Todos hemos visto alguna vez el terrible accidente del Hindenburg, incendiándose en cámara lenta ante las miradas aterrorizadas de miles de espectadores en Lakehurst, Nueva Jersey (para el que no lo haya visto pongo abajo el vídeo). Después de una explosión inicial en la popa, el fuego se extendió por toda la nave como una gran lengua infernal, calcinando todo a su paso mientras su enorme carcasa de aluminio se desplomaba sobre decenas de figurillas humanas corriendo para salvar la vida y un horrorizado periodista narraba angustiado la escena. Aquella tragedia del 6 de mayo de 1937, saldada con 26 tripulantes y 12 pasajeros muertos, significó el fin de la era dorada de los dirigibles como medios de transporte. No era la primera vez que un accidente de este tipo ocurría, pero si la primera a la vista de tantos testigos y, principalmente, de los medios. Al día siguiente, la segunda gran nave de la empresa, el Graff Zeppelin, aterrizaba en Alemania después de su rutinario servicio trasatlántico a Rio de Janeiro. Sería su último viaje.
Antes de la tragedia del Hindenburg, los dirigibles llevaban tres décadas desafiando a la gravedad y surcando los aires como el más rápido y eficiente vehículo hasta entonces conocido. Originalmente no eran más que globos aerostáticos dotados de algún motor impulsor, pero gracias al ingenio y trabajo de un puñado de visionarios, pronto se convirtieron en vehículos con estructuras rígidas o semi-rígidas capaces de levantar cargas pesadas, decenas de pasajeros, o bombas. A pesar de que la tragedia puso fin al uso civil de los dirigibles, su uso como arma de guerra no se descontinuaría.
Anteriormente, tanto en la Guerra Civil norteamericana como en la Guerra Franco-Prusiana de 1870, los contendientes utilizaron globos aerostáticos como plataformas de observación en colaboración con la artillería. Vigías encaramados a las naves, con una vista más amplia que los cañoneros, transmitían por señales las correcciones necesarias para poder acertar en el blanco. En ocasiones, y debido al daño que podían causar, ellos mismos se convertían en el blanco del enemigo, por lo que se consideraba una labor bastante arriesgada. La contienda europea duró muy poco como para ver mejoras substanciales en la tecnología, pero las cosas cambiarían mucho antes de la Primera Guerra Mundial.
En la segunda mitad del siglo XIX, quedaban todavía algunos años para que los hermanos Wright construyeran la primera máquina voladora más pesada que el aire, y el ancestral sueño del vuelo era el nirvana, la gloria para el primero en conseguirlo. El desarrollo de los dirigibles tuvo muchos patrocinadores, en muchas ocasiones aventureros que buscaban la emoción experimentada al volar, más que como un potencial medio de transporte, pero también ingenieros serios que llegaron a patentar dirigibles propulsados tan pronto como 1852 (Henri Giffard) o 1872 (Paul Haenlein).
Pero sin duda la persona que más hizo por impulsar la capacidad y eficiencia de los dirigibles fue un noble, antiguo general e industrialista alemán, cuyo nombre bautizaría al invento en el imaginario popular: Ferdinand Graff (conde en alemán) von Zeppelin. Durante su carrera como militar, von Zeppelin había sido enviado como observador a la Guerra Civil en los Estados Unidos, donde en una visita a un campamento de globos de observación fue invitado a subir en uno de ellos. Seguramente la experiencia hizo mella, pues al retirarse en 1891, dedicó todos sus esfuerzos y fortuna a desarrollar un dirigible para su patria, atrasada en ese apartado con respecto a sus vecinos franceses. El concepto que Zeppelin tenía en mente difería mucho de los vistos en otros países. Se trataba de un armazón rígido de aluminio forrado de una cubierta textil. Un conjunto de “bolsas” independientes que podían inflarse o desinflarse individualmente proporcionarían sustentación. En lugar de aire caliente, los zeppelines utilizaban hidrógeno, gas que al ser más ligero que el aire, daba al dirigible el empuje vertical necesario para levantarlo. Para evitar las fugas de gas al máximo, tarea muy importante siendo el hidrógeno altamente inflamable, los ingenieros diseñaros las bolsas de un material singular, pero abundante: los intestinos delgados de miles de vacas. Los motores, instrumentos de control y la góndola estarían fijados al armazón rígido, en lugar de ir colgados bajo el globo, como se hacía hasta entonces. El prototipo, LZ1, llevó a cabo su primer vuelo el 2 de julio de 1900, con una duración de 20 minutos, aunque sufrió algunos desperfectos al aterrizar. Dos vuelos más tuvieron lugar en los próximos meses, pero el LZ1 no convenció a las autoridades y retiraron su apoyo.
Zeppelin necesitaría encontrar más inversores si quería continuar su cruzada. El rey de Wurttemberg, amigo suyo, organizó una lotería estatal en la que recaudó 125.000 Marcos; el gobierno prusiano puso otros 50.000 y el Conde consiguió el resto hipotecando propiedades de su esposa. El LZ2 y el LZ3 tuvieron una suerte parecida, vuelos cada vez más largos, pero sin alcanzar el mínimo requerido por el ejército, 24 horas de vuelo continuo. Zeppelin no se dio por vencido y construyó dos naves más, el LZ4 y el LZ5. El primero se incendió tras soltarse de sus amarras en una tormenta, pero el segundo consiguió impresionar tanto al Kaiser como a sus generales, y decidieron comprar esta última nave, al mismo tiempo que levantó en el público una ola de optimismo que ayudó al conde a reunir 6 millones de marcos para la ampliación de la empresa y sus objetivos. Ya era 1906, y los vientos de guerra soplaban cercanos. A nadie se le escapaba que los dirigibles tendrían un alto protagonismo en el próximo conflicto, pero mientras tanto, había que ganar dinero, por lo que se formó la Asociación Alemana de Aviación, o DELAG por sus siglas en alemán, que hasta el inicio de la guerra, transportó a más de 35.000 pasajeros en 1.600 vuelos son ningún incidente. La revolución aérea comenzaba. Pero el conflicto europeo interrumpió todas las actividades civiles de la empresa, que a partir de ese momento se dedicó en exclusiva de proveer al ejército de naves con usos militares.
Los primeros en utilizar un dirigible para lanzar bombas sobre el enemigo fueron los italianos en su guerra contra Turquía en 1912, aunque el escritor H.G. Wells, el mismo de La Guerra de los Mundos, ya había descrito batallas en las que flotas enteras de zeppelines destruían ciudades en su libro La Guerra en el Aire (1908). Tanto alemanes como franceses y británicos habían construido flotillas de las naves antes de 1914, pero nadie estaba seguro en el cómo utilizarlas. En los primeros meses de batalla, los estrategas prefirieron usarlos como en conflictos anteriores, esto es, como plataformas de observación, pero las necesidades de la guerra pronto encontraron nuevas tareas para las naves. Una original idea provocada por otra arma debutante, el avión, fue la de formar barreras de globos semi-rígidos frente a las líneas, labor en la que aún en el siglo XXI se continúan utilizando. También se les encontró una utilidad como bombarderos tras las líneas enemigas, pero su enorme tamaño y su fragilidad les hacían blancos demasiado fáciles de derribar.
Entonces, la noche del 19 de enero de 1915, dos dirigibles alemanes, el L3 y el L4, dejaron caer las primeras bombas sobre ciudades inglesas, los pueblos costeros de Great Yarmouth y Kings Lynn, causando pocos destrozos materiales, y cuatro muertos. Sin embargo, el efecto que el bombardeo tuvo sobre la población fue terrorífico, pues por primera vez en siglos, civiles ingleses se veían bajo la directa amenaza de proyectiles enemigos. Y esa era el plan. Los alemanes creían que el pánico y el estrés por el constante peligro empujaría a la población civil a pedir un armisticio, otro de los muchos pronósticos equivocados de los teutones. La gente resistió estoica y continuó dando su apoyo al esfuerzo bélico, a pesar de que los ataques se convirtieron en una rutina de fuego. El 31 de mayo, el dirigible L38 llegó a Londres, donde en 20 minutos descargó 28 bombas explosivas mas otras tantas incendiarias. La primera vez en la historia que la capital inglesa era atacada desde el aire. En el barrio de Hackney, dos bombas de fuego cayeron en el hogar del matrimonio Good, atrapándolos dentro. Al día siguiente sus cadáveres fueron encontrados arrodillados frente a su cama en posición oratoria, calcinados, pero con el brazo de Mr. Good aún rodeando la cintura de su esposa. Los ataques se sucedieron durante los dos años siguientes, alcanzando la capital inglesa en cinco ocasiones sin que nada los detuviera: No era que fuese altamente destructivos, pero las quejas de la población empujarían al gobierno a tomar cartas en el asunto.
Las enormes luces rastreadoras muy utilizadas por Hollywood, hicieron su aparición por esa época, al igual que las primeras balas expansivas, como respuesta a la dificultad de las balas convencionales para derribar a los zeppelines. También se diseñaron modernos métodos de detección de sonido, situados en las costas, para advertir la presencia de naves enemigas a las patrullas aéreas. Finalmente, los esfuerzos tuvieron su recompensa cuando, en la madrugada del 2 de septiembre de 1916, el Teniente de la RFC W. Leefe-Robinson, derribó un dirigible sobre un suburbio de Londres. La bola de fuego de hidrógenos fue vista por los asombrados y complacidos londinenses, y por muchos más.
La ofensiva continuó durante varios meses hasta casi el final de la guerra, pero con cada vez menor frecuencia. Al final, el principal enemigo de los dirigibles fueron los aviones, a pesar de que estos habían empezado la guerra en inferioridad técnica. El Alto Mando alemán se aferró a su sueño de un arma de destrucción masiva a largo alcance, ideal que fue heredado a sus compatriotas durante la Segunda Guerra Mundial, pero la realidad contó otra historia. Los grandes zeppelines no volverían a volar más en misiones de combate.
Hola Jesús,
de niño vi una película (no recuerdo su nombre) en el que el protagonista era un Zeppelín y desde entonces siempre me han impresionado estos «globos voladores». Muchos son los que piensan que los precursores de la aeronáutica fueron los hermanos Montgolfier sin embargo, más de 70 años antes, el jesuita Bartolomeu Lourenço de Gusmao construyó un aparato que consiguió elevarse cuatros metros del suelo, El sacerdote pasó al olvido pero fue en una tarde aburrida y fría, que los hermanos Montolfier jugaban cerca de una hoguera cuando vieron que unas bolsas de papel subian hasta el techo cuando pasaban cerca del fuego. Así, el 4 de juno de 1783 realizaron su famosa demostración de vuelo en globo en un mercado francés recorriendo dos kilómetros durante diez minutos a una altura estimada de 1600 a 2000 metros. En septiembre, en Versalles, y delante de más de 130.000 personas entre los que se encontraba el mismísimo rey Luis XVI y su esposa Maria Antonieta, hicieron la primera prueba con tripulantes. Pero al igual que en la carrera espacial del siglo XX se contó con unos tripulantes muy especiales: un gallo, un pato y una oveja. Lejos quedan estos inicios de la aeronáutica con los «Colosos del Aire» que nos presentas, y sin duda seguirían sorprendiéndonos en la actualidad si pudiéramos volver a ver uno. Espléndido artículo (como nos tienes habituado) que nos acerca y recuerda estos magnificos «monstruos voladores».
Un abrazo
Hola Francisco, efectivamente, los hermanos Montgolfier fueron los precursores de todos los globos aerostáticos y, en mi humilde opinión, también de los zeppelines.
Hubo también un español que se distinguió en el diseño y construcción de dirigibles. El cántabro Leonardo Torres y Quevedo, fue uno de los principales diseñadores de de este tipo de aeronaves, aunque como suele suceder, nadie le hizo caso en España y se fue a Francia, donde sus creaciones fueron muy utilizadas durante la guerra. (http://en.wikipedia.org/wiki/Leonardo_Torres_y_Quevedo).
Muchas gracias por tu valiosa aportación, siempre añades datos muy interesantes, lo cual te agradezco, y seguro mis lectores también. Un abrazo.
Que Horror!!!!! Por suerte no he vivido esas experiecias y deseo de nadie las vuelva a vivir -al menos en nuestro pais y los que nos rodean-, ya que por desgracia siguen habiendo horrores de guerra por otros lugares. He visto la caida del Zeppelin en documentales y recientemente en una película.
Como es costumbre, gran información,
Un abrazo,
Hola Rosa, es muy difícil, aunque no imposible, que una tragedia así se vuelva a repetir, principalmente porque los dirigibles actuales utilizan helio, un gas no inflamable, en lugar de hidrógeno, altamente inflamable. En todo caso, todos recordamos con tristeza el accidente del Hindenburg, que es ya parte de nuestra historia, al igual que esas majestuosas naves…
Muchas gracias por tu comentario, espero no estar cansándote con tanta entrada…
Un besín.
¡Pero qué sabios más insensatos aquellos a quienes se les pudo ocurrir que el volar en esas bombas de gas pudiera transformarse en algo seguro! Otra gloria del hombre transformada en polvo. Sonido y furia y, en definitiva, nada.
Jeje, son los peligros que el aventurero acepta Lino. Gracias al cielo, y a la tecnología, los dirigibles modernos ya no utilizan hidrógeno, sino helio, pues no creo que les permitirían seguir surcando los aires como bombas volantes.
Muchas gracias por tu comentario. Un afectuoso saludo.