De Arte y Holocausto.

Hace apenas unos días decidí revisitar en DVD la serie televisiva de los años 70’, Holocausto, en la que unos jovencísimos James Woods y Maryl Streep nos brindan una de sus mejores actuaciones en sus ahora largas y prolíficas carreras. En este documento histórico de la pequeña pantalla, los personajes interpretados por estos dos gigantes, el matrimonio “mixto” del judío Karl y su alemana esposa Inge Weiss, sufre los horrores más desgarradores de la barbarie nazi.

Karl Weiss es un pintor, un artista del pincel sensible, de maneras suaves y poco gusto por la violencia, un ciudadano indiferente a los caprichos de la política, hasta que las vallas de Auschwitz se tornan en su único horizonte. Karl se convierte entonces en un revelador de la verdad a través de su arte, en un cronista de la miseria, la tortura y la muerte que campan en los campos de concentración, en dibujos hechos subrepticiamente con el poco carbón que se les asignaba para el invierno.

Cuando un amigo me pidió hace unos días que escribiera un artículo sobre el arte paleocristiano, recordé a los primeros seguidores de Jesús obligados a ocultar sus enterramientos en las catacumbas para escapar de la persecución romana, el oprobio y el martirio, y cómo dichas tumbas representaban las primeras expresiones artísticas cristianas. No pude evitar relacionar ambos casos.

Es muy difícil establecer con claridad cuándo empezó el arte cristiano, aunque las primeras evidencias de tales manifestaciones datan del primer siglo de nuestra era, y todas ellas han sido encontradas en las oscuras y húmedas cloacas romanas en cuya atmósfera es comprensible que el método artístico gráfico más utilizado, el fresco, no haya resistido con éxito el paso del tiempo.

Aún así, hay mucho material para el estudio en el que tres cuartas partes de las inscripciones encontradas bajo las calles de la actual Roma se refieren a la muerte y a su consideración desde el punto de vista de la nueva religión. Primeramente se observa la Cruz con la “P” de  Pax, acompañada de los símbolos de alfa (α) y omega (ω), el principio y el fin al que Jesús tanto se refería.

Paz Alfa OmegaLa tradición judía del antiguo testamento imitaba el uso de la idolatría en forma de esculturas en madera, piedra o metales preciosos, por lo que los primeros cristianos, originalmente judíos, respetaron en un principio su legado.

Pero conforme el cristianismo se fue extendiendo a más provincias del imperio, los nuevos conversos perdieron los perjuicios y añadieron símbolos más sofisticados a sus obras, entre ellos el ancla, símbolo de esperanza, y el pez, que cuya palabra en griego era Ichthys, pero que a la vez, y por casualidad, representaba el acrónimo de  Iēsoûs CHristós THeoû hYiós Sōtér; «Jesucristo, Hijo de Dios, IchthysSalvador». Dos milenios después, millones de cristianos presumen de su condición con símbolos de pez en sus coches.

 

Siempre Roma

Siendo el imperio romano el ente político y cultural dominante en la época, no es de extrañar que el arte paleocristiano bebiera de sus métodos y estilos artísticos, como los mencionados frescos, los mosaicos y la escultura. Además, no es que los cristianos se avergonzaran de su religión, parece ser que todo lo contrario, pero tampoco iban gritándolo a voces en el foro a sabiendas de que su más certera suerte sería el martirio, por lo que muchos de ellos adoptaron figuras ya conocidas por los romanos, pero que sutilmente recordaban las ideas predicadas por Jesús en su andadura por este mundo.

Probablemente la más conocida fue la del “buen pastor”, con su oveja a los hombros, una imagen común en un pueblo de agricultores y ganaderos, y a la vez, el recuerdo de las palabras de Jesús en el evangelio “Yo soy el buen  pastor, conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas (Juan 10:11-15). La estampa del buen pastor se repitió constantemente tanto en frescos como en esculturas, siempre siguiendo el estilo romano.

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Dios Protector

El buen pastor

Otra idea que los primeros cristianos buscaban promover era la del Dios protector y encontraron en el Antiguo Testamento la figura de Daniel que, al negarse ante Nabucodonosor a adorar ídolos, es arrojado a los leones, pero es protegido por el benévolo Dios de los judíos. La imagen de Daniel y los leones es otra de las representaciones más numerosas del arte cristiano original.

Como suele ser el caso de la mayoría de las religiones, el cristianismo también adoptó símbolos paganos en los que encontró metáforas susceptibles y los adaptó a su imaginería. Entre ellos está la antes mencionada ancla, relacionada desde milenios antes como una alegoría de la seguridad, y el pavo real, al que las antiguas civilizaciones otorgaban una cualidad inmortal, perfectamente adaptable al pensamiento cristiano de la vida eterna.

Expansión

Con el paso de los años y con el aumento de seguidores, del poder, de la aceptación y de la influencia de la religión cristiana, el arte evolucionó tanto en la técnica como en su complejidad, sustituyendo los símbolos y figuras básicas por muestras gráficas de episodios que narraban pasajes bíblicos de alta carga ideológica. Ejemplo de ello es la historia de Jonás, tragado vivo por una ballena en cuyo estómago reside tres días hasta que el héroe se arrepiente y el bicho lo regurgita.

A nadie se le escapó que la aventura en las tinieblas de Jonás era una clara alusión a la resurrección de Jesucristo. La evolución del arte también movió a sus creadores a experimentar con nuevos métodos y materiales, principalmente en la talla de la madera y la piedra de los sarcófagos, que ofrecían una amplia superficie para elaboraciones más extensas como el mencionado ciclo de Jonás y otras escenas bíblicas.

Constantino

Pero Roma cambiaba y el antiguo imperio se debatía entre las múltiples amenazas internas y externas que lo debilitaban. La corrupción, la ambición de sus generales y el mismo cristianismo clamaban por un  nuevo sistema mientras que en sus fronteras los “bárbaros” llevaban a cabo cada vez más violentas y sangrantes incursiones. Entre las luchas intestinas por el poder, el hijo de un César del imperio de occidente, Constantino el Grande, luchó contra Maxentius en la batalla de Puente Milviano para consolidar el poder de ambos imperios.

Cuenta Eusebio, cronista de la vida del emperador, que el mismo Constantino le relató que justo antes del inicio de las hostilidades, miró hacia el cielo y vio en el Sol la figura de una cruz de luz junto con la inscripción en griego “En toutó nika”, traducida luego al latín como “in hoc signo vinces”, “con este signo vencerás”. Ganador de la contienda, el Gran Constantino que en su niñez había sido expuesto al cristianismo por su madre Helena, dio  nueva vida a la religión de Cristo con el Edicto de Milán, en el que anunció que “era apropiado que los cristianos y todos los demás tuvieran la libertad de seguir el tipo de religión que les pareciera mejor”, en efecto legalizando el cristianismo.

A la “liberalización” de Constantino siguió una campaña promovida por el mismo emperador en la que se construyeron nuevos templos dedicados a Cristo, dando un nuevo impulso al arte paleocristiano, que pasó del grafismo y la escultura al arte de la arquitectura aprovechando la estructura muy común en el imperio: la basílica. Pero es ya otra historia.

Persecuciones y holocausto

Las persecuciones de cristianos en el Imperio Romano, la de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial e incluso el silencioso genocidio actual de los cristianos en varios países musulmanes, difícilmente pueden considerarse equiparables, pero si tienen en común el alto contenido político subyacente en sus motivos y un meritorio lavado de cerebro sobre aquellos que lo llevan o llevaron a cabo.

Por otra parte, el arte producido en el cristianismo tempranero y aquel que nos dejaron los judíos en los campos de concentración difieren principalmente en que, mientras el primero desbordaba optimismo y esperanza, el segundo es la más profunda imagen del pesimismo. No me queda claro si el hecho se debe a las diferencias en los planteamientos de cada religión o si fue culpa del horror que sufrieron los hijos de Abraham, pero ser arrojado a los leones mientras la turba disfruta y ríe, no puede haber sido menos terrorífico que morir en una cámara de gas.