Durante su estadía en Chicago, antes incluso de abrir su macabro hotel, H. H. Holmes había entablado amistad con un caco de segunda clase, Benjamin Pitezel, quien le ayudaría a cometer algunos de sus crímenes. Pero al sentir el aliento de la policía de Chicago, ambos huyeron de la ciudad, Holmes hacia Forth Worth, donde se apoderó de tierras pertenecientes a dos de sus víctimas, y Pitezel a Filadelfia, donde abrió una oficina de patentes. Sus caminos se volverían a encontrar.
En Texas, Holmes comenzó a construirse otro hotel con elementos similares al Hotel de la Muerte, pero se vio forzado a abandonar el proyecto por falta de fondos. Luego, en julio de 1894, fue detenido por primera vez, pero no por sus asesinatos, sino por un intento de fraude relacionado con caballos en St. Louis, Missouri. En prisión, Holmes conoció a Marion Hedgepeth, un ladrón de trenes a quien ofreció 500 dólares por el nombre de un abogado que estuviese dispuesto a participar en un elaborado fraude contra una compañía de seguros. Jeptha Howe se mostró entusiasmado y prometió ayudar a Holmes a fingir su propia muerte y así cobrar la póliza. Pero cuando llevaron a cabo el plan, cometieron algún error, y la compañía de seguros sospechó delito y rechazó pagar. Decidió entonces intentar de nuevo con su viejo amigo en Filadelfia.
Pitezel también pensó que era buena idea fingir su muerte y cobrar 20,000 dólares del seguro, para lo cual Holmes tendría que encontrar un cadáver al que desfigurarían y lo harían pasar como la víctima de un incendio. Pitezel se estaba haciendo pasar como inventor, y vendría muy bien decir que se había quemado durante un experimento. Holmes, no obstante, pensó que sería más fácil matar al mismo Pitezel. Primero le aplicó cloroformo para desmayarlo, lo ató de manos y pies y lo roció con benceno. El mismo Holmes en su posterior confesión apuntó que Pitezel estaba aún vivo cuando acercó la llama a su cuerpo, y que le rogó que lo matara con un método más rápido y menos doloroso, pero su verdugo hacía tiempo que había cruzado la línea de los sentimientos, y Pitezel ardió hasta que poco quedó de su humanidad. La autopsia posterior reveló que el cloroformo le había sido aplicado después de su muerte, no antes.
El asesino logró cobrar la póliza de seguros, pero pronto se dio cuenta que la familia de Pitezel, esposa y cinco hijos, podría reclamar el dinero, así que se puso en contacto con ellos, y a su mujer, que estaba al tanto de algunos de los delitos de su marido, le dijo que Benjamin estaba escondido en Londres. Se ofreció entonces a hacerse cargo de tres de los niños, y a llevar a toda la familia a Canadá donde podrían después unirse con el padre. En un viaje que haría las delicias de los guionistas de El Fugitivo, Holmes arrastró a los Pitezel por una decena de ciudades, el quedándose en un hotel o casa mientras la mujer de su víctima dormí en otro sitio con su hija mayor y el niño más pequeño. Poco antes de entrar en el país vecino, en Detroit, Holmes tuvo la osadía de invitar a su esposa, que durmió con su hija en otro hotel, sin estar al tanto de las correrías de su bígamo marido.
En Toronto, Holmes alquiló una casa donde se quedó con las niñas Alice, Nellie y el pequeño Howard. A las primeras las mató encerrándolas desnudas en en un baúl al que inyectó gas con una manguera. Pocos días después Holmes llevó a Howard a Indianápolis, donde alquiló otro chalet y tuvo que tuvo que acudir a la farmacia local y a un taller de afiladores, que después servirían de testigos. Al niño lo durmió con cloroformo antes de descuartizarlo y quemar sus restos en la chimenea. La Sra. Pitezel permaneció en Toronto sin saber la macabra suerte de sus hijos; su asesino huyó a Boston.
Pero para entonces Holmes ya estaba siendo buscado por la policía. El detective Frank Geyer, miembro de la célebre Agencia de Detectives Pinkerton y que había perdido a su esposa e hijos en un fuego poco antes de iniciar la investigación del caso Pitezel, le seguía ya muy de cerca. El 17 de noviembre de 1894 Holmes era arrestado en Boston, pero sólo por una orden relacionado con el robo de un caballo en Texas y por intento de fraude de seguros. Ni Geyer ni la policía sospechaba aún nada de los asesinatos, y sólo estaba siendo buscado porque aquel Marion Hedgepeth al que conoció en la cárcel había cantado cuando no recibió la comisión prometida. Por fin, cuando Geyer llegó a la casa que Holmes había alquilado en Toronto, encontró en el sótano los cadáveres de las niñas Pitezel. En Indianápolis halló los restos calcinados del menor en la chimenea.
La investigación pronto cambió de fraude a asesinato, pero aún nadie sospechaba nada del Hotel de la Muerte, al que Holmes había prendido fuego antes de abandonarlo pero que sólo había conseguido quemar el piso superior. La policía de Chicago sólo quería entrevistar a antiguos trabajadores del hotel, pero se dieron cuenta de que muchos habían desaparecido, por lo que ampliaron la investigación. Decidieron entonces entrar en el hotel y descubrieron que el edificio entero era una elaborada máquina de matar. Encontraron ropa ensangrentada de mujeres y restos de decenas de cadáveres.
Holmes fue acusado de la muerte de Pitezel en Filadelfia, condenado y sentenciado a morir en la horca. La policía no pudo encontrar suficiente evidencia de que hubiese matado a los dueños de los restos en el hotel, y mucho menos conocer el número exacto. Durante los interrogatorios, Holmes primero confesó haber matado a más de 100 personas, niños incluidos, pero luego rectificó y dio que habían sido 27, aunque algunos de los nombres en esa lista eran de personas aún vivas. Ya en espera de su sentencia, Holmes vendió su historia a los periódicos de William Randolph Hearst, detallando su perverso modus operandi, cuyos detalles ahorro a los lectores. Durante las conversaciones, Holmes afirmó estar poseído por el diablo:
“Nací con el demonio dentro. No podía evitar el hecho de ser un asesino, no más que un poeta no puede evitar la inspiración de cantar. Nací con el maligno como mi patrocinador, de pie junto al lecho en el que se me trajo al mundo, y ha estado conmigo desde entonces.”
Herman Webster Mudgett, alias H. H. Holmes, fue ahorcado el 7 de mayo de 1896 en la prisión de Moyamensing en Filadelfia. A pesar de su larga carrera criminal sólo tenía 34 años.
¿Mud no es barro en español?
Así es Manolo, barro, lodo o fango…
Hola Manolo, (juraría que ya había respondido por el móvil)
Así es, mud en inglés es lodo, fango, lodo, barro, etc…
Escalofriante, por decir algo! Jesus, tienes idea si esta historia inspiró alguna película de Holywood? Los fanáticos del género agradecidos de que así fuera. Un saludo desde Montevideo.
Hola Carlos,
que yo sepa, hasta ahora Hollywood no se ha metido con Holmes, pero está a punto Hay una película protagonizada por Leonardo di Caprio que creo saldrá el próximo años…a ver qué tal…
Muchas gracias por tu comentario. Un cordial saludo.