A media tarde del 23 de agosto de 2001, un hombre entró en el Aeropuerto Dulles (ahora Ronald Reagan), en Washington. Se dirigió al mostrador para facturar su equipaje, y al poco tiempo estaba pasando los detectores metálicos sin problema, y subiéndose a una lanzadera que lo llevaría a su sala de espera. Durante el corto trayecto, dos hombres fueron moviéndose a codazos hasta que llegaron a su lado. Uno de ellos sacó su placa y le dijo: -¿Señor Regan?- Brian respondió positivamente. – Somos del FBI tenemos que hacerle unas preguntas. ¿nos acompaña? Brian Regan era un espía, y le habían pillado por su mala ortografía.
La detención tuvo lugar cuando Brian estaba a punto de volar hacia Zurich, donde pensaba reunirse con oficiales de inteligencia de potencias enemigas como China y Libia. Pero el arresto era sólo un punto más en una investigación que llevaba ya unos meses, pero que aún estaba por ver sus momentos álgidos. El trabajo del agente Carr y sus colegas descubrió uno de los planes más sofisticados que su agencia había encontrado.
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Rencores infantiles
Si no fuese por su corpulenta construcción, los bullies le hubiesen hecho más daño. No lo esperaban a la salida del colegio para pegarle, pero si se burlaban de él constantemente. Se mofaban de Brian porque es disléxico.
Como cualquier otro que sufre de ese trastorno, Brian no era tonto. Era bastante normalito en cuestiones de inteligencia y desempeño escolar, pero el hecho de que se atragantara al leer o escribir lo convirtió en el blanco de las puyas. Como muchos otros niños que sufren del acoso escolar, lo aguantó como bien pudo, y sobrevivió. Pero quedaron huellas.
Brian siempre pensó en demostrar que no era un idiota. Siempre quiso hacer algo digno de un hombre brillante. No sabía cómo, pero mientras se le ocurría, entró en la Fuerza Aérea, se casó y tuvo cuatro hijos.
En bandeja de plata
En 1995, a los 33 años, el Sargento Brian Regan fue asignado a la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO por sus siglas en inglés), cercana a Washington. Esta agencia del gobierno se encarga de diseñar, construir y operar los satélites espía de todas las agencias de inteligencia estadounidenses.
Para poder hacer su trabajo como especialista en comunicaciones, Brian recibió un nivel de acceso de seguridad alto. Un tipo tan anodino como él no despertó ninguna suspicacia entre los encargados de la seguridad, y pronto tuvo acceso a información muy importante. Muy tentador.
Para entonces, como decía, Brian había comprado casa y formado una familia, con los gastos que ello conlleva. Es más, con más gastos de los normal, pues Brian había ya acumulado una deuda de más de cien mil dólares en sus tarjetas de crédito. Nadie, en ninguna de las agencias de inteligencia se dio cuenta de ello. Obviamente, Brian necesitaba más dinero.
Luego, llegaron más malas noticias. La Fuerza Aérea quería transferir a Brian a Europa, algo que no gustaba al padre de cuatro niños. La opción era jubilarse a los 37 años, y fue lo que aceptó. El problema es que no lo tendría tan fácil para encontrar otro empleo. Tenía que asegurarse el futuro.
No dejes pasar la oportunidad
En algún momento a principios del año 1998, Brian comenzó a pensar que podría ganarse algunos cuartos con la información que constantemente pasaba por sus manos. Básicamente, se le ocurrió que un tipo tan listo como él podía vender dicha información. Un tío tan listo como él podía ser espía.
Lo pensó, y lo pensó mucho, pero pronto tomó la decisión. Eso sí, una vez decidió hacerla de espía, se prometió a sí mismo hacerlo bien, que para eso era un tío muy listo. Y comenzó a urdir su plan teniendo en cuenta todo el conocimiento que había adquirido sobre el mundillo de la inteligencia.
Recabó información, estudió los procesos y las costumbres de los agentes de contrainteligencia, y preparó un plan. Robaría información valiosa y se la vendería a países enemigos de los Estados Unidos. Tan fácil como eso.
El hombre se hace espía
Brian quería ser realmente concienzudo a la hora de esconder su traición. Pero antes había que robar los documentos. Pronto se dio cuenta de que era más fácil de lo que parecía. Lo primero que hizo fue anotar una lista de posibles documentos con alto valor para el enemigo. Se decidió por información sobre bases de misiles en Iraq y Libia.
Brian comenzó a acceder a Interlink, un servicio de distribución de archivos entre todas las agencias de inteligencia de Estados Unidos. Comenzó a fisgonear en documentos a los que tenía acceso, a pesar de que estaban fuera de su área de estudio. Cuando encontraba algo de especial valor, lo imprimía y lo guardaba en un gabinete.
Una vez, estando Brian de viaje, llegaron empleados de la NRO y se llevaron dicho mueble pensando que nadie lo estaba utilizando. Cuando el aprendiz de espía volvió, recibió una llamada de la oficina de mantenimiento, preguntándole si eran suyos los documentos. Con el alma en vilo respondió afirmativamente, pero nadie se dio cuenta de que eran documentos confidenciales, y se los devolvieron en un sobre.
Después de este percance, y viendo cómo la pila de documentos crecía, decidió hacer algo al respecto. En marzo del año 2000, cogió algunos papeles seleccionados, los metió en el fondo de su mochila del gimnasio, y se dirigió a la salida del complejo.
Un trabajo muy arriesgado
Prácticamente todos los días pasaba por enfrente de la puerta de seguridad con la mochila en la mano, y nunca pasó nada. Pero claro, esta vez iba cargada de documentos robados. Brian sabía que si se les ocurría revisar sería acusado de espionaje, y como espía, iría a la cárcel. Pero si había decidido hacerlo, había que arriesgar. Intentando pasar lo más desapercibido posible, Brian Regan salió del edificio con el primer paquete. Nadie reparó en él. Ya era todo un espía.
La facilidad con la que había robado la primera remesa le dio la confianza suficiente para seguir. Además, le quedaban pocos meses para jubilarse y tenía que sacar todo el material posible mientras tuviese acceso. En las últimas semanas, la mochila del gimnasio iba con papeles importantes todos los días.
Los códigos del espía
Ya lo he dicho, Brian era un tipo muy listo, y lo sabía. Cuando dejó de trabajar en la NRO ya tenía varias decenas de miles de páginas de información confidencial robada de los archivos. Ahora tenía que decidir qué hacer con ellas. Mientras tomaba esa decisión, separó los papeles por importancia, los guardó en cajas de plástico, y los llevó a enterrar en un bosque. Después, marcó las posiciones gracias a un GPS, las anotó en un papel y escondió ese papel debajo del vaso donde guardaba su cepillo de dientes. Ya tenía el material, ahora había que venderlo.
¿Quién pagaría por información confidencial militar? Pues los enemigos. Desde los albores de la humanidad los espías habían hecho su trabajo, ya fuese por ambición, odio o convicción. La cuestión para Brian era que, por lo general, era el enemigo quien se acercaba a alguien con acceso y le ofrecían dinero para ser espía.
A él no se le había acercado nadie, pero si la la montaña no va a Mahoma…
Las cartas sobre la mesa
El espía amateur hizo una lista de países que estuviesen interesados en secretos norteamericanos. China, Iraq, Libia e Irán estaban en esa lista. Le dio vueltas a la cabeza sobre cómo acercarse a ellos. Recordó algunos ejemplos de espías en el pasado que simplemente había entrado en una embajada y habían ofrecido sus servicios.
Pero ese era un riesgo muy alto para Brian, que quería ser el mejor espía de la historia. Pensó en su lugar escribir una carta, o más bien una serie de cartas ofreciendo el producto. Y eso es lo que hizo. Hay que decir que no fueron cartas comunes y corrientes.
Al Consulado Libio en Nueva York, Regan envió la primera de las misivas. En el sobre había cuatro folios, llenos de códigos alfanuméricos. A los pocos días envió otro sobre, esta vez con el código para descifrar la primera carta. En la tercera entrega, metió cuatro folios con grupos de palabras y abreviaturas en código, todo con la intención de que en futuras comunicaciones, sus socios utilizaran dicho código.
El ofrecimiento
En cada sobre Regan incluyó un folio membretado con la siguiente inscripción:
“ESTA CARTA CONTIENE INFORMACIÓN CONFIDENCIAL”
Y abajo, ya en minúsculas decía:
Esta carta es confidencial y está dirigida a su Presidente o Jefe de Inteligencia. Por favor envíe Vd. esta carta por valija diplomática y no discuta la existencia de esta carta en sus oficinas u hogar o por medio de ningún medio electrónico. Si Vd. no sigue estas instrucciones, la existencia de esta carta y su contenido `puede ser detectada y recogida por las agencias de Inteligencia de los Estados Unidos.
El texto codificado contenía la siguiente información:
“Soy un analista de la CIA experto en el Medio Oriente y el Norte de África. Estoy dispuesto a cometer espionaje en contra de los Estados Unidos suministrando a su país información altamente confidencial. Tengo un permiso de acceso muy alto y puedo acceder a documentos de todas las agencias de inteligencia de los Estados Unidos, la National Security Agency (NSA), la Defense Intelligence Agency (DIA), el Central Command (Centcom) así como de otras agencias menores.”
La prueba, y el crimen
Hasta ese punto se podría decir que Brian Regan no había cruzado la línea. Sí, había robado información secreta y se había ofrecido a ser un espía. El cruce de su propio Rubicón llegó en cada una de las cartas, cuando incluyó pruebas de su capacidad para robar documentos secretos. Entre esas pruebas, envió fotografías de bases de misiles en Irak tomadas desde satélites, perfiles sobre generales libios y otros informes relacionados con personal de inteligencia. Eso ya era espionaje puro y duro.
Había también material que normalmente se reparte entre agentes de la CIA, y una fotografía del yate de Gaddafi en el Mediterráneo. Cualquiera que viera dicha información estaría convencido del alto nivel del informante.
Ah, y por cierto, Brian Regan pedía 13 millones de dólares a cambio de su trabajo como espía.
No hay espía perfecto, ¿o sí?
Regan había planeado su crimen durante mucho tiempo. Había pensado en todos los detalles, se había cuidado de no dejar rastro. Recuerda, era un tipo muy listo.
Poco después de dejar su trabajo en la Fuerza Aérea, entró a trabajar para TRW, una importante empresa constructora de misiles y satélites. Casualmente, TRW envió a Regan a trabajar como consultor al mismo edificio de la NRO.
Para entonces ya estaba esperando la respuesta de los libios, pero no quería perder el tiempo, así que pensó en visitarlos a ellos y a los chinos en Zurich.
El gran error
Parecía en verdad que la carrera de espía de Brian tenía mucho futuro, siempre y cuando consiguiera un cliente. Pensaba que era cuestión de tiempo para contactar. Sin embargo, a Brian se le escapó un detalle.
Resulta que las agencias de inteligencia estadounidenses tiene muchos espías, y mucho personal de contra espionaje. En el terreno doméstico, su labor es encontrar a los espías de otros países y neutralizarlos, por lo que a menudo infiltran a sus propios espías en las legaciones diplomáticas. Como ya habréis imaginado, había un espía norteamericano en el Consulado Libio, y este, al ver las cartas, se las envió al FBI.
El agente a cargo de la investigación se sorprendió con el sofisticado trabajo hecho por el espía misterioso. Parecía un tío muy inteligente y cuidadoso, pero dejaba muy claro cuál era su perfil. No cualquiera tenía acceso a esa información. Ordenado y meticuloso, Steven Carr inició el examen de las cartas, y pronto descubrió un detalle muy interesante.
La mala educación
Carr pudo centrar su búsqueda entre un selecto grupo de especialistas en la zona de Washington. Pero seguían siendo varios cientos los candidatos. Entonces, releyendo las cartas, se dio cuenta de que el autor cometía muchas faltas de ortografía. Era como si mezclara las letras.
Buscando entre los candidatos, Carr encontró a uno que cometía muchas faltas de ortografía, pues aparentemente era disléxico, Brian Regan. Y comenzó la cacería.
Ya hemos visto que el espía principiante era muy cuidadoso. Para principios de 2001 ya se había vuelto algo paranoico, y comenzó a seguir rutinas típicas de los que ocultan algo. En lugar de coger el coche, se subía al metro, y justo antes de que se cerraran las puertas, saltaba para ver si alguien lo seguía. Miraba constantemente en espejos en las ventanas de las tiendas, fijándose en aquellos que tuvieran el perfil de agente secreto.
Un día se dirigió a toda velocidad a un bosque cercano a la capital. Aparcó su furgoneta y esperó unos minutos, en los que no dejó de vigilar cualquier coche que se acercara. Al ver que nadie transitaba por ahí, excepto una ranchera, se bajó del coche y dio unos pasos entre los árboles. Después de escanear los alrededores, dejó caer dos ejemplares de la revista MAD, y se marchó. Un par de horas después volvió y se fijó que las revistas siguieran ahí. Afirmativo, no lo seguían.
Detención y juicio
Pero Brian se equivocaba, hacía varias semanas que le seguían. Hasta ese momento era sólo un sospechoso, pero al ver su extraño comportamiento, el personal del FBI supo que tenía a su hombre. Brian Regan fue detenido en el aeropuerto cuando se disponía a viajar a Suiza para vender sus secretos.
Lo pillaron con las manos en la masa, y pronto cantó. Indicó a sus captores dónde estaba el resto de documentos robados, pero no aclaró bien la naturaleza de sus códigos. Tampoco es que hiciera falta, pues el FBI ya los estaba descodificando. La amenaza de la pena de muerte y la oferta de que su esposa mantendría una parte de su pensión le empujó a soltar toda la sopa.
Como en el Chavo del Ocho
Cuando era niño, en un episodio del entrañable programa El Chavo del Ocho, recuerdo que los niños estaban en el cole con el Profesor Girafales. Este les estaba hablando de la importancia de la buena ortografía, y “El Chavo” coincidió con él, añadiendo – Profesor Girafales, yo tengo un tío al que metieron en la cárcel por tener mala ortografía- el largirucho maestro sonrió y respondió, – bueno Chavo, la ortografía es muy importante, pero a nadie meten en la cárcel por escribir mal.
El Chavo insistió- sí, sí, a mi tío lo metieron en la cárcel por escribir mal. Es que hacía billetes falsos, y escribió “beinte”, con “b”.
Nunca se me olvidó ese chiste, y me acordé de él hace unos años cuando conocí la historia de Regan. En este caso hablamos de un disléxico, sin culpa por ello, pero nada le hubiese pasado si no quisiese pasarse de listo. Ya sabes, a cuidar la ortografía.
Hola. Mencionaste al chavo. Eres mexicano?
Hola Jose, sí, nací en México, en Veracruz, aunque vivo en España desde hace muchos años…pero al Chavo no se le olvida… 😉