Solemos decir que la historia se repite, que ya todo está inventado o que no hay nada nuevo en este mundo, en parte con razón, aunque es verdad que si hay novedades que constantemente nos asombran. Una de las grandes y aparentes invenciones del siglo XXI son las redes sociales, ubicuas maneras de relacionarse a través de esa maravilla que es internet, vehículos de intercambio de opiniones, felicitaciones, imágenes y por qué no, de insultos. Sin duda alguna, Facebook es la mayor y más popular de todas las redes sociales, con más de 1,200 millones de usuarios repartidos por todo el orbe, muy por encima de su más próxima seguidora, Twitter, y del resto. Ahora bien, aunque en el mundo real, Facebook tuvo su predecesora hace cuatrocientos años, los llamados alba amicorum, o álbum de amigos.
Los también llamados “libros de amigos” surgieron a mediados del siglo XVI en las universidades de los Países Bajos, para poco después extenderse por el norte de Europa. Alumnos y profesores de estas instituciones, en aquel entonces como ahora muy dados a viajar y mezclarse con los más granado de la intelectualidad europea, crearon estos libros en en los que coleccionaban anécdotas, autógrafos, comentarios, citas bíblicas, imágenes e incluso canciones y versos que les gustaban, no muy diferente de lo que hacemos ahora en el Caralibro. De esta manera podían recordar sus viajes y a las personas que habían conocido y presumir de contactos con personajes célebres, o profesores y científicos de alcurnia con los que se había estudiado, que muchas veces comentaban también el el libro sobre las virtudes académicas de su dueño.
Un album amicorum podía servir para subrayar el estatus social de su dueño y para aumentar sus posibilidades de avance en la escala social o profesional (como Linkedin), pero también para publicar sus relaciones, noviazgos y matrimonios o, a falta de estos, para él o la merecedora de sus atenciones. Si había boda, obviamente los recién casados cambiaban sus status en sus respectivos libros. Al igual que sucede ahora, los amigos del dueño del libro podían comentar en los “posts”, algo que hacían en muchas ocasiones de manera divertida, picaresca o burlona. Si el publicante tenía fondos suficientes, podía encargar las ilustraciones a artistas de renombre, algo así como si yo pudiese contratar a Picasso o a Andy Warhol para que diseñase mi perfil.
Mientras más amigos y comentarios tuviera uno en su album amicorum más podías presumir de popularidad, lo cual tenía un efecto viral, ya que los estudiantes más populares recibían más peticiones de otros para comentar en sus libros, ¿os suena de algo?. No había Youtube ni Spotify, por lo que los usuarios tenían que escribir directamente los textos de las canciones y los versos, pero el resultado era el mismo. De hecho, poetas y juglares principiantes buscaban promoverse a través de este vehículo ofreciéndose a escribir para otros en sus libros. Muy común era también escribir en varios idiomas, igualmente para presumir de capacidades lingüísticas entre los conocidos y patrones potenciales.
Las mujeres, aunque no acostumbraban estudiar en la universidad y menos a viajar solas, utilizaban sus alba amicorum para guardar secretos, cotilleos, bromas, comentarios y críticas sobre el vestido de tal o cual celebridad y detalles sobre los hombres a los que amaban, información que igualmente compartían con sus amigas más cercanas para que estas las comentaran. Algo más personal que profesional, pero tan social como el de los hombres.
En la actualidad existe una gran colección de alba amicorum en varias universidades y en la Biblioteca Real de los Países Bajos, de donde provienen todas las ilustraciones de esta entrada. Sophie Reinders, estudiante de doctorado en Historia, Literatura y Estudios Culturales, está llevando una investigación sobre los alba amicorum, en especial los de las mujeres, para recordarnos que las redes sociales bien pueden parecer un invento moderno, pero en realidad son simplemente las descendientes de otras modalidades sociales. Mark Zuckenberg sólo transformó el papel en impulsos electrónicos.
Buen artículo. Un solo pero. El singular de alba amicorum es album amicorum. Por tanto están mal transcritas expresiones como «Un alba amicorum podía servir..»; debería ser «Un album amicorum».
Desde el cariño.
Muchísimas gracias Pepe, la verdad es que mi latín es muy débil, y pensé en que habría otra forma, pero no quería arriesgarme a empeorarlo. Gracias al cielo que os tengo a vosotros… 😛
Mil gracias y un abrazo!