Podía haber utilizado en el título los verbos “desaparecer” o “desvanecer”, que también aplican, pero me he decantado por el otro porque la connotación de algo relativo al humo es lo que más se acerca a este caso. La noche del 15 de abril de 1987, se esfumaron del censo norteamericano siete millones de niños, así, de golpe, y sin que haya mediado ninguna catástrofe natural (sí una artificial), ninguna epidemia. Pero la realidad es que aquellos pequeños rubios y pecosos, morenos o negros, no eran más que humo, nacidos de la hoguera de los incentivos perversos que en muchas ocasiones los humanos creamos aduciendo el “bien común”, incentivos que Frederic Bastiat definiría como “lo que no se ve”. Como toda historia, esta tiene sus antecedentes, y creo adecuado revisarlos.
El Censo
Contrariamente a lo que se acostumbra en buena parte del mundo, en Estados Unidos, y al menos hasta el año 2010, el censo nacional se hace contando individualmente, cada diez años, a cada uno de los habitantes del país, siguiendo el mandato de la Sección 2ª del Artículo I de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica. La medida fue considerada necesaria por los padres fundadores para cumplir uno de los ejes fundamentales de la naciente democracia, distribuir el número de representantes en el congreso por cada estado, de acuerdo con su población. y de paso, saber a quién se le debían cobrar impuestos. Este último punto, de hecho, no debe de extrañarnos, pues el origen mismo de los censos está en saber a quién y por cuánto se puede esquilmar.
Mecanismos de defensa
Tan vieja como los impuestos, es la virtud de buscar maneras de no pagarlos, legal o ilegalmente. Es una actitud que no responde a épocas, ni a regiones o culturas, es tan humano como proteger a los retoños, y es algo tan conocido y entendido que no veo razones para explayarme mucho al respecto. Es por ello que los gobiernos están en una búsqueda constante de métodos de recopilación de información para obligar a los ciudadanos a pagar, ya sea “por las buenas”, ofreciendo a cambio una serie de servicios que la mayoría de ciudadanos bien podrían pagarse si no fuese precisamente porque el gobierno les confisca parte de sus ingresos, o por las malas, utilizando la coerción policial. Aquella noche de abril, lo que sucedió fue que el IRS (Internal revenue Service), la agencia tributaria yanqui, aplicó una corrección en sus métodos, pues sospechaba que de alguna manera u otra los ciudadanos estaban haciendo trampa.
Cómo ahorrarse unos miles de dólares
Al igual que sucede en muchas sociedades occidentales, la cantidad de impuestos que debe pagar un ciudadano está supeditada a varios factores, el más importante de ellos, su nivel de ingresos. Por otra parte, están las exenciones, descuentos en la factura total impositiva relacionadas con gastos imprescindibles del contribuyente, como pueden ser los dependientes, educación, alquiler y varios elementos más que algunos países permiten y otros no. Y fue precisamente en la cuestión de los dependientes que el paradigma demográfico estadounidense tuvo su origen.
Hasta el año 1986, los contribuyentes debían incluir en su declaración, los nombres de los dependientes a su cargo, niños, ancianos, etc. Aquel año fueron 77,1 millones los dependientes declarados (por aquel entonces la deducción de cada dependiente rondaba los 1,100 dólares, una cantidad considerable, especialmente cuando son varios los aludidos). No obstante, el IRS no obligaba al tributario a proveer el número de la Seguridad Social de cada dependiente reclamado, confiando en la honestidad de los pagadores.
Y se esfumaron 7 millones…
Entonces, para las declaraciones del año 1987 cambiaron las reglas y los contribuyentes iban a tener que incluir el número de la Seguridad Social de cada dependiente, para comprobar que estos en realidad existían. Cuando se hizo el conteo, los 77 millones de dependientes declarados a hacienda el año anterior, se había reducido en 7 millones, un 10% de todos los dependientes. Y no es que los 7 millones de niños ausentes hubieran crecido o los abuelos muerto, algunos sí, pero la mayoría simplemente habían sido niños ficticios, creados de la nada para ser merecedores de sus consiguientes deducciones.
El resultado no fue una sorpresa para los funcionarios de hacienda, todo lo contrario, lo esperaban porque sabían que la gente se inventaba los nombres, en algunos casos descaradamente utilizando los de sus mascotas. Obviamente, la recaudación aumentó considerablemente y el gobierno quedó más que satisfecho, daba igual que se hubiesen esfumado 7 millones de almas. Estoy seguro que se han detectado casos similares en otros países, aunque sólo me consta que así fue en Portugal, que “sufrió” un caso parecido hace apenas unos años, perdiendo 135 niños cuando se obligó a identificarlos en las declaraciones de impuestos (más datos aquí y aquí).
La anécdota demuestra una vez más que, la gran mayoría de nosotros, buscamos la manera de pagar menos impuestos, y no es para menos, viendo cómo nuestros gobiernos luego despilfarran nuestro dinero ganado con el sudor de nuestras frentes en programas ineficaces o en infraestructuras prescindibles. Los gobiernos continuarán buscando maneras de exprimirnos y de evitar que nos ahorremos en la factura fiscal, es su objetivo y única razón de ser, y nosotros continuaremos encontrando formas de evitar pagar, y repito, legal o ilegalmente, lo cual no tiene nada que ver con la legitimidad. Al final, la protección de la propiedad privada es una costumbre internacional, un instinto humano, más que una cuestión ideológica.
Hola Jesús,
que todos contribuyamos a la Agencia Tributaria, de acuerdo. Pero que al pobre trabajador que no llega a fin de mes con su sueldo mileurista -y gracias si es que llega a 1000 euros- le envien cartitas por no declarar conceptos inferiores a 30 euros, es de risa (por no llorar). Mientras, las grandes fortunas, tributando cantidades irrisorias a cambio de ganar millones. ¡Injusto no, lo siguiente!
Un abrazo
Hola Francisco,
en el origen de las civilizaciones, los impuestos fueron creados para patrocinar ejércitos, defensivos o agresivos, y para levantar infraestructuras básicas. El problema es que con el paso de los siglos, algunos políticos vieron que podían inventarse más y más excusas para exprimir a los ciudadanos, y hemos llegado a tal punto en el que el objetivo primordial del estado es precisamente la recaudación.
El otro día leí que hacienda le había impuesto una multa a una señora jubilada, que había cometido el enorme pecado de ayudar en unas clases de manualidades en la universidad. Había ganado entre 50 y 90 euros por semana durante un mes y medio, y la Agencia Tributaria la multó con 23,000 Euros. Es sólo un ejemplo de la voracidad del estado, a quien no le gusta que trabajemos sin pasar por caja. Y mejor no me meto en política…
Mil gracias y un abrazo!
El expolio continúa y va más allá de la tributación.
Desde la reforma introducida en 2010, casi todas las multas de tráfico pueden pagarse con el 50% de «rebaja». Antes se aplicaban porcentajes distintos (el 30% por ejemplo).
El supuesto infractor puede olvidarse de tener que alegar y probar que, seguramente en muchos casos, no cometió infracción alguna. Con ese 50%, el Estado te «perdona la vida» a la vez que sigue a lo suyo: RECAUDAR.
Así son nuestras leyes. Pensadas para que se lo lleven calentito los de siempre. Y nosotros, a pagar a pagar a pagar y volver a pagar……(parafraseando a Luis Aragonés).
Gran artículo. Un abrazo Jesús.
Maestro, qué voy a decir yo? Por todas partes nos sacan dinero. Un ejemplo, hoy leí que un estudio hecho por el gobierno británico recomienda, para reducir la obesidad infantil, subir los impuestos a todos los alimentos que se consideren «dañinos». Lo que me sorprende es que en ningún momento hablan de educar a los niños, o de rebajar los impuestos a los alimentos más sanos, no, su única solución es subir impuestos. Es que no saben hacer otra cosa, por ello y para ello existen los gobiernos…y mejor ahí lo dejo para no calentarme… 😛
Un abrazo.
que broma .. y yo que creia que los marcianos se los habian llevado … 🙂
Hola María,
algo de broma si tiene esta historia, pero para mí representa dos cosas, 1) que el pueblo busca todos los resquicios legales para defenderse de la voracidad del estado y, 2) que siempre que hay un incentivo la gente actuará como corresponde. En este caso, fueron niños inexistentes, pero seguro que hay mil maneras más por las que intentamos pagar menos impuestos, así como los gobiernos se inventan mil maneras más para cobrárnoslos… 😛
Muchas gracias por comentar, y nos vemos pronto!
Hola Jesús,
artículo interesantísimo (cómo no!!).
Qué importante es para un estado la honradez de sus dirigentes.
Partiendo de la idea que el parlamento es un retrato de la sociedad que lo ha elegido, no creo que me equivoque al decir que los contribuyentes serán/seremos tan tramposos como los políticos a la hora de disponer de esos impuestos.
Siempre nos ponen por delante la sanidad, la enseñanza, … pero no nos justifican los despilfarros, subvenciones, sueldos/dietas, Ipads, etc…
Supongo que la solución, como en tantas cosas, pasa por la educación,… pero ya son muchos años y no percibo mejora.
Gracias y un saludo.
Juan.
Hola Juan,
Creo que tienes razón al decir que somos un retrato de nuestros políticos. Sólo así se explica la presencia de algunos de ellos en el parlamento. Eso sí, al menos en España, creo que mucho tiene que ver el hecho de que no podamos elegirlos directamente, y que sean los partidos los que confeccionan las listas.
También estoy de acuerdo en que la educación es la solución, el problema es que precisamente la educación está en manos de los políticos, y así es casi imposible mejorarla. En fin, tengamos fe… 😛
Muchas gracias por tu comentario. Un cordial saludo.
El flautista de Hamelín era lo peor de lo peor y además inspector de Hacienda.
jaja, muy acertado Tomás! 😛