Un viaje trascendental para la ciencia, y para la historia…

Quién iba a pensar que un viaje retrasado en su partida, primero, por el mal tiempo y, luego,  por una borrachera de la tripulación, iba a convertirse en una de las expediciones más importantes de la historia. Ni siquiera quien sería su principal protagonista, un geólogo y naturalista sin cumplir aún los 23 años. Charles Darwin no había sido la primera elección para acompañar al Capitán Robert Fitzroy en su misión para cartografiar las costas de América del Sur, pero una entrevista entre marinero y científico convenció al primero de que un caballero tan educado sería el mejor compañero de viaje. Nadie podría imaginar que el resultado de aquella aventura cambiaría el modo en que los humanos vemos a la naturaleza, la ciencia y a nosotros mismos.

HMS Beagle

HMS Beagle

Más geología que biología.

Aquella mañana lluviosa del 27 de diciembre en la que el HMS Beagle partió con 75 hombres desde Plymouth, Darwin se mareó y pensó en abandonar y pasó los primeros días encerrado en su cabina, de donde no salió cuando el barco se aproximó a las Islas Azores. En la siguiente escala, en Tenerife, tampoco pudo desembarcar para visitar a un amigo, pues se había declarado una epidemia de cólera en Inglaterra y el Beagle debió permanecer en cuarentena, una decepción para el joven que quería escalar el Teide y estudiarlo, ya que hasta ese momento el principal interés del futuro padre de la evolución se centraba en la geología, y no tanto en animales y plantas. Por fin, el 16 de enero podrían poner pie en tierra firme en las Islas Cabo Verde, específicamente en Santiago, donde nuestro amigo visitaría las ruinas españolas en Ribeira Grande y haría un curioso descubrimiento.

En un acantilado cercano a Porto Praya, también en la Isla de Santiago, Charles observó un estrato de conchas de mar a unos 15 metros sobre el nivel de la playa, lo que le hizo pensar que aquella masa terrestre debió haber estado sumergida en un tiempo remoto. El pensamiento no era baladí, pues ya por entonces el geólogo Charles Lyell había sugerido que el mundo sufría pequeños cambios en largos periodos de tiempo, una idea que indudablemente moldeó las futuras teorías de su amigo Darwin. Un mes después la expedición llegaba a la Isla de Fernando de Noronha en las costas brasileñas y, el 28 de febrero, fondeaba frente a Salvador de Bahía, la antigua capital del Brasil.

Mapa del viaje del Beagle.

Mapa del viaje del Beagle.

Aquí Darwin aprovechó para explorar tierra firme, mientras Fitzroy llevaba a cabo medidas de las corrientes y las profundidades. En sus largos paseos, se maravilló por la riqueza natural de los bosques húmedos, su flora y su fauna, y escribió que von Humboldt no les había hecho justicia. También reaccionó, aunque negativamente, ante su encuentro con esclavos negros y discutió acaloradamente con el Capitán Fitzroy por su defensa de la esclavitud y, aunque el capitán le prohibió que volviera a cenar con él, los ánimos pronto se calmaron y ambos reanudaron sus encuentros amistosos.

Todo ciencia.

Poco más al sur, Fitzroy debió hacer más mediciones marinas, tiempo que su erudito acompañante aprovechó para observar una microscópica especie de bichos que pintaban de marrón la superficie del mar. Charles, aunque en esos días más centrado en el estudio de la geología, que veía como una posible carrera, disfrutaba desde su infancia de una gran inclinación hacia la zoología, en especial a la rama de esta que estudia los insectos, la entomología, y era un ávido coleccionista de todo tipo de bichos terrestres. Ahora tenía la oportunidad de estudiar los marinos.

Llegados a Rio de Janeiro a principios de abril de 1832, Darwin partió el día 8 en una expedición terrestre hasta el Río Macae, unos 100 kilómetros al noreste. A su vuelta una quincena después, había reunido una impresionante colección de especímenes vegetales y animales durante el trayecto. Ciertamente, mientras Fitzroy continuaba con sus mediciones, Charles siguió aumentando su colección y tomando notas alojado en una choza bajo el Monte Corcovado. Más tarde, él mismo escribiría que fue ahí en Brasil donde su camino científico quedó marcado. En agosto, y desde Montevideo, Darwin enviaría de vuelta a Inglaterra su primera remesa de rocas, plantas, y animales terrestres y marino perfectamente numerados y catalogados.

Cambio de interés.

No es de extrañar que en una vorágine de vida y color el joven Charles comenzara a fijarse más y más en los seres animados que en las piedras. Era tal la lujuriosa variedad de especies desconocidas para él que le permitió observar con más detalle las diferencias entre ellas, especialmente con las que tenían parientes en Europa. Parecía que la naturaleza sabía que él tenía la capacidad de observación y el sentido del pensamiento crítico que hacían falta para desvelar los secretos de la vida; parecía que Gaia le estuviese diciendo – ¡mira lo que hago! Adivina el cómo…- y Darwin aceptó el reto.

Durante la segunda mitad de 1832 y todo 1833, Fitzroy se dedicó a la tarea que le había sido encomendada por el Almirantazgo, cartografiar las costas de Sudamérica. Mientras tanto, Darwin aprovechó para permanecer Especímenes de la colección de Darwinlargas temporadas en el continente, haciendo excursiones tierra adentro, conociendo sus gentes, y como no, coleccionando especímenes. Pero ya en Brasil había añadido a su colección los primeros fósiles, y en Argentina el número de estos aumentó, incluyendo el de algunas especies de mamíferos de grandes dimensiones ya desaparecidos. Uno de estos, el fósil de un perezoso gigante, lo encontró en la pared de un acantilado, lo cual en sí no sería nada extraño. El problema era que por encima del nivel del fósil aparecía un estrato de conchas marinas. Darwin sabía que los movimientos geológicos miden su duración en eones, por lo que el extinto animal debió haber existido miles de años antes. Como sugería Lyell, el mundo parecía el mucho más antiguo.

El Beagle visitó un par de veces las Islas Malvinas, y ahí Darwin percibió que había ciertas diferencias entre las especies del continente y las isleñas. Estas cuestiones influenciarían más tarde su visión sobre la distribución de plantas y animales por el mundo y su adaptación a su entorno.

El viaje continuó hacia el sur, llegando hasta Tierra de Fuego. Ahí, tres pasajeros especiales que viajaban en el Beagle desembarcaron. Eran tres indígenas recogidos por Fitzroy en su anterior travesía, y ahora volvían occidentalizados y en calidad de misioneros, acompañados por un pastor protestante. Ayudados por la tripulación, montaron un campamento en tierra firme, pero los nativos de los alrededores pronto lo destruyeron. El misionero inglés decidió entonces abandonar, pero los indígenas cristianizados se quedaron, y reconstruyeron su misión.

El resto del año 1833 y la primera mitad de 1834 se sucedieron en constantes idas y venidas entre la mencionada Tierra de Fuego (donde Fitzroy nombró un monte en honor de Darwin), las Malvinas y la costa sur de Argentina. El naturalista pasó largas temporadas en tierra firme, siempre coleccionando, siempre observando y divagando. Conoció a los habitantes de la Pampa, aprendió sus costumbres, comió y durmió con ellos con el firmamento como manto. Finalmente, el 11 de junio de 1834, el Beagle y sus ocupantes viraron en el Cabo de Hornos y se adentraron en el Océano Pacífico, donde el destino esperaba a Darwin con los brazos abiertos, para abrirle los ojos a lo que bien podríamos llamar la idea más importante de la historia.

Mañana, Darwin y las Galápagos.

 

4 thoughts on “Un viaje trascendental para la ciencia, y para la historia…

  1. Parecía como si me estuvieran contando la película «Capitán de mar y guerra» de Russel Crowe.

    • Pues no te equivocas mucho Francisco. Es una película que me gusta mucho, y precisamente porque me recuerda a Darwin. Sospecho que el guionista quiso hacer un guiño al naturalista inglés, dentro de una aventura de guerra.
      Muchas gracias por comentar y un cordial saludo.

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