Los chinos construyeron su Gran Muralla para defenderse de los ataques mongoles; los romanos levantaron el Muro de Adriano en Bretaña para mantener a sus enemigos pictos a distancia; prácticamente cualquier ciudad de la antigüedad tenía su muralla, y siempre con el mismo objetivo, defenderse de ataques externos. Por eso fue tan llamativa la construcción del Muro de Berlín, pues fue probablemente la primera vez en la historia que un gobierno levantaba una muralla, no para proteger a sus ciudadanos, sino para prohibirles salir. Este monumento a la infamia, al que el canciller Willy Brandt bautizó como el Muro de la Vergüenza, fue el símbolo de la Guerra Fría, la cara visible de un régimen totalitario al que le importaba más su imagen que la vida de sus ciudadanos. Pero el anhelo humano por la libertad es en muchas ocasiones más fuerte que el cemento, más resistente que el adoctrinamiento, más punzante que el alambre de púas. A pesar de su constante expansión y evolución desde una simple barrera de hormigón hasta el sofisticado sistema de obstáculos que llegó a ser antes de su caída, miles de berlineses del este lograron esquivarlo, algunos con métodos dignos de las mejores películas de ciencia ficción.
En la madrugada del 13 de agosto de 1961, como mencionábamos ayer, cuadrillas de trabajadores se presentaron en los límites de Berlín occidental y comenzaron la construcción del Muro de Berlín. Walter Ulbricht, el secretario general del partido socialista, el único permitido, llevaba meses empeñado en detener de alguna manera la emigración de sus ciudadanos a la zona libre, controlada por los aliados, para desde ahí escapar a la vecina Alemania Federal. En los 40 años de existencia de la República Democrática Alemana, tres millones de alemanes orientales huyeron a occidente aprovechando la porosidad de las fronteras en Berlín. La población del sector oriental sangraba su de por sí débil economía, y lo que era peor, presentaba un problema de imagen ante el mundo. Nikita Khrushchev, el líder de la Unión Soviética y, en la práctica, el jefe de Ulbricht, no estaba muy convencido de la idea de construir un muro, pues sabía que no le daría buena prensa al socialismo que tanto predicaba, pero eventualmente cedió ante los llantos de su subordinado, y aquella mañana veraniega el muro se convirtió en realidad.
En los primeros días la barrera se ciñó a una simple estructura de ladrillo y cemento unos metros atrás de la línea divisoria entre las dos Alemanias, alrededor del territorio de Berlín Occidental, que después de todo, estaba dentro del sector soviético. Pero ya desde el principio, mientras soldados y otros obreros “voluntarios” ponían ladrillo sobre ladrillo, los que temían un endurecimiento de los obstáculos para emigrar, aprovecharon la poca vigilancia y se animaron a saltar la tapia. Para evitarlo, el gobierno de Ulricht decidió reforzar el muro, aumentando su altura y colocando alambre de púas en su parte superior, pero de alguna manera u otra los ciudadanos continuaban escapando. Hubo gente que simplemente se deslizó desde las ventanas de los apartamentos que colindaban con el muro; otros embistieron la entonces frágil barrera con un camión, derribándola y pasando al otro lado, pero las medidas anti-escape se endurecían día a día. Los residentes de los edificios aledaños fueron forzados a cambiar de dirección y las ventanas de sus apartamentos fueron tapiadas, al igual que los túneles del metro que comunicaban los dos sectores. Operarios sellaron las alcantarillas con planchas de acero para impedir escapes a occidente. Parques, espacios comunes, polideportivos y hasta cementerios partidos por la mitad en la frontera, recibieron el mismo tratamiento.
El Muro de Berlín llegó a tener 156 kilómetros, encerrando en su interior a 18 millones de alemanes. En su apogeo, llegó a ser la frontera más fortificada del mundo, y probablemente de la historia. Durante sus 28 años de existencia, el muro sufrió tres grandes modificaciones, cada una más sólida y más peligrosa para aquellos que osaran intentar saltarlo. Al muro de ladrillo y su reja originales, en 1962 se le añadió una línea más de alambre de púas y obstáculos de cemento en las calles para evitar las embestidas con vehículos. Tres años después se construyó una nueva barrera de cemento más sólido, y se construyeron las primeras torres de vigilancia, que para 1989 serían 116. La cuarta y última versión del muro inició su construcción en 1975. Conocida como Stützwandelement UL 12.11, (muro de retención), esta configuración es la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados a ver, con las secciones de hormigón armado de 3,6 metros de altura que se hicieron famosas durante su derribo en 1989. Al muro le acompañaban diversos elementos de seguridad a ambos lados: más alambre de púas, trincheras anti-vehículos, sistemas electrónicos de alerta y perros, todos acompañados con sus respectivas torres y 20 búnkeres donde guardias extra esperaban para entrar en acción.
La partición tomo por sorpresa a muchas familias que quedaron separadas sin previo aviso, padres en un sector, hijos en el otro, permanentemente. Parejas de novios correrán la misma suerte. Aquellos que no querían pasar el resto de sus vidas encerrados en su ciudad, decidieron arriesgar la vida por el anhelo de libertad, sin remordimientos, sin pensar en que detrás dejaban todas sus pertenencias, su pasado, sus familias y amigos. Utilizando los más estrambóticos y arriesgados métodos, compartimientos secretos en automóviles, tirolinas, maletas, globos aerostáticos, balsas, túneles y hasta un ultraligero hecho en casa, 5.000 ciudadanos de Berlín Oriental consiguieron escapar, entre ellos, varias decenas de los mismos guardias que vigilaban el muro; más de 100 murieron en el intento, algunos ante los ojos de decenas de testigos.
Pero al final no hubo barrera que detuviera el avance de la historia. A principios de los años ochenta y, a pesar de la propaganda que intentaba ocultarlo, el Imperio Soviético se resquebrajaba bajo el peso de su ineficiencia. La llegada de Mikhail Gorbachov al poder marcó el inicio de lo que se pretendía fuese una era de reformas para mejorar la vida de los habitantes de Rusia y sus estados satélite, pero que terminó con la caída del régimen comunista. Probablemente fue el auge del movimiento Solidaridad en Polonia lo que animó a ciudadanos del bloque soviético a reclamar más bienestar, más libertad. Probablemente fuese el inesperado paso que dio el gobierno de Hungría de permitir a sus ciudadanos en el verano de 1989, viajar a la vecina Austria, lo que provocó huidas masivas no sólo ya de húngaros, sino de miles de ciudadanos de países cercanos bajo el yugo comunista. En octubre de ese mismo año, en varias ciudades de Alemania Oriental sus ciudadanos perdieron el miedo y salieron a la calle para protestar y reclamar más derechos. De nada sirvió para la supervivencia del régimen la aparición de un nuevo gobierno con cara reformista que abriese por primera vez en 28 años las fronteras entre dos naciones hermanas. La suerte estaba echada, y el curso de la historia dio a la caída del Muro de Berlín el honor de ser el pistoletazo de salida para la liberación de 250 millones de almas.
Lo he comentado en otras ocasiones, yo me considero y soy Ciudadana del Mundo, y desearía que todas las personas se esforzaran por comprender y respetar sus ideas y creyencias.
Mi mente nunca podrá asimilar esos odios, ese deseo de poder hasta llegar a ser inhumanos con sus semejantes. No debemos poner la Historia en fondo perdido, todo lo contrario, hemos de intentar conocerla a fondo y quizás asi no volver a cometer esos horrores y faltas contra la humanidad. Corto mi comentario pues diría tantas cosas, que quizás perderia el hilo de mis pensamientos.
Como siempre buen trabajo y por refrescarnos nuestra memoria, abrazos,
Hola Rosa,
desgraciadamente el ser humano es una criatura capaz de esclavizar al prójimo para alcanzar sus metas. Hay mucho odio, mucho resentimiento, mucha envidia, pero también hay mucha solidaridad y amor entre nosotros. Tengo la esperanza de que algún día consigamos, si no erradicar a los aprovechados, ale menos limitar e mal que causan. Mientras tanto, agua y ajo.
Muchas gracias por tu siempre interesante comentario, y por darle vida a este blog.
Un besín pacífico.
Hola Jesús,
yo, como Rosa, opino que cualquier persona es ciudadana del Mundo. ¿Qué es eso de poner barreras? ¿Qué sentido tienen los muros? En la actualidad, con la globalización, cualquier intento de separación no es otra cosa que una sinrazón. Como siempre un artículo excelente.
Un abrazo
P.D. Ya que nombras a la muralla china, este miércoles publicaré un post en mi blog sobre su construcción. ¿Sabías que utilizaron un «ingrediente» secreto para levantarla? Pues sí, pero dejaré la incógnita 48 h más, lo siento. 😉
Hola Francisco,
Creo que siempre, o al menos en el futuro cercano, existirán personas que quieran levantar muros a su alrededor, lo importante es que no se los permitamos. Como bien dices, todos somos ciudadanos del mundo, humanos al fin y al cabo, parientes, y no veo ninguna razón para separarnos. Esperemos que todos lo entiendadn.
Muchas gracias por comentar, un fuerte abrazo.
Muy buen artículo que refresca la memoria. Hoy existen muchos muros, no son visibles como está gran infamia. Pero lastiman, degradan, y están vigentes.
Un abrazo.
Hasta pronto.
Hola Stella,
Tienes mucha razón respecto a los muros invisibles de la sociedad actual. Los humanos tendemos a separarnos muchas veces cuando tenemos miedo, no entiendo el por qué, pero es la realidad. Espero que en el futuro esos muros desaparezcan para siempre y se conviertan en parte exclusiva de la historia.
Muchas gracias por tu amable comentario.
Un besín.