Cuando los coches fueron la alternativa ecológica.

Para los moradores de la civilización moderna, o mejor dicho, de las culturas desarrolladas, los vehículos motorizados despiertan una dicotomía de sentimientos. Por una parte, los coches y camiones son un medio de transporte muy eficaz, rápido y cómodo, que ha cambiado nuestra manera de viajar. Gracias a ellos somos capaces de desplazarnos a lugares de trabajo a los que, sin coche, tardaríamos horas; gracias a ellos podemos disfrutar de productos cultivados o fabricados en lugares distantes. Por otra parte, los vehículos impulsados por motores de combustión interna son una plaga de nuestra sociedad, hacen ruido (al menos hasta hace no mucho), causan tráfico, mucho, y contaminan, más que mucho. Imaginaos entonces cómo deberían estar las cosas en tiempos no muy lejanos para que esas máquinas, mucho más ruidosas y contaminantes que las de ahora, fuesen considerados la alternativa ecológica. Os cuento.

La sucia alternativa natural

A finales del siglo XIX, las grandes ciudades del mundo tenían un gran problema. Gracias a la revolución industrial cada vez más gente emigraba del campo en busca de un trabajo en una fábrica u oficina, en la ciudad. El Londres 1890'screcimiento no se detenía, y era muy difícil si no imposible para las autoridades dotar a los núcleos urbanos de las infraestructuras necesarias para cubrir a toda la población. En román paladino, las ciudades de hace un siglo eran un caos, y focos de insalubridad para sus habitantes. Obviamente, conforme crecían las ciudades se hacía necesario un medio de transporte para que la gente pudiera moverse a cada vez más grandes distancias y, a falta de otra alternativa, el caballo y los carros tirados por ellos era el medio de transporte favorito, y el más eficiente. El problema es que estos bellos y grandes animales no son precisamente un ejemplo de limpieza, y menos cuando grandes números de ellos son trasplantados a un entorno urbano.

En 1900, Nueva York era ya un centro urbano con casi tres millones y medio de habitantes; Chicago pasaba del millón y medio y Londres pasaba de los cinco millones, y claro, había que moverlos. A falta de metro (el primero del mundo, en Londres, inició su servicio en 1863 con seis kilómetros de línea) el caballo seguía siendo el principal impulsor de transporte. Sólo en la Gran Manzana la población de equinos alcanzaba los 170,000, y en la capital inglesa había 50,000 para el transporte de pasajeros, sin contar el de mercancías.

Los caballos cagan (con perdón)

Es una irremediable consecuencia del sistema digestivo de los seres vivos. Todos los animales del planeta nacen, crecen, se reproducen, comen, y hacen sus necesidades, todos los días de su vida y hasta su muerte. En una granja no suele ser mucho problema, pues las heces son fácilmente reciclables como abono, o pueden ser fácilmente enterradas, pero cuando hablamos de decenas de miles de animales haciendo sus necesidades en la ciudad, la cosa cambia. cada caballo produce de media entre 10 y 15 kilos de estiércol por día. Con un rápido cálculo podemos ver que en Nueva York eso equivaldría a entre uno y dos millones de kilos de boñiga diarios. A eso hay que añadir al menos un litro de orina por animal. Y no es que hubiese sitios especialmente indicados para las descargas, no, en plena calle, pues no es fácil adiestrar a un caballo a que aguante las ganas hasta llegar al establo.

Morton Street, NY, y sus boñigas

Morton Street, NY, y sus boñigas

Las calles de estas grandes urbes eran como campos de minas cuyos obstáculos debían evitar los transeúntes (imagino cómo lo pasarían los ciegos) si no querían llegar a casa o al trabajo con los zapatos y pantalones bien abonados. Los más pudientes podían pagar a alguno de los barrenderos que se situaban en las esquinas para limpiar un caminito, pero la mayoría tenía que buscarse la vida. La situación era aún peor cuando llovía, pues la materia fecal de los caballos se mezclaba con el agua para producir una pasta fétida de la cual no voy a dar más detalles, no vaya a ser que os pille desayunando.

Barrendero de mierda

Un «barrendero de mierda».

Los líderes políticos buscaban maneras de aliviar la situación, contratando equipos que recogían el estiércol durante la noche, pero era tal la cantidad de trabajo que la limpieza diaria se limitaba a las calles más transitadas. Además, aún recogida de las vías, la mierda seguía causando problemas, acumulándose en terrenos baldíos en montones de varios metros de altura. En 1894, el Times de Londres publicó un titular en el que predecía que las calles de esa ciudad quedarían cubiertas por “tres metros de estiércol en 50 años”. En un principio los granjeros la compraban encantados, pero con el tiempo la oferta superó a la demanda y las ciudades tenían que pagarles para que se la llevaran. Mientras tanto, la acumulación de feces atraía a todo tipo de bichos, y eran inmejorables focos para la transmisión de enfermedades.

Los muertos

Los pobres caballos no las tenían todas consigo. Aparte del problema del abono verde, como cualquier otro ser vivo, aquellos morían, y a muy corta edad en el caso de los que vivían en las ciudades. ¿Y qué hacían los dueños con los cadáveres? Simplemente los abandonaban, creando un problema sanitario adicional. Peor aún para los humanos, los corceles, nacidos y evolucionados para correr libremente por el campo, sufrían de muy alto estrés en las abarrotadas calles, y se asustaban, causando estampidas a diario en las que los humanos más vulnerables eran víctimas comunes.

caballo muerto

En 1898 tuvo lugar en Nueva York un congreso mundial de planificadores urbanos que tuvo que ser suspendido después de tres días porque sus asistentes se mostraron incompetentes para resolver el problema más acuciante, el del estiércol por supuesto. Ninguno de ellos pensó en que la respuesta a sus pesadillas estaba ya en las fábricas. En 1886, Karl Benz había patentado su Benz Patent Motorwagen, el primer vehículo impulsado por un motor de combustión interna. Pasarían varios años para que los coches se popularizaran y llenaran las calles con sus ruidos, sus humos y su tráfico, pero aunque cueste trabajo creerlo, hace un siglo, fueron la muy bienvenida solución al problema de los caballos y el estiércol. Es sin duda una ironía histórica, pero algún día, los coches fueron la alternativa ecológica.

6 thoughts on “Cuando los coches fueron la alternativa ecológica.

  1. Hola Jesús,
    pues sí, menos mal que no lo he leído comiendo ¡ja, ja, ja! Una vez más me has hecho disfrutar con tu amena e interesantísma lectura. Me ha sorprendido (imagino que a más de un lector también) la foto que muestras con el caballo muerto en medio de la calle y es que antes no se andaban con miramientos ¡Cómo cambian los tiempos, en algunos aspectos a mejor, claro! Pensándolo mejor tiene toda su lógica lo que explicas y no quiero imaginarme lo que nos encontraríamos hoy en día si no existieran los coches.
    Abrazos y me alegraste el día (aunque espero no recordar este post a la hora de la comida) 😉

    • Hola Francisco,
      me alegro que no te haya pillado en un momento difícil, el tema no es de los más agradable. Lo de dejar los caballos muertos en plena calle era una práctica común. No existía un registro exhaustivo de todos los animales y era muy difícil averiguar quién era el dueño. Los ayuntamientos no daban abasto, y apenas existían los cuerpos de policía, más ocupados con los cacos que con las cuestiones de tráfico.
      Los coches fueron una bendición en aquella época, por muchas razones, aunque su ubicuidad les ha convertido en una peste para nuestras actuales ciudades. El consuelo es que cada vez veremos más vehículos eléctricos y poco a poco desaparecerán los de combustión interna, reduciendo en algola contaminación urbana. Un ¡Hurra! por el progreso!
      Mi gracias como siempre y un abrazo.

  2. En Sense and sensibility mostraron como mujeres con esplendorosos vestidos debían pisar popó de caballo (¿se puede decir «popó» acá?) al bajar de su carro para caminar unos metros hacia la gran fiesta. Además del horror de vestidos arruinados, ese tipo de suciedad unos siglos antes trajo la peste.
    Celebre, fue nombrado en mi blog debido a que lo premié.
    https://cosaswordpresscom.wordpress.com/2016/02/01/me-han-dado-el-versatile-award-me-la-chupan-ls-puritans-y-ls-otrs-ke-apenas-me-dejan-comentarios/

    • Bueno caballero,
      antes que nada, muchas gracias por el inmerecido honor de recibir la nominación, me quedo con que los lectores se vayan satisfechos de haber aprendido algo cada vez que se pasan por estas páginas.
      Segundo, puede Vd. decir «popó», o «caca» o lo que le plazca, dentro de los pocos limites del decoro. Yo mismo, en ocasiones, utilizo palabras de las consideradas «malsonantes», al fin y al cabo sólo son eso, palabras.
      He visto Sense and Sensibility, pero no recuerdo la escena que mencionas, tampoco me extraña. Nunca he entendido el porqué las damas de antaño se atrevían a lucir aquellos vestidos, pero bueno, tampoco entiendo las modas de ahora. Como detalle, cuando era más joven una amiga me dijo que los hombres debíamos caminar por el lado de la calle en la acera, como símbolo de respeto a la mujer, y que el origen de esa regla estaba en que así el caballero protegería el ropaje de la mujer de ser ensuciado por lo que salpicaran los coches. Aún me gusta seguir esa regla, y a las mujeres les encanta…:P
      Mil gracias por todo Antonio, un saludo cordial!

  3. Se agradece la reflexión porque oyendo a algunos parece que hemos ido para atrás, y no es cierto. Ni siquiera entendemos que pasó en tiempos de nuestros padres, mucho menos las de las inquietudes urbanas de nuestros bisabuelos, entre ellas la que comentas… la gestión de toneladas de mierda de los animales urbanos y las innumerables enfermedades que se transmitían con ellos. A las cuadras hay que añadir también las vaquerías urbanas, con animales encerrados entre muros junto a perros, gatos, gallinas, ratones, moscas y mil parásitos.

    El humo de los tubos de escape tuvo un efecto positivo: ahuyentó inmediatamente a las moscas y aunque parezca mentira dejamos de respirar miasmas infectas. Respirar unos pocos residuos de una combustión de hidrocarburos es una solución mejor que la anterior, dentro de límites – los que diga la OMS – , aunque pasajera porque ¿qué comen ahora las golondrinas urbanas? Si no hay comida, no hay golondrinas.

    • Hola Tomás,
      hay un tipo de comportamiento, o de opinión, al que yo llamo el «Síndrome de Jorge Manrique». Este apunta al hecho de que muchas personas creen que en el pasado la vida transcurría en «armonía» con la naturaleza, y no hay nada más lejos de la verdad. te dejo un enlace con un artículo que escribí al respecto: https://www.cienciahistorica.com/2014/04/06/el-sindrome-de-jorge-manrique-o-como-cualquier-tiempo-pasado-fue-peor/
      La llegada de los coches fue una bendición para los administradores urbanos de hace un siglo, y para el comercio, la industria, la democratización del ocio. Es verdad que en la actualidad, el gran número de vehículos motores contamina el aire de nuestras ciudades, pero es la misma tecnología la que está cambiándolos por coches eléctricos, que no es que no contaminen, pero sí menos. No hay mal que por bien no venga.
      Mil gracias por comentar. Un cordial saludo.

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