En uno de mis viajes a Rusia hace un par de años, tuve la oportunidad de “desayunar” con un grupo de soldados rusos que, al igual que un servidor, eran pasajeros del Tren Transiberiano. A pesar de que el sol apenas asomaba entre las ventanas de los vagones a las diez de la mañana del invierno siberiano, el estómago ya reclamaba un tentempié para ir calentando motores. Los jóvenes uniformados con los que compartía camarote, se dispusieron a montar en una mesita una serie de platos desechable con una buena variedad de embutidos y una enorme pieza de pan que parecía un sombrero. Muy educadamente me invitaron a compartir con ellos el manjar y, aunque mi menú no era más que galletas y té, no pude rechazarlos. No me llamó la atención que hubiesen elegido carnes frías a esa hora, pues en muchos países se acostumbra, pero mis ojos quedaron como platos cuando vi que para pasar el bocado no tenían más que vodka y una litrona de cerveza. Os ahorro los detalles de la bacanal y sólo os cuento que terminamos ya por la tarde después de cinco o seis botellas del “agua” rusa, pero aquel día recordé muy bien una anécdota que había escuchado de uno de mis profesores en la facultad, y no era más que el 9 de mayo de 1945, Moscú se quedó sin vodka.
Es difícil comprender que en la cuna del vodka este pueda haberse terminado, pero por la fecha que indico, muchos ya habréis sospechado que el evento hubiese tenido algo que ver con la Segunda Guerra Mundial, y así fue. Aquel día fue elegido por las autoridades del Soviet Supremo para celebrar la victoria de los aliados sobre la Alemania nazi, después de cinco largos años de invasión, muerte y miseria. Aparte de la destrucción de cientos de ciudades y pueblos e infraestructura, la muerte de aproximadamente 30 millones de ciudadanos soviéticos había marcado para siempre al pueblo y al gobierno, que no veían el conflicto como algo internacional, sino como “La Gran Guerra Patriótica”, donde los rusos habían llevado la mayor parte de la carga contra las huestes de Hitler y había sufrido más de la mitad de las bajas civiles y militares. Es de entender que la celebración alcanzara niveles espectaculares.
El anuncio oficial llegó a la 1:10 de la mañana, nueve minutos después del final oficioso de la guerra, a través de Radio Moscú, no hizo falta animar al personal, y en pocos minutos invadieron las calles de la ciudad para montar una de las grandes fiestas multitudinarias de la historia, muchos de ellos aún en pijama. El corresponsal estadounidense que presenció el evento lo llamó “un mar de vodka”, refiriéndose a la bebida favorita de los rusos. Otro testigo comentó, “…tuve la suerte de comprar un litro de vodka en la estación de tren cuando llegué, porque fue imposible encontrarlo después. Celebramos el día de la Victoria con nuestras familias, caseros y vecinos. Bebimos por la Victoria y por los muertos, deseando que nunca viésemos una masacre igual. No había vodka en Moscú el 10 de mayo, nos lo bebimos todo”. Y es verdad, los pocos que aún quedaban en pie y con ganas, no pudieron encontrar una gota de alcohol en toda la ciudad, e incluso las existencias en los almacenes del gobierno terminaron en los estómagos y cerebros de los juerguistas.
Cuando Stalin se dirigió a su pueblo la noche del día 9, pocos fueron los que le escucharon, pues la mayoría estaba aún borracho o durmiendo la mona. Hubo cierta preocupación entre las autoridades que, aunque comprendían la euforia, temían que los ciudadanos aprovecharan la algarabía y se levantaran contra el opresivo gobierno, pero respiraron más tranquilos cuando dos días después todo volvió a la normalidad. Había razones de más para celebrar y tirar la casa por la ventana, y nadie supo hacerlo mejor que aquellos más apegados a la botella, los mismos que durante tanto tiempo habían soportado el oprobio enemigo. No les culpo y, seguramente, yo hubiese estado entre ellos.
Como otras tantas veces, no conocía esa anécdota y al igual que tu, les comprendo perfectamente, el final de cualquier guerra se debe celebrar por todo lo alto y desear que no vuelva ocurrir -aunque por desgracia los deseos no se cumplen-.
Qué envidia!!!! me gustaría tanto hacer el viaje del tren Transiberiano!!!! Hasta donde llegaste…Beijing o Vladivostok??? Me agradaría me contases cosas. Voy a mandarte algo que espero te guste. Beso de una viajera, a veces de ilusiones.
Hola Rosa, el Transiberiano es uno de los viajes más apasionantes que he hecho en mi vida, probablemente porque lo deseaba desde muy joven y tardé mucho en conseguir hacerlo. No hace falta, creo, que te lo recomiende más….y espero pronto tengas la posibilidad de lanzarte…
Ya he recibido la presentación pero apenas llego a casa y hay mucho que responder. La veré con calma y te comento.
Muchísmias gracias querida viajera por tu comentario, no dejas de sorprenderme y agradarme…
Un besazo!
¡¡¡D LO,JINDIOS…!!!!!!!
Muy buen relato.
Muchas gracias Mónica, me alegra mucho que te haya gustado, lo escribo con talento limitado pero mucho corazón…
un beso.
Hola Jesús,
pues a mí a lo más que me han invitado cuando he viajado en tren ha sido a unos bombones, aunque si me hubieran ofrecido un poquito de vodka ruso para acompañarlos no le hubiera hecho asco (aunque quizás unas horas más tarde) ¡Ja, ja, ja!
En fin, la ocasión lo merecía. El final de la Segunda Guerra Mundial debió ser una pasada para quienes la sufrieron en sus carnes. No creo que nadie de nosotros en la actualidad nos podamos hacer una idea de lo que significó. Qué lástima que en la actualidad nuestras ciudades bien podrían quedarse sin alcohol por el simple hecho de que nuestro equipo de fútbol gane… ¿un Mundial?.
Un abrazo y magnífica entrada.
jeje, es posible que me vieran cara de juerguista, y por eso a mi me invitaron el vodka…y mi padre siempre decía » a dónde fueres haz lo que vieres», así que…
El final de la SGM fue en verdad una buena razón para celebrar, entonces y ahora, y no culpo a los moscovitas por su reacción. También hubo celebraciones de auoa en Londres, Nueva York y París, y seguramente en más ciudades, pero la juerga de Moscú carga con el sanbenito de haberse terminado el combustible, aunque podría ser que las existencias fueran bajas ya de por sí…
Muchas gracias Francisco por tu comentario. A evr cuando comoartimos unos vodkas con los rusos…
Un saludo.
Te felicito porque veo que has viajado y mucho. Me encantó esta anécdota, me imagino la cara que pondrán tus alumnos cuando la oigan!
Un abrazo.
Hasta pronto.
Muchas gracias Stella,
he tenido mucha suerte en poder viajar, aunque desde que empezó la crisis las cosas ya no son igual…
A mis alumnos nunca les he contado esta anécdota, no quiero dar mal ejemplo, pero si te digo que yo la recuerdo casi todos los días, en especial cuando voy al supermercado y veo las existencias de licor. Por cierto, creo que no he vuelto a tocar el vodka desde entonces…
Muchas gracias por tu comentario. Feliz finde!