Hay una película austriaca muy célebre de hace unos años llamada “Los Falsificadores”. Cuenta la historia, real, de la Operación Bernhard, el plan secreto de los nazis para desestabilizar la economía británica con billetes de libras esterlinas falsos. Estos fueron impresos por varios grupos de prisioneros en campos de concentración expertos en falsificaciones, tan expertos, que dichas falsificaciones están consideradas entre las mejores de la historia. Pero por muy recomendable que sea la película, esta no es la anécdota que os quiero contar hoy, sino una más antigua, menos mezquina, y tanto o más dañina para el país afectado como los intentos nazis, pues los billetes falsos impresos por el yanqui Samuel C. Upham, casi llevan a la quiebra al gobierno de los Estados Confederados de América, y sin romper la ley.
Un falsificador legal
Samuel nació en el seno de una familia metodista en Montpelier, Vermont en 1819, y a los 20 años abandonó el hogar en busca de aventuras y éxito. Trabajó primero como administrativo en Nueva York, luego se enlistó en la marina, donde pasaría tres años, y para 1846 se había establecido en Philadelphia para trabajar como contable. Ahí se casó con una tal Anne Bancroft, pero más que definitivamente no la actriz de El Graduado, sino otra. En cualquier caso, Samuel se sintió aburrido y decidió emigrar a California en plena fiebre del oro en 1849, pero al no triunfar en el oficio de minero se fue a Sacramento y fundó un diario. Tampoco duró mucho ahí, y a finales de 1850 Samuel y Anne estaban de vuelta en Philadelphia, él administrando su propia tienda de papelería y misceláneos y ella pariendo y criando dos hijos. Y así pasó una década.
Guerra Civil
El 12 de abril de 1861, fuerzas de los Estados Confederados de América, separados de los Estados Unidos unos meses antes, atacaron Fort Sumter, una inacabada fortaleza marina frente a las costas de Carolina del Sur, iniciando la Guerra Civil. Para Samuel, un unionista convencido, fue una oportunidad de oro, pero casi sin querer. En los primeros meses de la guerra, comenzó a vender postales con caricaturas (nada halagüeñas claro está) de personajes de los estados rebeldes, como del Presidente Jefferson Davis o el General Robert E. Lee. Se vendían bien, pero tampoco como para hacerse millonario. Luego, el 24 de febrero de 1862, la suerte llamó a su puerta.
Aquel día, se dio cuenta de que, por alguna razón, todas las copias del Philadelphia Enquirer se habían vendido. Preguntando se enteró que el periódico había impreso ese día una copia en tamaño real de cinco dólares confederados en la portada, y la gente de la ciudad, que nunca había visto tal dinero, quería conocerlo. Samuel tuvo una idea, y se fue a la imprenta del Enquirer, donde consiguió que le vendieran la placa de cobre con la que se había impreso el billete. Se fue a su taller, e imprimió 3,000 copias en fino papel francés, eso sí, con una advertencia en letra pequeña, en el margen inferior, un descargo de responsabilidad que leía:
“Facsimile de billete confederado. Mayoreo y menudeo, por S.C. Upham, 403 Chestnut Street, Philadelphia”.
Ya nadie podría acusarlo de falsificador.
Souvenirs
Los billetes de Samuel Upham comenzaron a venderse muy bien, y decidió ampliar el negocio imprimiendo otras denominaciones, e incluso sellos postales, siempre con la aclaración de que eran facsímiles. Pero claro, no era ajeno al hecho de que era muy sencillo recortar el margen donde la advertencia estaba impresa, y hacer pasar sus inocentes billetitos por los verdaderos, que fue lo que mucha gente comenzó a hacer. De pronto, Samuel ya no sólo vendía paquetes con unos cuantos billetes a los clientes de su tienda, sino que le llegaban grandes pedidos de otras ciudades y estados.
Los principales usuarios de las falsificaciones eran los contrabandistas, sabedores de que en el mundo de los negocios oscuros es más difícil que alguien se queje o se entrometa la policía. Poco a poco, los billetes de Upham se colaban en la economía de los Estados Confederados, en un principio sin mayores consecuencias. Pero la popularidad de las copias aumentó cuando el gobierno rebelde tuvo que empezar a imprimir sus billetes (los verdaderos), en papel de arroz de baja calidad. La gente prefería las copias, impresas en un papel mucho mejor, sin saber que eran falsas. La economía sureña comenzó a mostrar señales de inestabilidad, y su divisa, de devaluación.
Falso legal
En abril de 1862, sólo semanas después de que Upham imprimiera sus primeros facsímiles, algunos de estos aparecieron en Richmond, la capital del país secesionista. El gobierno de Davis hizo de la falsificación un crimen castigado por la pena capital y protestó enérgicamente a Washington, pero ya que los Estados Unidos no reconocía a los Confederados, sus quejas cayeron en oídos sordos. Davis incluso acusó al gobierno yanqui de estar apoyando a Upham, pero la realidad es que al gobierno de Lincoln tampoco le agradaba mucho la actividad de Samuel, y temía que el enemigo contraatacara con copias de dólares unionistas falsos. El problema para las autoridades es que, ya que los Estados Confederados no existían legalmente, Upham no estaba cometiendo ningún crimen, ni una falta leve. Para el gobierno del norte, no era más que un comerciante de souvenirs.
Jubilación anticipada
Todo lo bueno termina, y fue lo que sucedió con los billetes falsos de Samuel Curtis Upham. Para octubre de 1863, sus souvenirs hechos en casa se habían vuelto tan populares que ya le habían salido competidores, y la economía se estaba encargando de poner las cosas en su sitio. Primero, el dólar confederado, sufrió una devaluación limitada por los billetes de Upham, que ya eran aproximadamente un 3% de todo el dinero del sur; segundo, la divisa rebelde también estaba perdiendo su valor debido a los problemas inherentes a una economía de guerra, especialmente una basada exclusivamente en la exportación de materias primas. El dólar confederado real cada día valía menos, y lo mismo sucedió a sus copias.
Samuel decidió jubilarse después de imprimir más de un millón y medio de billetes en sólo año y medio, por un monto de aproximadamente 15 millones de dólares (500,000,000 en la paridad actual). No se hizo multimillonario, pero tampoco le fue nada mal. Tampoco a sus billetes, que casualmente son más apreciados por los coleccionistas modernos que los agraviados originales. Cosas de la historia.
Hola Jesús,
recuerdo la película que comentas al inicio del artículo, me gustó a la vez que me sorprendió. ¡Cómo se las ingeniaban los alemanes para intentar ganar la guerra! Menos mal que finalmente les salió mal y no lo consiguieron. Tras leer tu post me vino a la cabeza la cantidad de billetes falsos que deben circular por todo el mundo. Por mucho que mejoren las técnicas para evitarlas seguro que hablamos de millones, quizás miles de millones de dólares.
Abrazos
Hola Francisco,
Buena película la de Los Falsificadores, es verdad, a mí también me gustó mucho. La operación Bernhard fue muy inteligente, y tuvo cierto éxito. Lo peor es que podría haber tenido más efecto si la guerra hubiese durado más tiempo, o si los nazis hubiesen empezado antes.
Por otra parte, lo que sucedió en la guerra civil norteamericana sí tuvo un efecto considerable, aunque de todos modos el Sur tenía muy pocas posibilidades de ganar, no tenían una economía industrializada ni diversificada, ni tenían al Presidente Lincoln. Ya hablaremos más sobre ello en el futuro.
Muchas gracias por tu amable comentario. Un abrazo.
🙂