Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Madrid tomó la decisión de cambiar las figuras que aparecen en los semáforos. Al hombrecito verde que aparecía en la señal de “cruzar”, se le han añadido mujeres, con faldas, y parejas de ambos sexos.
Sin ningún interés en discutir la iniciativa, me acordé del “Ampelmann”, la figurita del hombrecito verde que aparece en los semáforos alemanes. Es toda una celebridad, y tiene una historia muy interesante.
De hecho, hasta donde llega mi conocimiento, ese hombrecito verde fue la primera figura que apareció en un semáforo. Sin embargo, lo más curioso para un servidor, es que el Ampelmann (hombre del semáforo) surgió en uno de los lugares más inesperados: Berlín Oriental.
Un problema
Para ser una ciudad que no tenía muchos coches, Berlín Oriental sufría una epidemia de muertes por atropello. Sólo en la segunda mitad de la década de 1950, 10,000 personas habían muerto por dicha causa.
En nuestra época, es difícil imaginar una ciudad sin semáforos para los transeúntes. Pero en el Berlín de la posguerra, ese era el caso. Sólo existían las luces de tráfico para los coches. Ahora bien, tampoco creo que sea tan difícil entender que, cuando los coches pueden cruzar, yo no, y viceversa.
Pero Berlín Oriental tenía otro problema. Miles de sus ciudadanos huían todos los meses a la mitad de la ciudad ocupada por los aliados no comunistas. En un país donde cada vez había menos gente, los líderes no podían ignorar las cifras.
Una solución
Los responsables de la seguridad vial de Alemania Oriental decidieron tomar cartas en el asunto. Tuvieron la suerte de contar con Karl Peglau, un psicólogo del tráfico (no sé bien qué es eso).
Peglau pensó que los semáforos normales no eran lo suficientemente comprensibles para buena parte de la población. Pensó específicamente en los daltónicos, aquellos que no pueden distinguir los colores (10% de la población, 3 de mis hermanos entre ellos).
Entonces se le ocurrió una idea: cada color debería tener una forma diferente, en lugar de la esfera para todos. Diseñó un prototipo, y se lo envió a sus jefes.
Como se puede ver en la imagen derecha, el rojo era una franja horizontal, hasta arriba; el amarillo el círculo típico, y el verde una forma de obelisco.
El problema era que para adoptar esa idea, habría que cambiar todos los semáforos de la ciudad, y no había dinero. Los responsables no lo aceptaron, y pidieron a Peglau otra versión.
Ampelmann, el hombrecito verde
Peglau entonces pensó en una figura humana para dar los mensajes necesarios: detente y cruza. No obstante, el trabajo del diseño se lo dio a su colaboradora, Annelise Wegner. Él simplemente le sugirió que lo hiciera un poco regordete, para que se viera mejor, y que su apariencia fuese amigable, para que gustara a los niños.
Fue entonces cuando Annelise, con las instrucciones de Peglau, creó al hombrecito verde, y al rojo. El Ampelmann tenía además su sombrero, que lo hacía aún más gracioso. Eran tan entrañables que Peglau pensó que los burócratas, fríos y sin sentido del humor, los rechazarían. Se equivocó.
Una de las ventajas que ayudaron a recibir la aprobación, fue que sólo hacía falta crear una pegatina y pegársela a los semáforos ya existentes. Años después se fabricarían las luces ya con las figuritas impresas.
Los primeros Ampelmënchen aparecieron en los semáforos de Berlín Oriental a finales de 1961, y fueron un éxito inmediato. Llamaban en especial la atención de los niños, que pronto aprendieron a obedecer las señales.
Poca atención y ocaso
Para los adultos, por otra parte, el hombrecito verde no fue motivo de júbilo. Pocas semanas antes de su instalación, el gobierno comunista había construido el Muro de Berlín. Pero Ampelmann sobrevivió, al menos hasta que cayó el muro en 1989.
Entonces, todo lo que olía al viejo régimen estalinista se convirtió en objeto de revisión. Los alemanes orientales querían olvidar los años de represión y escasez. La reunificación de las Alemanias trajo la reconstrucción de buena parte de la infraestructura, anticuada e ineficiente. Ampelmann también sufrió, y los semáforos con su figura comenzaron a ser sustituidos.
Pero no todo era malo para los berlineses del este. Es verdad, querían olvidar el régimen, pero no todo lo que había sido parte de su vida y cultura durante décadas. Surgió a principios de los año 90 un fenómeno llamado “Ostalgia” (del alemán Ost, este, y nostalgia).
Algunas marcas de productos orientales volvieron. Cigarrillos, pepinillos, bandas de música, incluso ropa. Los famosos Trabant, los terribles coches construidos en Alemania Oriental, se convirtieron en objeto de coleccionistas. Pero el hombrecito verde seguía desapareciendo lentamente.
Resurgimiento
Peglau, ya jubilado, se dio cuenta de que su Ampelmann estaba destinado al olvido, y decidió hacer algo. Con un grupo de fans, fundó un grupo llamado “Rescatemos al Ampelmann!, y comenzó a hacer lobby en el Ayuntamiento de Berlín.
No sólo el hombrecito verde es entrañable, decían, es que, por ser algo rechoncho, emite más luz y se ve mejor que las figuras occidentales. Padres y madres, además de otros personajes, apoyaron al Ampelmann.
Finalmente, el gobierno local decidió que era una buena idea mantener a los hombrecitos de Peglau y Wegner. No sólo eso, sino que revirtieron el proceso, sustituyendo a los semáforos occidentales por los que llevaban su diseño.
Fue tal el éxito, que Ampelmann se convirtió en una figura de culto, que desde entonces se utiliza en campañas de concienciación, por ejemplo, para no beber y conducir, o para respetar el medio ambiente.
Ampelmann, Objeto de culto
Y hay más. A finales de siglo, un diseñador industrial de Tübingen, Markus Heckhausen, buscaba a mediados de los 90 un diseño para unas lámparas. Entonces se acordó del Ampelmann, que había visto en Berlín antes de la reunificación. Encontró algunos semáforos desmantelados, y los convirtió en lámparas, que vendió inmediatamente.
Se puso entonces en contacto con los fabricantes originales, que seguían produciéndolos. Ya no era una industria estatal, sino privada, y a sus nuevos dueños les encantó la idea. Los diseños de Heckhausen se popularizaron muy rápidamente, gracias a revistas, y a una célebre telenovela que utilizó una de sus lámparas.
Y no quiero alargarme más. Heckhausen se puso en contacto con Peglau para producir una serie de productos con el hombrecito verde. En la actualidad, al menos en Berlín, hay varias tiendas (y otra online) que venden toda clase de productos con la figurita del Ampelmann.
Varias ciudades más han adoptado al hombrecito verde, que ya tiene su pareja políticamente correcta, Ampelfrau. Esta no ha sido tan bienvenida porque los expertos creen que tantas figuras distintas pueden confundir a los niños. En cualquier caso, ni el pobre hombrecito verde se ha salvado del debate. En fin.
Vídeo: Ampelmann
Sí que es un problema el color de los semáforos para los daltónicos.
Lo sé, por eso lo decía, y eso que yo no tengo ese problema… 😛
Muchas gracias por comentar Joe, un abrazo!
Como siempre exelentes curiosidades, gracias por compartirlas.
Y como siempre, mi estimado Alberto, agradezco tus amables palabras. Siempre tuve curiosidad por el «Ampelmann», y cuando conocí su historia, quise compartirla con vosotros.
Mil gracias nuevamente y un abrazo!
Me parece mucho mas apropiado el diseño rechazado por los burócratas y de mejor interpretación y utilidad para los daltónicos y lejos de las discusiones de género.
Un cordial saludo
Hola jalvarez,
es verdad que el primer diseño parece más eficiente, y más claro. Pero no puedo dejar de pensar en los niños, quienes precisamente se benefician más de este tipo de señales. Creo que el diseño del «Ampelmann» tuvo mucho que ver con su éxito entre los pequeños, y lo sigue teniendo. En cualquier caso, en ningún país he visto tanta obediencia a los semáforos como en Alemania. También es verdad que los alemanes son muy obedientes, pero lo de obedecer al hombrecito verde es casi enfermizo… 😛
Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.