No sé qué vino antes, si mi primera lectura de Robinson Crusoe, o la historia contada por un profesor de primaria sobre la tragedia aérea en los Andes, allá a principios de los años 70. Ambas incluían episodios de canibalismo humano.
Espeluznante como puede ser, de alguna manera u otra comprendí la existencia de esta práctica, en el caso de los jugadores de rugby por cuestiones de supervivencia, y en el de los nativos, como ceremonial cultural o religioso.
Luego, durante las fiestas navideñas, tuve una amigable conversación con un familiar, y con tanta comida frente a nosotros terminamos hablando del canibalismo, ni me preguntéis por qué. El caso es que la pregunta fue inevitable, ¿comería yo carne humana?
Tan natural como comer cualquier otra cosa.
Los humanos no son los únicos animales capaces de comer a los de su propia especie, muchos lo hacen, incluso algunos se comen a sus propios vástagos, o como la viuda negra, a su recién utilizado marido. No hay nada de “anti-natural” en ello.
Y las plantas también lo hacen. Llevamos miles, cientos de miles de años haciéndolo. Los restos del llamado Homo antecessor encontrados en Atapuerca, España, muestran señales de que el canibalismo ya existía entre nuestros antepasados.
En la cueva de El Sidrón, en Asturias, una familia de neandertales fue desmembrada y consumida por otros de su misma especie hace unos 50,000 años. De hecho, se ha encontrado evidencia de canibalismo en prácticamente todas las épocas, y en todas las regiones.
No obstante, el primer ejemplo de canibalismo descrito por varios testigos del que tenemos constancia, tuvo lugar durante la primera cruzada. En 1098, después de conquistar la ciudad siria de Ma´arra, los soldados cristianos se zamparon en un banquete los cuerpos de los derrotados musulmanes. no se sabe a ciencia cierta si lo hicieron por hambre o empujados por sus líderes, con la intención de crear un cierto halo de terror como táctica del miedo.
La historia corrió como fuego en Europa y la gente quedó fascinada a la vez que asqueada, un dilema que pervivió en el continente durante siglos. Hasta finales del Renacimiento, era común importar momias pulverizadas para usarlas como remedios médicos. La práctica se extendió pronto a piel, sangre y otros órganos de cadáveres frescos, aunque claro, nadie lo hacía por gusto.
Se inventa la palabra canibalismo
“Canibal” procede del nombre español utilizado para referirse a los indios caribes, habitantes de las islas en ese mar americano. Colón los llama intermitentemente “caribales” o “caníbales” cuando habla de unas tribus que se rumoreaba comían carne humana fresca.
El mismo Colón no creía en esos rumores, pero la mayoría de la gente, ignorante como siempre, sí se los creyó, y pronto el apelativo “caníbal” abarcó a todo aquel humano que se comiera a otro. eso sí, los europeos no se incluyeron a sí mismos, a pesar del enorme consumo de órganos y sangre humana con fines medicinales. Antropófago, quedó para los intelectuales y académicos.
Muchos cuentos, muchas realidades
Lo cierto es que algunos colonizadores exageraron en sus relatos de supuesto canibalismo por tribus americanas. Algunas lo practicaban, sí (y lo siguen haciendo), pero no era una práctica tan extendida como mucha gente pensó en aquel entonces.
En la mayoría de los casos, como sucede en la actualidad, el canibalismo se ciñe a rituales mortuorios, como una muestra de afecto y respeto por el fallecido, parte del menú, por supuesto, o como parte de los sacrificios humanos dedicados a los dioses.
Aunque prohibida por sus respectivos gobiernos, la antropofagia ritual existe en la actualidad en diversas tribus del amazonas en Brasil y Perú, así como en Papúa Nueva Guinea y otros países del sudeste asiático.
Ahora bien, el canibalismo ritual consiste en comer órganos de personas muertas por sí solas, y no asesinadas para ser devoradas, práctica más perseguida y castigada, pero también actual.
Los trastornados
No soy un experto en cuestiones psiquiátricas, pero aquellos que los son, han detectado graves desórdenes en las mentes de los más recientes y conocidos caníbales, como Albert Fish, Jeffrey Dahmer o Armin Meiwes, quien puso un anuncio en un periódico alemán buscando a “un individuo en buena forma física, de 18 a 30 años, para ser sacrificado y consumido”, y que encontró a su víctima.
En muchos de estos casos, el canibalismo sólo era el último episodio de un rito violento y asesino, que muchas veces incluyó abusos sexuales, y no cómo una práctica cultural o ritual aislada. Esta gente simplemente está enferma, desde cualquier punto de vista, y más que caníbales deben ser tratados como vulgares asesinos.
Los necesitados
Así como en el caso de los uruguayos en los andes, que se vieron obligados a comer carne de sus amigos durante su durísima experiencia, hay varios casos más en los que humanos se convirtieron en caníbales por necesidad.
Algunos casos célebres que vale la pena mencionar incluyen al Donner Party, una partida de inmigrantes hacia California que en el invierno de 1846, atrapados en la nieve, terminaron comiendo partes de sus amigos fallecidos.
Durante mucho tiempo se pensó que en la colonia de Jamestown, uno de los primeros asentamientos británicos en Norteamérica, se había practicado la antropofagia durante la hambruna de 1609-1610, pero sólo recientemente se ha confirmado con evidencia.
En 1884, tres de los cuatro supervivientes del barco Mignonette, hundido en ruta de Inglaterra a Australia, conspiraron para asesinar al cuarto y comérselo, cosa que hicieron. El nombre de la víctima era Richard Parker, el mismo nombre que ocho años antes había utilizado Edgar Allan Poe en un relato sobre un marinero que era asesinado y comido por sus hambrientos colegas. Y hay más casos, pero los dejamos para otras entradas.
¿Y yo, comería carne humana?
Que quede claro que de ninguna manera defiendo o promuevo la antropofagia. Me parece terrible, además de ciertamente asquerosa, y espero nunca tener que enfrentarme al dilema. Dicho esto, no puedo estar seguro de cómo reaccionaría ante la necesidad, abandonado en medio del océano con otros débiles pasajeros, o perdido en los hielos de la montaña sin esperanza de pronto rescate.
Me considero un superviviente nato, como todos los humanos, y es muy posible que, sin elección, tuviese que comer carne humana. Eso sí, sería una experiencia muy desagradable, pero nada que ver con cuestiones morales o religiosas, sino por el hecho mismo de ser carne humana. Espero que, al menos, haya un poco de sal.
Ah, si … sin sal nada …
Jaja, yo exigiría al menos unos cubitos de Avecrem para hacer un estofado, y un buen borgoña…no crees?
Hola Jesús,
en dos palabras y como diría el gran Jesulín, me has dejado «IM- PRESIONADO». El ser humano en situaciones extremas hace lo que sea por sobrevivir y como bien explicas existen numerosas muestras de ello a lo largo de la historia. Nadie, nadie, puede decir con seguridad que «de esa carne no comerá»,
Un abrazo, no sé porqué pero me ha entrado un hambre…
Hola Francisco,
creo que ya lo hemos hablado un par de veces y coincidimos en que el ser humano es capaz de muchas cosas a la hora de asegurar la supervivencia. Es una cuestión de instinto, aliñada por mucho ingenio, y maldad. En el caso del canibalismo, tampoco debería extrañarnos tanto, muchos animales lo practican…
Cuidadito con esos filetes, asegúrate de que son asturianos! 😛 Buen provecho (tardío) y un abrazo…
Ten por seguro que, sin otra elección, el 99,99% de nosotros la comeriamos, el instinto de superviviencia es lo que tiene.
Hola Chus,
estoy de acuerdo contigo. Como diría mi padre, «a todo se acostumbra uno menos a no comer», y como tú también dices, somos una especia de supervivientes…Sólo espero nunca tener que verme en ese dilema…
Mil gracias como siempre y un abrazo.
¡Otro abrazo!
Tenía tiempo sin comentar, pero te leo siempre! Súper interesante entrada… En Venezuela hace varios años hubo un caso que sacudió al país: Dorangel Vargas, el comegente. El hombre era un indigente que se dedicó a cazar y comer personas hasta que por mera casualidad alguien lo descubrió. A mí personalmente me impresionó mucho que en una entrevista confesó que no le gustaba comer carne de mujer porque «sabía a flores». Un gran abrazo desde Australia!
Hola Alejandra,
que gusto saber de tí nuevamente! No conocía el caso que nos cuentas del «comegente», pero ya lo estoy investigando 😛 Imagino que está un poco pirado, pues eso de que las mujeres «saben a flores» sólo cabe en una mente enferma. En todo caso, si sus papilas gustativas le decían eso, yo también preferiría a una víctima que supiera a ensalada… 😛
Muchas gracias por comentar amiga, saludos hasta las antípodas!
Estoy contigo, Jesús. El ser humano es un ser muy complejo y nunca sabemos como vamos a reaccionar en situaciones extremas. El ejemplo lo vemos en las mujeres. Nuestra enorme capacidad de fuerza y coraje en tiempos de guerra y máximo peligro. Nuestros genes en la lucha por la supervivencia llegan a convertirnos en las mas terribles guerreras. Así que se confirma aquello: Nunca digas de estas aguas no beberé.
Hola Anita,
yo mismo no sabría que hacer en una situación así, probablemente comería carne humana, en contra de mis principios, que tampoco es que sean muy delicados. Como bien dices, las mujeres sois un ejemplo de fuerza y supervivencia. Obviamente, me acuerdo ahora de las Trümmerfrauen, pero también de todas las madres que deben sacar a sus hijos solas, con mucho sacrificio, con mucho amor por sus retoños. Todos mis respetos…
Mil gracias Anita por tu amable comentrio. Un saludo cordial!
Y a qué sabrá? no espero la típica respuesta si a pollo o res 😀
jaja, no tengo la menor idea Francisco, y espero quedarme así, sin saberlo… 😛
Un saludo!
Y para qué con sal? Con la cantidad de sal que consumimos, seguro nuestro sabor no es muy agradable jaja
Jaja, es verdad Víctor, si yo fuese el almuerzo, tendrían que remojarme en agua como el bacalao, para quitare todo el exceso de sal…