Viene de la Primera Parte.
La Compañía Charlie llevaba tres meses en Vietnam y ya había sufrido 30 bajas, 6 de ellos muertos. Todas las bajas se debían a francotiradores y a las bombas-trampa, el enemigo invisible. Los amigos morían sin que pudieran vengar su muerte, el enemigo no aparecía. Al mismo tiempo, lo altos mandos pedían más agresividad, la guerra no iba como se esperaba y el enemigo era más duro de lo imaginado. El Coronel Henderson fue de los que pidió más agresividad a sus oficiales. Oficiales como Medina pasaron el mensaje a los soldados rasos. La noche anterior a la incursión en My Lai, el Capitán Medina reunió a sus hombres y les habló de la misión. Al día siguiente se volverán locos.
Las instrucciones de Medina o simplemente locos.
La investigación posterior a la masacre de My Lai giró sobre lo que el Capitán Medina había dicho a la tropa. Según varios testigos, este informó que los civiles de la zona de Son My se habrían marchado al mercado a las 7:00, por lo que una hora después, si había alguien en las aldeas eran definitivamente Vietcong o simpatizantes del Vietcong. Alguien preguntó si eso incluía matar a mujeres y niños, y aquí los testimonios varían. Lo que entendieron muchos, incluyendo los líderes de pelotón, era que tenían que matar a todas las guerrillas y combatientes norvietnamitas, y a todos los “sospechosos”, incluyendo mujeres y niños. En el eventual juicio contra Calley, un testigo dijo que Medina había ordenado destruir en la aldea a todo lo que “caminara, se arrastrara o creciera”.
Tampoco es que fuera la primera masacre, y los soldados de la Compañía Charlie, frustrados por no poder ver al enemigo y sedientos de venganza por sus compañeros muertos, vieron enemigos en cualquier ser humano. Dispararon a todo lo que se moviera, de lejos o a quemarropa. La Compañía Charlie ya no quería que los muertos salieran de sus filas. Vietnam era un sitio de locos, locos estaban sus nativos, locos los del Vietcong, locos los políticos. Los jóvenes soldados estadounidenses tenían que volverse locos si no querían desentonar en el infierno.
Más de uno considerará comprensible que chavales que apenas empezaban a afeitarse reaccionaran a un lugar violento como Vietnam, con su propia violencia. No era una guerra normal, no se moría con una bala en el pecho, sino con el cuerpo partido en dos por una mina anti-personal, con los miembros despedazados por una bomba escondida en el pañal de un niño, o en un juguete. Las historias que cuentan los veteranos son relatos de horror ubicuo, de estrés permanente, de no saber contra quién se estaba luchando. Es comprensible, sí, que usaran drogas, que se autolesionaran para poder volver a casa, pero no para meterle plomo a un infante a menos de dos metros. Ningún trauma podría explicar esa barbarie.
Algunos Hombres Buenos.
Como parte del operativo, varios helicópteros sobrevolaban la zona para descubrir al enemigo e informar a las tropas en tierra. Hugh Thompson era el piloto de un Hiller OH-23, un pequeño aparato de tres plazas que compartía con su tripulación, Larry Colburn y Glenn Andreotta. Y observar es lo que hacían, volando de un lado a otros del grupo de aldeas buscando al enemigo. Después de un rato pudieron ver que había muchos cadáveres, la mayoría de civiles. En un principio creyeron que eran víctimas del bombardeo de artillería inicial, pero luego se dieron cuenta de que el número de cuerpos aumentaba. En un momento dado, vieron una mujer herida tirada en el suelo, era una civil de unos 20 años, desarmada, y Colburn soltó una bengala de humo verde indicando que no había peligro para sus compañeros. Thompson pidió por radio un helicóptero para evacuarla. De pronto, contó Colburn, “llegó el Capitán Medina, se acercó a ella, le dio una patada, dio un paso atrás y le dio el tiro de gracias, ahí, frente a nosotros.” Thompson y su tripulación se dieron cuenta de que eran los soldados los que estaban asesinando a la población. Enseguida envió por radio un mensaje a la base.
“Me parece que hay mucha muerte innecesaria allí abajo. Algo no está bien. Hay cuerpos por todas partes. Hay una cuneta llena de cadáveres. Algo está muy mal por aquí”.
Justo en ese momento, Thompson detectó movimiento en la zanja e indicó a Andreotta que aterrizara. Una vez sobre el terreno, el Teniente Calley se acercó a Thompson y este le preguntó:
Thompson: ¿que pasa aquí Teniente?
Calley: No es de su incumbencia.
Thompson: ¿Qué es esto, quién es esta gente?
Calley: Sólo obedezco órdenes.
Thompson: ¿Órdenes, de quién?
Calley: Sólo sigo…
Thompson: Pero, son seres humanos, civiles desarmados, señor.
Calley: Mire Thompson, este es asunto mío. Yo estoy a cargo. No es cosa suya.
Thompson: Si, buen trabajo.
Calley: Mejor vuelva a su helicóptero y preocúpese por lo suyo.
Thompson: ¡Esto no termina aquí!
Al tiempo que se desarrollaba la conversación, pudieron ver cómo David Mitchell, el sargento que acompañaba a Calley, rociaba balas sobre los cuerpos que aún se movían en la cuneta. Despegando, pudieron ver a un grupo de civiles hacia los cuales se dirigían algunos soldados, con no muy buenas intenciones. Thompson aterrizó justo en su camino y saltó del helicóptero. Ordenó a Andreotta y Colburn que apuntaran sus ametralladoras a los hombres del 2º Pelotón, y que dispararan si estos hacían daño a los civiles. Mientras, Thompson consiguió evacuarlos en el helicóptero de un amigo suyo. Antes de volver a la base, recogieron a un niño de unos cinco años que habían encontrado en una masa de cadáveres, y lo llevaron al hospital. Ahí, Thompson avisó a sus superiores de lo que estaba sucediendo. Fue entonces cuando el Teniente Coronel Frank Barker, a cargo de toda la operación, llamó por radio para detenerla.
Todavía tuvo tiempo Thompson de volver a My Lai y salvar a otros civiles. Luego escribió un informe oficial de lo acontecido, que entregó a sus superiores. Fue entrevistado y recomendado para una Cruz de Vuelo Distinguido, con la que fue condecorado poco después. Sin embargo, el futuro de la investigación no siguió el camino que él hubiese esperado.
Próxima entrada, Encubrimiento.
Otros enlaces de interés:
Hola Jesús,
¡sobrecogedor! Una muestra más de la sinrazón de las guerras y creo que podríamos asegurar que Vietnam las encabeza. En esas situaciones extremas, soldados jóvenes, sin experiencia, debiendo cumplir órdenes y sometidos a esa presión, se encuentran en una encrucijada difícil de entender y que acaban ejecutando. Un horror.
Abrazos
Hola Francisco,
A veces los humanos nos volvemos locos, literalmente. Creo que eso es lo que sucedió a aquellos soldados en aquel terrible día. Culpables, en mi opinión, fueron todos, desde los altos mandos hasta el soldado raso que disparó contra niños, mujeres y ancianos. Me quedo con la reacción de aquellos que hicieron lo posible por frenar la masacre y luego por divulgarla. Un trágico día en la historia de los Estados Unidos.
Un abrazo y feliz semana!