Aparte de hacerle compañía a las aves surcando los cielos, a Amelia le motivaba en gran medida conseguir una hazaña por encima de cualquiera. La fama ya la tenía, ahora faltaba la inmortalidad. Con ello en mente, el 20 de mayo de 1932, el día que se cumplían cinco años de la hazaña de Lindbergh, Amelia Earhart despegó de Harbour Grace, Newfounland, Canadá, con destino al mismo París que había aplaudido la llegada de “Lindy”. Su única pasajera, una copia del periódico local para corroborar la fecha.
La mañana era fría y el aire a 3.000 metros de altura todavía más. Amelia no tardó en ver cómo el hielo se formaba en las alas de su Lockheed Vega 5B, y tuvo que descender casi hasta el ras de las olas para deshacerlo. En todo caso, después de media jornada los problemas mecánicos hicieron su aparición, y la piloto de 34 años pronto se dio cuenta que llegar a la capital francesa quedaba fuera de los planes, lo cual no evitó conseguir su meta de cruzar el Atlántico, pues 14 horas y 56 minutos desde el despegue, Amelia aterrizó en la campiña irlandesa cercana a la población de Culmore, en Derry Norte. Daba igual París, la admiración del público cubrió a la piloto de gloria, asegurándole un lugar en la historia de la aviación. Llegaron las medallas, entre ellas la de Vuelo Distinguido del Congreso de los Estados Unidos, la medalla de oro de la National Geographic Society y la Cruz del Caballero de la Legión de Honor Francesa. Los contratos de publicidad acompañaron.
Los récords continuaron engordando el palmarés de Amelia, en un principio todavía a las manos de su Vega, al que bautizó como “La Vieja Bessie, el Caballo de Fuego”. En enero de 1935 Earhart se convirtió no ya en la primera mujer, sino en la primera persona en cruzar medio Pacífico para llegar a Honolulu, en Hawaii. Hasta ese año, Amelia había roto ya siete marcas femeninas de velocidad y distancia en diversas aeronaves y era sin duda la piloto más conocida del mundo. Suficiente para muchos, pero no para ella. Algo más podría hacerse. A finales de 1935, después de una no muy exitosa intentona de crear una escuela de vuelo en California, Amelia fue invitada a dar una serie de conferencias en la Universidad de Purdue, en Indiana y a participar como consultora en su Departamento de Aeronáutica. Para entonces el gusanito de la aventura había agitado sus neuronas nuevamente y la tenía ya planeando su próxima hazaña. Ella buscaba algo que nadie hubiese hecho, lo cual a esas alturas ya se presentaba difícil, pero no imposible. Pensó en la circunnavegación al mundo, pero esa proeza ya había sido lograda por Wiley Post, en 1931, acompañado por el navegante Harold Gatty, y nuevamente en 1933 sustituyendo a Gatty por una brújula y un recién inventado piloto automático. Dándole vueltas al asunto, Amelia se dio cuenta que Post había volado a una latitud muy alta, lo que recortaba considerablemente la ruta, por lo que a ella se le ocurrió darle la vuelta al mundo lo más cerca posible del Ecuador.
Con el patrocinio de Purdue, la Lockheed Aircraft Company construyó el Lockheed Electra 10E, un monoplano bimotor, según muchas de las especificaciones de Earhart. La idea era volar de este a oeste, al contrario de todos los demás intentos. Le acompañarían los navegantes Harry Manning y Fred Noonan. El 17 de marzo de 1937, la expedición partió de california con rumbo a Hawaii. Al aterrizar, piloto y mecánicos se dieron cuenta de que el avión había sufrido algunos desperfectos, que fueron subsanados en unos hangares de la marina de los Estados Unidos. Tres días después, al intentar despegar, Amelia cometió un error y el avión terminó chocando al final de la pista, sin heridas para sus tripulantes y, aparentemente, porque una de las ruedas del tren de aterrizaje había estallado. La misión llegó a su fin casi tan pronto como había empezado.
Habréis imaginado que eso no detendría a Amelia, y no os equivocáis. Sólo unas semanas después de la decepción, el Electra estaba listo para levantar el vuelo, y Earhart lo llevó de Oakland a Miami, pues había decidido cambiar la dirección del vuelo. El 1 de junio, Amelia y Noonan (Manning se había apeado debido a otros compromisos) despegaron de la ciudad Floridense con destino al Ecuador. Esta vez los vientos y el clima les favorecieron y la pareja logró hacer las escalas planificadas, primero en Sudamérica, luego en África y la India antes de llegar a Nueva Guinea el 29 de junio, después de haber recorrido 35.000 kilómetros, más que ningún otro piloto hasta entonces. Aparentemente, ahí se les acabó la suerte, pues llegando a la Isla de Lae, Amelia contrajo disentería y estuvo convaleciente varios días, que aprovechó para hacer unas últimas modificaciones al avión. El último tramo del vuelo, 7.000 kilómetros, se haría exclusivamente sobre el Pacífico, y tanto piloto como navegante pensaron que un tanque adicional de gasolina sería más importante que la radio de onda corta o que los paracaídas, y estos objetos fueron retirados del avión. Confiados en el talento como navegante de Noonan, el 2 de julio de 1937 el Electra levantó el vuelo nuevamente.
El plan era hacer escala en la minúscula Isla Howland, unos 1.500 kilómetros al Este-Noreste, donde el Crucero Itasca de la Marina estaría esperándoles para ayudarles a encontrarla. La última posición del vuelo se confirmó aproximadamente a mitad del recorrido, sobre las Islas Nukumanu, pero nunca llegó a Howland.
El Itasca recibió varias señales de Amelia, pero no pudo asegurar que esta le escuchaba. Según la investigación posterior, algunas modificaciones al sistema de radio y, en especial, a la antena, habían cambiado la configuración de las frecuencias. Otro posible problema fue que Earhart utilizaba la hora civil de Greenwich, y no la de la Marina, por lo que el tiempo pudo confundir la distancia. Otras fuentes sugirieron que Earhart no había sido apropiadamente entrenada en el uso de la radio, habiendo recibido apenas una breve charla en Lockheed.
A las 2:45 y a las 5:00 de la madrugada del 2 de julio, el operador de radio del Itasca recibió dos llamadas del Electra; a las 6:14 otra, en la que la piloto afirmaba estar a 320 kilómetros de Howland y pedía que el buque utilizara su equipo de localización, que la tripulación del Itasca obedeció, pero Amelia no pudo recibir la respuesta. A las 6:45 Amelia radió al Itasca anunciándole que estaría a unos 160 kilómetros y, a las 7:42, se escuchó: «Ya deberíamos estar sobre vosotros, pero no podemos veros—se nos acaba el combustible. No hemos podido contactaros. Estamos volando a 1.000 pies (330 metros).» Itasca escuchaba, pero la respuesta no llegaba a su destino. Mientras tanto, el capitán del barco ordenó a todo el personal subir a la cubierta para buscar el avión, y la quema de petróleo en sus chimeneas para que la columna de humo sirviera de guía a su piloto. La última transmisión se recibió a las 8:43: «Estamos en la línea 157 337. Repetiré este mensaje en 6210 kilociclos. Esperad.» Unos segundos después estaba de vuelta en la frecuencia anterior, desde donde se escucharon sus últimas palabras: “Volamos en una línea de norte a sur.» Nunca más se supo de ellos.
La búsqueda, iniciada una hora después de la última transmisión del Electra, resultó infructuosa. En aquellos momentos nadie sabía siquiera por dónde volaba el avión, y en un océano tan grande como el Pacífico, encontrarlo era más difícil que una aguja en un pajar. Según la investigación, una de las probables causas del accidente fueron los errores, ya sean mecánicos o humanos, en la navegación. El avión de Amelia no estaba donde ella pensaba, y nunca llegó a acercarse a menos de 100 kilómetros de la Isla Howland. Al no encontrar restos, no se pudieron confirmar las causas, y la desaparición de Amelia Earhart y su navegante se convirtió en la comidilla de la prensa internacional y en el mito de una generación. El gobierno de los Estados Unidos organizó una misión de búsqueda con todos los medios disponibles, pero fue cancelada dos semanas después. El 17 de julio, George Putnam organizó otra búsqueda privada, sin éxito. Finalmente, el 5 de enero de 1939, a petición de su esposo, Amelia Earhart fue declarada muerta.
Murió la piloto y nació la leyenda. La estrella de la aviación que había seducido al mundo se había embarcado en la búsqueda por la gloria, y terminó encontrando la muerte. Las especulaciones sobre su trágico fin llenarían las portadas de periódicos y revistas durante décadas. Sólo con la frialdad que el tiempo otorga surgieron las explicaciones más probables. Primero, el avión no llegó a su destino debido a fallos en la navegación; segundo, el combustible se había terminado y piloto y navegante bien pudieron amarizar, hasta terminar ahogándose, o lograron llegar a una isla desierta, donde terminarían sus días. Este último punto aparentemente fue confirmado en 1991, cuando diversos objetos de primitiva fabricación, trozos de ropa y un trozo de plexiglás con las mismas medidas que el utilizado en el Electra, fueron encontrados en una pequeña isla cercana a la Isla de Nikumaroro, y en una playa en otra isla cercana, en el año 2012, se encontró un tarro de crema para las pecas, muy probablemente utilizada por Amelia. En octubre de 2014, el Grupo Internacional para la recuperación de Aeronaves Históricas confirmó que los restos encontrados en Nikumaroro pertenecían al Lockheed Electra de Earhart.
Amelia fue una mujer llena de empuje, ilusión y ambición. Muchos contemporáneos creen que incluso temeraria, pues a pesar de no ser considerada como una gran piloto, sus ansias de fama le llevaron a abrazar misiones muy por encima de sus capacidades. Da igual, pues su nombre es ahora sinónimo de heroína. Nunca sabremos si a ella el intercambio de muerte por gloria le pareciese aceptable, pero visto lo visto, perdió la vida en el intento, pero ganó la eternidad. Ya quisieran muchos.
Hola Jesús,
tuvo narices (por no decir lo otro) para coger uno de esos aparatos y cruzar el océano. Imagino que era consciente de que su empresa tenía muchos más números de fracasar que de lo contrario y sin embargo no dudó en ello. ¡Chapeau! ¡Viva el mito!
Abrazos
Hola Francisco,
en verdad Amelia Earhart era una mujer con agallas, y creo que su ambición también tuvo mucho que ver con que arriesgara su vida para alcanzar la gloria. Desgraciadamente encontró la inmortalidad en compañía de la muerte, algo que suele suceder. Que ella estaría satisfecha? No lo dudo, pero me parece un precio alto, por eso yo nunca seré un héroe trágico…(espero… 😛 )
Un saludo cordial.
Muy buena historia. Digna de ser llevada a cine algún día. Aunque al cine le suelen interesar más los héroes masculinos.
Hola Pascual,
en verdad es una historia digna del cine, y por ello Hollywood ya la ha llevado a la pantalla, en varias ocasiones. te dejo algunos ejemplo que te pueden interesar: http://www.imdb.com/title/tt1129445/
http://www.imdb.com/title/tt0109096/
http://www.imdb.com/title/tt0074132/
Eespero las disfrutes…muchas gracias por comentar y un cordial saludo.