Un 17 de enero como hoy pero en 1912, el Capitán de la marina Británica Robert Falcon Scott y sus compañeros Edgar Evans, Edward Wilson, Lawrence Oates y Henry Bowers llegaron al Polo Sur después de diez duras semanas sobre los desiertos helados de la Antártida. Los ánimos de la expedición deben haber sido muy positivos mientras arrastraban sus trineos sobre los últimos cientos de metros de hielo antes de llegar al punto exacto, hasta que descubrieron que alguien se les había adelantado. El explorador noruego Roald Amundsen había llegado al mismo punto cinco semanas antes y plantado su bandera sobre el punto más austral del planeta, robándole en el último minuto la gloria a un Scott que llevaba años intentándolo. Que les hubieran quitado el bocado en el último momento ya era suficiente castigo para los ingleses, después del sacrifico de recorrer más de mil kilómetros sobre hielo, pero la tragedia se consumó cuando el frio y el hambre se cobraron las vidas de los cinco aventureros el 29 de marzo de 1902, apenas a once kilómetros del depósito “One Ton” y de la salvación. Cuando la noticia llegó a las Islas Británicas un año después, Scott y su equipo fueron encumbrados al Olimpo de los Héroes dejando al mismo Amundsen, que hasta ese momento había disfrutado de la fama y el reconocimiento, en un plano secundario.
Acostumbrados como están los hijos de la Gran Bretaña a idolatrar a personajes con finales trágicos, la historia de Scott y los suyos, al igual que la de Ernest Shackleton unos años después, llenaron las páginas de los periódicos y provocaron homenajes a lo largo y ancho del imperio, con monumentos, libros y medallas incluidas. La fama les duró más de medio siglo, hasta que un nuevo enfoque por comentaristas e historiadores de una nueva generación que veía a Scott como un ineficaz líder sin la preparación adecuada, produjo su caída del pedestal, y empezó el debate.
Es verdad que ni Scott ni nadie de aquellos hombres que durante la primera década del siglo XX se dedicaron a la exploración de los polos sabían muy bien a lo que se enfrentaba, pero eso es parte del espíritu y riesgo que conlleva la aventura. Al igual que Colón cuando partió con sus tres carabelas, los expedicionarios sólo conocían a ciencia cierta su destino, y muy poco del camino en sí y de los peligros que acechaban.
Como oficial de la marina, el Capitán Scott apenas y entendía de investigaciones científicas, y mucho menos de aventuras, pero cuando la Royal Geographic Society decidió enviar un equipo a la Antártida en 1901, el joven y ambicioso marino vio la convocatoria como una oportunidad para avanzar su carrera, no muy boyante por entonces. La Expedición Discovery duró tres años y, aunque sólo hicieron un intento de llegar al polo y se quedaron a 850 kilómetros de su destino, los novatos exploradores adquirieron cierto grado de experiencia que les serviría para intentos posteriores, además de valiosos datos científicos.
A su regreso, Scott llenó su agenda de conferencias y presentaciones a un público ávido de conocer y entender el continente perdido, al tiempo que editaba la bitácora de la expedición. En 1906, cuando Shackleton lanzó un nuevo intento de alcanzar el grial magnético, Scott enfureció contra su antiguo compañero y le insistió que no utilizara las rutas exploradas anteriormente pues las consideraba como “su área personal de trabajo”, actitud que contrastaba con la del explorador Noruego Fridtjof Nansen, que voluntaria y amablemente compartía con sus colegas toda su experiencia y descubrimientos. Al no haber podido Shackleton llegar a la meta (historia también valedora de un artículo que publicaré en un futuro no muy lejano), Scott decidió organizar un nuevo intento.
Durante los preparativos surgieron varias cuestiones que tendrían un resultado directo sobre el éxito del viaje. Convencido a pesar de su limitada experiencia de que los perros de tiro no eran la mejor opción, Scott decidió utilizarlos sólo en las etapas iniciales para el transporte de avituallamientos a puntos establecidos en la ruta elegida. Se utilizaron también ponis siberianos e incluso trineos motorizados, pero de igual manera que los canes, exclusivamente para labores de carga en el periodo de preparación. Para el ataque final, los hombres dependerían de su propia fuerza de arrastre para cargar con ropa, combustible y alimentos, decisión que se probaría trágica.
Pero no todo fueron improvisaciones. El equipo contaba entre sus miembros a hombres de alta resistencia y coraje, algunos conocedores ya del medio antártico que no vacilarían en momentos cruciales y que en algunos momentos hicieron cambiar de opinión a su capitán cuando así lo vieron necesario. Otros personajes que jugarían un papel importante en la misión fueron el meteorólogo George Simpson, los geólogos Grifith Taylor y Frank Debenham y Raymond Priestley y el biólogo Edward William Nelson. Al final, ninguno de estos hombres estaría entre los elegidos para el asalto final, pero sus observaciones y descubrimientos durante los dos años que permanecieron en los hielos fueron más que fructíferas.
La Expedición Terra Nova partió de Cardiff, Gales, el 15 de junio de 1910, en el barco del mismo nombre. Las condiciones de la Royal Society establecían que se trataba de una empresa científica, pero a nadie se le escapaba que los motivos de Scott eran diferentes, y él mismo había comunicado que su intención era alcanzar el Polo Sur y “asegurar para el Imperio Británico el honor de dicho logro”. El Terra Nova llegó a las costas antárticas en los primeros días de enero 1911, y para el 18 de enero se había establecido un campamento en el Cabo Evans, rebautizado por Scott en honor a su segundo de abordo. Los planes para ese año seguirían dos pautas. 1) la realización de experimentos y observaciones científicas, entre ellas las del meteorólogo Simpson, que utilizó medios tecnológicos muy avanzados para aquel entonces, incluyendo el primer globo meteorológico sobre la Antártida, y recabó un muy valioso registro del clima, y 2) el montaje de una serie de puntos de avituallamiento a lo largo de la ruta planeada.
El 23 de abril el Sol se ocultó en el horizonte para iniciar sus vacaciones de invierno, y poco quedaba por hacer. Scott organizó una serie de cursos para los expedicionarios y, para mantenerlos en buena forma física, partidos de fútbol bajo la tenue luz del horizonte. Por fin, el 1 de noviembre, Scott partió con dieciséis hombres repartidos en cuatro equipos tirando de sus trineos, y los equipos de apoyo utilizando los perros y los ponis. Para ese entonces, Scott ya había recibido la noticia de que su rival noruego también estaba en la intentona, pero escribió en su diario que el curso apropiado sería “proceder exactamente como si eso no hubiera sucedido. Avanzar y hacer nuestro mejor esfuerzo por el honor de nuestro país sin temor o pánico”.
Scott tenía planeado mandar de vuelta al primer equipo con los perros después de la primera etapa, pero debido a que habían experimentado ciertos retrasos, decidió continuar con la brigada intacta hasta llegar, el 4 de diciembre a la “Puerta”, el punto de entrada al glaciar Beardmore donde una tormenta de nieve les obligó a montar un campamento. Cinco días después, cuando se levantó la ventisca, un primer grupo fue enviado de vuelta con los perros y los ponis fueron sacrificados para aprovechar su carne en el viaje de regreso. Los doce hombres restantes cruzaron el glaciar y llegaron a la altiplanicie polar el 20 de diciembre. Dos días después, a una latitud de 85° 20′ S, cuatro hombres más se despidieron de sus compañeros. El 3 de enero de 1912, en la latitud 87° 32′ S Scott anunció los nombres de los que le acompañarían en la última y crucial etapa de la expedición, pero con un cambio de última hora, eligiendo a cinco en lugar de los cuatro originalmente planeados: Scott, Oates, Bowers, Evans y Wilson. Ese cambio repentino tuvo consecuencias definitivas, pues tuvieron que recalcular los suministros de alimento y combustible.
Finalmente, alcanzaron su destino el 17 de enero, aunque no hubo celebraciones. Habiendo encontrado la bandera negra de Amundsen, El Comandante inglés escribió en su diario: “El Polo, sí, pero bajo circunstancias diferentes a las esperadas…¡Dios mío! Es un lugar horrible y lo suficientemente terrible como para que hubiésemos trabajado tanto sin la recompensa de tener la prioridad. Bueno, ya es algo el haber llegado aquí”. Para más inri, encontraron en la tienda abandonada de Amundsen una carta y un mensaje en el que el noruego pedía amablemente al inglés la entregara al Rey Haakon en caso de que su expedición no encontrara el camino de regreso.
Treinta y seis horas después, iniciaron el camino de vuelta.
Continuará mañana (18 de enero 2014)…
Hola Jesús,
una de las expediciones más increíbles. En mi opinión -y contestanto a tu pregunta inicial- HÉROE, sin lugar a dudas. Cualquier intento de ir más allá de lo conocido, cualquier tentativa de conseguir lo que nadie había logrado hasta ahora, debe ser considerado como una heroicidad. En el ser humano está implícito que querramos destacar y ser recordados por la historia como el primero en algo, pero quien no lo piense que «tire la primera piedra». Algunos creerán que la frase de que «el segundo es el primero de los perdedores» le es también aplicable, pero yo no lo pienso así.
Un abrazo
Hola Francisco, al igual que comentábamos en el caso de Yuri Gagarin, los exploradores de los polos se distinguieron por su valentía a la hora de afrontar retos mayúsculos. Gracias a hombres como Scott, Amudnsen, Peary y Franklin, el hombre conoció los últimos confines de la Tierra. Personalemnet espero algún día seguir sus pasos por los hielos.
Muchas gracias por tu comentario.
I’ve long suggested that people seeking to gett a good understanding of this speciific topic spread their research acrooss many blogs efdkdebceade
hi John, I’ll be more tha happy to share my work with others, but I wouldn’t qualify it as «research», for there is nothing new in it, just my personal way of paying homage to the heroes of the Antartic.
Thank you for commenting.