“No era hueso y pluma, sino una idea perfecta de libertad y vuelo, limitada por absolutamente nada”
― Richard Bach, Juan Salvador Gaviota
En estos días hemos podido leer en la prensa cómo aviones norteamericanos han bombardeado posiciones del yihadista ISIS en Irak. Al momento de escribir estas líneas, no sabemos exactamente qué tipo de aeronave fue utilizada ni de dónde despegaron para su misión, F-15 Eagles desde algún portaviones en el Gofo Pérsico, F-22 Raptors de las bases de Rahmstein o Aviano, o posiblemente B-2 Stealths capaces de hacer el viaje desde la Base de la Fuerza Aérea Whiteman en Missouri hasta Asia Central, soltar su carga y volver a casa sin tocar tierra. Lo que nos importa hoy es que el avión es un elemento imprescindible en cualquier acción militar moderna, y que ha llegado a un nivel de eficiencia y fiabilidad que pocos se podían imaginar hace un siglo, cuando el frágil invento de los hermanos Wright levantó por primera vez el vuelo en las dunas de Kitty Hawk.
Once años después del trascendental vuelo de los mecánicos de bicicletas y, a pesar de la juventud de la ciencia, la tecnología aeronáutica había dado un salto cualitativo sin precedentes, ejemplificado por el cruce del Canal de la Mancha por Louis Bleriot en 1909. No obstante, a pesar de todos los avances, era muy complicado mantener las máquinas en el aire, y más difícil aún usarlas como armas. Pero en sólo una década, la teoría del vuelo se convirtió en un sistema comprensivo de guerra que convencería al más escéptico de su gran utilidad como arma de ataque y de defensa.
La primera batalla aérea de la historia tuvo lugar en la guerra de revolución mexicana, cuando en 1913, dos mercenarios norteamericanos se batieron en el aire disparándose con pistolas; el mismo año, un avión italiano dejó caer las primeras bombas contra los turcos en Libia. Cuando la Primera Guerra Mundial estalló en 1914, el combate aéreo estaba en pañales y tanto tecnología como recursos humanos tuvieron que aprender sobre la marcha, empujados por la necesidad y en respuesta a los avances del enemigo en las mismas áreas.
Los ejércitos de todas las potencias europeas tenían a su disposición varios cientos de aviones, si bien no estaban muy seguros de cómo usarlos. En un principio, las unidades disponibles se utilizaron para el reconocimiento de los movimientos del enemigo y para dirigir la artillería desde las alturas, no muy diferente de cómo se venían utilizando los globos aerostáticos desde hacía siglo y medio. La cuestión es que a todos los bandos se les ocurrió la misma idea y pronto el tráfico aéreo aumentó lo suficiente como para hacerlo poco cómodo. Al igual que los norteamericanos habían hecho sobre México, los pilotos intentaron derribarse mutuamente utilizando sus pistolas, pero pronto se dieron cuenta que el método distaba mucho de ser eficaz.
Un Avro 504 inglés tuvo la infausta distinción de ser el primer avión derribado por fuego de artillería el 22 de agosto. A principios de septiembre, un biplano Voisin equipado con una ametralladora Hotchkiss, despegó de su base en el norte de Francia para convertirse en pionero, cuando su observador, sentado en la cabina delantera, derribó un avión alemán. En menos de un mes, la práctica totalidad de aviones de combate sobre los cielos europeos estaban equipados con ametralladoras. Cabe destacar que Francia fue el primer país que investigó un sistema para evitar que las balas golpearan las aspas de la hélice. Específicamente, fue el aviador Roland Garros quien añadió placas
deflectoras de acero a las aspas de su avión. Garros derribó seis aeronaves enemigas en las siguientes tres semanas, hasta que tuvo que aterrizar en territorio enemigo después de un ataque, y fue arrestado. Los alemanes, al observar su sistema, se los mostraron a Anthony Fokker, el ingeniero holandés que trabajaba para el ejército alemán, y quien poco después, desarrolló el sistema de sincronización que pronto se volvería popular en todas las fuerzas aéreas.
Un Avro 504 británico también fue el primero en realizar un ametrallamiento desde el aire, cuando el 22 de octubre atacó un tren y una columna de soldados alemanes. En esos mismos días, un escuadrón de 504 bombardeó la fábrica Zeppelin en el lago Constanza, dañando un dirigible y destruyendo los tanques de almacenamiento de gas, la primera vez que se llevaba a cabo un bombardeo a larga distancia. Los generales pronto se dieron cuenta de que la utilidad del avión iba más allá de las misiones de reconocimiento y en febrero de 1915, tuvo lugar sobre los campos de Neufchatel la primera batalla en la que la aviación participó en coordinación con la infantería y la artillería. Coordinadas bajo un mismo mando y sincronizadas en el tiempo, aeronaves aliadas fijaron sus blancos en objetivos en los cañones y las trincheras alemanas antes de una carga. El éxito fue moderado pero la misión dejó claro que el arma aérea no necesariamente funcionaba de manera autónoma, sino que bien podría ser muy útil al servicio de los soldados de a pie.
A partir del comienzo de la guerra de las trincheras, la importancia del avión se acrecentó sobre el campo de batalla. Fue la era de las grandes batallas aéreas entre extravagantes y caballerosos pilotos con sus gafas ajustadas y sus elegantes chaquetas de cuero y bufandas. Francia fue la primera en instituir la figura del “As”, otorgada a los pilotos que derribaban cinco aviones enemigos., el resto de países la imitaron. Nombres como Maxim Imoman, Oswald Boelcke (conocidos como la Plaga Fokker) , Manfred von Richthoffen el “Barón Rojo), Rene Fonck, Georges Guynemer, Billy Bishop y Eddie Rickenbacker colmaron los titulares de prensa y se convirtieron en héroes de hijos y padres (próximo artículo dedicado a ellos).
Como toda tecnología construida para matar, los aviones sufrieron muchos cambios y evoluciones durante la guerra. La velocidad se duplicó en los cuatro años de conflicto y su eficiencia como cazas y bombarderos les confirmaron como una de las ramas bélicas fundamentales en los próximos conflictos. Poco tenían que ver las últimas unidades en surcar los cielos sobre las trincheras con los primeros y endebles aviones de 1914 y mucho menos aún con los poderosos Stukas y Spitfires de la Segunda Guerra Mundial. Ni hablar de las diferencias en velocidad y armamento de los encargados de bombardear a los yihadistas en Irak.
Tres años antes del comienzo de la guerra, el general Ferdinand Foch, entonces Director de la Academia Militar tuvo la ocurrencia de decir que “los aviones son un juguete interesante, pero no tienen valor militar”. Seguramente le llamaría la atención, por decir algo, si pudiera viajar en el tiempo y plantarse en la cubierta del portaviones francés que actualmente lleva su nombre. Algo de vergüenza le daría, pero no me cabe duda de que se maravillaría con la moderna tecnología de la aviación militar, y ya le hubiera gustado tener uno de esos MIrage en 1914, pero así es la historia.
Los F15 son aviones con base en tierra. Desde los portaaviones operan los F18. Y el portaaviones con el nombre de Foch ya fue retirado del servicio en Francia.
Conozco ambos datos, mencioné a esos aviones como ejemplo, además de que dije que probablemente habían despegado de Aviano, que no es un portaaviones. En ningún momento dije que el Ferdinand Foch estuviese todavía en servicio-