De Cómo el Caso Dreyfus dividió y debilitó a Francia.

(Primera Parte)

Una fría mañana de enero, el quinto día de ese mes de 1895 para ser exactos, una formación de tropas engalanadas con uniformes ceremoniales hace guardia en el Patio Morlan de la Escuela Militar en París. Algún homenaje, algún discurso de algún dignatario podría pensar un espectador ajeno al momento. Un observador más experto, sin embargo, juzgaría que el silencio sepulcral dominante no podría servir de heraldo a una ocasión festiva, algo más siniestro se trama. Entonces, justo antes de las diez de la mañana, los tambores inician un redoble rudimental, de esos que se escuchan en las ceremonias fúnebres de estado, oscuro como la penumbra que se cierne sobre la justicia. Casi al ritmo del toque, cinco figuras aparecen entre la bruma como si sus cuerpos se hubiesen materializado mágicamente del vapor, tres hombres uniformados, el del centro más erguido, tanto que su dignidad escupe sobre la de sus guardias. Es el Capitán Alfred Dreyfus, oficial de artillería de 34 años, alsaciano y judío, quien ha sido acusado y convicto por espionaje. En el centro del atrio, un oficial del estado avanza hacia el reo y lee la sentencia, degradación y prisión en el exilio, mientras que un guardia republicano arranca las insignias y distintivos del uniforme del prisionero, y rompe su espada sobre la rodilla. Dreyfus, incólume, levanta los brazos y grita, ¡Inocente, inocente! ¡Viva Francia! ¡Viva el ejército!

degradación del Capitan Dreyfus

No es sencillo entrever la situación subyacente del ejército francés a finales del siglo XIX, parte anti-semita, parte anti-republicana, y en todo caso aún herida en el orgullo por la derrota en la Guerra Franco-Prusiana de 1870. La sociedad no reflejaba una imagen muy diferente, dolida en el orgullo y empapada con la idea de recuperar sus queridas Alsacia y Lorena, lo que significaría sin lugar a dudas una nueva guerra. La joven Tercera República aún no se había ganado el corazón de sus ciudadanos y la inestabilidad política era la marca de la casa. Tan sólo entre 1893 y 1896 se sucedieron cinco gobiernos de los más distintos colores, y sólo unos meses antes, el 24 de junio, el Presidente Sadi Carnot había sido asesinado en Lyon por un anarquista italiano. Su sustituto, Jean Casimir-Perier, renunciaría diez días después de la degradación de Dreyfus.

Pero el problema mayor estaba en las fuerzas armadas, parcialmente aún enquistadas en un tradicionalismo monárquico que se resistía al cambio, especialmente al hecho de que los oficiales aristócratas estaban siendo reemplazados por militares de carrera ajenos a la orgullosa nobleza, lo que despertó envidias, celos y amargura, y Dreyfus era uno de los recién llegados. El caso que hundió a un país tenía mucho que ver con los preparativos para esa futura guerra contra Alemania, pero también con los prejuicios de los mandos militares y políticos, y de un pueblo manipulado por la prensa sensacionalista que veía fantasmas en todas partes.

Podemos encontrar el origen del affair en el descubrimiento a principios de septiembre, por parte de una asistenta francesa que trabajaba en la embajada alemana, de una carta, rota en seis partes, en la que se le informaba al agregado militar alemán, Max von Schwartzkoppen, que documentos militares franceses de Le Bordereaurelativa importancia estaban a punto de ser enviados a una potencia extranjera. Dicho documento sería conocido como el “bordereau” (la nota, en francés). La asistenta, diligentemente entregó los trozos de la carta, escrita en papel higiénico, a la oficina de contraespionaje francés, que a su vez lo hizo llegar al Ministro de Guerra. El General Auguste Mercier, a la sazón a cargo de la cartera de defensa, había sido criticado en los meses anteriores por no haber encontrado al culpable de casos en los que se sospechaba de espionaje pro-alemán y, no queriendo verse reprobado una vez más, ordenó inmediatamente dos investigaciones secretas para resolver el caso.

El Servicio de Estadística, como eufemísticamente se conocía a la oficina de contraespionaje, no perdió el tiempo en la búsqueda, y tampoco se preocupó de llevar a cabo una investigación concienzuda de la evidencia, lo importante era encontrar un Alfred Dreyfusculpable, y rápido. Según la opinión de un tal Capitán Matton (y el nombre no es broma), los documentos sólo podrían haber sido enviados por un oficial de artillería, pues versaban sobre esta sección del ejército. En cuestión de horas, la búsqueda se centró en el Capitán Dreyfus, quien cumplía con los requisitos prejuzgados por los “investigadores”; alsaciano que hablaba alemán, judío y uno de los oficiales promovidos gracias a sus méritos, y no por su noble alcurnia. Una vez elegido, en lugar de buscar pruebas que decidieran su inocencia o culpabilidad, se centraron en hacer acomodar la poca evidencia en aseverar que su hombre era el traidor.

En primer lugar, se buscó la ayuda de un grafólogo experto que analizara tanto la bordereau como la escritura de Dreyfus. Al no encontrar dicho experto en el equipo del Estado Mayor, entró en escena el Mayor du Paty du Clam, un autoproclamado perito en grafología quien, con sólo comparar la bordereau con escritos de Dreyfus el 5 de octubre, concluyó que la letra pertenecía a la Auguste Merciermisma persona. Esa misma noche, du Paty du Clam escribió un informe en el que confirmaba que, a pesar de que había muchas diferencias en las escrituras, las similitudes eran suficientes para concluir que Dreyfus era el autor. En los días siguientes el General Mercier (imagen a la izquierda) encargó dos análisis grafológicos más, pero cuando ambos dudaron de la versión oficial, uno fue descartado y el segundo fue cambiado bajo presión para coincidir con du Paty. Lo dicho, una vez elegido el cabeza de turco (chivo expiatorio en América), daba igual la evidencia, lo importante era condenarlo. Y Dreyfus fue condenado por un tribunal militar secreto que lo envió a las Isla del Diablo.

Para entonces el caso ya se había convertido en un círculo mediático dominado por la prensa nacionalista y reaccionaria. Surgieron historias, exageradas algunas y otras simplemente falsas, sobre el carácter del acusado, especialmente su condición de judío.

El antisemitismo francés no era muy diferente al que plagaba otras naciones europeas de la época, a pesar de que apenas 80.000 judíos hacían del estado galo su residencia y estaban tan bien integrados como en cualquier otra nación. No se trataba de un sentimiento expuesto abiertamente, sino de un prejuicio subyacente, discreto, probablemente similar al actual, pero muy prevalente entonces en los movimientos clericales y en el ejército. Todo cambió con la aparición en 1896 del libro “La Francia Judía”, de Édouard Drumont, en el que el periodista y escritor atacaba la influencia de los judíos en Francia y pedía su exclusión de la sociedad. Siete años antes había fundado la Liga Antisemítica de Francia y en 1892 había fundado La Libre Parole, un periódico abiertamente antisemítico, desde donde enardeció el sentimiento popular en contra de los judíos, apoyado no en poca medida en la “traición” de Dreyfus.

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Pero no todo el mundo estaba convencido de la culpabilidad del acusado, empezando por el que sería su más ardiente defensor, su hermano Mathieu, quien dedicó toda su energía y dinero para montar un movimiento Dreyfusiano que obligara al gobierno a revisar el caso.

Mathieu sabía que el proceso judicial había sido una farsa y que toda la evidencia exculpatoria de su hermano había sido rechazada a priori por el tribunal, muy probablemente por órdenes del Estado Mayor.  Poco a poco fue convenciendo a diferentes editores para que hiciesen sus propias investigaciones y publicaran sus resultados. Tras las revelaciones hechas, los franceses pronto se Esterhazydividieron en dos campos a favor y en contra de la revisión del caso. Al mismo tiempo, el nuevo encargado del Servicio Estadístico, Teniente Coronel Georges Piquart, había encontrado en los archivos del caso evidencia que apuntaba al Mayor Ferdinand Walsin Esterhazy (imagen a la derecha)como el verdadero culpable de espionaje. Piquart informó a sus superiores lo encontrado y sugirió un nuevo juicio, pero estos decidieron proteger a Esterhazy y a acallar a Piquart enviándolo a África. Justo antes de marcharse a su nuevo destino, sin embargo, confió el secreto a varios defensores de Dreyfus, incluidos algunos diputados, quienes acusaron al gobierno de conspiración en el congreso, y a algunos más.

(Continua mañana)

 

6 thoughts on “De Cómo el Caso Dreyfus dividió y debilitó a Francia.

  1. Hola Jesús,
    de esa época tengo en mente a François Félix Faure, Presidente de Francia de 1895 hasta su muerte en 1899. Recientemente hice un artículo en mi blog referente a este mujeriego (que también lo era) personaje, centrándome más en su polémica muerte: un infarto mientras una de sus amantes, Marguerite Steinheil, le prestaba uno de «sus servicios». Durante su presidencia se reforzó la alianza francorrusa, amnistió a los anarquistas, conquistó Madagascar y tuvo lugar el caso Dreyfus, que se negó a revisar y que conmocionó a la sociedad marcando un hito en la historia del antisemitismo. Tú lo ha explicado magníficamente y me ha resuelto más de una duda que me rondaba del Capitán Dreyfus. 😉
    Un abrazo

    • Jeje, recuerdo ese gran artículo, y si me lo permites, lo enlazaré cuando menciono la figura de Faure en el desenlace de mañana. Su muerte, además de curiosa, tuvo una importante influencia en el devenir del caso, pero lo dejo para mañana, no quiero ser un «spoiler»…;)
      Muchas gracias por tu comentario, Francisco, y por tu aportación. Sin duda es un perfecto complemento a esta historia…
      Un abrazo.

    • Jajaja, lo siento Arhur, pero el texto era demasiado largo para publicarlo como una sola entrada de blog, pero no te preocupes, en un par de horas la segunda parte estará disponible, probablemente antes de que te despiertes…;)
      Muchas gracias por comentar y un abrazo.

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