Hace una docena de años, conocí en tenerife a una pareja muy singular. Ella era por lo visto heredera de uno de los hombres más ricos de la India, estudiante de antropología y una gran juerguista. Él, un alemán mucho más tranquilo, pero también forrado, jubilado y disfrutando de la vida antes de cumplir los 40. Yo estaba de vacaciones, ellos, porque unos días antes su velero había naufragado en las costas de África a unos 200 kilómetros al sur de las Islas Canarias. No parecían muy preocupados por la pérdida, y me contaron con lujo de detalle lo que había sucedido. Más me llamó la atención un relato colateral que ella nos hizo sobre un evento con grandes y graves consecuencias.
El protagonista era Gil Eanes, un portugués de cuya infancia poco se sabe, hasta que entró como escudero y luego como marinero al servicio de Enrique el Navegante. En 1433, cuando Gil tenía 38 años, Enrique lo puso al mando de una expedición para bordear el Cabo Bojador, justo el sitio donde mis amigos Marcus y Anita habían naufragado. El infante portugués lo había intentado en innumerables ocasiones, 15 para ser exactos entre 1424 y 1433, y todas habían fracasado, razón por la que los navegantes de la época llamaban a ese punto el “Cabo del Miedo”, y por la que creían que más al sur, el mar estaba lleno de monstruos y el sol calcinaba cualquier nave que se atreviera a cruzarlo. Ahora conocemos bien las causas de su miedo.
El Cabo Bojador pasa desapercibido en los mapas de las costas del Sahara Oriental. Es apenas una protuberancia de no más de un kilómetro, por lo que incluso extraña que se le pueda considerar un cabo. Su importancia radica en su posición, en las costas donde las arenas del Sahara llevan milenios depositndose en el fondo del mar, haciendo que esas aguas sean muy poco profundas. De hecho, a varios kilómetros de las playas, la profundidad no pasa de los cinco metros, con crestas rocosas y arrecifes que llegan casi a la superficie, perfectas para dañar los cascos de los barcos. Además, las montañas Atlas poco más al norte y una cordillera menor al oeste, en Guelmin el-Semara, forman un embudo para los vientos que soplan desde el desierto, y que llegan al mar con inusitada intensidad. Estas corrientes habían sido la causa del naufragio de mis amigos, y de muchos otros osados navegantes antes de Gil.
Volviendo a nuestro amigo portugués, Enrique le dio un barco e instrucciones de bordear el Cabo Bojador, pero aparentemente a Gil le dio miedo, y se desvió hacia el este antes de tiempo y terminó en las Islas Canarias, donde capturó a unos cuantos nativos que no opusieron resistencia, y los llevó de vuelta a la corte de Enrique en Sagres, cerca del Algarve. Este no quedó muy contento con el resultado de la misión, y así se lo hizo saber a Gil, quien pidió una nueva oportunidad para el año siguiente, y le fue concedida.
En mayo de 1434, desde su puerto natal de Lagos, Eanes partió en una carabela de un sólo mástil rumbo al sur. En pocos días llegó a las inmediaciones del Cabo del Miedo y, sin que sepamos a ciencia cierta el porqué, aunque podemos especular que se dio cuenta de la poca profundidad del agua, decidió alejarse de la costa, navegando hacia el oeste antes de virar nuevamente hacia el sur. Cuando se dio cuenta ya había pasado el Cabo Bojador. Desembarcó en las hasta entonces desconocidas (para los europeos) playas y recogió unas rosas silvestres que llevaría de vuelta a su patrón para demostrar su hazaña.
Con su expedición, Gil Eanes iniciaba la Era de las Exploraciones y la apertura de las costas africanas a los europeos. Lo malo es que también iniciaba una era vergonzosa de nuestra civilización, cuando sólo siete años después del viaje de Eanes, otro portugués, Antão Gonçalves, quien originalmente había llegado a las costas de Guinea buscando oro y marfil, fue el primer europeo en comprar esclavos de la zona para llevarlos a sus plantaciones de azúcar en las inhabitadas islas de Santo Tomé. Durante los siguientes tres siglos, según la base de datos del Tráfico de Esclavos Transatlántico, más de doce millones de africanos fueron comprados y vendidos, la mayoría para trabajar en las plantaciones americanas. La esclavitud había existido casi desde que los humanos caminaran erguidos, pero hasta 1434, los subsaharianos apenas contaban en el tráfico total. Para el siglo XVII, eran la mayoría.
Sin duda el comercio de esclavos no se debió a Gil Eanes, cuya misión era más de exploración que comercial. Sabemos que hizo varios viajes más a la zona, y sabemos que en 1446 exploró las costas de la actual Mauritania, donde tuvo que luchar contra los piratas árabes que no querían permitir el paso a los europeos. Por sus logros, Enrique el Navegante concedió a Gil el rango de caballero, y le arregló un matrimonio con una rica heredera. Su biografía se nubla por ahí, y aparentemente pasó el resto de sus días en su Lagos natal, seguramente sin saber que su paso por el Cabo Bojador tendría consecuencias lamentables. Así es la vida.
(Mi agradecimiento a Anita y a Marcus, a quien recientemente me encontré en Facebook).
LOS TIEMPOS CAMBIAN PERO LA ESCLAVITUD PERSISTE. EN ARAS AL DESARROLLO Y LA PROSPERIDAD, SE CONVIERTE A UN CAMPESINO, HOMBRE LIBRE, EN OBRERO ESCLAVISADO.
Hola Manuel,
es verdad que la esclavitud existe aún en algunos países, y debemos hacer todo lo posible por erradicarla. En occidente, sin embargo, existe otro tipo de esclavitud disfrazada, y no es más que el estado obligándonos a trabajar buen parte del año para mantenerlo, vía impuestos, sin que podamos deshacernos de las cadenas porque es el mismo estado el que impone las leyes. Eso sí que es una verdadera esclavitud.
Muchas gracias y un saludo.