No soy yo quien va buscando desbancar mitos, pero si me encuentro alguno de esos que yo mismo he creído durante cierto tiempo, no tengo ningún impedimento en relatarlo. Para eso estamos, para informar, para intentar corregir los errores que nos hayan contado nuestros maestros, amigos, o que hayamos visto en documentales, de lo que supuestamente sucedió en la historia. Siempre habrá gente más preparada que otra, gente que conocerá bien diversos episodios o épocas y que no caerá en estas equivocaciones, pero creo que buena parte de la población, incluido un servidor, en ocasiones cree cosas que nunca sucedieron. La historia de esta entrada es un buen ejemplo.
Las razones de la guillotina.
Allá por los turbulentos y violentos días previos a la Revolución Francesa, y como en muchos otros países, la pena de muerte era algo muy común. Ladrones, asesinos, políticos corruptos, herejes y demás, conocían bien su castigo por adelantado, y no era precisamente una muerte rápida y sin dolor. Todo lo contrario, era dolor lo que se buscaba infligir al reo. Desde la Edad Media y antes, existían una serie de aparatos para la tortura, que igualmente podían utilizarse para la pena capital como la rueda, la crucifixión, la doncella de hierro (Iron Maiden) o el potro. Por supuesto también estaba la horca, muy favorecida por los británicos. En Francia, los nobles eran normalmente decapitados con una espada o hacha, que no siempre separaba la cabeza de los hombros y a veces hacía falta rematar con un segundo golpe; la gente común era simplemente ahorcada.
Una muerte más humana.
Pero el pueblo comenzaba a rebelarse y muchos aristócratas y políticos habían sufrido el castigo favorito de la plebe en esos días, que no era más que colgarlos de un poste del alumbrado público. ¡Á la lanterne! decían, y sin más trámite que la sentencia de la muchedumbre, el cuerpo del felón quedaba colgado hasta que empezase a apestar. Truculento, por decirlo suavemente. La justicia popular debió haber asustado a más de un servidor público, pero uno en especial, el médico Joseph-Ignace Guillotin, hizo una propuesta a la Asamblea Nacional para, si no acabar con la pena máxima, al menos reformarla y regularla para hacerla un poco más humana. El 10 de octubre de 1789, leyó a los diputados seis artículos que debían ser (y fueron) adoptados por el congreso:
1.- Todas las ofensas del mismo tipo serán castigadas con el mismo tipo de castigo sin importar el rango o importancia del culpable.
2.- Cuando la Ley imponga la pena de muerte, sin importar la naturaleza del crimen, el castigo será el mismo: decapitación, lograda por un mecanismo simple.
3.- El castigo al culpable no debe producir ningún descrédito o discriminación contra su familia.
4.- Nadie deberá echarle en cara a ningún ciudadano un castigo aplicado a un familiar. Aquel que lo haga será llevado ante el juez y reprendido públicamente.
5.- La propiedad del condenado no podrá ser confiscada.
6.- A petición de la familia, el cuerpo del condenado podrá ser devuelto para su entierro y no se hará ninguna referencia a la causa de su muerte.
Si me lo preguntáis, estos artículo me parecen bien diseñados para proteger a las familias de los políticos, que ya se veían acosados por el pueblo, y de paso, ahorrarse un poco de dolor.
En todo caso, se formó un comité para desarrollar ese “mecanismo simple” de decapitación en el cual estaba presente Mr. Guillotin, pero este no participó en su diseño y fabricación. La tarea cayó en otro médico, también político, Antoine Louis, que encontró en los tribunales de Estrasburgo a un tal Laquiante, que ya había diseñado un tipo de máquina decapitadora y que daba empleo a Tobías Schmidt, un ingeniero alemán que también trabajaba como fabricante de claves, un precursor del piano moderno. Entre los tres diseñaron un prototipo, que fue aceptado por la Asamblea Nacional.
Los mitos caídos.
Mr. Guillotin no participó en el diseño de la máquina, aunque pasaría a conocerse con su célebre nombre porque fue él quien había propuesto un método “más humano” de decapitación y porque en otro discurso, en diciembre de 1789, dijo: “Con mi máquina os cortaré la cabeza en un parpadeo, y no sentiréis nada”. La frase se convirtió en una broma popular y el nombre de Guillotin sería para siempre asociado al mecanismo, cosa que siempre disgustó al portador del nombre. Incluso, cuando Guillotin murió, su familia pidió al gobierno que rebautizara la máquina, a lo que este se negó. Fue la familia Guillotin la que tuvo que cambiarse el nombre.
El primer ejecutado con la nueva máquina fue el bandolero Nicolas Jacques Pelletier, en público y en la plaza frente a lo que hoy es el ayuntamiento de París. Desde aquel 25 de abril de 1792, todas las ejecuciones se harían con la máquina, y en público hasta 1939, cuando un fallo en el mecanismo, y el hecho de que la ejecución fue grabada en película subrepticiamente, llevó al gobierno a hacerlas en espacios confinados. Se cree que sólo durante los años del terror revolucionario bajo el poder de maximilien Robespierre, más de 30,000 sujetos perdieron la cabeza con Le Rasoir National (la razuradora/afeitadora nacional). El último, Hamida Djandoubi, el asesino de una joven, el 10 de septiembre de 1977.
Y por cierto, otro mito falso, Joseph Ignace Guillotin no fue guillotinado, sino que murió tranquilamente en el lecho en 1814. El rumor de que fue víctima de su propia idea se debe a que hubo otro Monsieur Guillotin que si fue decapitado, y a que Joseph Ignace estuvo detenido un tiempo por supuesta conspiración, que es cierto, pero que fue indultado al final del Terror, cuando Robespierre sí que subió al cadalso para probar su propia medicina.
Hola Jesús,
se hace difícil el comprender que la guillotina fuera concebida como una medida ejecutoria «compasiva» pero si pensamos en lo cruel que era la decapitación con un hacha, y más si el verdugo era novel o si estaba borracho, puede que lo entendamos. Creo que fue en la decapitación de Ana Bolena que sus opositores emborracharon al ejecutor la noche anterior, siendo la misma un espectáculo de lo más desagradable….
Un abrazo
Hola Francisco,
estoy de acuerdo contigo. De las muchas maneras inventadas por el hombre para matar al prójimo, la crucifixión, el empalamiento, la horca, Gran hermano et al, creo que la guillotina al menos se aseguraba de que la víctima muriese lo más rápido posible, que eso lo consideremos «más humano» puede estar a discusión, pero si me dieran a elegir, yo eligiría el invento de Louisette… 😛
Mil gracias por comentar. Un fuerte abrazo.