En las últimas décadas el mundo se ha enfrentado a una de las más grandes amenazas para la supervivencia del hombre, y no es otra que la contaminación del aire que respiramos, del agua que bebemos y en la que viven millones de especies marinas, y hasta la tierra sobre la que construimos nuestros hogares. El aumento de la población y la industrialización de nuestras sociedades son sin duda la causa principal, y la crítica a ambos factores no se ha hecho esperar. Sin embargo, la destrucción de la naturaleza no es algo nuevo ni exclusivo de la época industrial, y podemos afirmar son miedo a equivocarnos que el daño se inició en el mismo momento en que apareció nuestra especie sobre la Tierra, e incluso un poco antes.
Ningún ser vivo está programado por la naturaleza para proteger su entorno conscientemente. Plantas y animales nacen, crecen, se reproducen y mueren sin ningún objetivo aparte del de su propia supervivencia, y nuestros antepasados pre-humanos no eran diferentes. Un Australopithecus Afarensis como la célebre Lucy cogía un fruto de un árbol, comía hasta saciarse, y seguramente tiraba el resto a una distancia no más larga que la que le permitiría la fuerza de sus brazos. Neandertales y Erectus cazarían lo que pudieran sin pensar jamás en la posibilidad de que alguna especie pudiese extinguirse, como le sucedió después a los mamuts debido a la caza masiva por Homo sapiens apenas hace una decena de miles de años. En todo caso, hasta aquellos días, el reducido número de humanos sobre la Tierra limitó el daño y permitió a la naturaleza repararlo a un ritmo más alto del que se producía. Todo cambió con la aparición de la agricultura.
Asia.
Hace aproximadamente ocho o nueve mil años, y simultáneamente en varios puntos de Oriente Medio cercanos a las cuencas de los ríos Éufrates y Tigris, los hombres descubrieron que podían imitar a la naturaleza plantando semillas y esperando a que estas dieran plantas y fruto. Para ello, eran necesarios tres ingredientes, la luz del sol, agua y terreno para cultivar. En un principio no hizo falta hacer mucho para encontrar estos recursos, pero la abundancia creada por la misma agricultura tuvo como consecuencia la expansión de la población, que necesitaba más alimentos. Muy pronto los hombres se vieron en la necesidad de robarle terreno a los bosques, ya fuese talándolos o quemándolos, y de transportar el agua a través de acequias o canales. Hacia el año 7.000 a. de C., aparece la ciudades de Catal Hayuk, Jarno y Alosh en la zona, aproximadamente en las mismas fechas que desaparecen grandes bosques, especialmente los de las laderas de los montes Zagros, áreas no deforestadas precisamente para expandir las tierras de cultivo, sino para obtener madera necesaria en la construcción.
La Épica de Gilgamesh, el gran poema de la antigua Mesopotamia que cuenta la historia del gobernador de Uruk, en el actual Irak, relata cómo el “Héroe” acaba con el protector de los bosques de cedro, Hubamba, y Gilgamesh termina “talando los árboles de los bosques” hasta las riveras del Éufrates, para construir templos y una muralla que asegurara la gloria de su nombre para toda la eternidad (Tablilla III). Poco más al oeste, los fenicios utilizaron los cedros del Líbano para construir los barcos que les llevarían a los confines del mundo conocido. La Biblia también nos da un ejemplo en el Libro de los Reyes, cuando menciona cómo el Rey Salomón ordenó al de Tiro que le enviara la madera de los cedros del Líbano para construir su grandioso templo. Puede resultar superfluo decir que poco o nada queda de los bosques en el ahora desértico Medio Oriente y que la deforestación fue uno de los factores que redundaron en la caída de los imperios de la antigüedad.
Europa.
El auge de la metalurgia y sus hornos aumentó la necesidad de recursos madereros que, escasos ya en Oriente Próximo, trasladó el centro de poder hacia las islas del Mediterráneo Oriental. En la Isla de Creta surgió la civilización minoica, cuyo principal producto de exportación fue el bronce. Pero su periodo como potencia comercial dependía demasiado de la disponibilidad de bosques en la isla, talados inconscientemente hasta su desaparición, y la civilización minoica desapareció a mediados del siglo XV antes de nuestra era. Grecia heredó el poder y lo mantuvo durante siglos gracias a la abundancia de bosques en sus islas y en las costas de Anatolia, con cuya madera pudo construir una flota comercial y militar que le garantizaría la preponderancia política y económica hasta su conquista por Roma. Ya para entonces los hombres habían entendido la importancia de los recursos naturales, y no casualmente, Roma prohibió talar árboles a los macedonios tras su conquista en el año 167 a. de C., para que no pudieran construir una flota rival.
Roma, la primera gran potencia transcontinental de la historia, puede ser también considerada la primera destructora en masa del medio ambiente. No sólo sufrieron los bosques que fueron talados para construir trirremes, sino las canteras de las que salió la piedra y el mármol para levantar los majestuosos templos de la Ciudad Eterna; los ríos, que como el Tíber recibían directamente los residuos de las ciudades y el “Mare Nostrum” que albergó en sus aguas los hundimientos de miles de barcos y sus cargas de aceites y metales. Pero probablemente el mejor ejemplo lo encontramos en las minas de oro de Hispania, en lo que en la actualidad denominamos Las Médulas, en León.
Poco después de la conquista a manos de César Augusto en el año 19 a. de C., los romanos advirtieron la importancia de los yacimientos, de los cuales los astures ya extraían oro, pero a nivel artesanal. La tecnología romana, y su insaciable ambición, transformó el paisaje en dimensiones pocas veces vistas. El proceso se llevaba a cabo en tres etapas: 1) la perforación de túneles en las laderas de los montes; 2) la inyección de agua por dichos túneles para arrastrar el material al exterior, y 3) canalizar el agua hacia las piscinas de lavado donde se extraían las pepitas. El sistema no sólo dañó la orografía, desmoronando montes casi en su totalidad, sino que dependía de la construcción de grandes depósitos de agua y canales para su transporte, en ocasiones desde distancias de hasta 100 kilómetros. Para más inri, la fundición de tanto mineral requería de grandes y numerosos hornos, que no sólo quemaban ingentes cantidades de madera, sino que provocaban una nube de humo que provocó numerosas dolencias físicas a los pobladores de la región.
América.
Al igual que en el resto de continentes, la aparición de la agricultura en América tuvo un gran impacto medioambiental. Tanto los pueblos del sur como los de Mesoamérica y Norteamérica, talaron grandes extensiones de bosques para realizar cultivos. Pero no sólo eso. También de manera similar a lo que ocurrió en el resto del mundo, los hombres llegados de Asia en busca de caza llevaron a la extinción a muchas especies con su actividad. Los mamíferos gigantes que habían sobrevivido millones de años gracias a su aislamiento y lejanía a los humanos, duraron muy poco el re-encuentro. Había perezosos gigantes, armadillos, tigres dientes de sable, tortugas y castores también de grandes dimensiones, caballos y mamuts que, junto con muchas otras especies, desaparecieron del continente poco después de la llegada de los humanos. Los caballos volverían con Colón, pero al resto sólo los podemos admirar a través de sus huesos en museos de historia natural. Y el proceso continua.
Está claro que el hombre causa enormes daños a la naturaleza, y eso no es algo exclusivo del mundo moderno, aunque la Revolución industrial aceleró el proceso. Somos una especie animal que busca, como las demás, la supervivencia de la especie, pero la inteligencia que hemos adquirido en el proceso evolutivo nos ha permitido inventar y descubrir tecnologías que magnifican nuestra expansión y el consecuente impacto medioambiental. Nuestros ancestros probablemente tenían la excusa de desconocer los daños que provocaban, nosotros no tenemos ese lujo. Sólo en las últimas décadas nos hemos dado cuenta de los efectos que nuestra actividad están teniendo en nuestro entorno, en especial la contaminación del aire, mares, ríos, lagos y de la superficie terrestre, y de cómo esos efectos van en contra de nuestra supervivencia como especie. El único consuelo probable es que es esa misma inteligencia la que nos ha hecho abrir los ojos y esas mismas tecnologías las que nos están permitiendo girar sobre nuestros talones en el uso de los recursos disponibles. Sólo espero que aún estemos a tiempo.
Hola Jesús,
no tenemos ninguna excusa y como bien dices, es ahora que somos más conscientes de que estamos destruyendo el planeta. Si me lo permites añadiré a tu artículo unos datos de la OMS que hacen referencia a este tema y a sus consecuencias en la salud.
La contaminación atmosférica en las ciudades aumenta el riesgo de padecer enfermedades respiratorias agudas como la neumonía, y crónicas como el cáncer de pulmón y enfermedades cardiovasculares, calculándose que en el mundo son 1,3 millones las personas que mueren cada año a causa de la contaminación atmosférica urbana. Esta contaminación urbana afecta al cambio climático y secundariamente son causa de las sequías y los fenómenos meteorológicos extremos (por ejemplo, las tormentas de viento y las inundaciones), como las enfermedades transmitidas por el agua y por los alimentos, aumentando la prevalencia de enfermedades de transmisión como el dengue y el paludismo.
Creo que ese Australopithecus tiene poca culpa en la destrucción del planeta…
Un saludo y como siempre un post de lo más interesante y atractivo.
Hola Francisco,
lo de ser más conscientes creo que es una ventaja, pero de nada servirá si no hacemos algo más al respecto. Como bien dices, la contaminación atmosférica es tremendamente dañina para la salud, y se me viene a la cabeza Beijing, ciudad donde he sufrido en carne propia lo que en occidente era algo común hace tres o cuatro décadas. Pero incluso en un país sin libertad como China, la población está despertando y no hace mucho que leí que se habían organizado protestas contra la polución.
Tengo fé en que el ser humano, en su calidad de rey de la supervivencia, termine por corregir muchos de estos fallos en nuestra sociedad. Será el optimista en mí, o será que no hay otra opción…:P
Muchas gracias por comentar y por tu interesante aportación desde el punto de vista médico.
Un abrazo y feliz domingo.
Una gran entrada, tan bien documentada como de costumbre. Se puede añadir que en estratos de época romana se detectan picos de metales pesados y que culturas conocidas como los mayas y los rapa nui sucumbieron por su incapacidad de explotar su medio ambiente de forma sostenible. Y es que los humanos nunca terminamos de asimilar conceptos como la «capacidad de carga» de un ecosistema.
La verdad es que la respuesta la pregunta del título tiene pinta de ser muy difícil de encontrar.