Era el material ideal, versátil, resistente al fuego, flexible y abundante. Los persas, los griegos y los romanos lo buscaron y lo utilizaron, aunque fuese en cantidades no muy grandes. Ya en nuestra era se utilizó en grandes cantidades, mezclado en telas o con cemento, y particularmente con fibra de vidrio para fabricar los aislantes que se incluyeron en buena parte de nuestros edificios, en prácticamente todo el planeta. Todos muy contentos, hasta que a mediados del siglo XX, estudios científicos demostraron que el amianto, o asbetos, podía producir cáncer con el contacto prolongado. Entonces, venga a derrumbar lo que no se podía reparar y a sustituir lo que sí, y en eso seguimos.
Amianto en la Antigüedad.
El amianto existe naturalmente en grandes depósitos repartidos en todos los continentes y su uso humano se remonta hasta la edad de piedra, pues se han encontrado fibras de amianto en artefactos fabricados hace 750,000 años. Más recientemente, los persas lo utilizaban para proteger los cadáveres antes de cremarlos, para evitar que las cenizas se mezclaran con las de la madera. En Finlandia se ha recuperado tarros de arcilla mezclada con amianto, seguramente para protegerlos del calor, y se dice que Carlomagno mandó a hacerse un mantel con sus fibras para evitar los molestos fuegos que a menudo se iniciaban en su mesa debido a las velas y el alcohol. Eso sí, tanto griegos como romanos estaban al tanto de algunos de sus inconvenientes. Estrabón informó de una “enfermedad pulmonar” entre los esclavos que tejían las telas con asbestos. El historiador y naturalista romano Plinio el Viejo la llamaba la “enfermedad de los esclavos”, y dejó una reseña de estos cubriéndose la boca con una membrana de estómago de oveja para protegerse de la inhalación de las fibras mientras trabajaban.
No obstante, el amianto sobrevivió entre nosotros, y cuando llegó la Revolución Industrial, resultó ser el mejor aislante para las calderas y los motores de vapor, y las minas para su extracción se multiplicaron, al igual que sus usos. En 1858, Henry Ward, un joven de 21 años de Nueva York, comenzó a vender tejas hechas de yute, amianto, alquitrán y otros materiales. Cuando murió de lo que se cree fue amiantosis, su empresa había creado decenas de usos más para el amianto. Un año después de su muerte, se inventaba en Alemania la primera lámina de asbesto con cemento y, en 1913, en Italia, la primera tubería hecha de este componente.
Tipos de amianto y dolencias.
Hay seis minerales comprendidos dentro del grupo de amiantos, crisotilo, amosita, crocidolita, tremolita, antofilita y actinolita. Todos ellos están compuestos de fibras extremadamente delgadas que pueden fácilmente ser respiradas o ingeridas por una persona, y de ahí estriba su peligro. Asimismo, todos son capaces de provocar las dos dolencias más identificadas con el asbesto, cáncer de pulmón y mesotelioma, un tipo poco común de cáncer que se desarrolla “ a partir de células transformadas del mesotelio, el revestimiento protector que cubre muchos de los órganos internos del cuerpo” (Wikipedia). Al ser respiradas, las fibras se alojan en el tejido mesotelial y dañan las células, que inician el crecimiento de un tumor. Y luego está la asbestosis, una condición médica que afecta el tejido parenquimal de un órgano, especialmente de los pulmones, donde las fibras se acumulan y engordan las paredes del tejido, lo que le hace perder elasticidad y su capacidad para difundir gases. La falta de oxígeno es uno de los síntomas de la asbestosis o amiantosis.
El problema.
En 1924 se diagnosticó el primer caso de esta dolencia, una década después, varios estudios médicos vincularon la afección a los asbestos. Ya entonces Inglaterra aprobó leyes laborales que requerían a empresas que utilizaban amianto a proveer áreas de trabajo bien ventiladas. No obstante, las necesidades industriales de la Segunda Guerra Mundial dieron un nuevo empuje al mineral, aunque no fue sino hasta los años 50 que se desató la alarma, siendo que los síntomas pueden tardar muchos años en aparecer, en algunos casos hasta 30. Finalmente, los gobiernos se decidieron a atajar el problema y regular el uso de amianto, pero sólo cuando las múltiples demandas legales contra los productores.
En muchos casos, la regulación sentenció al derribo a muchos edificios, y a otros a eliminar el amianto de su estructura, lo cual resultó en enormes gastos y compensaciones a empresas y aseguradoras. La mayor parte de las compañías que extraían el mineral quebraron o tuvieron que cerrar ante la caída de la demanda. La ciencia intervino descubriendo o inventando nuevos materiales que pudieran sustituir al cancerígeno, como las espumas poliuretanas, las fibras de celulosa y hasta compuestos basados en la harina, que son los que encontramos en la actualidad aislando nuestros hogares.
Presente y futuro.
Pero el amianto no ha muerto, y la Organización Mundial de la Salud avisa que aproximadamente 125 millones de personas están aún expuestas en el lugar de trabajo, de las cuales poco más de cien mil mueren cada año por enfermedades relacionadas. Varios miles más podrían estar expuestas en su hogares. Aún así, la industria del amianto pervive, debido más que nada a que se pueden evitar los riesgos utilizando la protección adecuada, especialmente cuando se emplea el crisotilo, el más seguro.
La del amianto es una historia triste, pero con lecciones. Un material que tuvo mucho que ver con el progreso de la civilización durante siglos, a un alto precio. Un veneno que, ahora altamente regulado, algún día se utilizó para construir edificios.