Internet en los tiempos del camello.

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La red virtual de ordenadores conocida como la “Autopista de la Información”, es sin lugar a dudas uno de los logros humanos más significativos en la historia del planeta. Para bien o para mal, en los veinticinco años desde que el presidente de los Estados Unidos, George Bush, decidiera abrir al público esta herramienta informática en aquel entonces restringida para comunicaciones militares y las de un grupo reducido de científicos, internet ha cambiado el mundo. Pero hubo antes otro invento humano que logró comunicar dos partes del mundo tan diferentes como lejanas, una autopista del comercio y la información que en sus siglos de existencia cambió la historia de la civilización, la Ruta de la Seda.

Internet superhighway

El origen del internet del pasado podemos encontrarlo en el siglo II antes de Jesucristo, cuando Zhang Qian de la dinastía Han Occidental abrió la primera ruta hacia Europa, que creció gradualmente durante el reinado de sus descendientes. Muy importantes en el desarrollo del comercio fueron dos campañas contra los hunos para eliminar obstáculos y garantizar la seguridad de las caravanas. En el año 60 a.C., los Han establecieron un protectorado en el oeste de la China para poder así controlar mejor a los ladrones. Para mayor información, os dejo el enlace al artículo de un amigo que mejor explica este origen: «El Origen de la Ruta de la Seda.»

Para ponernos en perspectiva, el conjunto de caminos y rutas que se convirtió en el internet de la antigüedad se extendía por más de 6.000 kilómetros, desde las costas de China en el Pacífico hasta las playas orientales del Mediterráneo, donde enlazaba con las rutas tradicionales marítimas y terrestres establecidas por fenicios, Mapa Ruta de la Sedagriegos y egipcios y atravesando desiertos, cordilleras y las amplias estepas del centro de Asia. Otra opción muy utilizada (aunque menos célebre) por los comerciantes era la ruta marítima, bordeando la India y la Península Arábiga hasta entrar en el Mar Rojo o en el Golfo Pérsico, desde donde continuaban por tierra hasta llegar a Europa, o en sentido contrario. Ningún mercader realizaba el camino completo, o al menos casi ninguno, sino que cada uno viajaba las rutas conocidas y cercanas a su lugar de origen hasta la siguiente escala, una ciudad o un puesto fronterizo donde se establecían a veces los mercados. Ahí intercambiaban sus productos y regresaban a casa con lo obtenido, que vendían a sus consumidores finales o a mercaderes llegados de otros puntos en la ruta.

¿Y qué vendían los comerciantes? Pues, obviamente, la seda producida en China, cuyo proceso de fabricación era un secreto bien guardado por las autoridades, que también prohibían la venta capullos_seda_del gusano cuyo capullo es el origen de la fibra y cuyo producto final se vendía a precios de oro entre las mujeres y hombres nobles de Roma. Pero esta tela ligera no era el único bien intercambiado. Jade, oro y lapis lázuli de las minas chinas; especias de la India y de Arabia, cobre y latón de Irán; pistaches y azafrán de Paquistán, todos encontraban su camino hacia Europa sobre los resistentes lomos de los camellos para ser intercambiados por aceite de oliva, pieles, artículos de bronce y hierro y cerámica y, de manera muy importante, uvas, que los chinos aún no conocían y mucho menos el vino que de ellas se podría obtener. De igual manera conocieron las cebollas, los pepinos, las granadas y los higos. En fin, que la Ruta de la Seda era el amazon.com de la época.

Pero al igual que ahora, los productos no eran lo único que viajaba por la autopista, que por algo lleva ahora el apelativo de “información”. El intercambio de servicios y, principalmente, el de ideas, causaron un efecto mayor aún que el de bienes tangibles. Monjes budistasMétodos de agricultura o fabricación, ideologías políticas, Filosofías y, principalmente, religiones, encontraron en la Ruta de la Seda la mejor manera de expandirse. Cada vez que un viajante se convertía, actuaba como un impulso electrónico que “contagiaba” su polaridad a más “bits” al volver a su tierra natal. La resurrección del budismo y su rápida expansión desde la India hacia China y Japón, se debió principalmente a que el boca a boca de los usuarios transmitiera vía sus redes sociales las enseñanzas de Siddhartha Gautama, aunque cada país dio a su filosofía un enfoque diferente.

Grandes ciudades como Samarcanda o Palmira actuaban como “servidores” donde se almacenaba la información para ser luego repartida a través de los “cables” de tierra que llegaban hasta ellos. De ahí, los usuarios la transmitían a otros servidores que a su vez la comunicaban a los usuarios de esa zona. Los mercados eran los buscadores, donde preguntando la palabra clave, podría obtenerse cualquier producto, paquete de datos o imagen. Y claro, al igual que en las redes modernas, la Ruta de la Seda transportaba virus, nada más que en este caso eran los de verdad, siendo el más conocido el bicho Yersinia pestis (en realidad una bacteria), surgido de China y responsable de la muerte de más de 120 millones de personas entre Asia, África y Europa en el siglo XIV.

Al final, las civilizaciones sobrevivieron y continuaron sus andanzas con nuevos usuarios, mejores antivirus y mayores controles gubernamentales, pero la Ruta de la Seda no pudo resistir el embate de una nueva red, la marítima, que con barcos más grandes y rápidos, hicieron del antiguo internet cosa del pasado, algo así como cuando Chrome sustituyó al Explorer. Al mismo tiempo, la desintegración del Imperio Mongol dividió los territorios por los que pasaba la ruta en estados unitarios, que utilizaron la pólvora para encerrarse en sí mismos y protegerse de ideas extranjeras. La puntilla llegó cuando en 1492 los musulmanes perdieron los restos de su gran imperio en España y declararon un boicot comercial con occidente.

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Durante más de quince siglos la Ruta de la Seda fue el medio más importante de intercambio cultural y comercial del mundo. Hubo varios intentos de resucitarla durante el renacimiento, pero la competencia con las rutas marítimas la hacían excesivamente cara. Eso, al menos, hasta finales del siglo XX, cuando las ciudades de Chongqing en China y Duisburg, en Alemania, quedaron unidas por una red ferroviaria que reduce el tiempo de transporte de carga en casi dos tercios del tiempo que se tarda el transporte por barco. China ha vuelto a unirse al mundo y, como colofón, mientras escribo estas líneas leo en los periódicos que el gigante asiático se ha convertido en el líder mundial de comercio electrónico. La Ruta de la Seda ha vuelto.