Es muy posible que hayan existido otros asesinos en serie en norteamérica en épocas anteriores, pero el caso de Herman Webster Mudgett, mejor conocido como Henry Howard Holmes, es el primero registrado por las autoridades de ese país. Su historia es llamativa no sólo por adelantarse a otros, sino por el elaborado método y el entorno que diseñó para eliminar a varias de sus víctimas. Él mismo confesó haber asesinado a 27 hombres y mujeres, pero como suele suceder en estos casos, es muy posible que el número real sea mucho mayor. Los hechos han sido bien documentados en ese lado del charco, pero el tiempo pasa y la lista de pirados ha aumentado considerablemente, por lo que el “Doctor Muerte” ha perdido su porción de fama.
Una experiencia terrorífica, pero fascinante.
Herman Mudget nació en Gilmanton, un pueblo de New Hampshire, el 16 de mayo de 1861 (anda! Tauro, como yo). Fue el tercero de cuatro hermanos en el hogar de una ama de casa y un granjero que, al parecer, era alcohólico y muy violento. Herman era un buen estudiante, aunque eso no le produjo ningún bien, todo lo contrario. Un día en el cole, los bullys de turno cogieron a Herman y lo llevaron a la oficina del médico, donde lo obligaron a coger las manos de un esqueleto de esos que hay en los consultorios de los matasanos, y a pegar su cara contra el cráneo. En un principio se asustó, pero él mismo confesó años después que la experiencia había sido fascinante. Desde entonces, se obsesionó con la muerte.
Sus pininos.
Era un tío listo, y al terminar el instituto a los 16 años, comenzó a trabajar como maestro de escuela. Un año después cometería su primer asesinato, envenenado a un ex-compañero de clase con láudano, para cobrar el dinero del seguro. Aquel mismo verano de 1878 se casaba con Clara Loveling, y la pareja tuvo su primer hijo, Robert, el 3 de febrero de 1880. Herman decidió entonces que necesitaba un apoyo más sólido, y se enroló en la Universidad de Vermont, donde no encontró lo que buscaba, y luego en la Escuela de Medicina y Cirugía Universidad de Michigan, de donde obtuvo el título de médico en 1884. Durante su estancia en dicha institución, Herman robó varios cadáveres del laboratorio, los desfiguró para hacerlos pasar por víctimas de accidentes, y cobró pólizas de seguro que había sacado a nombre de las víctimas. Su matrimonio comenzaba a hacer aguas y terminó por abandonar a Clara y a Robert.
Los próximos dos años herman estaría dando tumbos de un sitio a otro, pero ya en esos días tuvo sus primeros roces con la ley. En el primero, en Mooers Fork, Nueva York, se dijo que había sido visto con un niño que luego desapareció. El lo negó y la policía no investigó a fondo, pero Herman no quiso arriesgarse y se mudó a Filadelfia. Ahí, estando empleado en una botica, un niño murió después de haber tomado medicina comprada en esa farmacia, y Herman nuevamente fue interrogado, nuevamente negó cualquier responsabilidad y nuevamente puso pies en polvorosa, esta vez a Chicago, y ya con el nombre cambiado a Henry Howard Holmes, por aquello de despistar a los sabuesos.
Ya en la Ciudad del Viento, en 1887, Holmes contrajo matrimonio con una tal Myrta Belknap, sin haberse divorciado de Clara. En 1894 también se casó con Georgiana Yoke, de Denver, colorado, estando aún casado con Clara y Myrta, pero de eso hablaremos más tarde.
El “Hotel de la Muerte”.
H.H. Holmes pronto encontró trabajo en otra farmacia, propiedad de la Doctora Elizabeth Holton. El recién llegado demostró ser un buen empleado y, cuando el esposo de la doctora falleció un par de años después, se ofreció a comprar la botica,lo cual consiguió hipotecándola. Nadie volvió a ver a la Doctora Holton. Holmes compró entonces un terreno vacío frente a su negocio, y se puso a construir un hotel que por su tamaño los vecinos apodaron “El Castillo”. En 1893 tendría lugar la Exposición Universal de Chicago, y el astuto farmacéutico bautizó su establecimiento como el Hotel de la Feria Mundial. Pero pocas intenciones tenía de convertirlo en una hospedería. No. Sus designios eran más siniestros.
H.H. se encargó personalmente del diseño del edificio, en cuya construcción participaron muchos trabajadores, ya que H.H. los despedía constantemente. Lo que no quería es que nadie conociese todos los detalles del proyecto, pues más que un hotel estaba construyendo una casa de la muerte. Sus cien habitaciones fueron levantadas sin ventanas, en un laberinto de pasillos sin fin, con puertas que daban a muros de ladrillo, escaleras que no llegaban a ningún sitio y puertas que sólo se abrían desde afuera, trampas y ventanas ocultas desde las que el perverso Holmes podría observar a sus víctimas, pues los clientes terminarían convirtiéndose en eso.
La mayoría serían mujeres, muchas de ellas empleadas suyas a las que obligaba a firmar una póliza de seguros cuyas primas él pagaría, y obviamente, con él como beneficiario. También clientas del hotel y alguna amante perderían la vida en sus habitaciones. Para ello, H.H. las encerraba en alguna de las cámaras insonoras especialmente construidas con tuberías que llevaban gas para asfixiar a sus ocupantes. Otras fueron llevadas a una habitación con muros de hierro de cuyas paredes salían sopletes. Ahí las incineraba vivas. Algunas más fueron colgadas y otras simplemente abandonadas durante días y semanas hasta que murieran de hambre y sed. Los restos cárnicos de los cuerpos los incineraba o los disolvía en tanques llenos de ácido y, en muchos casos, vendía sus órganos a clínicas médicas, lo mismo que hacía con los esqueletos que limpiaba y preparaba con alambres para venderlos a escuelas de medicina de la región.
Como asesino Holmes resultó ser muy eficiente, pero no tanto como administrador. Al final de la Feria Mundial, cargado de deudas, tuvo que huir de sus acreedores en Chicago hacia Forth Worth, Texas, donde había heredado alguna propiedad de dos de sus víctimas. Su carrera de asesino en serie no había terminado, pero por falta de espacio tendré que dejar el resto para mañana…ta-ta-tan-tan…
Hola Jesús,
escalofriante relato. ¿Cómo puede un hombre tan insensible ante la vida de un semejante? Me recuerda (en parte) a los irlandeses Helen McDougal y Margaret Laird que cometieron 16 asesinatos en el período que va de noviembre de 1827 a octubre de 1828. El motivo de tales muertes no era otro que vender los cadáveres de sus víctimas al doctor Robert Knox, un profesor de anatomía de la Escuela de Medicina de Edimburgo que los utilizaría para su enseñanza en la facultad. Vaya, donantes de cuerpos para la ciencia, pero obligados y sin preguntarles.
Abrazos
Hola Francisco,
en verdad es una historia terrible. Nunca he entendido cómo un ser humano puede ser capaz de causar tanto daño a sus congéneres, pero así somos…Desconocía el interesante caso que mencionas de los irlandeses, parecido al de Holmes, ya que este empezó sólo por la ambición de ganar dinero vendiendo cuerpos y cobrando los seguros, pero terminó cogiéndole gusto al asesinato, y aún no sabemos cuántos perecieron en sus macabras manos. Sospecho que fueron muchos los médicos de antaño que utilizaron indebidamente los cadáveres de otros, pero creo y espero que la situación haya cambiado. Eso sí, me viene a la mente el terrible caso de la Universidad Complutense hace no mucho tiempo…
Muchas gracias por comentar. Un abrazo.
Los pelos de punta…
Así es Mercè, un escalofriante relato, que como le decía a otro lector, el próximo año podremos ver en el cine, con Leonardo Di Caprio en el papel de Holmes…
Muchas gracias por comentar. Un besín.
Desconocia esta historia. Escalofriante. Un abrazo.
Totalmente Nelson, pero lo más triste es que cosas de este tipo aún suceden…muchas gracias por comentar. Un saludo!