Sobrino de los reyes hunos Octar y Rugila, hijo de Mundzuk y hermano del también rey Bleda, Atila es una de las figuras más temidas y vilipendiadas de la época en que el Imperio Romano se tambaleaba, y muy probablemente uno de los instigadores de tal ocaso. Robusto, melenudo y con una insaciable sed de sangre, es como nos lo pintan los libros de historia, un bárbaro cualquiera, en su acepción original de extranjero, pero que más bien ha llegado a nosotros como significado de salvaje, maleducado e ignorante.
El Azote de Dios, aquel que por donde su caballo pasa no vuelve a crecer la hierba, la encarnación del demonio, y muchos más apelativos elegidos por sus enemigos para denostar su persona al no poder detener sus ansias de conquista. Pero, ¿realmente era Atila como nos lo pintan?
Orígenes inciertos
No sabemos con seguridad la fecha de nacimiento de este príncipe huno, principalmente porque su tribu no acostumbraba a registrar nada por escrito dada su naturaleza nómada. Según parece, los hunos se habían visto empujados hacia occidente por la presión de los chinos al construir la Gran Muralla y como una daga, a finales del siglo IV se clavaron en el costado del Imperio Romano de Oriente amenazando su estabilidad.
Grandes jinetes y guerreros, los hunos no se preocupaban por construir grandes ciudades o por crear fuentes estables de sustento, sino que preferían simplemente obtenerlo por la fuerza de cualquier vecino que encontraran en su camino. Roma ya no era la de antes.
Roma ya no es lo que era
Dividido en dos desde el año 285, el imperio había gozado de unidad sólo durante dos breves periodos bajo Constantino a principios del siglo IV y de Teodosio a finales del mismo siglo. En Ravena, la nueva capital del Imperio de Occidente, reina Honorio, hijo de Teodosio pero muy lejos de su padre en sus capacidades como gobernante o estratega. Igualmente débil, Arcadio intenta mantener el poder del Imperio de Oriente desde Constantinopla.
Ninguno de los dos está preparado para hacer frente a la nueva amenaza y deciden, como gesto de amistad, enviar al hijo adolescente de un general romano como rehén de los hunos, una práctica muy común en la época que demostraba amistad y buen rollito. Yo diría que los romanos se acojonaron.
Tanto miedo les tenían que Teodosio, el emperador de Oriente, se compromete en el año 422 a pagar a los hunos un tributo de 115 kg de oro al año, aunque él lo veía como el pago a los servicios prestados, y razón no le faltaba, pues en muchos casos los hunos le habían hecho favores a Roma al vencer a otros posibles enemigos del imperio. En el año 434 muere su tío Rugila y Atila y su hermano mayor Bleda ascienden al trono, y aquí empieza la leyenda.
Perdiendo el miedo
Aún en vida de Bleda, los hunos habían conseguido doblar el tributo pagado por los romanos con la condición de que abandonaran las tierras al sur del Danubio, y así lo hicieron. Durante varios años Bleda, Atila y sus tropas se dedicaron a atacar a los sasánidas en Persia hasta que estos los derrotaron en Armenia y los obligaron a volver a Europa.
Atila entonces decidió cruzar el Danubio por segunda vez, derrotado a los romanos en varias batallas y capturado varias de sus ciudades. Teodosio, viéndose derrotado pero no queriendo perder su capital de Constantinopla, firmó un nuevo acuerdo de rescate, hasta 1000 kilos de oro por año, repitiendo la condición de que los hunos debían retirarse al interior del continente.
En esos días, aproximadamente en el año 445 d.C., Bleda murió. Nadie sabe con exactitud cómo, pero muchos se han apresurado a culpar a su hermano como el inductor, pues era el claro beneficiario. Puede ser que haya sido así, pero sin pruebas fehacientes, prefiero dejarlo tan sólo como una posibilidad y no como un hecho. El caso es que Atila quedó como único amo y señor de todos los clanes que componían el heterogéneo pueblo de los hunos, y quieto no se iba a estar.
Trabajando para Roma
En el año 450, Atila acuerda con el emperador del Imperio Romano de Occidente, Valentiniano III, unirse a él en campaña contra los godos, empujados precisamente por los hunos a cruzar el Rin e invadir la Galia. Pero un acontecimiento ajeno a la guerra cambiaría la situación irremediablemente. Valentiniano había forzado el matrimonio de su hermana Honoria con un senador, al cual ella no tenía ningún aprecio, por decirlo suavemente.
La princesa, que era de armas tomar, escribió una carta a Atila en la que aparentemente le ofrecía su mano y la mitad del imperio a cambio de rescatarla del compromiso, y digo aparentemente porque ella después negó que ese fuese el trato, pero Atila así lo interpretó y decidió cobrarse a su manera. Las tropas comandadas por el rey huno cruzaron el Rin y conquistaron varias ciudades con el pretexto de cumplir su parte del trato con Valentiniano, pero cuando este descubrió el plan de Honoria decidió que tendría que hacerle frente.
Atila, el Azote de Dios
Fue por esos días que el Papa León I, temiendo que una victoria de Atila sobre Roma disminuiría su poder y el de la iglesia, bautizó al extranjero como “El Azote de Dios”, el demonio en carne viva que debía ser derrotado a toda costa.
El general elegido para liderar las legiones fue Flavio Aecio, que casualmente había vivido su adolescencia entre los hunos como parte del pacto de amistad y no agresión. Aparte de ser el militar más influyente y respetado, su conocimiento de las costumbres y tácticas de los hunos aumentó su ascendencia. Hunos y romanos convergieron en los Campos Cataláunicos, al sur de la actual Orleáns, con aproximadamente 25.000 hombres cada ejército.
Como cualquier otra batalla de la época, la sangre corrió a raudales, las espadas chocaron con la carne entre gritos de rabia y de dolor, no había futuro para el perdedor, o eso creían, pero no fue así. Aecio logró una victoria táctica, pero no pudo destruir el ejército de Atila al completo y este pudo escapar para luchar una vez más y, mientras Aecio y Valentiniano celebraban, Atila desoló el norte de Italia en 451, y se dice que la ciudad de Venecia fue fundada por ciudadanos romanos que huyeron a las islas al verse presionados por el huno.
Sin embargo, el cansado ejército de Atila no pudo llegar a Roma. Según investigaciones recientes, la enfermedad hizo mella entre los hunos, probablemente la malaria o una temprana aparición de la peste bubónica. Ya no habría más avances.
Luna de miel mortal
Poco después, de vuelta en Germania, Atila decidió desposarse por enésima vez con una mujer llamada Iídico. En la noche de bodas, tal fue la juerga que el poderoso líder y guerrero falleció probablemente ahogado en su propio vómito. Como suele suceder en estos casos, hay infinidad de versiones sobre si fue su misma esposa o algún enemigo quien lo envenenara, pero no hay forma de probar ninguna de ellas mientras no se encuentre alguna evidencia palpable. Es parte de la leyenda.
En todo caso, Atila fue uno más de los muchos hombres que en la antigüedad utilizó la fuerza bruta contra sus vecinos y enemigos, no muy diferente de lo que hicieron persas, egipcios, griegos y los mismísimos romanos, que a más de un pueblo hicieron desaparecer bajo el terror de su espada.
Atila bien pudo haber sido un guerrero sanguinario, pero no era un bruto, sino un rey, un noble que había sido educado como tal y que supo lidiar con el Imperio Romano hasta casi hacerlo desaparecer. Que su pelo largo y sus ojos achinados lo hacían más temible, vale, pero los romanos no eran los más indicados para llamarle salvaje.