Trümmerfrauen amiga.
Anja es una muchacha recién cumplidos los quince años. La imagino esbelta, demasiado tal vez, ojerosa y con la mirada azul perdida a propósito para evitar fijarse en la destrucción a su alrededor. Es el principio de la primavera en el Berlín de 1945, y Anja acaba de llegar como refugiada de su pueblo en Silesia, en territorio alemán ya ocupado por el avance de los rusos. Su padre, oficial de la Wehrmacht, murió en Creta dos años antes, y su madre carga a su hermano de cinco años.
La otra hermana desapareció durante un bombardeo cuando estaba en la escuela. La familia tiene la suerte de ser acogida por una anciana viuda en el distrito de Moabit, pero ninguna de las mujeres se salva de ser violada a manos de soldados rasos del Ejército Rojo unas semanas después. Anja está emocionalmente vacía, resignada, sin esperanza.
Yo la conocí a los 66 años, y lo recuerdo bien porque había nacido catorce años antes que mi madre, el mismo día. Era la abuela de una compañera mía en la Universidad de Oldenburg, y la conocí en la casa familiar.
En aquel entonces, como ahora, los jóvenes alemanes eran reacios a discutir sobre la guerra, pues creen que es un tema muy trillado y que no tienen nada que ver con ellos, pero Anja accedió a contarme algunas de sus vivencias, especialmente las de sus días en la destrozada capital del Reich. Anja fue una Mujer de las Ruinas.
Las Trümmerfrauen
El término se refiere a las decenas de miles de mujeres que fueron prácticamente obligadas a retirar los escombros de las calles destrozadas de Alemania, donde aproximadamente a mitad de las viviendas, de las escuelas y de la infraestructura en general había sido dañada o destruidas por los bombarderos y, en el caso de Berlín, por lo combates callejeros en los últimos días del conflicto.
La labor de las Trümmerfrauen consistía en buscar entre las ruinas materiales que pudiesen ser aprovechados en la reconstrucción, tuberías, cableado, muebles de baño, pero principalmente, rescatar ladrillos para ser limpiados y reutilizados. Que fuesen exclusivamente mujeres no era de extrañar, pues la mayoría de hombres que había sobrevivido estaban detenidos en campos de prisioneros.
Reinas del reciclaje
Las Trümmerfrauen trabajaban en columnas de 15 a 20 mujeres entre 15 y 60 años. Formaban una fila que empezaba directamente sobre las ruinas de un edificio y se pasaban los ladrillos de una a una hasta llegar a la calle, donde otro grupo les quitaba el mortero sobrante y los colocaba en un carrito, el Trümmerwage.
Lo que no se podía utilizar, se amontonaba a un lado y sería luego recogido por camiones para rellenar cráteres o ser molidos y reciclados en nuevos ladrillos.
El resto iba a parar a montañas artificiales de escombros en las afueras de la ciudad. “Los hombres destruyen, las mujeres limpian”, soltó la abuela en medio de la conversación, con un suspiro mientras negaba con la cabeza.
A Anja no le gustaba aquel trabajo, era sucio, duro y peligroso, pero tenía la ventaja de que se aseguraba al menos una comida al día y un pequeño estipendio para llevar a casa, un privilegio no insignificante en la posguerra.
Cuatro años permaneció en el puesto, hasta que un apuesto refugiado le propuso matrimonio y la pareja se mudó a Cloppenburg, donde ambos construyeron con sus propias manos la casa en la que criarían una familia, la misma casa donde yo la conocí casi 50 años después. No noté ninguna amargura en su fina voz, no había pesadumbre en su relato, en todo caso algo de melancolía por tiempos pasados que, aunque desdichados, eran parte de su memoria vital.
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Hämstern Gehen
Cuando decidí escribir esta entrada, se me ocurrió ponerme en contacto con una querida y asidua lectora de este blog. Ella había nacido en Berlín en los últimos meses de la guerra, y pensé que podría contarme alguna historia de las Trümmerfrauen.
No hubo suerte, pero me sorprendió con un aspecto que desconocía, y del que se habla tan poco que Google me dio sólo dos resultados, “Hamstern gehen” o “ir de hamsters” (también llamado «Hamsterfahrt»), y se refiere a las actividades de miles de berlineses que acudían a las fincas alrededor de la ciudad para escarbar en la tierra y buscar alguna patata, alguna cebolla que llevar a casa.
La madre de Anita practicó el Hamstern gehen durante varios meses, quizá años, hasta que los servicios se restablecieron y los mercados volvieron a funcionar.
En ocasiones, me contó, las fincas estaban abandonadas y no había mucho problema, pero en otras, el dueño salía furioso a defender lo poco que le quedaba. He leído que hubo enfrentamientos que terminaron con la muerte, ya sea del dueño o de los Hämstern, en un mundo sin ley.
Era un juego peligroso, pero quizá no tanto como los retortijones del hambre. Anita lo recuerda bien. Mientras ella se quedaba a cargo de una vecina, su madre salía de madrugada y se recorría una veintena de kilómetros hasta llegar al campo, lo que le llevaba medio día.
Un rato para rascar, y de vuelta a la ciudad a tiempo para la exigua cena. La práctica había comenzado incluso antes del final de la guerra, cuando los suministros de alimentos ya fallaban.
Sobrevivir
Hace años que le perdí el rastro a mi amiga en Oldenburg, y no volví a ver a Anja. Sin embargo, su historia me cautivó, lo que me formó el hábito, odiado por mis amigos pero tolerado, y hasta bienvenido por sus parientes mayores, de preguntar a todos sus experiencias en la guerra y los años posteriores.
Las Trümmerfrauen fueron homenajeadas cuando el tiempo lo permitió, y en muchos sitios aún se celebran reuniones donde las cada día menos numerosas abuelas comparten té y tartas. Hay, también, numerosos monumentos a su esfuerzo regados por toda la geografía.
Anita también sobrevivió y ahora es una entrañable alemana de alegre mirada y voz pizpireta. Su historia tampoco denota aflicción, tal vez porque era muy pequeña para darse cuenta de la grave situación. Desconozco si hay algún monumento que celebre la práctica del Hamster Gehen, pero seguiré buscando. Por otra parte, tuvimos la suerte de que el destino llevara a Anita a Barcelona y el amor la convenciese para quedarse. Suerte para mí, y para España.
Os dejo un vídeo que no os podéis perder (recomiendo acompañar su vista con kleennex)
Hola Jesús,
viendo las imágenes de destrucción, el amasijo de hierros y cemento en que quedó Berlín (también otras ciudades, claro) es difícil llegar a imaginarse la ingente tarea que representó su reconstrucción, y antes de ello, la retirada de escombros. Nunca había oido hablar de estas mujeres y el hecho de que personalizaras en una en concreto, Anja, hace que nos sensibilicemos más en lo que significó. Puede que no mostrara amargura recordando el pasado pero es que los horrores de esa guerra fueron muy crueles y mortales para muchos.
Saludos
Hola Francisco,
siempre me han impresionado esos vídeos de Berlin al final de la guerra. No hay un edificio intacto. Pero también es necesario recordar a las miles de mujeres que no tuvieron otra salida que limpiar ellas mismas las calles, sus maridos muertos o detenidos. Durante en mi estanca en Alemania conocí varias historias más de Trümmerfrauen, pero la de Anja me conmovió, y por ello quise compartirla. Otro de esos ejemplos en los que el horror de la guerra puede sacar lo mejor de los humanos.
Muchas gracias por comentar. Un abrazo.
Una buena documentación que refleja de manera muy real la situación de la postguerra y nuestra vida entre ruinas. Con el esfuerzo entre todas las mujeres y las enormes ganas de «poner orden» en este caos, de limpiar las calles de los destrozos y runas, de volver a habilitar los edificios y acondicionar las primeras viviendas…. todo aquel frenético trabajo debió parecerse a un auténtico hormiguero. Había mucha prisa, se trabajaba contra reloj, sabiendo que en Alemania el verano dura poco y los escombros deberían ser retirado antes de que llegasen las lluvias otoñales y las primeras nieves de invierno.. Supongo que el hecho de haber sobrevivido, de haber salvado lo mas valioso, tu vida («das nackte Leben»), empujó a mujeres y niños a levantar su calle, su barrio, su ciudad con demostrada fuerza e ilusión.
Muchas gracias, Jesús, por este bien documentado trabajo. Un abrazo.
Hola Anita,
Muchas gracias por tu amable comentario. He intentado compartir lo poco que sé al respecto, exclusivamente basándome en las anécdotas que me han contado. En todo caso, sería imposible para mí reproducir los sentimientos de todas aquellas personas que no sólo vivieron la guerra, sino que cargaron con el trabajo de la reconstrucción. Me parece muy admirable el trabajo que hicieron, pues levantaron a una Alemania hundida y destruída en sólo unos años, para convertirla en la gran nación que es ahora. Así como criticamos a los alemanes cuando se portan ma, creo que es necesario reconocerles sus aciertos.
Muchas gracias nuevamente por toda tu ayuda. Esta entrada ha sido especial para mí, por el cariño que le tengo a tus compatriotas.
Un fuerte abrazo y un beso.
Hola Jesús:
Me ha gustado mucho tu artículo porque coincides conmigo en tener mucha inquietud en conocer mas a fondo historias personales de la guerra. Yo vivo en Alemania hace casi 10 años y he hecho, como tú, lo posible por investigar más. He llegado a conocer personas muy abiertas a contar sus historias personales que me han enseñado incluso hasta cosas que guardan que los nazis regalaban como propaganda. Estas personas han guardado esas cosas debido a la pobreza que les tocó vivir por muchos años, lo cual no les dejó más remedio que aprovechar al máximo lo que se tenía. Es así como vi unos restos de una bandera nazi que fue utilizada en mayor parte, obviamente sin la esbastica, para hacer ropa. Así como vasos con dichos nazis y demás cosas.
Entre las personas que he conocido, tengo un amigo que es de Múnich y que se dedica justamente a investigar este capítulo de su historia. Él me contó que en la estación central de trenes de Múnich hay un monumento recordando justamente a estas mujeres que tenían que ir a los campos a buscar comida. El monumento está dedicado en particular a unas mujeres que regresaban de los campos trayendo leche para sus hijos y fueron detenidas por los soldados a su llegada a la estación. Éstos les obligaron a botar la leche ya que estaba prohibido que solo cierto grupo de personas se beneficien de alimentos. Entonces el monumento retrata el dolor de estas pobre mujeres al perder el único alimento que tenían.
Yo no lo he visto en persona aún, pero espero que este dato pueda servirte de algo en tu búsqueda.
Un abrazo
Daniela
Hola Daniela,
como podrás haber visto, y como es natural, cada vez quedan menos sobrevivientes de aquellos terribles días. Es por eso que creo necesario contar sus experiencias, las buenas y las malas, para que no se las lleven a la tumba.
Alemania es un gran país, y sigo yendo, porque ahora es mi hermana la que viv ahí. No conocía el detalle del monumento en las estación de Munich, pero te garantizo que la próxima vez que pase por ahí será lo primero que visite.
Tienes suerte de contar con amigos que te hablen de la guerra, no es fácil, y suerte también que eres curiosa en ese aspecto, y te felicito por ello. Ojalá y puedas seguir conociendo más de la historia de esa gran nación.
A menudo oublico entradas relacuonadas con los alemanes durante la guerra, pero intento enfocarme más en la gente común, y no tanto en los líderes, que para eso hay mayores expertos. Espero te sigan gustando mis artículos, y te agradezco encarecidamente tu comentario tan interesante.
Un cordial saludo.