Muy conocida es la historia de la tregua de Navidad en 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Soldados alemanes e ingleses decidieron por su cuenta, y sin la aprobación de los oficiales, detener la lucha por unas horas para intercambiar regalos y jugar una partidita de fútbol. No hay registros de que escenas así se repitieran en la Segunda Guerra, pero sí hay una historia que me contó un amigo hace años, tan entrañable y que muestra una vez más cómo los seres humanos somos capaces de abandonar nuestro odio por unos instantes, imbuidos por el espíritu navideño. Todo sucedió durante la Batalla de la Saliente…
Blanca y helada Navidad.
Era diciembre de 1944 y los alemanes habían lanzado la que sería su última ofensiva de la guerra. Hitler había diseñado un ataque sorpresivo contra las fuerzas aliadas que ya ocupaban Bélgica con la intención de tomar el puerto de Amberes e impedir que llegaran pertrechos y más refuerzos. En su mayoría compuestas de unidades poco experimentadas, las tropas norteamericanas se sentían confiadas pensando en que los nazis ya no tenían con qué atacar y menos bajo el manto de uno de los inviernos más duros del siglo. Pero precisamente cuando el enemigo menos lo espera, es el mejor momento de atacar. El día 16 de diciembre, 200,000 hombres, 340 tanques, 1,600 piezas de artillería y otros 280 vehículos militares iniciaron la ofensiva en un frente de 130 kilómetros. Para los yanquis el desconcierto fue mayúsculo.
Los primeros días el asalto respondió a las expectativas alemanas. que penetraron varas decenas de kilómetros y arrollando a la oposición. Los norteamericanos tardaron varios días en reorganizarse, sin apenas refuerzos o cobertura aérea debido al mal tiempo. Fue una de las más grandes batallas de la guerra con los estadounidenses de protagonistas, y el precio que pagaron fue muy alto.
Un refugio.
La tarde de Nochebuena, Elisabeth Vincken y su hijo Fritz de doce años se encontraban en su casa de campo del Bosque de Hurtgen, cercano a la frontera belga y al campo de batalla. La casa familiar en Aachen (Aquisgrán) había sido destruida en un bombardeo y Madre e hijo se habían vistos obligados a refugiarse ahí mientras que el padre se quedaba atrás intentando recuperar lo que pudiese. De pronto, alguien llamó a la puerta. Elisabeth apagó las velas y con temor abrió la puerta. frente a ella, dos soldados norteamericanos, de pie y armados, y otro tumbado en el suelo, herido. Eran el enemigo, pero la asustada mujer se dio cuenta de que, a pesar de su aspecto áspero, no eran más que adolescentes, y los invitó a pasar. Ni los soldados hablaban alemán ni Elisabeth inglés, pero pudieron entenderse en un chapurreado francés, y ella les ayudó a recostar a su compañero y limpiar sus heridas. Al mismo tiempo, pidió a su hijo que cogiera al gallo del gallinero (de nombre, Hermann) y unas cuantas patatas. Al fin y al cabo era Navidad.
Más invitados inesperados.
Hermann se fue al horno y los soldados sacaron de sus mochilas un par de latas de comida, mantequilla de cacahuete y pudín de piña. El pequeño Fritz se dispuso a poner la mesa. En ello estaba cuando volvieron a llamar a la puerta, y él mismo fue a abrirla. Cuatro soldados más, pero esta vez alemanes, y Elisabeth se apresuró a recibirlos. Ellos le desearon una feliz Navidad, y le dijeron que estaban perdidos y que tenían hambre. La mujer les respondió que podrían pasar y comer hasta acabarse todo, pero que dentro encontrarían personas a las que no considerarían amigos. El mayor de los recién llegados, un cabo de 23 años, le preguntó directamente si había norteamericanos dentro. A la respuesta afirmativa añadió que no de ellos estaba herido. Por unos momentos, el cabo dirigió a la mujer una mirada de reproche, casi como queriéndole recordar que albergar al enemigo era traición, castigada con la pena de muerte. Elisabeth mantuvo su posición y concluyó, “Es ist Heiligabend und hier wird nicht geschossen” (“Es Nochebuena y no va a haber disparos aquí”).
Desarmados.
Como condición para dejarlos entrar, Elisabeth les advirtió que debían dejar sus armas fuera. Para entonces los alemanes se habían dado cuenta del valor y la fuerza moral de la mujer y accedieron. Al mismo tiempo ella entró para recoger las armas de los norteamericanos. Por fin se reunieron dentro y durante un buen rato la tensión y la desconfianza fue palpable. Ayudó a romper el hielo el que uno de los alemanes fuese estudiante de medicina y le hiciera una cura a la pierna del herido. A la hora de la cena, el cabo teutón sacó una botella de vino y algo de pan, y aunque tampoco es que se hicieran amigos, la camaradería triunfó sobre el odio. A la mañana siguiente, se despidieron cordialmente después de que los alemanes indicasen a sus enemigos dónde estaban sus líneas (les regalaron una brújula) y de que su anfitriona por una noche les devolviera sus armas.
No hubo represalias contra Elisabeth Vincken después de la guerra. El joven Fritz, casualmente se casó con una norteamericana y terminó viviendo en Hawaii, donde contaba su anécdota a todos los clientes de su panadería. En 1996, un programa de televisión encontró a uno de los soldados sobrevivientes en una residencia para mayores. Ahí Fritz le visitó y juntos rememoraron aquella navidad en medio de la guerra. Ralph Blank aún tenía los mapas con las indicaciones dadas por sus compañeros de mesa y la brújula. Con una débil voz dijo a Fritz, “Tu madre me salvó la vida”.
¡¡MUY FELIZ NAVIDAD!! 🙂
Hola manolo!
Muchas gracias por las felicitaciones y por todo tu apoyo estos dos años. Mis mejores deseos para tí y tu familia en estas fechas. Un abrazo.
Hola Barcala.
que buenas historias. Dentro de lo que es la guerra increible, pero triunfa el ser humano.
Profesor, te deseo una feliz navidad y un muy buen 2016. Un abrazo
Hola Christian,
esta es una de esas historias que me gustan mucho, aparte ser poco conocida, muestra el lado amable del ser humano, incluso en los momentos más difíciles.
Un abrazo y todo el bien para el próximo año!
Hola Jesús,
una vez más me acercas una historia que ignoraba aunque en esta ocasión me he llegado a emocionar de verdad (supongo que en estas fechas uno se vuelve más nostálgico) Lo ocurrido allí y el valor que mostró la mujer es buena muestra de que los sentimientos y el amor está por encima de todo.
Un abrazo y feliz Navidad.
Hola Francisco,
Creo que es una historia que contrasta muy bien con todas las malas que a veces publico, y digo malas no porque las escriba mal, que un poco sí, sino porque la corta estancia del hombre en el mundo está llena de malos recuerdos. Pero este es un ejemplo más de que a veces la guerra saca lo mejor de nosotros. Como bien dices, los sentimientos y el amor están por encima de todo, incuso del nacionalismo.
Muchas gracias y un cordial saludo.
hermosa historia … mil gracias por compartirla …
Muchas gracias a tí María, por comentar y por todo tu apoyo. Felices fiestas!
Una historia muy conmovedora, que hayan tenido todos los lectores y el autor de la nota una Feliz Navidad y que el año venidero sea propicio para todos. Saludos.
Hola Carlos,
la historia no sería lo mismo sin estas pequeñas anécdotas que nos hacen pensar que tenemos remedio. Si todo fuese la maldad de la guerra, yo ya me hubiese rendido…
Felices fiestas para ti también y mis mejores deseos para el próximo año. Un abrazo!