Llevaba ya varios días preparando este artículo cuando esta semana se publicó la noticia de que la Pirámide del Sol, la más grande de las estructuras teotihuacanas, corre el peligro de derrumbe debido a su peso, las restauraciones que se le han hecho y la desigual cantidad de sol que recibe uno de sus costados. Con pesar recibo la noticia pues considero a esta ciudad mesoamericana como una de las grandes joyas del patrimonio arqueológico mexicano y mundial, y espero que los expertos encuentren una solución al problema.
Tuve la suerte de que mi profesora de tercero de primaria hubiese elegido Teotihuacán como el destino a una de nuestras excursiones escolares, y desde entonces he podido visitar las ruinas un par de veces más. Lo primero que llama la atención es las colosales dimensiones del complejo, extendido sobre un área de aproximadamente 21 kilómetros cuadrados sobre la cuenca de un vaso lacustre limitado por cerros y montañas que proporcionaban suelos aluviales, ideales para la agricultura.
De norte a sur, exactamente con una desviación del norte geográfico de 15’ 25”, la Calzada de los Muertos recorre la totalidad de la ciudad, actualmente de dos kilómetros de largo, y se cree que pudo tener un 50% más, y 40 metros de ancho. Conjuntamente con un eje perpendicular a la altura de la pirámide del Sol, la Calzada de los Muertos forma un cuadrángulo sobre el que todas las construcciones están alineadas, un ejemplo del avanzado nivel de ingeniería urbana alcanzado por las elites que diseñaron Teotihuacán. Más de cuarenta estructuras flanquean en la actualidad la vía principal, pirámides, templos y hasta una ciudadela de 400 metros por lado, pero en su apogeo llegó a presumir de más de 500 edificios, albergando a una población cercana a los 150 mil habitantes.
En el extremo norte se puede admirar un conjunto de pirámides alrededor de una plaza con 13 basamentos alrededor y dos grandes altares centrales, pero destaca entre ellas la pirámide de la Luna, de 42 metros de alto y 8.000 m² de base. Supuestamente construida con la intención de imitar al Cerro Gordo un par de kilómetros al norte, se le presupone un uso estrictamente ceremonial dirigido al culto estatal.
Medio kilómetro al sur y a un centenar de metros al este de la Calzada de los Muertos, se levanta la pirámide del Sol, de 63 metros de altura y más de 220 metros por lado, lo que le confiere el título de la base piramidal más grande del mundo, pues excede en esta dimensión a la gran pirámide de Keops. Sus 238 peldaños ayudan a los turistas a encaramarse a la cúspide, desde donde se observa una maravillosa vista del paisaje y donde se supone que si uno pide un deseo, se le concede.
El pueblo que diseñó y levantó Teotihuacán muy probablemente se asentó en la zona a principios del primer milenio de nuestra era, las primeras construcciones de piedra así lo atestiguan. Las primeras piedras de la pirámide del Sol probablemente se pusieron en el siglo primero, aunque tardarían al menos 100 años en terminarla. Poco después se construyó su hermana menor al norte, y la pirámide de la Luna ya presentaba su perfil actual en el año 200 d.C., aunque después se le añadiría el basamento frontal que aún la adorna. No obstante, fue en el periodo clásico, entre los siglos III y VII d.C. que la ciudad se convirtió en un centro económico político que dominó el centro del actual México, quinientos años antes de la fundación de Tenochtitlán, la capital azteca.
No se sabe a ciencia la autoría de tamañas construcciones, pues no han quedado registros de la civilización que una vez ocupó sus calles. Es probable que los ocupantes de Teotihuacán hayan sido pueblos de etnia totonaca, nahua o probablemente otomí, aunque hipótesis recientes sugieren que se trataba de una sociedad multinacional en la que ningún pueblo predominaba. Sí se sabe que los teotihuacanos comerciaban con pueblos tan distantes como los mayas en Guatemala y en la Península de Yucatán, pues se han encontrado objetos de ambas civilizaciones tanto en uno como en el otro lugar. La principal actividad económica era la agricultura, basada en el maíz y en las legumbres típicas de la zona como el frijol negro. Las lluvias estacionales y los ríos circundantes proveían a la ciudad de aguas de riego así como la de uso doméstico. Destaca también un importante centro de extracción y manufactura de la obsidiana, un cristal volcánico de color negro idóneo para la fabricación de herramientas y armas, y que aún se produce en la zona.
Pero como suele suceder con todas las grandes civilizaciones, hacia el siglo VIII, Teotihuacán vio mermado su poder y fue abandonada sin que sepamos exactamente qué sucedió. Es posible que el nacimiento y auge de otras culturas y ciudades en la zona hubiesen llegado a controlar las rutas comerciales antes dominadas por los teotihuacanos. Xochicalco, Teotenango, Cacaxtla y el Tajín disfrutaron de sus respectivos periodos de supremacía precisamente cuando Teotihuacán declinaba. Para el siglo XII, los aztecas la visitaban ya vacía y fueron ellos mismos los que dieron nombre al complejo en su propia lengua: “La Ciudad Donde Nacían los Dioses”.
Teotihuacán es una de las grandes ciudades de la era precolombina en México, ejemplo de gran complejidad y sofisticación en la arquitectura y la planificación urbana. Es, además, el centro arqueológico más visitado en el actual México, a pesar de estar alejado de las playas que son el principal destino para los turistas europeos. Desgraciadamente, las restauraciones hechas hace un siglo sin mucha profesionalidad han causado los desperfectos que ahora la ponen en peligro. Esperemos que los responsables se pongan manos a la obra y rescaten las pirámides de un futuro incierto. Sería una pena que esta joya sufriera desperfectos sin que nadie hiciera algo para remediarlo.