Las causas de la Primera Guerra Mundial son muchas y extremadamente complejas como para detallarlas en una página, aunque podemos resumirlas en media docena de palabras: nacionalismos, venganza, ambición, alianzas e fatalismo. A todo esto podemos añadir la ineptitud de los gobiernos, diplomáticos y líderes militares que no pudieron parar las ruedas puestas en movimiento por el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Tampoco podríamos echar toda la culpa a una persona o nación, pues la mayoría puso su granito de arena en los acontecimientos de aquel julio de 1914, ya fuese por medio de amenazas, movilizaciones o por simplemente mantenerse a la expectativa, observante, sin intentar frenar los engranajes de la tragedia. Sin embargo, hay un elemento que sí es indispensable en todos los análisis de los inicios del conflicto, un protagonista que siempre ha llevado una buena parte de la carga de responsabilidad, y no es para menos. Alemania fue ese elemento clave sin el cual, el atentado en Sarajevo no habría sido más que una disputa que bien pudiese haber sido resuelto a nivel local, pero cuya participación provocó la escalada del conflicto hasta los niveles de una guerra europea.
En primer lugar, Alemania llevaba más de una década preparándose para la guerra. El Plan Schlieffen había sido diseñado exclusivamente para derrotar a Francia, a la que luego se le añadió Rusia, y desde el principio formó parte del plan violar la neutralidad belga, sin que esto fuese una preocupación para el Kaiser o sus generales. Segundo, Wilhelm había ordenado la construcción de una marina de guerra antes incluso de principios de siglo, con la intención, nada ambigua, de desafiar y arrebatar el control de los mares de las manos del Imperio Británico, que prontamente respondió con su propio programa de ampliación y modernización de su flota. Tercero, la bruta diplomacia del Kaiser le había embarcado en provocaciones a sus vecinos, como su visita a Marrakesh en 1905, territorio en la esfera de influencia francesa, y mejor ejemplificada en los comentarios hechos al diario británico The Daily Telegraph, en el que ofendió al pueblo inglés llamándolos “locos, locos, como liebres de marzo”. No obstante, Wilhelm continuó predicando sus deseos de paz en Europa. En julio de 1914, sus acciones le desenmascararían.
El Kaiser recibió la noticia de la muerte del archiduque, de quien era buen amigo, el mismo 28 de junio, y enseguida envió sus condolencias a Francisco José, además de su apoyo para que actuara con dureza contra Serbia. El emperador, a pesar de recibir la recomendación de su ministro de exteriores de atacar al país balcánico sin tardanza, prefirió esperar a que Alemania revelara su decisión al respecto. El 1 de julio, Viktor Naumann, amigo del ministro de exteriores alemán Gottlieb von Jagow, le informó extraoficialmente que Alemania apoyaría a Austria en caso de guerra con Serbia, y al día siguiente, el embajador alemán habló directamente con el emperador, repitiéndole el apoyo tácito del Kaiser. Aún así, Francisco José decidió esperar a un comunicado oficial con la postura alemana, lo que sugiere que Austria no hubiese invadido Serbia sin el aval explícito de Alemania.
WIlhelm respondió al enviado Austriaco que apoyaría cualquier acción que Austria-Hungría considerase necesaria, pero añadió que necesitaría consultarlo previamente con el jefe de gobierno, el Canciller Theobald von Bethmann-Hollweg. Después de que dicha consulta tuviese lugar, el mismo von Bethmann, su secretario de estado Arthur Zimmermann, el jefe de gabinete del gobierno austriaco Alexander, Conde de Hoyos y el embajador del mismo país en Alemania, Szogyeny, se reunieron, y Alemania otorgó su apoyo oficial a la política austriaca, lo que se llamaría el “cheque en blanco”.
El día 4 de julio, el Kaiser declaró que estaba completamente de acuerdo con “arreglar las cuentas con Serbia”, y ordenó a su embajador en Viena que dejase de aconsejar templanza en la corte de Francisco José, y le escribió: “Debemos acabar con los serbios, rápido. ¡Ahora o nunca!” Ese mismo día, el embajador Tschirschky transmitió el mensaje al gobierno austro-húngaro, que Alemania “apoyaría a la monarquía en las buenas y en las malas, sin importar qué acción decidiese tomar en contra de Serbia”. Más claro, ni el agua.
Hasta ese día, el gobierno del emperador no estaba seguro sobre el camino a seguir, por un lado estaban los “halcones” que demandaban un ataque inmediato, y por otro los que preferían un curso de acción más sosegado, como el primer ministro húngaro István Tisza, quien prefería antes reclamar oficialmente a Serbia para al menos tener una razón jurídica para la invasión. El emperador Francisco José escuchó el consejo de Tisza y ordenó que se redactara un ultimátum pero, sintiéndose respaldado por el Kaiser, dio instrucciones de que se manifestara en los términos más severos. El belicismo alemán, añadió más leña al fuego.
Hola Jesús,
está claro que el dinero y el tiempo invertido en construir esa maquinaria de guerra alemana debía ser amortizada y se presentó la oportunidad para hacerlo. Gran reporte y magnífica exposición de algo complicado de explicar.
Un abrazo
Hola Francisco, un punto muy importante en el que no había pensado. El Kaiser y sus generales, siempre fueron promotores de una guerra «lo más pronto posible», antes de que sus rivales se hiciesen más fuertes, pero creo también en tu hipótesis, pues el armamento se vuelve obsoleto muy pronto, y algo había que hacer con él.
Muchas gracias por compartir con nosotros tan interesante punto de vista. Gracias así mismo por tus halagos.
Un afectuoso saludo.
Lo curioso del tema es que Alemania debía de saber que sobre todo Inglaterra también estaba invirtiendo a base de bien en modernizar su ejército, Francia la verdad es que menos, pero el gran rival era Inglaterra y era un pedazo de imperio con una marina realmente impresionante.
Abrazos.
Creo que el problema de Alemania era la prepotencia. Se sentían tan superiores que no creían que nadie pudiese con ellos. Francia si tenía una ejército muy fuerte, pero sus generales no estaban a la altura, vivían en el siglo XIX y no se dieron cuenta de que la guerra había cambiado, y así les fue a todos…
Muchas gracias Dess por participar, siempre añades un punto de vista muy valios.
Un abrazo.
Ante vosotros dos… quedo parca de palabras. La mecha de la guerra ya estaba medio encendida y sí, los alemanes añadieron más cartuchos para que Austria-Hungria se enfureciese y encendiera los otros cartuchos. Me apasiona leerte. Abrazos.
No sé qué haría sin tí Rosa, me alegras las tardes y me llenas de ánimos. Tienes razón al decir que la mecha ya estaba encendida, pero es que los alemanes regaron Europa con gasolina…pero así les fue…y me alegro.
Un besín Europeo…;;)