Hace un año publiqué una reseña sobre las tres tragedias del programa espacial norteamericano en las que un total de 16 astronautas perdieron la vida. Lo titulé “Semana Trágica” porque dichos accidentes ocurrieron durante la misma semana entre finales de enero y principios de febrero, en diferentes años. En aquel entonces hice una mención al peor accidente ocurrido durante la carrera espacial, y desde entonces planeé escribir un artículo específico sobre este evento. Aquel 24 de octubre de 1960, 126 personas entre científicos, trabajadores y personal militar, fallecieron en la explosión de un cohete previo a su lanzamiento, pero los detalles del accidente fueron ocultados por el gobierno soviético, y los familiares de los fallecidos no conocieron la verdad hasta 25 años después.
El R-16 que aquella tarde se posaba sobre la plataforma de lanzamiento 41, era un prototipo de lo que poco tiempo después sería el primer misil balístico de la Unión Soviética. De 30 metros de altura y 141 toneladas de peso, el misil era impulsado por una mezcla de Tetróxido de Dinitrógeno, un combustible relativamente fácil de almacenar y fiable a la hora de encender, a pesar de ser altamente corrosivo y tóxico. Los riesgos se habían tomado en cuenta y múltiples medidas de seguridad fueron instaladas en los procesos de operación y lanzamiento del despegue, pero mirando hacia atrás, es obvio que algo había fallado. Las investigaciones posteriores descubrieron que el Mariscal Mitrofán Nedelin, Jefe de las Fuerzas Balísticas Estratégicas y Director del Programa R-16, quería hacer más pruebas al cohete antes de su lanzamiento oficial el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución Bolchevique, y adelantó el calendario de pruebas, lo cual provocó que diversas medidas de seguridad fuesen obviadas o reducidas para ahorrar tiempo.
La tarde del día 23, se encontraron algunos fallos en uno de los propulsores del cohete, cuyos tanques ya había sido cargados con el combustible. En lugar de vaciar los tanques durante las reparaciones, como estipulaban las medidas de seguridad, Nedelin arriesgó todo para evitar una demora, y ordenó que se llevaran a cabo con los tanques llenos. Una decisión que tendría consecuencias catastróficas. A las 20:30 horas del 24 de octubre, una señal falsa encendió prematuramente la segunda etapa del cohete; el fuego rápidamente hizo contacto con la primera etapa, cargada de carburante, desencadenando una inmensa bola de fuego que arrasó con todo lo que encontró a su paso, incluyendo a las decenas de trabajadores que se encontraban en la plataforma. Entre ellos, el mismo Nedelin fue vaporizado por el calor de la explosión, que alcanzó los 3.000º C de temperatura. Algunos otros corrieron para evitar la muerte pero las llamas los alcanzaron, detalle que se puede distinguir en el vídeo del accidente.
Un total de 126 personas murieron calcinadas, todos los que se encontraban en las inmediaciones, exceptuando dos, Mikhail Yangel, quien había diseñado el R-16, y el comandante del campo de pruebas, ya que ambos se habían resguardado tras un búnker para fumarse un cigarro.
Sin embargo, los eventos ocurridos aquel día en el remoto Centro Espacial de Baykonur, en Kazakhstán, fueron silenciados por órdenes de Nikita Khrushchev, a la sazón líder de la Unión Soviética. Los familiares de las víctimas fueron informados que sus seres queridos habían fallecido en un accidente de aviación durante una misión clasificada. Leonid Brezhnev, futuro Secretario General del Politburó, fue el encargado de la investigación, que entre otros muchos fallos concluyó que en la zona había mucha más gente de la que las medidas de seguridad permitían, y quien decidió no castigar a nadie, pues “todos los culpables ya habían sido castigados.
Unas semanas después del accidente, a pesar del secretismo impuesto dentro de la URSS, la Agencia Italiana de Noticias publicó un informe en el que aseguraba que Nedelin y 100 personas más habían muerto en la explosión de un cohete; en 1965, el espía doble Oleg Penkovsky, el mismo que avisó a los norteamericanos de los misiles en Cuba, confirmó los detalles del accidente. Sin embargo, dentro de las fronteras del Imperio Soviético, pocos conocían la verdad, hasta que en 1989 admitió los hechos en un reportaje publicado en la revista Ogoniok. Un cuarto de siglo después, las familias pudieron por fin homenajear a sus muertos.
Hola Jesús,
tu artículo da que pensar. Cuántos «desastres» ocultos habrán ocurrido durante la Historia. Es horrible que se quiera ocultar la verdad. ¿Puede haber algo peor que engañar al pueblo? Como siempre, un magnífico post, nuevo para mí en su contenido, fiel en su calidad. 😉
Saludos
Hola Francisco,
totalmente de acuerdo, es muy posible que aún haya desastres ocultos en los archivos de la historia. Desgraciadamente muchos líderes políticos desdeñan la verdad a favor de su propio interés, pero espero poco a poco vayan viendo la luz, más que nada para ver si algo podemos aprender de ellos.
Muchas gracias por comentar y un cordial saludo.