¿ Traición a un aliado o un mal necesario ?

Winston Churchill la definió como “la decisión más dura” o el “día más triste” de su vida. Y no era para menos, pues la Operación Catapulta significó el ataque a Francia, país que hasta pocas semanas antes había sido el mayor y más importante aliado del Reino Unido, además de un vecino muy querido por el Primer Ministro. Para otros fue una traición.

Pero la situación de la guerra tras la caída de Francia en junio de 1940 y la posibilidad de que los alemanes se apoderasen de la flota francesa, una de las más grandes del mundo, llevó al viejo Bull Dog a tomar medidas drásticas. Letales, para más detalle, y con consecuencias que tardarían mucho en repararse.

Churchill

Mal comienzo

La fortuna no había sonreído a los aliados en los primeros meses del conflicto, pero sí a los nazis, que en septiembre de 1939 habían conseguido la capitulación de Polonia y, en sendas acciones sorpresivas el 9 de abril de 1940, ocupado Dinamarca y Noruega. El 10 de mayo, las tropas de Hitler entraban en los Países Bajos y pronto se enfrentaron a franceses y británicos, que no pudieron más que retroceder ante el avance de las fuerzas motorizadas del enemigo.

Más de 300,000 hombres tuvieron que ser evacuados de Dunquerque a principios de junio, pero como el mismo Churchill dijo, “las guerras no se ganan con evacuaciones”. El 16 de junio la Wehrmacht entraba en París, y seis días después, el Mariscal Petain firmaba el armisticio. Media Europa quedaba a los pies del Führer y Gran Bretaña se quedaba sola.

Inglaterra en solitario

En un principio, el gobierno en Londres se sintió traicionado por un aliado que había firmado un pacto de no rendirse unilateralmente ante el enemigo. Churchill, aupado al poder el mismo día que Alemania iniciaba la campaña contra Francia, pensó en las consecuencias que las decisiones del gobierno marioneta de Vichy pudiesen causar.

Petain no era más que un anciano, pero en su gabinete se incluían miembros abiertamente pro-nazis, comoPetain y Darlan Pierre Laval, y el Primer Ministro inglés temía que Francia pudiese unirse al enemigo. Su principal preocupación, era que los nazis confiscaran la flota francesa y la usaran en contra de Gran Bretaña, lo que aumentaría las posibilidades de éxito de una invasión alemana a la isla. 

El 24 de junio, respondiendo a las preocupaciones inglesas, el Almirante Darlan, Comandante en Jefe de la Marine Nationale, escribió a Churchill asegurándole que de ninguna manera dejaría que la flota pasara a manos nazis. No obstante, Churchill informó al Parlamento que Francia ya había roto una importante promesa días antes (traición también para algunos), y peor aún, que a Hitler le importaban mucho menos dichas promesas de no requerir la entrega de la flota. Los miedos no eran infundados, y de hecho, Hitler intentó capturar lo que quedaba dos años después.

La cuestión de la flota

Una de las posibles soluciones pasaba por bloquear la flota francesa en sus puertos, pero la Royal Navy, ocupada como estaba con la Batalla del Atlántico, simplemente no tenía suficientes buques para mantener el bloqueo. La otra solución, requería que la flota se entregase a los británicos, que la mantendrían en sus puertos hasta el final de la guerra, o que partiese a puertos neutrales en América para que fuese desarmada. Con esta última propuesta, Churchill envió un ultimátum a Darlan a través del Almirante Sommerville, de la Fuerza H anclada en Gibraltar.

Pero Darlan no estaba por la labor, era anglófobo y pensaba que los alemanes ganarían la guerra, por lo que sería mejor cooperar con ellos. Darlan se había unido al gobierno de Vichy en calidad de Ministro de Marina, y muchos le consideraban el hombre fuerte de dicho gobierno, sólo por detrás del decrépito Petain. En todo caso, la traición fue de Darlan.

Eso sí, comprometido a no entregar la flota a los alemanes, había enviado a sus mejores buques a posesiones francesas en el Norte de África, especialmente a Mers-el-Kébir y Orán, en Argelia. Seis acorazados, un portahidroaviones y seis destructores formaban el grupo más poderoso, bajo el mando del Almirante Marcel-Bruno Gensoul.

A este le llegó el ultimátum de Sommerville, con las siguientes alternativas:

(a) Navegue con nosotros y continúe la lucha contra los alemanes hasta la victoria.

(b) Navegue con tripulaciones reducidas bajo nuestro control hacia un puerto británico. Las tripulaciones reducidas serán repatriadas tan pronto como sea posible.

Si adopta alguna de estas medidas, devolveremos vuestros buques a Francia al final de la guerra o pagaremos su total compensación si son dañados en el transcurso.

(c) Alternativamente, si Vd. se siente obligado a estipular que sus buques no sean utilizados contra los alemanes para no romper las cláusulas del armisticio, navegue entonces con nosotros a puertos de las Indias Francesas – por ejemplo Martinica – donde podrán ser desarmados a nuestra satisfacción o posiblemente confiados a los Estados Unidos para que permanezcan seguros hasta el final de la guerra.

Si Vd. rechaza estas justas propuestas, debo, con profundo arrepentimiento, pedirle que hunda sus barcos en las próximas seis horas.  Si esto no ocurre, tengo órdenes del Gobierno de Su Majestad de utilizar cualquier fuerza necesaria para evitar que sus buques caigan en manos alemanas.

Ultimátum

Como Sommerville no hablaba francés, envió a Mers-el-Kébir al Capitán Cedric Holland, del portaaviones Ark Posición de la Flota Francesa en Mers-el-Kébir.Royal, como su representante. El Almirante Gensoul, molesto por lo que él consideró una afrenta, envió también a un oficial de menor rango, Bernard Dufay. Las negociaciones se alargarían a causa de los retrasos en las consultas.

Uno de los factores que llevaron a la tragedia, fue que Darlan nunca recibió el texto del ultimátum completo, especialmente la parte en la que se daba la opción de llevar la flota al Caribe, una opción que ya había considerado y de hecho había dado las órdenes a Gensoul para que lo hiciera en caso de que cualquier fuerza extranjera intentase controlar la flota. Nadie sabe por qué Gensoul no aceptó esta salida, ni ninguna otra. Sommerville se vio obligado a hacer lo que nadie quería, hundir la flota francesa. No hubo traición, pues Francia ya no se consideraba aliada de Gran Bretaña.

Hundimiento

Os ahorro los detalles bélicos, pero no el resultado. La Fuerza H, compuesta por el Crucero HMS Hood, los acorazados HMS Valiant y Resolution, el portaaviones Ark Royal y un puñado de destructores, abrió fuego el 3 de julio sólo después de que un avión francés derribara a otro británico, matando a sus dos tripulantes. La flota francesa era casi tan poderosa como la inglesa, pero al estar anclada en puerto estaba en una posición táctica inferior.

La Operación Catapulta duró varios días y se llevó a cabo en diversos frentes, en los que quedaron hundidos o dañados los cruceros Bretagne, Provence y Dunkerque y el destructor Mogador, el día 3, y dos buques más de menor importancia los días 4 y 6. El día 8, dos acorazados más, el Richelieu y el Dakar sufrirían daños considerables. Al dís siguiente surgió el mito de la traición.

Ataque en Mers-el-Kebir, no fue traición

Traición o necesidad

En la acción murieron 1,297 marinos franceses, 900 de ellos en el Bretagne, y 350 más resultaron heridos. Francia se sintió igualmente traicionada y tildó el ataque como crimen de guerra. Los días 14, 24 y 25 de julio, Francia llevaría a cabo bombardeos sobre Gibraltar, pero sin causar muchos daños.

En 1942, cuando Hitler quiso apoderarse de la flota francesa, ya en Toulon, Darlan ordenó su destrucción antes del hecho, y escribió a Churchill recordándole la promesa que le había hecho dos años antes. Como mencioné al principio de esta entrada, para Churchill fue la más difícil decisión de su vida, y muchos en Francia lo entendieron, pero no todos. Todavía en el país vecino, se recuerda al ataque en Mers-el-Kébir como “nuestro Pearl Harbour”. Una traición que no fue.

2 thoughts on “¿ Traición a un aliado o un mal necesario ?

Comments are closed.