Cuándo y por qué ser puntual comenzó a ser importante.

Me hubiese gustado titular este artículo como “Cuándo y por qué comenzamos a regir nuestras vidas por horas y minutos”, pero era demasiado largo. Más que nada, las historia que quiero contar es sobre nuestra actual costumbre de organizar nuestras vidas alrededor, no de los días o las estaciones, sino de las horas, e incluso los minutos. Quiero fijarme en cuándo y por qué nació eso de ser puntual.

El ser humano lleva milenios midiendo el tiempo, ayudándose del clima, principalmente. Los egipcios ya dividieron el día en dos bloques de doce horas, y construyeron los primeros relojes de agua. Pero la gente de a pie, rara vez tenía un reloj, y guiaba sus horarios gracias con el Sol, y sus cosechas con las lluvias, y las inundaciones del siglo. Nadie decía, “nos vemos a las 11:30 en el templo”.

Ahora, sin embargo, todo tiene su hora, y sus minutos. Comenzamos el trabajo, o el colegio a una hora fija. Tenemos citas con el médico, el dentista o algún cliente, a una hora, “orientativa” en ocasiones. Nuestro tren o vuelo sale a una hora exacta, supuestamente. Y para ello, necesitamos un reloj, y ser puntual.

puntual

El tiempo sin horas en la antigüedad

Para el estilo de vida que llevaban nuestros antepasados hace miles de años, no era necesario saber la hora exacta. No había ni trabajos, ni escuela, ni dentistas ni trenes. El día, la noche, y las estaciones eran todo lo que necesitaban saber. Se levantaban probablemente con el Sol, y comían cuando les daba hambre, o cuando tuviesen algo que comer.

Los hombres de las cavernas, nómadas por lo general, sabían cuándo emprender el viaje a tierras más cálidas por la llegada del invierno. Probablemente los pájaros, o el mismo clima otoñal, era la señal de que era el momento. Lo mismo de vuelta hacia el norte al final del invierno. También podían seguir las manadas, que por instinto sabían cuándo emigrar.

Con la invención de la agricultura surgió la necesidad de tener un calendario más detallado, sobretodo de las lluvias, y de los desbordamientos de los ríos. Los movimientos de los cuerpos celestiales, las fases de la Luna, sirvieron durante siglos, si no siguen sirviendo, para marcar el tiempo.

El reloj

Conforme la civilización fue progresando y nuestra vida se hizo más compleja, surgió la necesidad de una medición del tiempo más detallada. Egipcios y romanos, por ejemplo, ya dividían el día y la noche en horas. Aunque las horas en Roma no medían lo mismo, al menos ya se citaban en el foro “al final de la hora tercia”, o “comienzos de la quinta”. Ser puntual era algo relativo, y menos importante.

Reloj de Sol egipcio, 1500 a. de C.

Reloj de Sol egipcio, 1500 a. de C..

En Egipto encontramos el reloj de Sol más antiguo, de hace unos 3,500 años, y ya dividido en 12 horas. Incluso entre las horas había pequeñas marcas, precursoras de los minutos. Los mismos obeliscos, repartidos por todo el imperio, servían como relojes, pues sus sombras podían dar la hora según unas marcas hechas a su alrededor.

Pero claro, esos relojes no era portátiles, por lo cual uno no podía llevar uno en el bolsillo, y mucho menos en la muñeca. Tampoco es que hiciera falta. La vida en aquellas culturas no requería una alta exactitud del tiempo. Tendría que llegar un invento muy importante, y muy tardío en la civilización humana, para cambiar todo.

El ser puntual

Mi intención desde el primer momento no es hablar de los inventos que nos permiten medir el tiempo, sino de nuestra necesidad de saber la hora, de preferencia, la hora exacta. Horas y minutos son básicos en nuestra civilización, tan ajetreada, y tan limitada en el tiempo. Necesitamos organizarnos lo mejor posible para no perder el tiempo, y todo empezó con el tren. Precisamente, para no perderlo.

estación de tren reloj

Verás, hasta mediados del siglo XVII, cada ciudad tenía sus propios relojes, y su propia hora. No existía la estandarización del tiempo. Y daba igual, pues tampoco había teléfono, y como las cartas tardaban semanas en llegar, daba igual la hora.

Pero cuando los trenes comenzaron a conectar ciudades en Inglaterra, se hizo necesario no sólo medir las horas correctamente, sino alinearlas con las de otras ciudades. Así los viajeros y los empleados del ferrocarril sabían a qué hora llegaba o partía un tren. Si no querías perder el tren, tenías que ser puntual.  

¿A qué hora pasa el tren?


Siendo tan importante para los trenes, saber la hora exacta, las estaciones de ferrocarril invirtieron en grandes relojes. Y ya que estos edificios solían estar en el centro de la ciudad, los relojes de las estaciones servían a todos los ciudadanos. También el pitido del tren servía para saber qué hora era, pero algo menos impreciso.

tiempo

La misma Revolución Industrial que nos trajo los trenes, llenó las ciudades de fábricas, y en ellas había un horario. Se trabajaba ya no siguiendo los cuerpos celestes o las estaciones, sino las necesidades de producción. Poco más tarde, la electricidad nos permitió trabajar de noche.

Ser puntual se convirtió en más que una necesidad. Llegar a tiempo para coger el tren o recoger a alguien en la estación no sólo afectaba nuestro horario, sino el de otros, y había que pensar en ellos. Ser puntual es una manera de mostrar nuestro respeto por el tiempo del prójimo; no serlo es una falta de respeto.

Ser puntual es más fácil

El teléfono móvil nos ha cambiado la vida. Esta maravilla de la tecnología nos permite estar permanentemente conectados con otras personas, y nos ayuda a ser puntuales. ¿Cómo? Primero, porque nos ahorra tiempo. Es mucho más fácil y rápido llevar a cabo gestiones que cuando no teníamos móviles. Es mucho más fácil ser puntual.

También es más fácil hacer y cancelar citas, esto último, sobretodo si surge algún impedimento. Basta con llamar o enviar un mensaje de texto, y ya no dejas plantada al amigo o cliente. O así debería de ser, pero no. Hay gente que aún sigue siendo impuntual, siempre, porque les da la gana. El tiempo del prójimo les importa muy poco.

A los trenes les debemos la costumbre de regir nuestros horarios por las horas. También gracias a los trenes aprendimos que hay que ser puntual, si no quieres perderlo, y si quieres respetar al prójimo. Cada vez hay menos excusas para ser no puntual. Y si vas a llegar tarde, no cuesta nada avisar.

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