En estos últimos días de 2017, el precio de un barril de petróleo ronda los 60 dólares. Hace un lustro estaba por encima de los 100, pero en la última década del siglo pasado, el petróleo apenas y superó los 20 dólares por barril.
Es un producto muy volátil, cuyo precio está dictado por la oferta y la demanda, como todo. Sin embargo, la oferta ben puede ser manipulada para subir o bajar los precios artificialmente. Así sucedió cuando la OPEC (Organización de Países Exportadores de Petróleo, por sus siglas en inglés), decretó un embargo en 1973.
Sin duda el precio del petróleo es uno de los índices que más afecta la economía mundial. Los hidrocarburos no sólo son la principal fuente de energía de nuestra civilización. También los utilizamos para producir plásticos, otros materiales sintéticos, y medicinas.
Difícilmente podríamos vivir sin petróleo en estos días. Es verdad que poco a poco avanzamos en el desarrollo de nuevas fuentes de energía, como la solar y la eólica. Pero estas aún no son lo suficientemente eficientes para sustituir al oro negro.
Pero si el barril de petróleo en la actualidad ronda los 60 dólares, hubo un momento en la historia en el que un barril de petróleo se vendía por el equivalente a 750 dólares actuales. Para entenderlo, tenemos que remontarnos al nacimiento de la industria petrolera.
Desde la antigüedad
El petróleo, como bien sabemos, se forma con los restos de materia orgánica, plantas y animales, enterrados y sujetos a presión y altas temperaturas durante millones de años. Esa materia orgánica está compuesta principalmente de carbono e hidrógeno, los ingredientes principales del petróleo.
Hace miles de años, nuestros ancestros ya conocían el oro negro y lo utilizaban de muy diversas maneras. En aquel entonces, lo encontraban en depósitos naturales en la superficie. Sólo había que recogerlo.
Las murallas de la antigua ciudad de Jericó estaban cubiertas con alquitrán. La Biblia cuenta que el Arca de Noé estaba impermeabilizada con un producto del petróleo. También se utilizaba como ungüento, para curar heridas y frenar infecciones.
Pero no fue sino hasta el siglo XIX que alguien encontró un nuevo uso para el “aceite de piedra”. Fue en Estados Unidos, y el descubrimiento se lo debemos a varios ambiciosos hombres: Samuel Martin Kier, George Bissell y Edwin Laurentine Drake.
Un descubrimiento y una idea
Kier pertenecía a una familia de inmigrantes irlandeses propietaria de varias minas de sal en Pennsylvania. El método más fácil para extraer el condimento, era bombear agua a la mina, dejar que la sal se disolviese en el líquido, y bombear nuevamente el agua a la superficie, donde por el método de evaporación se obtenía el producto deseado.
El problema para Kier era que, en ocasiones, restos de petróleo se filtraba en los pozos y contaminaba la salmuera. Limpiarla era un proceso costoso, y no había suficiente demanda para el viscoso petróleo.
Un día en 1848, un charco de petróleo prendió fuego, y Kier se dio cuenta de que probablemente el molesto producto podría servir para algo. Sin ninguna formación química o científica, Kier se puso a investigar.
Pronto se dio cuenta de que, hirviendo el petróleo, este se separaba en varios subproductos. Una de esas substancias la embotelló y la vendió como remedio curativo; otra era una especie de vaselina. Pero Kier no ganó mucho dinero con ellos.
Dos años después Kier dio con una mejor receta. Destilando el petróleo obtenía un líquido al que llamó queroseno, un subproducto ya conocido. Kier sólo tuvo una idea.
Sustituto
Desde los inicios de las Colonias Americanas en Norteamérica, el principal combustible para las lámparas era el aceite de ballena. Era barato, fácil de obtener, y producía una luz brillante. No obstante, hacia mediado del siglo XIX, la caza de los cetáceos había disminuido las poblaciones, y cada día los mamíferos marinos eran más difíciles de encontrar.
Obviamente, el precio del aceite de ballena se disparó. En 1848, un galón podía costar 25 dólares, medio salario anual de una persona. Cualquiera que inventara un sustituto haría fortuna.
Efectivamente, fue Kier quien vio al keroseno como un buen sustituto al aceite de ballena. No sólo encontró un método para producirlo más eficientemente, sino que inventó una lámpara para comercializarlo.
Kier levantó la primera refinería de petróleo en Pittsburgh, en 1853. No era uno de esos gigantes conglomerados de tuberías y tanques como las de ahora. La refinería de Kier era más bien pequeña.
Hasta entonces, recordemos, Kier sólo obtenía el petróleo como subproducto de su extracción de sal.
Entra en escena Mr. Bissell
Este abogado neoyorquino oyó hablar del queroseno utilizado en Pennsylvania. A él también se le ocurrió que bien podría sustituir al aceite de ballena, pero a diferencia de Kier, decidió estudiarlo científicamente.
Para eso envió una muestra de petróleo a un profesor de química de la Universidad de Yale, Benjamin Silliman Jr. Le pidió que investigara si era posible destilarlo en un combustible práctico y barato. Silliman respondió que ea posible.
Pero Bissell se enfrentaba al mismo problema que Kier: ¿cómo extraer petróleo en cantidades suficientes para hacerlo rentable? Entonces, un día que Bissell estaba en una droguería, se fijó en una botella del elixir curativo de Kier.
En la etiqueta, Kier había impreso la imagen de uno de sus pozos de sal. En un momento “eureka”, Bissell pensó que, así como se perforaban pozos buscando sal, el podría perforar en búsqueda del oro negro.
Seneca Oil
Ni tardo ni perezoso, Bissell encontró un socio, Johnatan Eleveth. Juntos fundaron la Rock Oil Company, pero la sociedad no llegó a tener actividad. En 1859, Bissell fundó otra empresa, la Seneca Oil, y se puso a trabajar.
Como él estaba ocupado en Nueva York, contrató a un hombre que había conocido en un hotel de Titusville, Pennsylvania. Edwin Drake era un antiguo conductor de trenes, y estaba en el paro. En marzo de 1859, Drake comenzó a taladrar en Titusville.
Rápidamente se encontró con un problema. Apenas perforaba un par de metros, el agua se filtraba y llenaba el pozo. Drake tuvo entonces una idea trascendental. Antes de continuar taladrando, metió un tubo.
Conforme el pozo se hacía más profundo, metía más tubos. Es el mismo sistema que se utiliza en la actualidad. Desde abril hasta mediados del verano Drake perforó y perforó, ni un barril de petróleo. Mientras tanto, en Nueva York, se acaba el dinero.
Barril de petróleo
A finales de agosto, Bissell envió el último dinero disponible a Drake, y le ordenó que cerrara el pozo y volviese a casa. El telegrama llegó el 28 de agosto, un día tarde. El día 27, Drake se había asomado y vio petróleo en el fondo del pozo. La industria petrolífera había nacido.
Creo necesario aclarar un punto. Aquel petróleo fue encontrado a una profundidad de 33 metros. Por ello, el líquido no salía con mucha presión. Era apenas un hilito del viscoso hidrocarburo. Aún así, Drake pudo sacar siete barriles de petróleo el primer día.
A los pocos días ya extraía 35 barriles de petróleo al día, cada uno con 42 galones, unos 158 litros, la misma medida que se utiliza actualmente. La diferencia estaba en el precio. Cada barril de petróleo se vendía a 40 dólares de 1859, unos 750 dólares actuales.
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La sed de petróleo
El éxito fue inmediato, pero no como a Drake le hubiese gustado ver. Una semana después de su descubrimiento, había una decena de pozos vecinos abiertos por otras empresas. El precio del barril de petróleo comenzó a bajar.
En cualquier caso, Bissell hizo fortuna con Seneca Oil. No así Drake, que no era socio, sino empleado. Peor aún, Drake no había patentado sus inventos, y no pudo enriquecerse con ellos. Pero aquel pozo fue el primero en la historia construido para extraer petróleo ese mérito nadie se lo quitará nunca.
El queroseno pronto sustituyó al aceite de ballena como principal iluminador de los hogares estadounidenses. A mediados de la década de 1860, un joven petrolero, John D. Rockefeller, ya exportaba a Europa, ya para 1890 era el hombre más rico de Norteamérica.
También por esos años, un ingeniero alemán, Karl Benz, había patentado el primer motor de combustión interna. Quiso el destino que el mejor combustible para dicho motor fuese un derivado del petróleo.
Desde entonces, nuestro mundo no puede vivir sin petróleo. Eso sí, cada vez lo usamos menos como combustible, pues está siendo sustituido por energía alternativas. Aún así, tenemos petróleo para rato.
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