Cuando la naturaleza frenó a la tecnología.

El hombre ha logrado dividir el átomo, ha encontrado las instrucciones de la vida impregnadas en el ADN, ha construido rascacielos que llegan hasta las nubes, y ha visitado la Luna. Todos estos son hitos de la ciencia, de la industria y del progreso que demuestran hasta qué punto nuestra especie ha logrado entender y dominar buena parte de la misma naturaleza de la que somos parte.Pero incluso ahora, quedan asignaturas pendientes en la lista de grandes éxitos. Quedan muchas enfermedades sin cura, grandes fenómenos de la naturaleza de los que estamos muy lejos, no ya de controlar, sino de siquiera entender al completo, y no somos capaces de defender la vida y la libertad de nuestros hermanos en todas las regiones del mundo. Ha habido, y seguirá habiendo, instancias en las que todo el ingenio humano no es suficiente para dominar el entorno, casos en los que nos hemos tenido que rendir o retirarnos de la batalla, y de uno de esos casos nos ocuparemos hoy.

Fracaso en Panamá.

Fracaso en Panamá.

Segunda mitad del siglo XIX. La sociedad comienza a recoger los frutos de la Revolución Industrial. Las ciudades retumban con el ruido de las fábricas, con el galope de los caballos enganchados a carros. La superficie terrestre está ya casi toda repartida, buena parte de ella en colonias. La industria crece, impulsando el comercio local e internacional y con este el tráfico marítimo, único transporte capaz de viajar a ultramar. La competencia es fuerte y es necesario hacer ajustes para abaratar los costes, barcos más rápidos, Ferdinand de Lessepsmotores más eficientes, rutas más cortas. La misma motivación de Colón. En el Egipto repartido, un personaje francés completa en 1869 la hasta entonces obra de ingeniería de la historia, el Canal de Suez, haciendo realidad el sueño faraónico de unir el Mar Mediterráneo con su vecino el Rojo. Ferdinand de Lesseps es admirado y honrado a partes iguales en Francia, a nivel de estrella del Pop, bañándose en adulaciones, enjabonándose con medallas y enjuagándose con autoestima. Es un hombre completo, un hombre al que nada ni nadie puede detener. Ni él mismo. En 1869, a los 63 años, casó en segundas nupcias con una bella y joven actriz, con la que llegó a tener 12 hijos. Todo un macho gálico.

Como si los éxitos no fueran suficientes para apagar el fuego de la ambición, de Lesseps se fija entonces en el reto más grande de la ingeniería mundial, un canal para unir los océanos Pacífico y Atlántico, un sueño centenario desde que Vasco Núñez de Balboa asomara sus ojos europeos a las oscuras aguas del Pacífico. Al héroe de Suez no le faltaron apoyos financieros, buena parte de ellos norteamericanos, y para 1880, una vez formada la Panama Canal Company, habían comenzado los estudios topográficos de la zona. El plan es construir una vía directa entre ambos mares, de manera similar a lo que se hizo en Suez. El problema es que Panamá no es Egipto.

Idea del canal

Para empezar, difícilmente podríamos encontrar dos regiones geográficas tan dispares. Mientras que la zona del canal de Suez es primordialmente una planicie fluvial con pocas montañas, al Istmo de Panamá lo atraviesa la Cordillera de Talamanca, con al menos una docena de cumbres por encima de los 3,000 metros. Mientras que el Río Nilo es, y era, bastante predecible, los ríos Culebra y Chagras en Panamá, se encontraban entre los más volátiles del planeta, dependiendo de la estación. Ya no se trataba de cavar una zanja en la arena, sino de atravesar un terreno con una variación orográfica considerable. Peor aún, mientras que el clima en Egipto es igualmente predecible y con una temporada de lluvias muy limitada cuantitativamente, los meses húmedos de Panamá harían creer a cualquiera que se ha llegado el diluvio universal. Uno de los muchos errores del equipo francés, fue hacer sus estudios topográficos en la temporada seca,

Derrumbes

Las primeras palas se hundieron en la lodosa cuenca del Chagras el 1 de enero de 1881. El plan era simplemente cavar el canal a nivel del mar atravesando el terreno, La empresa contrató a miles de trabajadores, la mayoría de las Indias Occidentales, puso palas en sus manos y al tajo. Los primeros meses el proyecto parecía ir adelante, y entonces llegaron las lluvias de mayo. Los ingenieros del proyecto vieron con horror que todo el trabajo realizado se venía abajo, literalmente, empujado por los aludes de barro que las lluvias provocaban. Las inundaciones arrastraban hombres y maquinaria sin distinción, y volvían a cubrir de tierra lo excavado. De Lesseps se lo tomó como un obstáculo más. La orden, volver a empezar, no cuartel al enemigo.

Las lluvias también trajeron a un agente que causaría aún más daño, un enemigo silencioso, invisible para la ciencia del momento, y mortal en el ataque, la Fiebre Amarilla. Las víctimas mostraban los primeros síntomas con fiebres, antes de que su piel Fiebre amarillase tornara amarilla y el vómito negro invadiese sus conductos. La muerte era inevitable. Se culpó de la enfermedad a miasmas, “nubes” de aire tóxico causado por las emanaciones de materia muerta o aguas estancadas, nada más lejos de la realidad, pero el conocimiento en materia médica no daban más de sí, y el hecho de que el vehículo transmisor del patógeno era un mosquito aún estaba por descubrir. A nadie se le ocurrió que los pantanos creados por las inundaciones eran el perfecto caldo de cultivo para los bichos. A la Fiebre Amarilla se le unieron enfermedades mejor conocidas, pero no menos mortales, como disentería, malaria, tifoidea y dengue. En noviembre del primer año, murieron más de 300 trabajadores, el doble en diciembre. Durante los primeros seis años del intento francés el número de víctimas llegaría a 6,000. El cómputo final excedería los 22,000.

Ferdinand de Lesseps había puesto un circo y le habían crecido los enanos, pero el seguía insistiendo en que el canal era posible y que nada lo detendría. Incluso convenció a sus inversores de poner más dinero, ocultando, no obstante, la realidad de los obstáculos que el proyecto encontraba en su camino. Pasaron los años y el avance era mínimo, y eso cuando los ingenieros lograban consolidarlo. Para 1885 quedó claro a muchos ingenieros que la única manera de construir el canal sería elevando a los buques por medio de esclusas, pero de Lesseps se opuso hasta que aceptó la idea un año después. Los derrumbes, la enfermedad y la muerte continuaron, y el canal aún estaba lejos de finalizar. Finalmente, la presión de los inversores, que no veían el momento de recuperar su dinero, y la falta de nuevos entrantes que mantuvieran la pirámide, obligó a la empresa a reconocer su fracaso. En ocho años, se habían gastado casi 250 millones de dólares, y la obra no había llegado ni a la mitad.

La bancarrota sirvió como colofón a la historia de un fracaso, dio lugar a una de las crisis financieras más importantes de la historia y descubrió una trama de corrupción que terminó con la inmaculada reputación de de Lesseps, y la de muchas personas más. Cientos de miles de inversores lo perdieron todo y la presión popular obligó a un tribunal civil a abrir una investigación. Este encontró que personas cercanas a la Compañía del Canal habían sobornado a decenas de políticos para que no revelaran la realidad de la situación en Panamá y ocultar sus cuentas. De Lesseps y su hijo Charles recibirían sentencias de cárcel, que después serían anuladas, y hasta Gustave Eiffel, cuya empresa acababa de terminar la Torre Eiffel y estaba encargada de construir las gigantescas esclusas, se vio manchado por el escándalo. Dos ministros y ciento cuatro diputados fueron encontrados culpables, obligando al gobierno a dimitir. Ferdinand de Lesseps murió en 1894, arruinado económica y socialmente, solo y, según algunos testimonios, con signos de demencia.

La geografía, el clima y los mosquitos acabaron con el sueño francés de construir el Canal de Panamá. Ni las máquinas ni la ingeniería consiguieron atravesar las barreras que encontraron. Por una vez, la naturaleza frenó a la tecnología. Eso sí, la victoria sería temporal, y el hombre no tardaría en volver a intentarlo ante el mismo rival, y tampoco sería fácil. Veinte años después de la muerte de de Lesseps, el Canal sería una realidad a manos de un promotor más correoso, más rico, tecnológicamente más avanzado y más seguro de sí mismo. Pero eso ya es otra historia…

10 thoughts on “Cuando la naturaleza frenó a la tecnología.

  1. Hola Jesús,
    como seguro que ya te imaginabas, aportaré algún dato médico sobre la fiebre amarilla. Su transmisión es por mosquitos infectados del virus y que se le conozca por «amarilla» no es más que por el color que adquieren algunos pacientes. Sin tratamiento la mortalidad puede llegar al 50% y es endémico en zonas tropicales de África y América Latina. En la actualidad se producen en el mundo 200.000 casos y la mayoría de los que mueren por la enfermedad son de zonas de África. Lejos de disminuir su frecuencia en los últimos veinte años ha aumentado su incidencia debido a la mayor deforestación, la urbanización y el cambio climático. A estos pobres trabajadores del canal infectados por el virus no podían hacer otra cosa que aliviar su sintomatología (de hecho el tratamiento consiste en paliar los síntomas) y esperar su evolución. Lástima que no dispusieran de la vacuna actual, segura, eficaz y asequible, con una sola dosis se obtiene la inmunidad de por vida (no son necesarias dosis de recuerdo).
    Abrazos

    • Hola Francisco,
      efectivamente, esperaba que, conociendo el tema mejor que yo, podrías aportar mucho sobre este tipo de enfermedades, y no me has defraudado… 😉
      Conozco la historia del Canal desde muy joven, y siempre me llamó la atención que los franceses no hubieran hecho nada para solucionar el problema de los mosquitos. En estos días que estuve investigando, me di cuenta que el problema residía en que para alguien como de Lesseps, un hombre del Imperio, la vida humana en los países menos desarrollados no tenía mucho valor. Cuando recibió los primeros informes de as muertes, simplemente dijo, que contraten más. Cosas del colonialismo.
      También aprendí que ya se había descubierto una vacuna contra la fiebre amarilla en Cuba, pero no todo el mundo lo sabía. Muy triste, pero esa es la historia. Pronto publicaré sobre la construcción del Canal por los norteamericanos.
      Muchas gracias por tu valiosa aportación.Un cordial saludo.

    • Totalmente Rudolf. Muchas veces nos creemos todopoderosos, los «reyes» de la creación, cuando no somos más que un bicho entre los muchos que habitan este planeta, y que en cualquier momento, un par de volcanes o buenos terremotos nos decimarán como si fuésemos hormigas. Eso sí, donde los franceses fallaron los norteamericanos triunfaron, aunque a punto estuvieron también de no conseguirlo, y cuando lo hicieron, pagaron un precio muy alto. Pronto el desenlace.
      Muchas gracias, como siempre, por tu amable colaboración. Un abrazo.

  2. Hola Barcala.
    Como dice Rudolf, de la diosa Gea, hace unos dias me enteré que los Incas cuando tenian que sacar minerales de la tierra, solo perforaban unos pocos centimetros, para no herir a la Pachamama. Tenían una concepción muy diferente a la nuestra sobre la «salud» del planeta. Un fuerte abrazo.

    • Hola Christian,
      llevamos milenios hiriendo a la Pachamama, y no me extraña que de vez en cuando nos de una sacudida… Todos los pueblos de la antigüedad tenían una visión muy diferente a la nuestra del planeta, si bien poco o nada científica, al menos más respetuosa. A ver si un día aprendemos a combinar los dos aspectos.
      ;Muchas gracias caballero por vuestra alocución. Un abrazo y feliz semana.

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