Uno de mis paseos favoritos, y que recomiendo a cualquiera que se acerque a tierras teutonas, es coger un barco de esos que suben y bajan por el Rin. Los hay de todos los tipos, desde los cruceros que duran un par de noches hasta los de excursiones de un par de horas entre Colonia y Coblenza. Aparte de la paz que acompaña a la brisa innata a la navegación, podemos disfrutar de los paisajes naturales en consonancia con la estación, verdes, marrones, naranjas y amarillos del tupido foliaje en ambas riberas, y del buen surtido de castillos enclavados en lo más alto de las vegas, ahora convertidos en su mayoría en viñedos. Un paseo para ir con un amigo, no con un enemigo.
Alemania romana
Pero hay un tramo que me gusta en especial y en el que suelo bajarme cuando voy en tren (me bajo en la estación de Weissenthurm, cerca de Andernach), sólo para pensar en lo que sucedió hace poco más de dos milenios, cuando uno de los hombres más poderosos del mundo antiguo decidió lanzar en ese mismo sitio un mensaje de autoridad y poder a sus vecinos, construyendo para asustar al enemigo, una de las maravillas de la ingeniería romana que, desgraciadamente, no sobrevivió para la posteridad.
Enemigo real
El personaje era Cayo Julio César, Cónsul a cargo de varias legiones, que en el año 55 a. de C. se dedicaba a conquistar a los pobres galos, y a cualquier otra tribu que se pusiera en su camino. Aquel que se resistía se quedaba sin cabeza, y sin pueblo, y durante un buen tiempo las espadas de los legionarios no se quedaron sin trabajo.
Ahora bien, la Galia no era un país unificado, ni mucho menos, sino que estaba compuesto por una miríada de tribus relativamente independientes que, en algunos casos peleaban constantemente entre sí, y en otros, formaban alianzas. La llegada de Julio César sólo añadió más caos a la situación geopolítica, y algunos de esos pueblos se aprovecharon de ese caos reinante para ampliar sus dominios, arriesgándose a convertirse en enemigo de Roma.
Al otro lado del Rín
Una de esas tribus, la de los suevos, habitantes de la germania al otro lado del Rin, no tuvo ambages para cruzar el río y atacar a los heduos, aliados de Roma, cosa que no le gustó mucho al calvo general romano, que ordenó a sus legiones avanzar hacia el Rin. Los suevos, algo acojonados, enviaron embajadores a Julio César buscando un acuerdo pacífico, a lo cual este en principio aceptó, pero los germanos rompieron la tregua y atacaron un campamento romano causando grandes bajas. César decidió que era razón suficiente para guerrear contra el enemigo suevo.
El problema es que cruzar el río con 40.000 legionarios no sería tarea fácil. Los germanos lo hacían en barcazas, pero César pensó que ese método sería algo peligroso debido a su lentitud, y sabía que los bárbaros podrían atacarle durante el cruce. Peor aún, cruzar de esa manera estaría por debajo del prestigio y la reputación de Roma ante el enemigo.
La otra opción era un puente, cuestión mucho más complicada considerando que en esa zona el Rin tiene 400 metros de ancho y hasta 9 de profundidad. Sería un proyecto de ingeniería extremadamente ambicioso, nunca visto en aquellos lares, y fue precisamente este hecho lo que llevó a Julio César a elegirlo, pues construirlo demostraría a su enemigo que, ante el poder de Roma, no había obstáculos insalvables.
Puente para acojonar.
Es el mismo César quien nos narra el hecho y el procedimiento de construir el puente, en el Libro IV de sus Comentarios a las Guerras de las Galias, y prefiero citar sus propias palabras para describir los eventos:
«Trababa entre sí con separación de dos pies dos maderos gruesos pie y medio, puntiagudos en la parte inferior, y largos cuanto era hondo el río; metidos éstos y encajados con ingenios dentro del río, hincábanlos con mazas batientes, no perpendicularmente a manera de postes, sino inclinados y tendidos hacia la corriente del río.
Luego más abajo, a distancia de cuarenta pies, fijaba enfrente de los primeros otros dos trabados del mismo modo y asestados contra el ímpetu de la corriente; de parte a parte atravesaban vigas gruesas de dos pies a medida del hueco entre las junturas de los maderos, en cuyo intermedio eran encajadas, asegurándolas de ambas partes en la extremidad con dos clavijas; las cuales separadas y abrochadas al revés una con otra, consolidaban tanto la obra y eran de tal arte dispuestas, que cuando más batiese la corriente, se apretaban tanto más unas partes con otras. Extendíase por encima la tablazón a lo largo, y cubierto todo con travesaños y zarzos, quedaba formado el piso.»
Sé que es difícil visualizarlo al completo, y por eso me he buscado un par de ilustraciones:
Todo de madera.
Como puede apreciarse en el primer dibujo, los postes eran hundidos en el fondo del río por un martinete, un aparato de forma piramidal que levantaba un gran bloque de piedra por medio de un cabestrante, y lo dejaba caer sobre los pilares. Mientras tanto, los soldados preparaban los travesaños, las tablas y el piso formado por atajos de varas. El mismo César nos cuenta que las partes del puente estaban debidamente fijadas con clavijas metálicas, algo así como grapas, que podían ser fácilmente colocadas y retiradas.
Tecnología militar.
Algunos podrán pensar que, siendo los romanos tan adelantados ya en aquellos años, construir un puente de madera no es ninguna hazaña, y podría darles algo de razón, si no tomásemos en cuenta que este puente en particular, fue terminado en diez días. ¿Diez días un puente de casi 400 metros? En efecto, pues no podemos olvidar que Julio César tenía a su disposición 40,000 hombres, disciplinados, bien entrenados y fieles a su líder.
He hecho algunas cuentas, por ejemplo, talar una árbol con una hacha como las que llevaban los legionarios no les llevaría más de media hora. Pones a 500 de ellos a trabajar, y en menos de un día tienes toda la madera que necesitas.
Según las instrucciones del general, harían falta un mínimo de 200 pilones que, hundidos a una cadencia de media hora cada uno (en un documental vi cómo es posible hacerlo en diez minutos con la misma técnica), harían falta cien horas, poco más de cuatro días. colocar los travesaños, las tablas y las varas, que serían preparadas al mismo tiempo por otros equipos, tardarían menos en ser colocadas. Me lo creo. Pero, ¿hay alguna evidencia?
La historia nos la cuenta…
La única fuente directa que tenemos de la existencia del puente es el libro del mismo Julio César, y alguna referencia tardía de Plutarco. Ahora bien, nadie que sepamos, desmintió nunca lo escrito, y en mi opinión, alguno de los muchos enemigos del futuro Dictator fácilmente podría haberlo hecho. Cuando estando en la universidad yo oí hablar del puente por primera vez, el profesor nos dijo que, a pesar de no tener pruebas fehacientes. La mayoría de los historiadores lo consideraba como algo veraz.
Lo que no sabíamos ni el profesor ni yo en esos días, a mediados de los noventa, es que pocos años antes, en 1986, un arqueólogo alemán ya había descubierto restos de pilones enterrados en el Rin en la zona dónde siempre se había creído que estuvo. Ahora, esos restos de madera y metal son considerados como prueba de la existencia del puente.
Volviendo a aquellos tiempos, al décimo día Julio César cruzó su maravilla montado a caballo y seguido por sus legiones. Del otro lado no encontraron un comité de bienvenida germano, pues aparentemente, la impresión que les causó ver tamaña obra fue suficiente como para que no quisieran enfrentarse a sus constructores.
Conclusión.
Dieciocho días deambularon los romanos por esos lares y no encontraron al dichoso enemigo, y al final de ese plazo, volvieron a la Galia, tras lo que Julio César ordenó que el puente fuese desmontado. Era sólo para acojonar. Los germanos tardarían varios siglos en volver a cruzar el Rin en masa para atacar a los romanos. Julio César había lanzado su mensaje, y no sólo a los bárbaros, sino a sus propios hombres y a los políticos en Roma: César va a donde quiere, y nadie ni nada lo puede detener. No tomó en cuenta a los puñales del traidor (también enemigo), claro está…
Os dejo aquí otro documental, donde podréis ver lo que he contado:
Una lección magistral de Historia – me encantó.
Muchas gracias Anita, me pareció interesante, y quise darle un giro no demasiado serio…me halaga tu comentario.
Vielen Dank! Besitos… 😉
Hola Jesús,
los bárbaros debieron alucinar (además de estar acojonados) ¡ja, ja, ja! Recomiendo ver el video que explica muy bien todo lo que nos has explicado. Julio César era de esos personajes al que los retos difíciles, en lugar de amedrentrarle, le estimulaban.
Un abrazo y felicidades por el nuevo aspecto del blog. 😉
Hola Francisco,
en verdad creo que ese fue el efecto, y era lo que deseaba Julio César, demostrar el poder de Roma sin tener que luchar, y consiguió su objetivo, pues los germanos tardaron mucho en volverse a atrever a cruzar el Rin. Julio César no sería el mejor de los hmbres, pero como general pocos le igualan.
Muchas gracias por comentar y por tus halagos al nuevo look, espero el resto de los lectores tabién lo vean positivo.
Un abrazo.
Wow!! Uno de los artículos que más me ha gustado. De verdad!! Una historia digna de ser contada, seguramente me ha encantado por lo que significa para la ingeniería.
Lo triste es que solamente haya servido para eso y después se haya mandado a retirar. Yo soy de las que creen que fue verdad, porque creo en la capacidad de los romanos para hacer esas locuras.
Más artículos como este!!!
Besos
Hola Sandy,
creo que he acertado contando esta historia, pues ha gustado mucho. El poder de los romanos era inmenso, y cambiaron realmente el mundo. Mi intención es que la gente lo recuerde, porque mucho de lo que ahora disfrutamos o sufrimos nos viene de ellos. Conocer la historia es conocer nuestro presente. Y ya verás lo que tengo preparado para el sábado, una buena sorpresa… Muchas gracias bellísima Sandy!
Un besín.