Creo que nadie se sorprenderá con la cifra que facilito a continuación: el gasto anual en productos y tratamientos para la regeneración del cabello, sólo en los Estados Unidos, asciende a US 1.000.000.000 (mil millones de dólares), un 80% de los cuales se invierten en trasplantes. No he encontrado datos fiables para el resto del mundo, pero no me sorprendería que al menos duplicaran esta cifra, después de todo, la alopecia es un mal que afecta a todos los seres humanos, enormes, bajitos, blancos, rojos, negros, verdes, heteros y homosexuales, incluso a los de sangre azul. Lo que me queda claro, es que a los humanos no nos gusta quedarnos con la testa despoblada y somos capaces de muchas cosas para remediarlo, ahora, y a lo largo de la historia. La única diferencia, es el método y las recetas de nuestros antepasados.
Egipto.
Un reino en el que, a juzgar por su amplio uso de pelucas y barbas postizas, el culto al pelo estaba muy extendido. Para la calvicie, la madre del Rey Chata de Egipto, recomendaba “frotar la cabeza vigorosamente con una preparación hecha de garras de perro, dátiles y pezuñas de burro molidas y cocinadas en aceite”. (Encyclopedia of Hair, A Cultural Study. Victoria Shorrow.) Otras recetas egipcias recomendaban frotar cualquier otra grasa animal, gatos, leones, cabras, íbices, hipopótamos y serpientes. Cleopatra sugirió su receta familiar a uno de los más famosos calvos de la historia, Julio César, que consistía de manteca de oso, médula de ciervo, dientes de caballo y ratones domésticos tostados.
El Papiro Ebers, un texto médico de más de tres mil años de antigüedad, menciona también los remedios con grasa de animal, pero añade otro que consiste en un sofrito de pata de galgo con la pezuña de un burro, y eso sí, mucho frotar y frotar.
Grecia.
Cuatro siglos antes de nuestra era, en Grecia, el Padre de la Medicina, Hipócrates, recomendaba una mezcla de esencia de rosas, opio, vino y aceite de oliva u otra con cominos, heces de pichón, rábano picante y ortigas. El filósofo Aristóteles confió en que frotar orina de cabra sobre su incipiente calvicie detendría la pérdida del cabello. El gran médico también observó que los eunucos y la mayoría de mujeres no sufrían de alopecia, por lo que concluyó que la abstinencia sexual podía ser un buen remedio, aunque no creo que el mismo se haya castrado para recuperar su melena.
Roma.
Antes de conocer a su amante egipcia, Julio César echaba mano del viejo truco de la “alfombra”, esto es, dejarse el pelo largo por los lados o por detrás y crear una “cubierta” para el coco pelón. También se inventó lo de llevar a todas horas la famosa rama de olivo.
Otra receta sugería mezclar las cenizas de los testículos de un burro (no entiendo la obsesión por los pobres pollinos), con orina, y aplicar constantemente. Aquellos que utilizáis compuestos químicos, al menos podéis consolaros…
China.
La Enciclopedia del Cabello, la máxima autoridad capilar en esta civilización oriental, recomendaba mezclar aceite de girasol con romero y otras hierbas y, cómo no, testículos molidos de algún animal. Empiezo a ver una tendencia aquí.
Indios Americanos.
Algunas tribus confiaban en las heces de pollo o de vaca, algo muy similar a la receta vikinga, que preferían el estiércol de ganso.
Época Moderna.
En la Francia versallesca reaparecen los tupés, muy socorridos como camuflaje desde tiempos inmemoriales, pero vistos sólo como último recurso. Ahora bien, considerando la dudosa capacidad de los remedios anteriormente mencionados, imagino que muchos tenían que echar mano de ese último recurso.
En el siglo XIX, una familia de actores norteamericanos cuyos miembros femeninos presumían de largas, pero muy largas cabelleras, vendía un producto llamado Seven Sutherland Sisters’ Hair Grower (el Crecedor de pelo de las Siete Hermanas Sutherland), a base de aceite de serpiente. El producto resultó muy popular en su época, pero no hay evidencia de que le haya funcionado a nadie.
Y como no podía ser de otra manera, los avances de la tecnología en la última centuria han empujado a muchos a buscar soluciones en las máquinas. En 1923, la revista Popular Mechanics llevaba en su portada un artilugio parecido a las secadoras de pelo en os salones de belleza, el Thermocap, cuyos usuarios debían pasar 15 minutos al día para que el calor y la luz azul del invento “despertara” los bulbos de pelo durmientes bajo el cuero. Por la misma época, la Crossley Corporation promovía la Xervac, una especie de aspiradora, que al igual que el Thermocap, debía usarse durante unos minutos al día sobre la testa, mientras la succión creada por el armatoste sacaba el pelo de su escondite. Y así hasta el presente.
Obviamente, en este mundo complejo y variado los remedios recetados son mucho más sofisticados, brebajes, menjunjes de diversas plantas exóticas, y claro, todo tipo de rayos científicos con supuestas capacidades para regenerar el cabello por medio de radiaciones electro-no-sé-qué. La tecnología ha cambiado, pero la búsqueda del Santo Grial del cabello creo que sigue el mismo curso que en el pasado, esto es, un camino a ninguna parte. Al menos queda un consuelo para los sufridores de la alopecia (al menos para aquellos que no han aceptado su condición): hemos dejado atrás los testículos y el estiércol, y si la cartera lo permite, siempre estarán los implantes.
Hola Jesús,
qué se lo digan a Berlusconi que pelito a pelito consiguió el milagro. Es curioso comprobar cómo han utilizado los testículos para recuperar el cabello, imagino que es por la obvia asociación de masculinidad. Pero como siempre digo, cuando hay muchos tratamientos para una mismo problema es porque ninguno es útil y eficaz.
Abrazos melenudos
Jeje, Berlusconi y una larga lista de crédulos, bien intencionados, como demuestra la historia. Tú que eres médico entiendes mejor de estas cosas, y estoy de acuerdo contigo cuando dices que, el hecho de que haya tantos tratamientos,, quiere decir que ninguno funciona…pero no culpo a los que buscan un remedio, yo lo haría si estuviese en su situación, y no es que presuma de mata sansoniana, pero a mi edad, no me puedo quejar… 😉
Muchas gracias por comentar.
Un cordial saludo!
No sé cómo se te ocurre escribir de estas cosas, felicidades! Siempre tienes buenas ideas.
Saludo
Hola Sandra,
yo a veces me pregunto lo mismo, pero dándole muchas vueltas, siempre se me ocurre algo, y tengo que decir que es la parte más difícil.
Muchas gracias y un cordial saludo.
Un post muy interesante 🙂
Muchas gracias BLog,
aunque tengo que aclarar que no soy un experto en alopecia, y que sólo pensé en publicar este artículo desde su perspectiva histórica.
Muchas gracias nuevamente y un cordial saludo.
Estimado Jesús:
Respecto al «Padre de la Medicina», el gran Hipócrates, me gustaría apuntar que -aunque no se sabe como era, en realidad- habitualmente se le representa con una calvicie o alopecia tan característica que se le conoce como «alopecia hipocrática».
Y, por cierto, supongo que siendo él tan inteligente… si llegó a usar alguno de los remedios que se le atribuyen, sería el de esencia de rosas y no el de ortigas. 😉
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Yo sólo digo que el hombre, desde que procede del mono, ha ido perdiendo el pelo de todo su cuerpo, dicho de otra manera, los calvos estamos más avanzados en terminos evolutivos.
Jeje, es muy posible Oscar, el tiempo nos dirá si la caída del pelo es más una ventaja evolutiva que un defecto…;)
Muchas gracias y un cordial saludo.
Muy buen artículo Jesús, por cierto (y que en esto nos de una mano el Doc Francisco) no les asombra que algunos de estos remedios usen testículos de animales y que hoy se considera que la calvicie masculina está asociada con la testosterona.
Un saludo.
Hola Martin,
Creo que los calvos de la antigüedad estaban tan desesperados como los de ahora y estaban dispuestos a intentar cualquier remedio, aunque incluyese ingredientes tan «exóticos». Ahora bien, tiene mucho sentido que hubiesen pensado en testículos, porque como bien dices, la calvicie masculina está asociada con una falta de testosterona. Ignoro cuál sea la realidad, pero si Francisco o cualquier otro tiene la respuesta, seguro se hace millonario… 😉
Muchas gracias caballero por tu comentario. Un abrazo.
Yo he comprobado que el Minoxidil funciona, lento pero funciona.