntado por ahí y me están buscando esas fotos, a ver si es cierto… 😛
      Muchas gracias por tu comentario. Un cordial saludo.

  5. Hola Jesús,
    es una historia que me resulta difícil de creer. Busqué un poco con google y encontré un artículo que dice 52 metros de profundidad en lugar de los 82 que mencionás. Eso parece un poco menos difícil.
    Pero de todas formas toda la historia me resulta extraña.
    Que la Marina en medio de la guerra, en esos años en que estaban en desventaja, destinara un espacio en un submarino para llevar a una isla sitiada a una persona por un juicio civil de importancia menor me resulta más difícil de creer que alguien que escape de un submarino hundido.
    ¿qué te parece eso?
    Marcelo

    • Hola Marcelo
      creo que ya lo habia mencionado en otro comentario. La realidad es que John creyó que el submarino estaba a 82 metros porque eso marcaban las válvulas. Lo que él no sabía es que eran eléctricas, y que cuando él las vio ya no funcionaba. Los restos del submarino descansan a 52 metros, lo cual es aún una profundidad considerable, pero dentro de lo posible para que un hombre pueda escapar.
      Respecto al hecho de que un submarino lo hubiese llevado a Malta, no es que lo hiciera específicamente. Simplemente buscó uno que ya tenía ese destino y pidió que lo llevaran, lo cual era y es una práctica común en la Royal Navy. y más en tiempos de guerra.

      ;Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.

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