Julio de 1914 fue un mes decisivo para el futuro de Europa y de buena parte del mundo. El Imperio Austro-Húngaro, apoyado por Alemania, deliberaba su curso de acción para castigar a Serbia por el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Rusia confirmaba su compromiso de defender a sus primos balcánicos en caso de invasión y Francia hacía lo mismo respecto al gobierno del Zar, apoyada en su pacto de ayuda mutua conocido como la Entente Cordiale. Gran Bretaña estaba menos segura de su posición y, a pesar de que sus generales llevaban un lustro preparando acciones conjuntas con sus vecinos en el continente en caso de una agresión alemana, no todos en el gobierno liberal de Herbert H. Asquith avalaban la participación directa del Imperio. La única condición incuestionable para entrar en la guerra sería la violación de la neutralidad belga, que los alemanes habían encuadrado en sus planes desde el principio, pero que debía tener lugar antes de que los británicos se viesen obligados a reaccionar. Del otro lado del Atlántico, sin embargo, el redoble de los tambores de guerra no era más que un vaporoso susurro, intrascendente para la mayoría de los estadounidenses, más preocupados por sus propios asuntos que por un nuevo conflicto entre las belicosas e insaciables potencias europeas.
Desde el final de la Guerra de Secesión en 1865, los Estados Unidos se habían embarcado en una era de rápido crecimiento económico impulsado por la invención y el desarrollo de nuevas tecnologías en las grandes industrias, acero, minería, agricultura, y apoyado por la expansión de la población gracias a las masivas olas de inmigración procedentes de Europa y Asia. Hacia principios del siglo XX, la “Era Dorada”, como la llamaría el literato Mark Twain, había convertido a la joven república en una potencia económica capaz de rivalizar con las potencias europeas. En la arena política, la guerra contra España había expulsado a esta de sus últimas colonias en el continente, cumpliendo por fin el deseo de un antiguo presidente norteamericano y su teoría de “América para los americanos”, en más de un sentido. Por aquel entonces hubo llamadas de políticos y personas influyentes para incitar a los Estados Unidos a construir su propio imperio colonial, e incluso lograron que las Islas Filipinas y Puerto Rico se mantuvieran como un protectorado norteamericano, pero al final, aquellos que defendían el espíritu republicano de los padres fundadores y su aversión a los grandes imperios triunfó sobre los expansionistas y, aparte de la compra de Alaska en 1867 a Rusia, los estadounidenses se preocuparon más por desarrollar lo conquistado que por lanzarse en aventuras internacionales. En esa situación se encontraban cuando la Primera Guerra Mundial estalló en Europa.
El 4 de agosto de 1914, el día que Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania, el Presidente Woodrow Wilson proclamó formalmente la neutralidad de los Estados Unidos, una posición que apoyaba la mayoría de los ciudadanos. Su esperanza inicial era que su país se mantuviese “imparcial en pensamiento y obra”, y que los europeos resolvieran sus problemas entre ellos, circunstancia que como la mayoría de contendientes, Wilson creía que llegaría en unos cuantos meses. No obstante, el desarrollo de las sangrientas batallas del verano y el estancamiento al que llegaron los ejércitos hacia finales de septiembre que obligó a las tropas a atrincherarse, pronto demostró que el conflicto iba para largo, y que a Estados Unidos le tocaría jugar un papel importante en la contienda, quisiese o no, en alguno de los bandos.
Considerando la actual “relación especial” entre el Reino Unido y su antigua colonia, más de uno podría pensar que hace cien años los Estados Unidos se decantaría por unirse a los aliados, con los que le unía una relación comercial muy próspera y ciertos elementos culturales, pero las cosas no estaban tan claras para la mayoría de ciudadanos.
En primer lugar Inglaterra no inspiraba demasiada confianza, después de todo, apenas cien años antes había invadido territorio norteamericano con la intención de recuperar el control de sus ex súbditos. Además, durante la Guerra Civil, el Imperio había tardado en apoyar a la Unión y en más de una ocasión flirteó con los Estados Confederados, debido en parte a que los ingleses necesitaban el algodón sureño para su potente industria textil, pero también porque les interesaba una América dividida en la que ninguna de las naciones resultantes le hiciese sombra en el resto del mundo. Segundo, la composición étnica de los norteamericanos, con una mayoría de descendientes de alemanes y con una importante colonia irlandesa contraria a una alianza con los ingleses, impulsó el nacimiento de organizaciones abiertamente aislacionistas y en contra de cualquier aventura bélica contra sus antiguas naciones. Tercero, Wilson había sido profesor de historia moderna y comprendía que la mayoría de las guerras no era cuestión de buenos y malos y que el conflicto europeo tenía demasiadas aristas como para decantarse por un bando. Asimismo, como presidente, su intención era proteger a Estados Unidos, y mientras sus rutas comerciales no se vieran afectadas, la neutralidad sería el eje de su política exterior. Los eventos relacionados precisamente con este tema, serían la causa de un cambio en la posición de Wilson y del resto de estadounidenses.
La primera grieta vino provocada por el hundimiento, el 7 de mayo de 1915, del transatlántico Lusitania por un submarino alemán. De bandera británica, se trataba de un buque de pasajeros, pero los alemanes afirmaron que transportaba en sus bodegas toneladas de material militar, por lo que era un blanco legítimo (el tiempo les dio la razón). El consulado alemán en Nueva York había publicado una advertencia a los pasajeros norteamericanos precisamente porque sospechaban la ilegalidad de la carga, pero no todos escucharon, y 128 norteamericanos perecieron en la tragedia. Las protestas no se hicieron esperar en ambos bandos y muchos diputados del congreso, la mayoría republicanos pero también un creciente número de demócratas, alzó la voz a favor de la involucración de Estados Unidos en la guerra. Sin embargo, el Secretario de Estado William Jennings Bryan sugirió moderación, y Wilson prefirió simplemente hacer una reclamación oficial al gobierno de Alemania exigiéndole una compensación a las víctimas y un alto a los ataques a barcos civiles, sin importar su bandera. No hubo acuerdo, pero con el tiempo la opinión pública se enfrió y sus líderes se dieron cuenta de que Estados Unidos no estaba listo para la guerra, por lo que el asunto no pasó a mayores.
Entonces, empujado por la desesperada situación que el bloqueo británico estaba causando a Alemania, el Kaiser ordenó en enero de 1917 la guerra submarina sin restricciones a pesar de las protestas de los países neutrales. Wilson se dio cuenta en ese momento que sería muy complicado para él mantenerse neutral. Aún así, el lema de su campaña de re-elección en 1916 había sido: “Él nos mantuvo fuera de la guerra”. Un evento inesperado también en enero de 1917, cambiarían el rumbo de la posición norteamericana y el de la guerra.
Es un gran placer leerte, muy bien coordinada toda la información, En la tele vi no hace mucho la película del hundimiento del Lusitania, allí se veia muy bien que América, muy politicamente, se lavó las manos, hicieron mandaron un par de aviones pero la verdad es que se volvieron a largar. Luego, siempre por intereses económicos se involucraron en la PGM.
Un beso muy cariñoso,
Hola Rosa, gracias, para mi es un placer, y un honor, que te fijes en mi humilde blog. El hundimiento del Lusitania fue una de esas tragedias que se mantienen en nuestra memoria, no sólo porque murieron más de mil personas, entre ellos muchos niños, sino porque era algo evitable. No quiero disculpar a los alemanes por su crímen, pero si es reseñable que los pasajeros estaban advertidos. Además, el Lusitania se hundió frente a las costas de Irlanda, cuando ya se preparaban para el desembarco. Loa americanos, como bien dices, se arrugaron, pero bien sabían que al final tendrían que entrar en la guerra, como así fue, y hoy descubriremos la gota que derramó el vaso.
Muchas gracias por comentar Rosa, te deseo un excelente fi de semana, y ta mando un besito.
No sé si ese acontecimiento inesperado será el telegrama ese mandado a México, en todo caso esperaremos ansiosos la siguiente entrega 🙂
Jeje, que bien lo sabes, y en unas horas confirmaré tu predicción,
Gracias por comentar Dess, como siempre.
Un abrazo.
Hay una errata, Alaska se compró a Rusia en 1867 no en el 1897
Gracias Dani, ya he corregido la errata…no se qué haría yo sin vosotros…:P un saludo.