Casi con seguridad puedo afirmar que esta es la anécdota más repetida en esta época del año, y la más conocida de la Primera Guerra Mundial. Igualmente, sé que muchos otros medios, incluyendo a blogs hermanos, publicarán un artículo relacionado con la famosa Tregua de Navidad de 1914, y durante algunos días resistí el imitarlos para no saturar a los lectores. Sin embargo, una persona muy cercana y querida me insistió en que Ciencia Histórica debía contar este entrañable acontecimiento, aún bajo el riesgo de ser repetitivo. Su argumento, que nadie se cansa de recordar un evento tan conmovedor, un suceso que aflora los sentimientos del más frío de los seres humanos y que demuestra que detrás de la barbarie, detrás del odio y la fobia, somos capaces de mostrar nuestra cara más sensible. Esta es una historia real.
Al llegar al primer invierno del conflicto, los ejércitos que meses atrás aseguraban que estarían en casa para Navidad, se habían enfrascado en lo que llamamos la Guerra de las Trincheras. Las nuevas y potentes armas de la Primera Guerra Industrial causaban muchas más bajas de lo que los planificadores habían calculado y la lucha había llegado a un punto muerto. Ninguno de los bandos fue capaz de vencer al otro contundentemente y las matanzas de las primeras batallas obligaron a los generales a detenerse y asegurar las líneas alcanzadas. En muchos casos, las trincheras enfrentadas estaban a poco más de unas decenas de metros y el intercambio de saludos, amenazas e imprecaciones era una constante entre los enemigos. El aroma del tabaco de los alemanes llegaba con la tanta fuerza a los británicos que estos competían por adivinar el sabor o la marca, y los “Jerries” se burlaban del pésimo olor proveniente de las cocinas inglesas. Pero en la Nochebuena del primer año de la guerra, en lugar de palabrotas e intimidaciones, a las zanjas aliadas llegaron sonidos reconfortantes.
A decir verdad, existen diversos testimonios sobre el origen de la Tregua de Navidad, por la misma razón de que el alto al fuego de ese día sucedió simultánea y espontáneamente en varios tramos del frente. En una carta a sus familiares, el Cabo H. Scrutton del Regimiento Essex, relató a sus seres queridos su experiencia.
“Nuestros colegas tienen la costumbre de gritar al enemigo y ellos nos responden. Alguien nos dijo que les llamáramos y esto es lo que sucedió:
-Desde nuestra trinchera: «Buenos días Fritz» (Sin respuesta).
» Buenos días Fritz.» (Aún sin respuesta).
«BUENOS DÍAS FRITZ.»
Desde la trinchera alemana: «Buenos días.»
Desde nuestra trinchera: «¿Cómo estás?»
«Bien.»
«Ven aquí, Fritz.»
«No. Si voy me dispararéis.»
«No lo haremos. Venga.»
«Sin miedo.»
«Ven y te damos unos pitillos, Fritz.»
«No. Nos vemos a mitad del camino.»
«Vale.»Al final uno de nosotros se llenó los bolsillos de cigarrillos y salió del foso para encontrarse con Fritz, que le dio queso a cambio”.
En otros casos la conversación se inició con un simple “Feliz Navidad”, que los adversarios devolvían amablemente y que poco a poco se convirtieron en promesas mutuas de no disparar durante un tiempo. En otros, fueron los villancicos los que rompieron el hielo, principalmente el Adeste Fidelis, pues cada bando conocía su propia versión, pero la melodía era la misma. Lo mismo sucedió con O Tannenbaum (El Pino o El Abeto), y siempre en inglés, la muy popular It’s a Long Way to Tipperary. Otra canción navideña muy popular entre los alemanes, Stille Nacht (Noche de Paz) causó sensación entre los aliados por su dulce melodía, pero en aquel entonces prácticamente nadie fuera de Alemania la conocía. Pero en muchas otras instancias la razón para declarar una tregua se debió a una cuestión más prosaica, permitir a cada bando recoger a sus muertos de tierra de nadie y darles sepultura.
Fuese cual fuese el origen de cada tregua, lo importante es que en buena parte del frente, aquella en las que enfrentaba a alemanes con ingleses (los franceses negaron cualquier acercamiento pero lo cierto es que sí hubo algún contacto), soldados de ambas trincheras salieron al encuentro del enemigo a mitad del camino, para charlar e intercambiar regalos como cigarros, vino, coñac, queso, chocolate, souvenirs y cantar canciones juntos. Hubo casos en que los soldados intercambiaron direcciones y se prometieron mutuamente escribir una postal al final de la guerra, y casos en los que estas promesas se cumplieron. De lo que no estamos seguros es del famoso encuentro de fútbol entre los contendientes. Existen algunos testimonios que mencionan un partido en el que el resultado fue 3-2, pero ninguno certero. En una carta del Mayor M.J. Farrell, menciona que se jugó un partido de fútbol “más allá de las trincheras, a plena vista del enemigo”, pero no especifica si este participó. Otras dicen que se habló de organizar un partido, pero que al final no se consiguió, y existen dos cartas que mencionan el célebre resultado de 3-2, pero ambas misivas provienen de regiones separadas lo suficiente como para dudar que se trataba del mismo encuentro. Pero si hay dos testimonios de sendos miembros de la 6ª Compañía Cheshires, asignada a Wulverghem, Bélgica. Tanto el soldado raso Ernie Williams como el Sargento Mayor Frank Naden confirmaron haber pateado el balón un rato con los alemanes, aunque sin organizar un partido ni llevar cuenta del marcador, sólo por diversión.
Pero a los mandos la confraternización no les causó ninguna gracia. Después de todo, era una guerra y no hay peor enemigo para la disciplina que un soldado considere al rival como amigo, y no les faltaba razón. En algunos casos, después de la tregua algunos soldados rehusaron disparar a los que horas antes habían compartido con ellos gratos momentos, y tuvieron que ser reemplazados o enviados a otros sectores. En otros, tan pronto como terminó el día las balas volvieron a zumbar sobre las trincheras. En todas las secciones se dieron órdenes de cesar de inmediato el contacto amistoso con el enemigo, aunque no en todas partes se obedeció de inmediato y se dieron instancias en las que la tregua duró hasta el día de Año Nuevo.
La Tregua de Navidad no volvió a repetirse en los años siguientes, avisados los mandos como estaban y asegurándose de que los soldados ni siquiera intercambiasen saludos, bajo amenaza de consejo de guerra. La matanza continuó cuatro largos años más hundiendo a Europa y al mundo en el pasaje más profundo de su historia, hasta entonces. Pero el legado de la Tregua de Navidad pervive con fuerza y reafirma su lugar en la historia cuando en estos días se cumplen 100 años del acontecimiento. Aquellos jóvenes nos recordaron que hay momentos en los que la rivalidad y el resentimiento se pueden olvidar con la motivación adecuada y que el ser humano es tan capaz de compartir y fraternizar como de matar. Nos recordaron que de nuestras entrañas no sólo puede surgir el odio, sino también el cariño y la esperanza. Hoy, y merecidamente, nosotros les recordamos a ellos.
Hola Jesús,
hiciste bien en hacer caso a tu amigo. Me parece una anécdota que pone de manifiesto que por muchas guerras y diferencias que tengamos las personas entre nosotros, al final todos somos iguales, todos somos uno.
Fantástica entrada y permíteme fellicitarte a ti y a todos la Navidad. ¡Feliz Navidad!
Muchas gracias Francisco, el mérito es de ella por animarme. La Tregua de Navidad es una de mis historias favoritas y la verdad es que tenía ganas de hacer algo al respecto.
Y bueno, también te deseo las mejores NAvidades y lo mejor para el próximo año ! Un abrazo…
Entre varios blogueros, siempre por navidad hacemos cuentos relativos a ella.
Tu relato puede integrase a ese circuito, junto con la esperanza de paz y concordia entre los hombres.
Un abrazo fuerte y hasta pronto.
Hola Stella,
es lo que tenemos los blogueros, que queremos contar historias que gusten, que despierten sentimientos, y creo que este relato cumple con los requisitos. Todo lo que sea darnos esperanza, como bien dices, es un aliciente a seguir esforzándonos por mejorar nuestras vidas y nuestra sociedad. Por mi parte, espero que algún día las guerras desaparezcan, aunque no soy muy ingenuo al respecto, pero al menos, que el sufrimiento no recaiga sobre los más inocentes.
Mis mejores deseos de paz, amor y esperanza Stella.
Un besín y Feliz Año!
Una anécdota a recordar, como a recordar también las consecuencias que tuvo, malas, para los que siguieron habitando las trincheras, malas para quienes vivieron el episodio, pero el acto en sí, hubiera o no partido de fútbol, resulta harto elogiable, al final esa era una guerra más capricho de los mandatarios que otra cosa, los soldados valían solo para matar y morir, durante esos días al menos fueron personas.
Hola Dessjuest,
creo que el valor de esta anécdota reside en el hecho de que los soldados desobedecieron las órdenes de los políticos y confraternizaron con el «enemigo». Mucho mejor nos iría en esta vida si eso ocurriera más a menudo. En todo caso, fue un momento mágico en la historia de la guerra, un evento que despierta lo mejor de los humanos y que demuestra que somos capaces de vivir juntos sin darnos de tortas en todo momento…
Muchas gracias por tu comentario, y un fuerte abrazo por las navidades! 😉
Hola Jesus, muy bueno el articulo. Realmente admirables los soldados, pesó mas la vida y se dieron cuenta q son todos iguales. Era una guerra entre familiares, y ellos tenian q morir. No aprendimos nada. Un fuerte abrazo y feliz año. Christian
Hola Deimos,
esta historia me gusta mucho precisamente porque muestra que los humanos también somos capaces de poner a un lado nuestras diferencias y compartir juntos lo mejor de la vida. Desgraciadamente, las guerras son peleadas no por las gentes que las provocan, sino por aquellos que no tienen nada que ver en el entierro. Ojalá y muchos otros soldados repitieran eventos como este en otros conflictos.
Muchas gracias por tu comentario.
Un cordial saludo y feliz Navidad!
!!FELIZ NAVIDAD!!
Gracias Luis, y aunque un poco tarde, Feliz Navidad y un gran 2015!
Un abrazo.
Nunca es tarde para desear felicidad 🙂
Feliz 2015 para tí también!!
Muchas gracias Luis, todo lo mejor!