Como parte del Plan XVII desarrollado por el Alto Mando previo a la Primera Guerra Mundial, el 7 de agosto de 1914 las tropas francesas cruzaron la frontera de Alsacia en el extremo sur de los Vosgos, y en dirección a Mulhouse, un importante centro industrial sobre el Rin que en las siguientes semanas sería ocupado dos veces por dicho ejército, sólo para verse expulsado en ambas ocasiones por los alemanes. Pocos kilómetros al sur, el VII Cuerpo alcanzaría el éxito capturando Altkirch en una de las últimas clásicas cargas de bayoneta. Ese mismo día desembarcaba en Boulogne la avanzadilla inglesa que prepararía la llegada de las primeras unidades de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF por sus siglas en inglés), que debería estar en posición antes del día 15. También el día 7, mientras los regimientos a cargo de Erich Luddendorf conquistaban la Ciudadela de Lieja, llegaba al Cuartel General Francés la advertencia por parte del General Fournier, comandante de la fortaleza de Maubeuge, de una posible acción masiva de los alemanes desde Bélgica, a juzgar por sus fuentes de inteligencia. Por la noche fue destituido por el General Joffre, que lo tildó de “derrotista”.
Al futuro Mariscal y a su estado mayor les preocupaba muy poco una posible ofensiva alemana desde el norte, a pesar de que casi un millón de soldados enemigos ocupaban Bélgica. Lo importante era atacar, atacar y atacar y, mientras más fuerte fuese el ala derecha del Plan Schlieffen, más débiles serían las defensas en Alsacia y Lorena, el objetivo francés. Joffre confiaba en que sus divisiones de reserva junto con los ingleses serían capaces de detener el avance alemán, mientras el llegaba al Rin y se abría camino hacia Berlín. No se daba cuenta, o no quería darse cuenta, de que su flanco izquierdo de su 5º Ejército quedaba expuesto a los tres ejércitos a cargo de von Kluck, von Bülow y von Hausen.
Además de Fournier y de toda la evidencia que se puede comprar cuando la mitad de las tropas de tu enemigo ya se han plantado en tu costado, Joffre recibió decenas de mensajes de civiles en Bélgica informando que se estaban reuniendo grandes números de soldados alemanes en la zona central de Bélgica, y que sus pelotones de reconocimiento se centraban en las ciudades de Namur, Mons y Dinant, todas ellas cercanas a la frontera con Francia. Pero Joffre siguió pensando que era una maniobra de distracción, y no el foco del ataque alemán, como si el Kaiser y von Moltke hubiesen provocado la entrada de Inglaterra en la guerra sólo para confundir al enemigo. Pero sí suelen pensar los generales cuando sus predicciones se convierten en dogma.
Mientras tanto, la estrategia francesa de ataque, a pesar de sus pequeños éxitos iniciales, estaba siendo rechazada por la fuerza defensiva alemana, muy inferior en número, con un alto coste de bajas para los de los pantalones rojos. La táctica de lanzar cargas en terreno abierto contra el enemigo para ver quién terminaba con más soldados, ya no funcionaba cuando la principal arma defensiva era la ametralladora. Las cosas no iban muy bien para los aliados en ninguno de los frentes y se perdían miles de hombres en ataques futiles. Alemania continuaba su avance por Bélgica destruyendo todo lo que encontraba en su camino y se acercaban a sus posiciones de asalto, y los ingleses apenas llegaban. Por fin, el 15 de agosto, Joffre publicó su Instruction Particuliere No. 10, admitiendo que el grueso del ataque alemán vendría por el norte, y rogó al General Sir John French al mando de la BEF que ese mismo día conseguía estar operativa, que ocupara sus posiciones en Maubeuge.
No obstante, las cosas no marchaban como esperaban los alemanes. Contrario a sus expectativas, los belgas no sólo se habían levantado en armas para defender su país, sino que habían conseguido retrasar el calendario de la invasión con una resistencia valiente e inteligente dirigida por el Rey Alberto, que aprovechaba su mejor conocimiento del terreno para emboscar al enemigo y hacerle perder no sólo tiempo, sino también un gran número de hombres. Ambos factores resultaron tener una enorme relevancia en el curso de los acontecimientos, y en el futuro de la guerra, y los alemanes no estaban dispuestos a perdonar el atrevimiento de sus vecinos. En los días que transcurrieron entre la toma de Lieja y la Batalla de Mons, los métodos de castigo autorizados por el Alto Mando alemán mostrarían su lado más oscuro, y escribirían en los libros de historia algunas de las más célebres atrocidades del conflicto.