El 8 de mayo de 1945, de Londres a Los Ángeles, pasando por Nueva York y Sidney, se celebró el Día de la Victoria en Europa, señalando el fin de la Segunda Guerra Mundial en este continente. Aún quedaba Japón, pero la victoria en el Pacífico era cuestión de meses. Buenas noticias para todos excepto para los gobiernos totalitarios, la muerte en masa terminaba, y los chicos podrían volver a casa. Pero ¡ah!, esto no iba a ser tan fácil, y no lo digo porque no hubiese los suficientes medios para transportarlos, sino porque reacomodar a varios millones de hombres en una sociedad y darles la oportunidad de alcanzar el “sueño americano” se revelaría como una tarea titánica. No hay que olvidar que la mayoría tenía entre 18 y 25 años, y que durante meses, o años, apenas habían tenido contacto con mujeres. Algunos se habían casado poco antes de alistarse; otros dejaron a sus novias esperando. Casi todos, tenían las hormonas más agitadas que un batido de McDonalds.
Construir es el nombre del juego
Lo que más hacía falta eran casas para albergar los millones de nuevas familias que nacieron en los primeros años de la posguerra, los que serían los padres de los baby boomers. Durante los años en que los Estados Unidos participaron en el conflicto, apenas se habían construido residencias, primero, por la falta de demanda y, segundo, por la escasez de materiales. En la segunda mitad de la década de los 40 todo eso estaba cambiando, y habría quien aprovecharía la oportunidad de satisfacer la necesidad de soluciones habitacionales, y de paso cambiar el paisaje urbano (o suburbano) de norteamérica y su cultura. Ese alguien sería William Bill Levitt, nieto de inmigrantes rusos y austriacos que se habían establecido en Brooklyn, New York.
Antes de la guerra, Bill presidía la empresa fundada por su padre, enfocada la construcción de casas para familias de clase media-alta en Long Island. Su hermano Alfred se encargaba del diseño. Durante la Segunda Guerra Mundial, Bill trabajó para los Seabees, un cuerpo de ingenieros específicamente creado por la marina estadounidense para construir las infraestructuras necesarias para el esfuerzo bélico. Ahí, Bill aprendió las ventajas de la construcción en masa, utilizando métodos de ensamblaje de secciones prefabricadas, y como no, cuando volvió a la empresa familiar convenció a su padres y hermano de las ventajas. A principios de 1947, los Levitt cerraron la compra de unos terrenos con una superficie de casi 18 kilómetros cuadrados en el Condado de Nassau, Long Island. El 7 de mayo Levitt & Sons anunció el proyecto de una comunidad de 2,000 hogares; dos días después se había alquilado la mitad. El 1 de octubre su mudaron las primeras 300 familias.
¿Cómo lo hicieron?
Ya he mencionado la experiencia de Bill con materiales prefabricados en la marina. Lo único que hizo para levantar casas unifamiliares fue adaptar el método, y como muchas otras cosas en ese país, lo hizo a lo bestia. Los Levitt compraron su propio bosque en el estado de Oregón y establecieron allí un aserradero. También montaron su propia fábrica de cemento y de clavos, materiales claves en la construcción. El sistema dependía de equipos independientes, cada uno realizando una única función, asegurando la especialización, que a su vez incrementaba la velocidad y calidad del ensamblaje. Por ejemplo, había equipos que sólo instalaban una puerta, otros que sembraban el césped; había un equipo para la pintura blanca y otro para la roja, especialización a su máxima expresión.
En un terreno adyacente se preparaban todos los “ingredientes”. Había mezcladoras de cemento, carpintería, cristalería, y cada una preparaba su parte. Una legión de camiones pasaba por cada una de las fábricas recogiendo los elementos de una casa, y los repartía en un sólo paquete frente al terreno elegido para cada casa, cada 20 metros. Era una línea de ensamblaje en toda regla, en la que participaron hasta 6,000 trabajadores durante los cuatro años que duró la primera fase. En 1949, el sistema funcionaba de manera tan eficiente que se terminaba una casa cada 16 minutos, 200 por semana, y con muebles incluidos, que los Levitt compraban directamente de los fabricantes para rebajar costes. Todos los modelos ofrecidos a partir de ese año y hasta 1951, se vendieron ante de siquiera empezar a construirlos. Contrario a lo que algunos pudieran pensar, la calidad de los materiales y de la mano de obra era muy alta, algo que los futuros dueños de dichas casas nunca han dejado de presumir.
Modelos básicos, precios bajos
Dos diseños se ofrecieron para la primera comunidad, el Cape Cod (1947) y el Ranch (1948), ambos con dos habitaciones, comedor, salón, cocina y un baño. Ambos modelos eran fácilmente ampliables, de hecho, estaban pensados para que así fuese, y el correr de los años demostró que así sería. Eran viviendas muy básicas, sin calefacción, pero también eran muy baratas. Originalmente construidas para alquilar, un cambio en la ley en 1948 permitió a los bancos ofrecer hipotecas a 30 años garantizadas por el gobierno federal. Los veteranos, además, contaban con ayudas específicas, y miles se lanzaron a comprar sus casas en lo que en 1948 pasó a llamarse Levittown. No fue el único cambio en las leyes. También en 1948, Bill Levitt consiguió que las municipalidades en las que se levantaba el proyecto cambiaran sus requerimientos de construcción, quitando la obligación de que cada hogar tuviese un sótano. Bill reunió a cientos de vecinos frente a un ayuntamiento, uno de los cuales se puso de pie y preguntó, ¿en verdad queréis un sótano? La respuesta negativa fue masiva.
Las primeras viviendas fueron alquiladas a US$60 al mes, con la posibilidad de comprarlas después de un año por $6.990 (poco menos de 70 mil dólares actuales, 62 mil euros). Está claro que no eran mansiones, apenas más grandes que los apartamentos que los vecinos dejaban atrás en Manhattan o Brooklyn, pero recordemos que eran fácilmente ampliables, y poco a poco sus dueños fueron no sólo añadiendo nuevas habitaciones y plazas de garaje, sino que cambiaron el aspecto de las fachadas para darles un toque personal y alejarse del modelo uniforme.
No todo lo que brilla es oro
No puedo dejar de mencionar que la construcción y venta de las viviendas de Levittown levantaron mucha controversia. Primero, por el uniformismo de los diseños, algo que se arreglaría con el tiempo; segundo, hubo protestas de los sindicatos, pues se contrataron sólo trabajadores no afiliados, pero estos ganaban mucho más que los que sí estaban sindicalizados y las protestas no duraron mucho; tercero, y de más relevancia, fue el hecho de que en un principio sólo se vendieron casas a familias “caucásicas”, esto es, blancas. Ni los mismos Levitt, que eran judíos, querían vender hogares a los miembros de su propia comunidad, tampoco a negros, y no por cuestiones de sentimientos de superioridad, sino porque la cultura preponderante en esos años dictaba que las familias blancas no querian vivir en comunidades integradas. La presencia de una familia negra podía rebajar el precio de las viviendas colindantes. A partir de 1954 las leyes prohibieron este tipo de cláusulas, y Levittown recibió sus primeras familias no blancas.
Nace Suburbia
El modelo de Levittown tuvo un éxito tan rotundo que la empresa original lo repitió en al menos cuatro comunidades más. Pero no sólo los Levitt lo repitieron, a lo largo y ancho de los Estados Unidos nacieron comunidades en las afueras de los centros urbanos con casas unifamiliares, con jardín, garaje, calles anchas, parques y jardines, y todos los servicios como escuelas, oficinas de correos, hospitales, etc. Pronto se añadió un invento de la misma época, el centro comercial (Seattle 1950), icono de la cultura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Había nacido Suburbia, y millones de norteamericanos se subieron al sueño americano, con sus virtudes y defectos.
Hola Jesús,
tras leer tu artículo me vino a la memoria el ganador del Premio Pritzker de este año, el Nobel de arquitectura, el chileno Alejandro Aravena, quien por su juventud (48 años) está entre los más jóvenes que lo han ganado. Su genialidad reside también en crear viviendas sociales de bajo costo, algo que puso en práctica después del terremoto y el tsunami que asoló a Chile en el año 2010. Entonces creó «Elemental» un plan para reconstruir la ciudad de Constitución, Chile y otras, un proyecto que sirvió de inicio para enfocar las necesidades urgentes de reconstrucción. Él, como entonces, pensó que había que resolver de manera rápida y eficaz la construcción de viviendas para tanta gente necesitada y que acudían a las ciudades ya sea en busca de un sueño o por otros motivos. Está claro que estos genios son los que marcarán cómo serán las ciudades del futuro, adaptándolas a las nuevas situaciones.
En cuanto a lo del sueño americano, soy más de la opinión de que tal sueño no existe pues muchos son los que se quedan a medio camino de conseguirlo, otra invención americana.
Un abrazo
Hola Francisco,
No conocía al arquitecto Alejandro Aravena, pero has despertado mi curiosidad y ya le he echado un ojo a su trabajo, impresionante de veras. Coincido contigo en que genios de su estatura diseñarán las ciudades del futuro, que tendrán una gran influencia en nuestro comportamiento como ciudadanos, y viceversa. En el caso de las «Levittowns», fueron diseñadas y construidas por la necesidad apremiante de darle hogar a millones de nuevas familias, y no cabe duda que tuvieron una gran influencia en lo que ahora conocemos como el estilo de vida americano. Lo curiosos es que ahora, las casas que antes fueron consideradas como las más sencillas y menos atractivas, ahora son muy deseadas, por aquello de su valor histórico. Cosas de los estadounidenses… 😛
Muchas gracias por tu gran aportación. Un abrazo.