Apenas y le había dado tiempo a la bruma de primavera retirarse de los otrora campos de sembradíos alrededor de Villers-Bretonneux, pero tanto invasor como defensor se preparaban ya para una nueva fase de la Batalla de Lys. La ofensiva, una de las últimas organizadas por el cada vez más desesperado ejército alemán, tenía como objetivo romper las filas aliadas de una vez por todas antes de que los refuerzos norteamericanos desequilibraran el impasse de cuatro años. Una acción como cualquier otra, podríamos pensar, y estaríamos en lo cierto si no fuese por un evento digno de recordar, el primer enfrentamiento tanque vs tanque de la historia. Tres aparatosos Mark IV británicos se enfrentaron a un igualmente torpe A7V alemán, con un resultado indeciso en el que ambos bandos lograron causar daños al enemigo, pero la línea del frente terminó el día tal y como lo había empezado.
La idea de un vehículo blindado que pudiese atravesar el frente abalanzarse sobre el enemigo con poco riesgo viene de antaño. Los romanos protegían sus torres de asalto y sus arietes con tablones y pieles para protegerse de las flechas mientras eran empujados hacia las murallas. Las armaduras de hombres y caballos de la Edad Media podrían ser consideradas asimismo como precursoras de los tanques aunque aún fuese necesaria la fuerza animal como fuente de propulsión. Al gran Leonardo da Vinci, entre otros muchos de sus inventos, diseñó una especie de plato andante protegido con tablones y placas metálicas, con ocho cañones que le daban un ángulo de tiro de 360º. Como muchos de los otros ingenios del maestro del Renacimiento, el tanque tenía una buena base teórica, pero en la práctica no era funcional. Sin embargo, la semilla estaba ahí, y hubo de esperar la llegada de otro invento humano para cambiar el paradigma: el motor de combustión interna.
A principios del siglo XX, existieron varios intentos de construir un vehículo blindado con capacidad de maniobra en todo tipo de terreno, pero la mayoría fueron abandonados ante los fracasos de las pruebas o el poco interés de gobiernos y estamentos militares. Los generales tienen la tendencia a ser conservadores y no se sienten cómodos cuando un nuevo tipo de arma irrumpe en sus planes cuidadosamente diseñados durante años. Como siempre, es la necesidad la que impulsa el progreso, la que obliga a los ejércitos a buscar y desarrollar nuevas tecnologías para obtener una ventaja sobre el enemigo. Cuando la guerra de movimientos alcanzó el punto muerto en septiembre de 1914 dando paso a la de trincheras en la que difícilmente se podían obtener ganancias territoriales a base de ataques frontales de infantería, los ingenieros encontraron el apoyo para construir los primeros vehículos blindados. Dos de los contendientes, Francia y Gran Bretaña, iniciaron proyectos por separado, llegando a conclusiones similares.
El origen del tanque moderno se basa en los primeros tractores agrícolas, necesitados por naturaleza de una capacidad todoterreno que les permita moverse por los a menudo enfangados campos. Benjamin Holt, un norteamericano de Stockton, California, fue el primero en patentar un tractor funcional del tipo oruga, un sistema de eslabones modulares que permite al vehículo avanzar distribuyendo su peso sobre una superficie más extensa, para evitar que las ruedas se hundan y atasquen. Poco después del inicio de la guerra, los tractores de Holt fueron utilizados para tirar de carros de suministro y para transportar piezas de artillería al frente, ante la escasez de caballos y las dificultades de los mismos en terrenos enfangados. Más de 15.000 de estos tractores fueron utilizados durante los cuatro años de conflicto, y sus ventajas no tardaron en inspirar el desarrollo del tan ansiado vehículo blindado.
Fueron muchas las iniciativas surgidas tanto en Francia como en Gran Bretaña con ese objetivo en mente, la mayoría frustradas ante las complicaciones de combinar los elementos necesarios: tracción, armamento y blindaje con la capacidad suficiente de ser operativas en el campo de batalla. El 20 de febrero de 1915, Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, estableció el Comité de Naves Terrestres, el primer nombre con el que se bautizó a dichas máquinas, y ordenó la construcción de 18 prototipos y, a pesar de que ninguno de ellos tuvo éxito, lo aprendido durante el proyecto dejó su marca en subsecuentes intentos. Un largo proceso de ensayo y error hubo de transcurrir hasta que los prototipos fueron aceptados por los líderes militares y políticos del momento, pero como en cualquier caso en el que el problema es uno de ingeniería, la solución también se encuentra en la ciencia. Por fin, el 29 de enero de 1916, el primero de los verdaderos tanques pasó todas las pruebas y la Oficina de Guerra británica hizo un pedido de 100 unidades. Más o menos al mismo tiempo, Francia construyó su primer tanque funcional, el Schneider CA1, aunque los británicos serían los primeros en poner su diseño a prueba en el campo de batalla.
Los tanques recibieron su bautizo de fuego en la Batalla de Flers-Courcelette, parte de la ofensiva del Somme, el 15 de septiembre de 1916. Las 49 unidades disponibles, fueron desplegadas por el General Sir Douglas Haig como parte de una estrategia para romper el frente alemán. Sin embargo, muchas de las naves terrestres sufrieron averías mecánicas y sus pilotos, con muy pocas horas de entrenamiento, fueron capaces de sacarle todo el jugo a la nueva arma. Sólo nueve de aquellos Mark I lograron sus objetivos, pero los estrategas detrás de ellos no supieron explotar los avances. Aún así, Haig entendió las posibilidades y ordenó la construcción de 1000 unidades más. Aquellos pesados colosos en los campos de Picardy poco tienen que ver con los modernos tanques. Su velocidad máxima no alcanzaba los 8 km/h. Su interior era poco menos que un infierno, con temperaturas que alcanzaban los 50ºC, y un ambiente cargado de monóxido de carbono proveniente de los motores, vapores del combustible y lubricante y de cordita de los explosivos. El blindaje los hacía inmunes al ataque con armas de poco calibre y la metralla de las bombas, pero inservible contra un impacto directo de artillería. Pero lo dicho, todos los problemas de ingeniería tienen solución, y poco a poco se fueron perfeccionando las especificaciones técnicas para cubrir las necesidades de los tanques. Por cierto, el nombre de “tanque” fue el resultado de un intento de mantener en secreto su construcción. Durante algunas de las pruebas, a alguien se le ocurrió que las moles de hierro parecían tanques de agua, y los responsables decidieron aceptar el mote como denominación oficial para confundir al enemigo, y funcionó, pues los alemanes no tenían la menor idea de su existencia hasta que los vieron cargando sobre ellos aquel verano en el Somme.
Un parto complicado y una infancia de fuego dieron como resultado una generación de armas que dejaron su marca en la Primera Guerra Mundial, a pesar de su limitado uso y sus múltiples fallos. El mismo Luddendorf confesó que el advenimiento del tanque fue uno de los factores más importantes en la derrota alemana. El tanque llegó para quedarse, y los descendientes de aquellos primeros colosos son en la actualidad una de las más importantes armas de cualquier ofensiva terrestre, aunque ahora están equipados con los más avanzados sistemas de disparo, propulsión y ventilación que verdaderamente les merece el mote de naves terrestres. Y termino con un dato curioso: todos los tanques británicos construidos después de la Primera Guerra Mundial, deben tener, por ley, equipamiento para hacer el té.
KIERO EL AMOR DE MI VIDA
Creo que todos queremos lo mismo querida…:)
Gran reseña Jesús, desde niño (como la mayoría) gustaba de jugar con tanques de guerra y siempre tuve la idea de que seguían siendo pesadas moles que se desplazaban con preocupante parsimonia sobre el campo de batalla; aunque eso cambió cuando ya lejana la niñez, pude ver un modelo en el campo: IMPRESIONANTE.
Saludos.
Hola Martín, siento la tardanza.
Los tanques son una de las armas más importantes del último siglo, y siguen dominando el campo de batalla moderno. Al igual que tú, en la infancia me interesé mucho por ellos, llegando incluso a coleccionar modelos, pero tienes razón, nada se compara con ver uno en directo. Simplemente impresionantes, y si me lo permites, acojonantes…;)
Muchas gracias por comentar MARTÍN, te envío un fuerte abrazo.