Durante mi infancia, en la década de los 70, estaba muy de moda hablar del eslabón perdido, un término creado para definir al supuesto individuo que serviría de puente evolutivo entre los simios prehistóricos y los humanos modernos. La idea en realidad surgió mucho antes, a mediados del siglo XIX y en la mente de Charles Lyell, el geólogo mentor y amigo de Darwin, para explicar la ausencia de un fósil transitorio que demostrase la validez de la ya conocida pero aún sin publicar Teoría de la Evolución.
El descubrimiento en 1974 de uno de los fósiles más famosos, el de Lucy, y la confirmación de que era el primer ejemplar conocido de un homínido bípedo, añadió leña al fuego, y para muchos Lucy era el esperado eslabón perdido. No obstante, no deberíamos hablar de un eslabón perdido en términos científicos, y si acaso es válido el término en plural, pues bien podrían ser muchos.
No hay sólo una línea evolutiva
Si algo hemos aprendido sobre la evolución de los homínidos, es que no se trata de un fenómeno lineal, sino uno con múltiples ramificaciones. La evolución de los humanos no dio un simple salto desde los primates -pasando por el eslabón perdido- y llegando a Homo sapiens. No, la naturaleza no es tan perfecta. Para llegar al punto en el que nos encontramos tuvo que haber un proceso de prueba y error, una serie de “experimentos” en los que algunos fallaron y fueron abandonados, y otros que funcionaron llegaron a buen puerto, al menos hasta ahora.
Recordemos, eso sí, que la naturaleza no tiene ningún objetivo, que no busca la especie más adaptable, ni la más fuerte, ni la más perfecta. Todo lo que evoluciona lo hace por una serie de coincidencias, eventos y condiciones aleatorias que pueden llevar a una especie a ganar una ventaja sobre sus vecinos y que le permita reproducirse y expandirse.
Los ancestros de Homo sapiens pasaron por ese proceso, y las características ventajosas, como andar erguido o el pulgar prensil, se heredaron de generación en generación. Los elementos que no añadían ninguna ventaja, como la cola, simplemente desaparecieron, o casi.
Un largo camino
En otro artículo ya hemos hablado de LUCA, el último antepasado común universal, esto es, el organismo del cual descendemos todos los seres vivos del planeta. Si seguimos de abajo hacia arriba la lista de nuestros ancestros, pasando por los homínidos, los primates, los primeros mamíferos, los tetrápodos, los vertebrados, hasta llegar a los primeros animales, y seguimos subiendo, llegaremos a las eucariotas, las bacterias descendientes de LUCA.
Darwin ya había llegado a esa conclusión y la mencionó en El Origen de las Especies con las palabras “Por ello, debo inferir la analogía de que todos los seres orgánicos que han vivido sobre esta Tierra descienden de una forma primordial a la cual la vida le fue insuflada por primera vez”.
Primero, las mutaciones permitieron la diferenciación de los descendientes de LUCA, de los que poco a poco fueron surgiendo especies diferentes. Luego, la reproducción sexual aceleró el proceso. Nacieron plantas y animales, y hace aproximadamente 200-225 millones de años, aparecieron los primeros mamíferos, pequeños seres peludos, de sangre caliente y de hábitos nocturnos que vivieron mayoritariamente bajo el suelo pisado por los dinosaurios.
La desaparición de estos últimos hace 65 millones de años dejó el campo libre para la conquista de los mamíferos, y por esos días aparecieron los primeros primates.
La evolución continúa
El registro fósil indica que hace poco más de 20 millones de años, varias especies de primates convivían en África, lo que demuestra una larga historia de diversificación. La evolución continuó, y hace unos 8 millones de años vivieron en África numerosas especies de grandes simios.
Dos especies de estos, Nakalipithecus nakayami (Kenia) y Ouranopithecus (Grecia, Bulgaria y Turquía), muy parecidos entre sí, son los candidatos con más papeletas para llevarse el título del último ancestro común entre gorilas, chimpancés y humanos (los dos últimos comparten hasta un 98.4 % del ADN). A partir de aquí comienza la confusión sobre el famoso eslabón perdido.
Sólo un sobreviviente
De aquella división no surgió una sola especie, sino varias, que pudiesen considerarse como nuestros ancestros. De una de ellas, destaca el género Australopithecus (mono del sur), con varias especies conocidas que vivieron entre hace 4 y 2 millones de años: afarensis, africanus, anamensis y bahrelghazali entre otras. El fósil de Lucy representa a Au. afarensis, pero como digo, no fue la única especie.
Como suele suceder en la ciencia, no hay consenso sobre un árbol genealógico humano, ni creo que lo haya nunca, pero sí una mayoría de expertos en las diversas materias concluyen en que, con los datos que contamos, debería parecerse a la siguiente gráfica:
Como podéis ver, de Australopithecus (Aus.) surgieron varias especies, con sus respectivos descendientes. Algunos de estos sobrevivieron y otros se extinguieron y de alguno de ellos nació el género Homo, que a su vez se dividió en varias especies, sólo una de las cuales pisa firme sobre la Tierra, Homo sapiens. El proceso duró un par de millones de años y al final triunfó la especie con las características más adecuadas para la supervivencia en el entorno actual. V
arias de ellas convivieron en el mismo lugar al mismo tiempo, por lo que la competencia entre las diversas especies pudo haber tenido mucho que ver con la desaparición de alguna, como se cree que sucedió a los neandertales cuando sapiens llegó a Europa.
No hay un eslabón perdido, sino varios
La cuestión principal de esta entrada es aclarar que no hay, per se, un sólo eslabón perdido. El registro fósil es creciente pero escaso, y aunque nos permite darnos una buena idea del camino evolutivo que ha recorrido nuestra especie, aún queda mucho por aprender.
Posiblemente existieron otros grupos de Homo que no han sido descubiertos todavía, otros “eslabones perdidos” que nos permitan refinar o afinar nuestro conocimiento cuando los encontremos. Dicho esto, no quiere decir que la evolución no sea real, o que el hombre no desciende de antepasados comunes con los simios, sólo que puede haber más fósiles que confirmen ambos hechos. El tiempo lo dirá.
Hola Jesús,
tiene una lógica aplastante lo que comentas y me extraña que los estudiosos del tema no lo proclamaran antes. Yo, como todos, siempre habíamos oído lo del eslabón perdido y así nos lo enseñaron pero los descubrimientos que se hacen y que se harán, demostrarán lo que explicas. Por cierto, eslabones hay miles y perdidos puede que muchos más ¡Ja, ja, ja!
Abrazos de uno de ellos 😉
Hola Francisco,
con mucho retraso pero aquí estoy. Desde que empezamos a descubrir los fósiles de homínidos nos dimos cuenta de que había más de una línea, y que más que un eslabón perdido estamos hablando de varios (y sí, yo también veo muchos por las calles… :P) Creo que nunca encontraremos a todos, pero con algunos pocos más podremos darnos una mejor idea de quiénes y cómo eran nuestros antepasados, que es lo que nos importa.
Muchas gracias y un cordial saludo.