Segunda Parte.
Cuando vuelvo en mí estoy sentado en el mismo sitio y hay un hombre fornido sentado frente a mí en cuclillas con cara de pocas pulgas y una boca con pocos dientes. Tiene la nariz torcida en al menos dos puntos y media docena de cicatrices adornan la flácida piel de su cara, tan cerca de la mía, que su pestilente aliento no ayuda a mi recuperación. Pero yo no voy a ser quien se achante y recupero el valor y la fuerza suficientes para ponerme de pie sin bajar la mirada en el proceso. Me sacudo un poco el polvo y me acicalo el orgullo mientras preparo mi protesta, con mucho cuidado eso sí, pues en verdad es un tío muy grande. Pero en eso, justo antes de que yo abriera la boca, una sonora carcajada sale de la suya acompañada por un rocío de saliva, que por supuesto va a parar a mi faz.
- ¡Appius Lucretius! Resonó mi nombre en el estrecho pasillo de la ínsula.
- Ese soy yo, ¿quién pregunta? – reclamé.
- Jajajaja ¿en verdad no me reconoces?
- Pues….no, ¿debería?
- Deberías – respondió – si no olvidas a tus amigos…
La verdad es que no me acordaba de tener ningún conocido con una cara tan marcada por las vicisitudes del tiempo y de la guerra, pues estaba seguro que ese era el origen de sus costurones, principalmente porque de aquellos de mis amigos de la infancia que se unieron a la legión, no recuerdo ninguno que hubiese vuelto. Pero el grueso personaje pronto me sacó de dudas.
- Soy tu vecino de Hasta, Quintus Atilius, ahora conocido como Arvina, algo de lo que no me enorgullezco, jajaja- volvió a reír, imagino por el significado de su cognomen (apodo), “gordo”.
- Quintus Atilius – me repito mientras salgo de mi asombro por la transformación de quien fuera un pequeño y enclenque chaval. ¡Claro que te recuerdo! Pero dime ¿qué haces aquí, y por qué me has golpeado?
- Jajajajaja –soltó una vez más sin taparse la boca – yo vivo aquí, y soy el portero…y como puedes ver, me tomo muy en serio mi trabajo. Pero ven amigo, déjame invitarte un vino y me cuentas tú que hacías espiando a mis vecinos…
Subimos varios trechos de escalera hasta la quinta planta y mi amigo se dirigió hasta el fondo del corredor donde abrió una puerta de madera apenas sostenida por un gozne, sin adornos, sin cerradura siquiera, ni falta que hacía, pues la cenácula estaba más desprovista de muebles y enseres que un concejal de urbanismo de escrúpulos. A mi vista se abrió lo que en la actualidad llamaríamos un mini-piso, para ser amables, porque no era más que una estancia de poco más de 20 metros cuadrados con una sola ventana sin cristales que daba al patio trasero. El suelo parecía ser de cemento, pero estaba tan lleno de polvo y basura que no pude comprobar este extremo hasta pasados algunos minutos. No quise decir nada negativo a mi antiguo compañero de juegos, y acepté amablemente cuando me ofreció el único banquillo disponible. Él se sentó en el suelo. También acepté la bebida oscura que él, y sólo él, podría llamar vino.
Arvina me contó entonces su periplo militar desde que abandonó nuestra aldea de Hasta, la actual Asti del Piemonte, para unirse a la Legión XV Primigenia en el año 42 cuando esta fue enviada a la fortaleza de Castra Vetera, en Germania. Ahí recibió su bautizo de acero luchando contra los Batavi, siempre revoltosos, y sus primeras cicatrices, pero su arrojo en la batalla y un pariente con cierta influencia en Roma le consiguieron un ascenso a Centurión. Al año siguiente, Arvina fue trasladado a la Legión XX Valeria Victrix bajo el mando de Aulus Platius cuando el emperador Claudio decidió recuperar la provincia de Britannia. Ahí luchó contra los Catuvellauni e incluso estuvo en la batalla en la que su líder, Caracatus, fue derrotado y hecho prisionero. El resto de su servicio de 25 años, me contó Quintus Atilius, lo pasó sin pena ni gloria en la Colonia Claudia Victricensis, establecida precisamente después de aquella memorable victoria.
Muy interesante, me diréis, pero me estoy desviando del tema de esta entrada. Es verdad, pero en un segundo vuelvo. El caso es que mi amigo recibió su licencia a finales de la década de los 60 con una pensión que distaba de ser digna de un centurión debido a los enormes gastos que las continuas campañas requerían, y encontró empleo en Roma como portero de la ínsula que se me ocurrió visitar. Y aquí estamos.
Como os conté en la entrada de hace un par de días, mientras más alto estaba un apartamento menor era su valía, y en muchos casos los dueños los partían en pequeños “estudios” como el de Arvina para maximizar las rentas. No me extraña que pocos quisieran vivir en aquellas alturas, pues aparte del esfuerzo de subir y bajar escaleras, se unía el problema de que los pisos superiores no recibían agua y, encaso de derrumbe o fuego, sus inquilinos eran los últimos en salir. A él le daba igual, me dijo, después de tantos años de lucha pocas cosas le daban miedo, y estaba satisfecho con su petate, su banquillo y su brasero, los únicos artilugios en la cenácula. Pero ya entrado en el tema, le pregunté por los demás apartamentos, mintiéndole sobre una supuesta amiga que estaba interesada en alquilar uno y que por eso estaba yo mirando por la ventana. –Estás de suerte- me anunció, – hay uno disponible.
Bajamos a la segunda planta, justo donde recibí mi correctivo por curioso, y Arvina me invitó a pasar a uno de los apartamentos en la parte trasera del edificio. Ni tan lujoso como los del primer nivel ni tan miserable como su propia guarida, más bien la morada de una familia de clase media repartida en cinco estancia. La principal, del mismo tamaño que en los pisos de lujo, tenía un mosaico de formas geométricas en blanco y negro, mucho más económico que los hechos con teselas de vidrio de colores. Hay una mesa con patas de hierro y un tablón de madera que algún día presumió de una buena talla, pero que el uso ha dejado en poco más que líneas indistinguibles, dos arcones completan el mobiliario. Las paredes están adornadas con colores sólidos pero vistosos y, en las esquinas, columnas pintadas les dan un toque clásico. Sólo en el tablinium, la sala de estar, hay un par de escenas marinas pintadas sobre el estuco, pero ya algo borrosas. El comedor está bien amueblado con tres triclinii formando una “U”, dos mesitas, y una vitrina con dos platos y el mango roto de un cuchillo, pero vacío por lo demás. –Aquí vivía una viuda – me informó Arvina – hasta que hace poco fue desahuciada por el administrador por no aceptar un aumento en el alquiler. Yo lo mantengo limpio, hasta que el patrón encuentre un inquilino. Por cierto, ahora te doy sus datos por si quieres ir a verlo- terminó.
Me quedé un poco angustiado pensando en la pobre viuda, desprovista de su hogar sin la más mínima protección por parte de las autoridades. Los dueños, que en su mayoría eran hombres muy ricos y poderosos, se encargaban de que las leyes les favorecieran, para así poder seguir engordando sus arcas. Por ejemplo, un famoso político romano de la República, Marco Tulio Cicerón, recibió en un año 80.000 sestercios solamente por los alquileres de sus numerosos inmuebles. Pero esto es Roma, y la protección al consumidor tardará aún muchos siglos en inventarse.
Ahora bien, cuando empecé este relato pensaba resumir las características de las insulae romanas en un par de entradas, pero no imaginé que me toparía con un viejo conocido que me obligaría a extenderme un poco más. Por ello, os ruego un poco de paciencia hasta mañana, cuando publicaré el sorprendente y fatídico desenlace de esta historia. Estoy seguro que sabréis perdonarme.
Mañana, el desenlace.
Hola Jesús,
yo te perdono y permíteme felicitarte por estas entradas tan originales, pura novela histórica, me encanta. En su lectura podemos comprobar la similitud que existía con nuestros tiempos. Viviendas de varios pisos, inquilinos con problemas para poder pagar el alquiler, promotores sin escrúpulos. Poco han cambiado las cosas.
Un abrazo y espero la tercera, cuarta, quinta parte…
Hola Francisco,
como siempre, no puedo más que agradecerte tus amables comentarios. Esta historia es un experimento para divulgar la historia de otra manera, una con la que tú estás muy familiarizado y has logrado con mucho más talento que mis ganas. En todo caso, esperemos que sirva su propósito y atraiga a más lectores interesados en Roma, y en otras historias.
Un abrazo y mil gracias.
No sabía de tu «alter ego» romano, muy bueno caballero,
Jeje, buenas tardes Don Manuel.
La verdad es que ha salido un poco sin pensarlo, simplemente quería intentar algo nuevo, y las ideas fluyeron de la mente sin mucho esfuerzo. Espero guste y atraiga a más lectores…
Muchas gracias y un abrazo.
Esperemos mañana el desenlace, realmente muy interesante, sobre todo saber que desde siempre han existido estos apartamentos amueblados en renta… y que la voracidad de sus dueños también alimentaba a políticos corruptos tal como hoy sucede aún…el Imperio Romano nos legó muchas cosas buenas, pero otras no tanto.
Mañana leeremos con avidez el final.
Saludos.
Muchas gracias Paco,
tienes mucha razón al afirmar que algunas de las perversas prácticas de los romanos han llegado a nuestros días, pero creo que la avaricia es parte de la naturaleza humana y seguirá con nosotros secula seculorum. Mañana el desenlace.
Muchas gracias y un abrazo.
Te estaré esperando..
Y yo te estaré eternamente agradecido…un besín Stella…
Esta bien eso de compaginar la Historia con la fantasía muy interesante.
Hace unos momentos le de aconsejado a Francisco una web, que no tiene nada que ver con los romanos, pero que también pertenece a la historia, http://www.inoxidables.net/nacionesindias/cronos.htm , no se si te agradadrá pero creo que es interesante, un cariñoso abrazo,
Hola Rosa,
como comentaba anteriormente, he querido intentar algo diferente para divulgar esta historia. No sé si he logrado el objetivo de entretener, pero a juzgar por las estadísticas, mucha gente ha leído estas crónicas, y eso me alegra.
Muy interesante el enlace, hay mucha información que seguro nos servirá para otras entradas, muchas gracias por ello y por tu comentario.
Un besín español.