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El 30 de Abril de 1943, un pescador español encontró el cuerpo de un oficial británico en las frías aguas del Atlántico, frente a las costas de Huelva. El cadáver del hombre, con signos de ahogamiento y vestido con el uniforme de la marina y un chaleco salvavidas, llevaba atado a la muñeca un maletín de piel. Sin tardanza el pescador onubense volvió a puerto e informó del hallazgo a las autoridades, que llevaron a cabo la autopsia y la identificación del occiso. Se trataba del Mayor Willi Martin de los Rotal Marines, probablemente la víctima del hundimiento de algún barco o submarino.
Además de su carnet de identidad, entre los documentos encontrados en el maletín y en los bolsillos del uniforme había varios papeles privados del soldado: el recibo de una joyería por la compra de un anillo de compromiso para su novia Pam, una foto de la joven, la carta de un banco exigiendo al cliente que solucionase un descubierto de 73,19 libras en su cuenta y los resguardos de dos entradas a un baile en Londres, del 27 de abril. Más importante era lo que guardaba en el maletín, documentos oficiales de alto secreto.
Nada anormal hasta aquí en tiempos de guerra, exceptuando que el Mayor William Martin nunca existió.
Avanzan los aliados
Sellada la derrota del Afrika Corps a manos de tropas británicas y norteamericanas, el comandante supremo aliado Dwight “Ike” Eisenhower rumiaba con sus subalternos el siguiente paso en contra de la máquina de guerra nazi. A nadie se le escapaba que el blanco mejor situado sería la isla de Sicilia, a escasos 150 kilómetros de las costas de Túnez, ya ocupado por las fuerzas aliadas.
Además de su cercanía a la península itálica, desde la isla se podían controlar las rutas marítimas del Mediterráneo, esenciales para las comunicaciones del Imperio Británico y el suministro de sus tropas en Egipto y el Medio Oriente. El problema era que los alemanes pensarían de igual manera y, si no se hacía algo al respecto, reforzarían sus defensas en Sicilia, complicando el desembarco y arriesgando miles de vidas aliadas.
Si Eisenhower quería que la invasión de Sicilia fuese un éxito, algo debía hacerse para que los nazis no la vieran venir. Es aquí donde entran en juego dos personajes cruciales en esta historia.
Operación Picadillo
El Teniente Aviador Charles Cholmondeley y el Comandante de Marina Ewan Montagu tenían un punto en común, y es que el primero jamás había pilotado el avión y el segundo nunca se había embarcado. También coincidían en sus labores durante la guerra, trabajando para el servicio de contra-espionaje británico, directamente bajo la tutela del Primer Ministro Winston Churchill, que les encargó una solución al dilema del Alto Mando. Se iniciaba la planificación de la “Operation Mincemeat”, Operación Picadillo.
En menos de una semana hicieron su propuesta basándose en una sugerencia hecha un par de años antes por otro oficial de inteligencia, Ian Fleming, que había redactado una lista de posibles acciones para confundir al enemigo en caso necesario.
En el número 28 de la lista, el futuro creador de James Bond proponía lanzar desde un avión el cuerpo sin vida de un militar, cargado de documentos falsos que llevaran al enemigo a creer en operaciones inexistentes, y así distraerlo del objetivo real. El lugar más indicado, pensaron, sería una zona cercana a las costas españolas, donde se sabía a ciencia cierta que los agentes alemanes trabajaban sin ser molestados por el gobierno del General Franco, y cercano también a las rutas conocidas de los transportes británicos. La costa atlántica de Andalucía cumplía ambos requisitos.
Buscando al Soldado Willi Martin
Una vez autorizada la operación y decidido el lugar, el primer obstáculo sería encontrar un cuerpo, y no cualquiera pues Montagu sabía que le sería realizada una autopsia y que esta debería determinar que el fallecimiento se debía al ahogamiento. De otra manera, las alarmas saltarían en la inteligencia alemana y el engaño no funcionaría.
Para resolver el entuerto se reclutó al renombrado patólogo Sir Bernard Spilsbury quien, después de una larga búsqueda, encontró en Londres el cuerpo de un hombre de treinta y pocos años fallecido recientemente y con signos de padecer neumonía. Según el médico, el agua en los pulmones característica de esta dolencia, podía fácilmente confundirse con agua del mar. Mientras se preparaba el resto de la operación, el cuerpo fue conservado en frío a la espera de su misión.
Pero el cuerpo sólo era un elemento del engaño. Si se quería que los alemanes creyeran sin lugar a dudas que se trataba de un hombre real, había que crearle una identidad. El nombre elegido fue el de William Martin, su cargo, oficial de enlace de los Royal Marines.
Planificación
Metiéndose en la piel del enemigo para adivinar su reacción ante la información, Montagu sabía que los oficiales de inteligencia alemanes no morderían el anzuelo si esta no provenía de fuentes de gran relevancia, por lo que consiguió que dos altos cargos militares en Londres escribieran sendas cartas a sus comandantes en el norte de África y el Mediterráneo, donde discretamente se dejaba entrever que las intenciones aliadas apuntaban a Grecia y Cerdeña y no a Sicilia, aunque deseaban que los alemanes pensasen así.
Era un trabajo de genios que utilizaba la psicología negativa para completar el engaño. El Mayor Willi Martin estaba listo para ir a la guerra.
Aquella mañana de primavera, cuando el submarino Seraph soltó el cuerpo de Willi Martin su historial ficticio leía que era un experto en lanchas de desembarco, necesarias para el tipo de operación planeada, y todos los artificios que le acompañaban hacían creíble su vida, y su muerte. A partir de ahí todo dependía de la credulidad del enemigo.
Los nazis tragan
Como se esperaba, antes de que las autoridades españolas entregaran el cuerpo al consulado británico en Madrid, la red de espías del Almirante Canaris tuvo acceso a los documentos y envió copias a Berlín. El 12 de mayo, Hitler entrega una orden a su Estado Mayor indicando la supremacía de la defensa de Cerdeña y Grecia sobre la de Sicilia. Las nuevas posiciones defensivas fueron reforzadas con divisiones traídas de Rusia, pero Sicilia no recibió tropas adicionales. Se ordenó también el minado de las aguas alrededor del Peloponeso. El genocida y sus cómplices se tragaron el anzuelo, el cordel y la plomada. Y todo, gracias a Willi Martin.
La noche del 9 de julio de 1943 se inició la Operación Husky, la invasión de Sicilia, donde las fuerzas conjuntas de americanos y británicos apenas encontraron resistencia por parte de los defensores italianos. Para el 17 de agosto, las últimas tropas alemanas abandonaban la isla. El Mayor Martin y la operación Picadillo habían cumplido con su cometido.
Finalizada la guerra, los agentes de inteligencia aliados que revisaron los archivos alemanes, comprobaron que la cúpula alemana había creído en la veracidad de los documentos hallados en el cadáver del Hombre Que Nunca Existió. Años después, un historiador aficionado encontró la identidad real del cuerpo utilizado en la misión. Willi Martin era en realidad Glyndwr Michael, un vagabundo sin-techo que había intentado unirse al esfuerzo armado para defender a su país, pero que debido a su frágil salud había sido rechazado. Si en vida no consiguió realizar su afán patriótico, la muerte se lo concedió.