Acabo de terminar de leer un libro, Lightning Man: The Accursed Life of Samuel F.B. Morse (El Hombre Relámpago; la Maldita vida de Samuel F.B. Morse. Kenneth Silverman, 2014) , sobre la vida del polifacético artista e inventor norteamericano. Un libro interesante sin duda, pero que acabó con un mito de mi juventud. A saber, según había leído en algún lado, Morse había inventado su código epónimo para comunicarse con su esposa, que era sorda, dándole golpecitos en la mano para simular los puntos y las rayas que representan las letras.
Ni Silverman ni otros autores que he investigado lo cuentan así, por lo que ya no me creo esa historia. No obstante, la verdadera razón que empujó a Morse a inventar el telégrafo y el código más famoso del mundo, sí tuvo que ver con su esposa, pero en condiciones más trágicas.
Buen estudiante.
Samuel Finley Breese Morse nació en 1791, el primogénito en el hogar de Jedidiah Morse, un estricto pastor protestante, y su mujer, Elizabeth Ann Finley Breese. Samuel tuvo la suerte de que, para sus padres, la educación fuese de extrema importancia, y de que lo enviaran a algunas de las mejores escuelas en los Estados Unidos. Primero, a la Phillips Academy, en Andover, Massachusetts, un prestigioso instituto privado, y luego a la Universidad de Yale. En la primera no destacó precisamente por sus notas, pero de Yale, donde estudió filosofía y matemáticas, se graduó con honores. Durante sus estudios, en los que incluyó clases de electricidad y química, se ganó la vida pintando, que era su verdadera vocación, y a ello dedicó sus primeros años como profesional.
Pintor destacado.
Llama la atención que quien estaba destinado a ser un gran inventor en el campo de la tecnología, se decantase en un principio por el arte. Y no era un pintor cualquiera, sino uno que llamó la atención de los expertos y consiguió una beca para estudiar durante tres años en la Royal Academy, donde estudió a los clásicos como Miguel Ángel, Tiziano y Rafael.
En esos años, Morse pintó la que se considera su obra maestra, Hércules Muriendo, un óleo sobre lienzo expuesto en la actualidad en la Galería de Arte de la Universidad de Yale. De vuelta en los Estados Unidos, al joven pintor no le faltó trabajo, llegando a realizar más de 300 obras antes de abandonar la paleta y el pincel. De paso, en 1826, participó en la fundación de la Academia Nacional del Diseño, en Nueva York, y fue su primer presidente.
Además, viajó extensamente por Europa donde trabó amistad con muchos artistas, y pasó una temporada estudiando en el Museo del Louvre. Por aquel entonces no pensaba ni en el telégrafo ni en un código.
Siempre hay una mujer
Mientras tanto, y por si fuera poco, Samuel encontró tiempo para cortejar a Lucretia Pickering Walker, con quien terminó casándose en 1818. Se establecieron en New Haven, Connecticut, y las cosas pintaban bien para el artista, mucho trabajo y una joven y bella esposa. Desgraciadamente, la historia no tiene un final feliz. En 1825, Samuel recibió el encargo de pintar un retrato del Marqués de Lafayette, el destacado militar francés que había participado en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y era amigo personal de Alexander Hamilton y Thomas Jefferson.
Morse se trasladó a Washington para el trabajo, y pocas semanas después recibió un mensaje de su padre con la noticia de que su esposa estaba muy enferma. Al día siguiente, cuando se preparaba para viajar de vuelta a casa, otro mensajero le entregó la mala noticia de que Lucretia había muerto.
A Morse se le rompió el corazón, por doble partida pues no sólo había perdido a su amada esposa, sino que no había podido estar con ella en sus últimos momentos. Aquel hecho cambiaría el rumbo de su destino. El hasta entonces pintor, pensó que debía existir un sistema de comunicaciones a larga distancia, más rápido que los caballos, y a ello decidió dedicar su vida.
Electrones y cables
En la primera mitad del siglo XIX, la Revolución Industrial había impulsado grandes avances en la ciencia. Uno de los campos en los que había gran interés era el del electromagnetismo, descubierto en 1821 por el científico danés Hans Christian Oersted, y desarrollado por el francés André-Marie Ampère y por el inglés Michael Faraday. Morse se interesó también por el tema y dedicó los años siguientes a estudiarlo, pues pensó que aquella fuerza de la naturaleza podría ser el vehículo que él buscaba para transmitir señales a largas distancias. En realidad, el telégrafo ya había sido inventado, y existían varias versiones, pero todas muy complejas y de poca utilidad comercial. Morse dejó la pintura de lado y trabajó para mejorarlos.
Telégrafo y código Morse
Hasta entonces, los sistemas de telegrafía más comunes, todos experimentales, se basaban en una serie de cables que enviaban una señal, uno por cada letra y número, lo que los hacía muy complejos. En 1837, sin embargo los ingleses William Cooke y Charles Wheatstone habían construido y patentado un telégrafo con sólo seis cables y una serie de agujas que apuntaban a cada letra según la fuerza de la señal. El avance de Morse fue conseguir la transmisión por un sólo cable, y con un código.
Trabajando con su asistente Alfred Vail, Morse construyó su primer prototipo y enviaron su primer telegrama el 11 de enero de 1838 a una distancia de tres kilómetros. La colaboración de Vail también fue crucial en la invención del Código Morse y, al parecer, fue él quien lo inventó, pero como Morse era el jefe, lo patentó con su nombre y se llevó todo el crédito.
Epílogo
En cualquier caso, el sistema de telegrafía de Morse y Vail prevaleció sobre los anteriores debido a su simplicidad y eficacia, y a mediados de la década de 1840 el gobierno estadounidense tomó nota y facilitó fondos para la construcción de varias líneas. En marzo de 1859 construyeron la primera línea internacional para conectar Washington con Puerto Rico, entonces una colonia española, y en 1861 se terminó la línea que conectaba ambas costas de los Estados Unidos.
Quedaban aún muchos avances tecnológicos para mejorar el sistema de Morse y Vail, pero sus deseos de conectar a las personas a largas distancias ya habían puesto los cimientos, y su código. No sabemos qué hubiese sucedido si la esposa del pintor no hubiese muerto, quizá el telégrafo hubiese tardado más en convertirse en lo que fue. Lo que sí queda claro es que Samuel Morse supo convertir la tragedia en triunfo, y cambió el mundo en el proceso.
Que bonita historia la suya! ¿te has dado cuenta que los mayores logros suelen nacer de un dolor, de una desgracia? Precioso!
Hola Planeta,
los humanos tenemos ese toque especial que nos hace sacar lo mejor de nosotros en los peores momentos. por eso hay tantos héroes en las guerras, tantos momentos de solidaridad en las tragedias…un punto para nosotros! muchas gracias por tus bellas palabras!
Las fechas no me coinciden!!!
Hola Francisco, a cuáles fechas te refieres?
debe ser un error ortografico lo de las fechas.. dice que se caso en 1918 y que la esposa murio en 1825
Lo fue Javier, ya lo he corregido. Muchas gracias!
Muy buena la reseña.historica gracias por compartirla lo dificil es aceptar el echo de que como siempre hay y habra quienes no admiten que.nunca estan solos cuando hacen los descu rimientos gracias por sacar a la luz el nombre de Vail
Hola Maika,
en ocasiones, la historia nos oculta hechos y personas que no merecen ese castigo. A veces es mala suerte, otras, las malas intenciones de mala gente. Lo bueno es que, buscando,buscando, se encuentran este tipo de interesantes anécdotas…Morse es muy conocido, hace falta que Vail aparezca a su lado.
Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.
Es para mí una sorpresa el saber que el Sr. Morse también fué un pintor. Me gustaría saber dónde podría ver algo de sus trabajos. Como siempre, gracias por su articulo tan interesante.
Hola Cristina,
No soy ningún experto en arte, y yo mismo, hasta hace no mucho, desconocía que Morse se hubiese dedicado a la pintura. He podido averiguar que aparte de un par de piezas que se exhiben en la Galería de Arte de la Universidad de Yale, otras famosas obras del autor están en colecciones privadas, pero puedes admirarlas tanto en el Museo de la Fundación Terra, en Chicago, en la National Gallery en Washington, y en el Museo Smithssonian, también en la capital estadounidense. Espero algún día puedas visitarlas.
Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.