No cabe duda que el valor del arte es subjetivo, dependiente de la apreciación personal del observador. Cada uno tiene su pintura o escultura favorita, una decisión que basamos en nuestra idiosincrasia o en los sentimientos que dicha obra pueda provocarnos. En mi caso, la Gioconda de Da Vinci no está precisamente en lo más alto de la lista, posición ocupada por La compañía militar del capitán Frans Banninck Cocq y el teniente Willem van Ruytenburgh (La Ronda Nocturna), de Rembrandt. No tengo nada en contra de la Mona Lisa, pero la verdad es que la primera vez que la vi me decepcionó un poco, aunque admito que algo tuvo que ver la dificultad de apreciarla en su sofisticado contenedor del Museo de Louvre.
No obstante, la obra maestra del gigante italiano es sin discusión la pintura más famosa del mundo, en buena parte debido a la misteriosa sonrisa de su protagonista, pero más que nada, a que fue robada del museo por un aspirante a artista italiano hace poco más de cien años.
El robo de la Mona Lisa
Vincenzo Peruggia era el hijo de un albañil y una ama de casa, pero desde muy temprana edad se formó como pintor, en aras de convertirse en artista. En 1897, a los 18 años, se trasladó a Lyon siguiendo a su padre por cuestiones de trabajo. Cuatro años después llegaría a París, pero una intoxicación de plomo debido al contenido de este metal en las pinturas le impidió mantener un trabajo estable, por lo que necesitó constantemente de remesas familiares.
Poco más sabemos de él hasta 1910, cuando estuvo trabajando por unas semanas en el Museo de Louvre limpiando y colocando cristales de protección a varias obras de arte, entre ellas la Gioconda. Estando en ello, se le ocurrió que robarla sería muy fácil y que hacerlo podría conseguirle una fortuna. No tuvo que darle muchas vueltas ni hacer planes muy detallados, pues conocía muy bien el museo y las rutinas del personal de seguridad.
Según su propio testimonio, entró en el museo el lunes 21 de agosto de 1911 a las 7 de la mañana por una puerta utilizada por los empleados, pues la pinacoteca estaba cerrada al público ese día. Llevaba puesta la bata blanca que había utilizado en sus días trabajando en el museo, la misma que llevaban otros empleados, y nadie reparó en él.
Se dirigió al Salón Carré, y espero a que no hubiese nadie para descolgar el cuadro y llevárselo bajo una escalera de servicio, donde desmontó la pintura del marco, y la cubrió con la bata, que se quitó para el efecto. Pocos minutos después salía por la misma puerta que había entrado, bajo las narices de 200 empleados de seguridad y más de 500 otros trabajadores presentes ese día.
Ni cuenta
Pasarían 26 horas hasta que alguien se dio cuenta de que la Mona Lisa había sido robada. Fue el también pintor Louis Béroud quien preguntó primero por ella, pero los guardias le dijeron que probablemente estaba con el fotógrafo. Unas horas después volvió a llamar, por lo que llamaron al fotógrafo y este dijo que no sabía nada.
Finalmente se dio la voz de alarma y la policía envió hasta 60 detectives para investigar. En una hora encontraron el cristal bajo la escalera, pero ni rastro de la pintura. El museo permanecería cerrado por una semana mientras duraban las pesquisas.
Se interrogó a los sospechosos habituales, entre ellos un personaje extraño, Géry Piéret, que había trabajado para el poeta Guillaume Apollinaire, que también fue detenido. Otro conocido que se vio involucrado fue el español Pablo Picasso, conocido de Piéret y de Apollinaire. Todos fueron puestos en libertad en poco tiempo, y la Mona Lisa seguía sin aparecer, y pasaron los meses y los años.
Mientras tanto, Peruggia la tenía guardada en un baúl en su apartamento en París y, aunque él también fue interrogado por la policía, ésta le creyó cuando dijo que la noche anterior se había ido de juerga y había dormido hasta tarde.
El circo mediático
Cuando la prensa se enteró de lo ocurrido, no faltaron las teorías fantasiosas de esas que llevan al lector a comprar un diario. que si había sido un complot de los alemanes para desmoralizar a sus vecinos, que si el ladrón era un empleado del museo que quería hacer pública la falta de seguridad, que si se había dañado a la pintura sin querer y el robo no era más que una cortina de humo para evitar el bochorno. Las bromas no faltaron, señalando tanto a las autoridades del museo, cuyo director, Théofile Homolle, fue obligado a dimitir, a la policía y en especial al gobierno del país.
El público reaccionó de otra manera. Cuando la sala de arte reabrió sus puertas, se formaron largas colas para ver el hueco donde antes había estado colgada la Gioconda. Lo interesante es que antes del robo ni siquiera era la obra más visitada del museo, honor que ocupaban La Libertad Guiando al Pueblo, de Delacroix, y la Victoria Alada de Samotracia.
No es que la Mona Lisa no fuese conocida, pero no era ni de lejos la pintura más famosa del mundo. Los medios se encargaron de auparla a la primera posición mostrándola a diario en las portadas, en los noticieros de los cines, en postales y carteles colgados por toda la ciudad. El misterio del robo convirtió a la sonrisa misteriosa en la más conocida de todo el orbe, y hasta la actualidad.
El reencuentro
Finalmente, dos años después del robo, el autor cogió su baúl y volvió a Italia. Ahí contactó con el director de una galería de arte, Alfredo Geri, y le informó, bajo el pseudónimo de Leonardo Vincenzo, que quería devolver la pintura si se le entregaba una recompensa de 500,000 liras. Geri inmediatamente llamó a Giovanni Poggi, director de la galería Ufizzi, y ambos se presentaron a la mañana siguiente en el hotel donde se hospedaba Peruggia.
Ahí le dijeron que necesitaban llevarse la obra para compararla con otros trabajos de Da Vinci, pero prometieron volver al día siguiente. En su lugar se presentó la policía.
En el juicio, en Italia, Peruggia afirmó que su única intención era hacerle un favor a su patria, pues creía erróneamente que la Gioconda había sido robada por Napoleón y quería que volviese a su patria. La realidad es que el rey Francisco I de Francia la había comprado poco después de la muerte de Da Vinci, y después de la Revolución esta había pasado a formar parte de la colección del Louvre.
No sabemos qué tanto haya de cierto en su confesión, pero sí que Peruggia había escrito una lista con nombres de posibles compradores. En todo caso, los jueces sintieron cierta simpatía por el pintor amateur y le colgaron una sentencia de apenas año y medio, de la cual sólo sirvió siete meses. El hombre que había robado la Mona Lisa quedó perdido en la oscuridad, mientras que su víctima se convirtió, nos guste o no, en la obra de arte más famosa del mundo.
Hola Jesús:
Coincido plenamente contigo en tu preferencia por la «Ronda de Noche» o «Ronda Nocturna» («La Compañía del Capitán Frans Banninck Cocq y el Teniente Willem van Ruytemburgh», pintado por Rembrandt Harmenszoon van Rijn en 1642 en plena madurez artística y que se puede admirar en el Rijksmuseum de Amsterdam).
Esta obra pertenece a una etapa artística del maestro holandés que va de 1640 a 1647 (+ ó -), En ella, la temprana muerte de su esposa Saskia en 1642 le afectó profundamente, influyendo en su estilo pictórico, al que incorporó algunas corrientes del barroco europeo, dotándolo de más dramatismo y fuertes contrastes. Rembrandt se aleja en ese momento de su primera etapa «claroscurista», que desarrollara en su tierra natal (Leyden o Leiden, como se escribe ahora) y en sus primeros años en Amsterdam.
Para mi gusto, que como bien dices es subjetivo, como todo gusto por el arte, Rembrandt está entre los tres o cuatro mejores pintores de la Historia Universal. Algún día espero poder contemplar esta obra magistral «in situ», o «La lección de anatomía del Doctor Tulp», o «Los síndicos del gremio de los pañeros», o sus retratos de Saskia, o sus autorretratos. Tengo debilidad por él, como la tengo por otros pintres holandeses de su época, como Jan Vermeer de Delft o Willem Claesz Heda (en el Thyssen hay un bodegón de este último «que quita el sentío», como decimos por aquí).
Pero el lugar más alto del podio lo ocupa, para mí gusto personal e intransferible, Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, a quien saludo cada vez que paso por la Plaza del Duque de la Victoria. Seguro que él me devuelve el saludo desde lo alto de su pedestal. No lo puedo evitar, me tira mi tierra, y fue aquí donde nació, donde aprendió a pintar y donde se casó con Juana Pacheco, hija de su maestro. Después partió a Madrid con 22 años, pero su primera etapa sevillana es, como toda su obra, magistral. En la breve exposición que se hizo en el Museo del Prado entre enero y marzo de 1990 estuvieron presentes unas 30 obras que no están en España. No ha habido y dudo que habrá otra exposición como esa. Su catálogo, obra de Julián Gállego (qepd) y otros autores, es una auténtica joya. 3.000 ptas. me costó allí, en el mismo museo. Unos pocos meses después vi uno de los pocos que no se vendieron en el escaparate de una conocida librería de la calle Sierpes: 6.000 ptas.
Un abrazo.
Madre mía Capitán! Que gran aportación. La verdad es que yo sé muy poco de arte, pero creo poder disfrutarlo, simplemente admirándolo. Yo he estado varias veces en el Rijksmuseum, uno de mis favoritos, y siempre me paso un buen rato frente a la inmensa Ronda de Noche, la reina del museo. Como digo, no entiendo mucho de estilos, ni de técnicas, ni de periodos, pero la sensación de admirar tan imponente obra de arte es inexplicable. Por cierto, hace poco estuve para ver la nueva ampliación, hecha por un par de arquitectos, creo cordobeses, y la verdad es que fue una transformación digna de los tesoros que guarda esa institución.
Y bueno, que voy a decir de Don Diego. Su arte lo tengo cerca, y como el Museo del Prado es gratis después de las 18:00, a menudo me aventuro a darle una repasadita. Es probablemente el mayor premio de poder vivir en esta ciudad. Ya me dirás cuando vengas, y nos vamos a saludar a las Meninas y otras creaciones.
Te agradezco de verdad tu tan completo comentario, y seguro que los demás lectores también lo harán.
Muchas gracias como siempre y un abrazo fuerte!
Mil gracias siempre a tí Jesús, por tu fantástico blog y por tus artículos.
La sensibilidad ante una obra de arte vale mucho más que todo lo que se pueda saber sobre estilos, escuelas, corrientes artísticas o cualquier otro dato que pueda conocerse sobre la Historia del Arte.
Conectar con la obra y sentir esa corriente interna, o bien quedar indiferente ante ella, es lo importante. Lo demás es accesorio.
Un fuerte abrazo.
Totalmente de acuerdo Ernst, el arte sólo sirve para emocionarnos, y a cada uno le provoca emociones diferentes. Una cuestión extremadamente subjetiva, aunque la sociedad parece tener mucho poder para contagiar los sentimientos nacidos del arte. O eso, o mucha gente finge que les gusta.
Muchas gracias como siempre, un abrazo!