¡Loor a la falda!

Como miembro y militante activo que soy del género masculino, me declaro firme defensor y promotor de esa prenda gloriosa que llena el alma de gozo y eleva el ritmo cardiaco, a veces hasta límites que rayan con el infarto de miocardio. ¡Loor a la falda, aplausos a su inventor!  

Si, me gustan las faldas. Cuando reverberan con los contoneos de su portadora, cuando el viento les da alas por unos instantes de felicidad, cuando le dicen a mis ojos perdidos hasta donde han de llegar. Faldas largas y entalladas como copas de champagne, faldas que desafían arrogantes las alturas sin miedo a un porrazo, faldas hawaianas que enseñan el cielo en la Tierra, faldas de tenista que a todos nos vuelven deportistas y faldas con raja como las de Estopa. Todas bienvenidas como alicientes de la perpetuación de la raza humana, aunque a veces sean sólo el cepo de una maquinación conspiradora para perdernos en el oscuro pozo sin fondo del enamoramiento.

Marilyn Chanel

Falda No. 1

Pero hay una falda dominadora en la larga lista de la historia, un invento rompe cuellos, un éxito de ventas, un ícono de la industria de la moda que espero nunca pase a mejor vida y que me incita malévola a rendirme a los pies de su portadora. Es la falda Chanel, la liberadora de la rigidez victoriana, la recipiente de mi enaltecimiento, la niña de mis ojos por la que, Dios no lo permita, sería capaz de arriesgar el pellejo. Y todo se lo debo a una mujer pequeñita de cuerpo pero grande de talento y personalidad, un espíritu libre al que hombres y mujeres le debemos la mitad de la repoblación europea después de ambas guerras.

La llegada al mundo de Gabrielle Bonheur (felicidad, suerte, en francés) Chanel no le hizo honor a su segundo nombre. Nacida en Saumur en 1883 como hija fuera del matrimonio de un vendedor coco-chanelambulante y una lavandera, la futura diosa de la moda pasó sus primeros años sin un hogar fijo y bajo la constante amenaza del hambre y la indigencia. La irresponsabilidad del padre y la muerte de la madre cuando Gabrielle tenía doce años dio la puntilla a la familia y nuestra heroína y su hermana menor terminaron como huérfanas en un convento.

A los dieciocho años Gabrielle Chanel tuvo que abandonar el claustro y fue a vivir en una residencia para señoritas católicas en Moulins, en la Francia central, y pronto encontró empleo como costurera gracias al oficio que había adquirido en el convento. Encontró, además, una forma de ganarse unos francos extra como cantante en un cabaret, aunque no tardó mucho en descubrir que su limitado talento con los gorgoritos no la llevaría lejos. Fue en dicho club nocturno donde la gente empezó a llamarla Cocó, según dicen, por una de sus canciones favoritas llamada el ko Ko Ri Ko. Ahí también conoció al que sería su primer amor, Éttiene Balsan, un acaudalado bon vivant que la recluyó en un castillo, pero que también la introdujo en las altas esferas de la sociedad francesa de principios de siglo. Durante los tres años que estuvieron juntos, Cocó pudo disfrutar de los placeres mundanos de la vida y de los espléndidos regalos de su amante y fue probablemente en esta época cuando perfiló su estilo y buen gusto. Fue también en su jaula de oro donde comenzó a fabricar sombreros, un tanto como pasatiempo, una diversión que Cocó pronto vio como su billete de salida del aburrimiento y de entrada en el mundo real. Un amigo íntimo de Balsan, el aristócrata inglés Edward Capel, además de robarse los favores de la joven se convirtió en su benefactor, sufragando los gastos de la primera tienda en París en 1910, “Chanel Modes”, en el número 21 de la Rue Cambon.

Coco Chanel falda

Sus creaciones no fueron un éxito inmediato, pero su originalidad y frescura con el tiempo se labraron un lugar entre las damas de la alta sociedad parisina, especialmente cuando la actriz Gabrielle Dorziat eligió un sombrero Chanel para lucir en la obra Bel Ami. En 1918, después de abrir sendas boutiques en los balnearios para ricos de Deauville y Biarritz, Cocó volvió a París y compró un edificio entero a unos pasos de su tienda original, donde la firma aún posee su cuartel general. La fama y los beneficios aumentaron con la expansión del negocio hacia mercados más amplios y la rama de los accesorios, incluyendo las joyas y los perfumes, alcanzando el zénit con su primera creación, el mítico Chanel No. 5.

Pero no estoy aquí para hablar de fragancias ni de empresas, sino de esa falda tableada ligeramente ceñida una pulgada por debajo de la rodilla, que muchos atribuyen al diseñador Paul Poiret, pero que nadie discute su lanzamiento a la fama por la casa Chanel. Esa prenda perfecta, esa formadora atrayente, ha lucido sobre los muslos más esplendorosos que hayan visto estos ojitos perturbados, desde las curvas de Marilyn Monroe hasta los no menos tentadores cuartos de Scarlett Johansson, sin olvidar a la población civil femenina que, aunque desconocida en la prensa rosa, no deja de hacerle honores diarios a su Diosa Afrodita.

Vestíos, pues, amigas, con las faldas de Chanel, adornad vuestras anatomías con la mejor de las creaciones, haced el favor a aquellos que como este rendido admirador salivan con pundonor a la simple vista de nuestra saya favorita. Castigadnos de otra manera, negadnos la gloria y enviadnos al Hades si es necesario, pero no nos privéis del placer, ¡no, por Dios! de veros entalladas en el sencillo cardigan del paraíso.